Al fin había llegado el día.
Angelo Queen entró en la clínica con una sensación de incomodidad que le recorría la columna, no sabía por qué le desagradaba tanto ese lugar. No era la primera vez que estaba allí, pero saber que estaba a punto de recibir los resultados de las pruebas de fertilidad que se había realizado le erizaba la piel.
Era un hombre acostumbrado a tener el control, a enfrentarse a situaciones difíciles, pero esta vez la incertidumbre lo hacía sentir vulnerable. Con todo lo que Luna deseaba el embarazo, no se podía permitir ser el responsable de que ella no pudiera. Por lo que los resultados lo dejaban nervioso.
—No estoy acostumbrado a estar nervioso—murmuró para sí mismo.
Caminó hacia la pequeña sala de espera, otra vez ese lugar que aumentaba la tensión en su pecho. Se sentó en uno de los asientos, cruzando las piernas con una calma fingida.
Intentó distraerse mirando la revista en la mesa frente a él, pero las palabras se mezclaban en su mente, incapaz de concentrarse.
Finalmente, una doctora apareció en la puerta. Era una mujer de unos cuarenta años, con una expresión amable pero profesional, ni siquiera eso le daba calma.
Angelo se levantó cuando ella lo llamó, y la siguió hasta una pequeña oficina donde se sentó frente a ella, esperando con una expresión de enojo, enojado con él mismo por sentirse de esa manera.
—Señor Queen, los resultados de sus pruebas han llegado —dijo la doctora mientras abría una carpeta con sus documentos—. Estoy contenta de informarle que todos los indicadores son positivos. Su fertilidad es excelente, lo que significa que no habrá ningún problema para proceder con el proceso de fertilización.
Angelo sintió un alivio inmediato. Había temido que hubiera algún problema, pero escuchar que todo estaba bien le devolvió la tranquilidad.
Ahora se sentía ridículo por haber imaginado escenarios en donde las cosas no salían bien.
—Eso es un gran alivio —respondió, asintiendo lentamente—. Pero, ya que estamos aquí, quisiera hacerle una pregunta más.
La doctora lo miró con interés.
Como ya Luna le había dicho de la otra opción, él quería saber más de mano de un experto.
—Por supuesto, ¿en qué puedo ayudarle?
—Mi esposa y yo hemos estado considerando la opción de la gestación subrogada —dijo Angelo, con cuidado de elegir sus palabras—. Solo es un pensamiento por ahora, pero me gustaría saber más sobre cómo funciona y qué pasos deberíamos seguir si decidiéramos tomar esa ruta.
La doctora asintió, comprendiendo la seriedad de la pregunta.
—La gestación subrogada es una opción viable para muchas parejas que, por diversas razones, no pueden llevar un embarazo a término por sí mismas. El proceso generalmente implica la fertilización de los óvulos de la madre biológica con el e*****a del padre biológico, y luego la transferencia del embrión a la mujer que servirá como gestante. Esta mujer llevará el embarazo a término y dará a luz al bebé, quien biológicamente será hijo de la pareja que proporciona los gametos.
Angelo asimiló la información, sopesando las implicaciones.
—¿Y cómo se selecciona a la gestante? —preguntó, queriendo entender cada detalle. Necesitaba saber todo, calmar sus dudas para poder hablar con Luna al respecto.
—Es un proceso cuidadoso —explicó la doctora—. La selección de la gestante se realiza mediante un proceso riguroso, asegurando que la mujer esté física y psicológicamente preparada para el embarazo. También se discuten aspectos legales y emocionales, ya que es un compromiso significativo.
Angelo asintió, agradecido por la claridad de la explicación.
—Gracias, eso aclara muchas cosas.
La doctora cerró la carpeta y le sonrió.
—Si deciden seguir adelante, estaremos aquí para ayudarlos en cada paso del camino.
Antes de que Angelo se levantara para irse, algo lo detuvo.
—Doctora, antes de salir, quería preguntarle… ¿tiene los resultados de las pruebas de mi esposa?
La doctora asintió y abrió un cajón de su escritorio, sacando un pequeño sobre.
—Este sobre contiene los resultados de su esposa. Se supone que debería entregárselo a ella, pero… —dudó por un momento antes de continuar—. Dado que está aquí, se lo puedo entregar a usted si lo prefiere.
Angelo tomó el sobre, agradeciendo a la doctora con una inclinación de cabeza.
—Gracias. Ella confía en mí para este tipo de cosas. Quiero darle la sorpresa de mis resultados y sé que ella se emocionará bastante.
Salió de la oficina con el sobre en la mano, sintiendo el peso de la decisión que estaba a punto de tomar. Ya Luna le había dado la idea y, con sus dudas resultas, quizás haga caso a la salida que propone Luna.
Mattia, su chofer, lo esperaba en la puerta como siempre, abriéndole la puerta del coche con un movimiento de cabeza.
—No arranques aún —ordenó Angelo, mientras se sentaba en el asiento trasero.
Con el coche estacionado y en silencio, Angelo abrió el sobre con cuidado. Sus ojos recorrieron las palabras impresas en el informe médico, cada línea detallando los resultados de las pruebas de fertilidad de Luna. Una sensación de alivio lo invadió al leer que los óvulos de Luna estaban en perfecto estado. Todo estaba bien, biológicamente estaban en condiciones ideales para concebir un hijo.
Guardó el informe en el sobre y respiró hondo.
—Quiero ir directo a casa —dijo, deseando llegar para hablar con Luna y, como estaban los dos en buenas condiciones, tenía que hablar con ella sobre tener el bebé. Si todo estaba bien, ella debía tener otras razones para no llevar el bebé en el vientre y él tenía que saber cuáles eran esas razones. Las verdaderas—. Tengo que darle una sorpresa a Luna.
Mattia arrancó el coche y se dirigió hacia la villa. Mientras tanto, Angelo pensaba en cómo le daría la noticia a Luna.
Angelo llegó a casa con el corazón ligero, emocionado por la sorpresa que tenía para Luna. Sin embargo, al abrir la puerta principal de la villa, se encontró con una escena que le heló la sangre.
Luca, el guardaespaldas de Luna, bajaba apresuradamente las escaleras con ella en brazos. Luna estaba desmayada, su rostro pálido, y un rastro de sangre corría desde la comisura de su boca. La visión lo dejó petrificado por un segundo, pero luego el instinto tomó el control.
—¡Luna! —gritó Angelo mientras corría hacia ellos, el sobre con los resultados de las pruebas cayó de su mano sin que se diera cuenta.
Luca intentó explicarle lo que había sucedido mientras Angelo tomaba a Luna en sus brazos, pero la voz de Angelo lo ahogó en su propia urgencia.
—¡Al hospital, Mattia! —ordenó Angelo a su chofer, su voz un grito de pánico y autoridad.
Mattia, que ya estaba en posición, arrancó el coche sin dudarlo, preparado para cualquier emergencia. Sin embargo, justo cuando Angelo se dirigía al coche con Luna en brazos, Luca gritó desesperadamente.
—¡Espera! —Angelo se detuvo, mirándolo confundido—. ¡Luna no quiere ir al hospital! —exclamó Luca, sabiendo que estaba desobedeciendo, pero consciente de lo que Luna en caso de que le ocurriera algo.
Angelo, con el rostro desencajado por la preocupación, miró a Luca como si intentara comprender lo que