Compras.

1740 Words
Intento ocultar el hecho de que me afecta lo que ella dice, intento sonar duro e incluso burlarme para que no note que sus palabras tienen poder en mí. Me culpo por lo que ella pasó y parte de mí quiere darle todo, intentar hacer que sea como lo que algún día fue, pero verla contar y afirmar que no la tocaron genera un puto dolor en mi pecho. Esa mujer me hace querer matar a todos los que le hicieron daño, ¿Pero me podré matar?, tal vez si no la hubiera comprado no pasaría nada de eso y… hay voy otra vez a lamentar lo que hice, está hecho puta madre. —No eres ni la sombra de lo que eras en ese entonces— le digo aparentando asco —No lo soy— me contesta —El sol se olvidó de iluminar mi vida e hizo desaparecer lo que era y ahora por más que se mantenga la sombra nunca aparecerá.— ¿Cuándo aprendió a hablar asi?. —Si quieres morir, entonces morirás por mi mano— saco mi arma —No vivirás esos cinco años, ni te llenarás de vida— le digo aunque no sea verdad. Se acerca al arma y pone su frente en ella, no le tiene miedo como pensé que tendría, incluso parece disfrutar sentir el frío metal en su frente. —Hazlo— sostiene mi mano poniendo más fuerza el cañón en su frente —Jala el gatillo y llévate la vida de alguien que no la necesita. —¿Estás segura de lo que estás pidiendo?— le pregunto tratando de ponerla en duda y decida vivir. —Tan segura como el hecho que siempre fui inocente de lo que se me acuso— me dice decidida. —Voltéate, no quiero ver tú ojos— le digo. No quiero ver la decepción de ellos cuando no lo haga, no de frente. Se da la vuelta y bajo la ventana frente a ella unos pocos centímetros para que pase la bala que dispararé. Veo su reflejo en vidrio de la ventana, ha cerrado sus ojos y dibujado una sonrisa en su rostro, una sonrisa que me recordó el porqué la quise a ella sobre sus hermanas. Pero el hecho que esté ahí creyendo en que va a morir me llena de ira, sin que ella supiera, le está sonriendo a una de las personas que sabía donde estaba y que le había pasado. Con ira y culpa le disparo a aquel hombre que se decía trabajar para mí. Keres no salto, no se movió, no hizo nada al escuchar el sonido del disparo a centímetros de ella, esperaba morir y me llena más de culpa. Ver como borra su sonrisa del rostro me hace sentir aún más culpable de lo que ya me siento, por mi culpa desea morir. —¡Esa debía de ser yo!— grito histérica. —Él sabía que te llevaron a la cárcel y jamás me lo dijo, aun sabiendo que te buscaba— le digo —Fue uno de los culpables de que Ana no exista y también uno de los que ayudaron a que naciera Keres. —¡Dispara!, matemos a Keres también— me dice con un tono diferente de voz —¡Mata a Keres, mata a Ana!. —Eres una maldita desquiciada. —No tienes valor para matarnos— no lo tengo. —¡Vámonos!— grito, para que el conductor se suba y nos lleve de compras. —Cobarde de mierda, eres un maldito cobarde. —Sonreíste— me excuso —Me gusto, tal vez Keres pueda sonreír. —Psicópata de mierda— ahí está un tono diferente —Tengo hambre. Me suelto riendo, ¿Cómo puede suplicarme que la mate y después decir que tiene hambre?, es como si en ella vivieran diferentes personas, que cada una de ellas surge conforme cambia la situación. El chofer avanza junto con mis guardias, custodiándonos mientras avanzamos al centro comercial. —Aquí tiene lo que me pidió, señor— me dice el chofer al mismo tiempo que me da una caja. —Gracias— contesto —Es para ti, son temporales— le entrego la caja. —¿Qué… es?— me pregunta, ahí está otra Ana. —Ábrelo y sabrás— le contesto. Ana temerosa abre la caja que le di y me es evitable pensar ¿Ha tenido regalos? ¿Su madre le mando algo que necesitaba?… mis preguntas se contestan solas cuando veo su rostro al ver unas simples sandalias, no Elijah nadie le daba regalos mientras estaba en la cárcel, no Elijah su madre nunca le mando nada, sola tuvo que solventar sus necesidades en medio de ese sufrimiento. —¿Cómo sabes mi número?— pregunto al verlas. —Es al azar, puede que te queden grandes. —Me quedan grandes— se mira los pies —No eres tan psicópata como creía— me dice y abre la puerta —¿Vamos? Tengo hambre. —Espera— le ordeno —¿Es seguro?— pregunto. —Es seguro, señor— me contestan. Parece obedecer, me bajo y abro la puerta para que lo haga, duda cuando mira a las personas, pedí que no permitieran muchas personas en el centro comercial, puede que le dé ansiedad estar con mucha gente, y lo que menos quiero es que sufra. —¡Bájate!— le grito —¿No tenías mucha hambre?. —Sí, si ya voy— me contesta algo asustada. Se baja y mis ojos se van a sus pies, mirando como le quedan más grandes de lo que le aparentaban las sandalias, Tabita dijo que esos eran su número, cuando me los mando al igual que un regaño. Se dio cuenta de que miraba sus pies y comenzó a caminar sin saber a donde caminar. Di unos cuantos pasos caminando frente a ella y mis guardias detrás, supuse que se pondría a mi lado, pero se queda justo detrás de mí. Camino al elevador para ir al restaurante primero y se sube, se mueve cuando comienzan a subir más personas, la jalo para que este frente a mí y cuidarla. No dice nada, solo está ahí con la cabeza baja mirando sus pies, cosa que no hizo cuando se le dijeron las malditas reglas. —Señor Monroe— dice un mesero que nos espera a que salgamos del elevador. —Está la mesa lista?— le pregunté conforme avanzaba. —Sí, la comida acaba de ser puesta, síganme. El mesero nos guía a nuestra mesa, me adelanto para mover la silla y que Ana se siente, pero se fue a la otra silla llevándome la contraria, dejándome en ridículo frente a las personas. —¿El vino de siempre para tomar?. —¿Qué quieres de tomar?— le pregunto. —¡Coca cola!— dice emocionada —Por favor. —¿Y usted, señor Monroe?. —Lo mismo. —Ya se lo traigo— me dice. Ella mira la comida, casi puedo escuchar a su estómago, gruñir, después de todo no comió desde que llego a casa, joder, incluso busque en internet que comida les gusta comer después de salir de la cárcel. La respuesta fue comida rápida, hamburguesas, papas fritas, pizza, la mayoría comida chatarra. Lo ordené claro, también ordené espagueti, ensalada y unos filetes, necesita proteína después de todo, ¿Hacer esto disminuirá mi culpa?. —¿Puedo comer?— me pregunta. —Claro, come primero la ensalada. —No, primero será la hamburguesa— me manda a callar. —Ok, solo era una sugerencia. La miro comer y parece disfrutar tanto la comida, ¿Cómo pudo aguantar cinco años asi? Sin comer comida verdadera y fresca, ¿Comería todos los días o sus torturas consistían en no darle comida?. —Deja de verme idiota— me dice, ¡Paciencia Elijah!. —Pareces un animal muerto de hambre— le digo. —Come la mierda de la cárcel y sabrás— me dice y le da un trago a su soda —¡Esto es lo mejor!. —¿La coca cola es lo mejor? — le pregunto. —Sí, nunca pude comprar una coca cola en la cárcel, no tenía mucho dinero en mi cuenta, asi que como nadie me depositaba, trabajábamos ahí y la paga eran créditos. —¿Qué comprabas?. —Papel, lápiz. —¿Por qué eso? Digo, no está mal, pero tal vez podías darte un gusto de vez en cuando. —Lo necesitaba para estudiar— me dice —Lo siento, hable de más— me dice al ver mi rostro. —¿Qué estudiaste?. —La preparatoria y aparte tenía que… Sus ojos se postraron sobre alguien a lo lejos, si bien no sonreía, le quito esa emoción que tenía por comer, esos ojos se volvieron temerosos con miedo, pánico, tal vez. —¡Por dios, Ana!— dice una voz. —¡Ana!— grita otra persona. Mostró aquello que pensé que sentiría teniendo un arma frente a ella apuntándole, mostró ese salto que debía de dar cuando dispare, parecía que se estaba enfrentando a un arma a la que le teme más que nada en el mundo, su familia. —Señor Monroe— me saludan las dos hermanas de Ana. —Oh Ana, como has cambiado— le dice la hermana mayor. —¿Dónde estabas?— le pregunta la más pequeña —¿Por qué apareces hasta ahora?.— dice casi a punto de llorar. —No soy Ana— le contesta. —Por favor eres tú, mi hermana Ana— le dice la mayor. —Mi nombre es Keres— le contesta fría, mostrando otra cara. —Ahh, ya veo ahora que estás con el señor Monroe, no nos conoces— le dice la mayor. —Ana— le dice la pequeña preocupada. —¡Te dije que no soy Ana! Soy Keres, Keres y no, no las conozco, no sé quiénes son, ni nada de eso, solo sé que Ana murió el día que la abandonaron en la playa y la dejaron sola cuando estuvo presa. —¡Ana!— grita la hermana mayor. —Lárguense, no quiero verlas— les digo —Ah, y si quieren saber la verdad, pegúntenle a su madre. Me levanto y ella hace lo mismo, tomo su brazo y la jalo hasta el elevador.
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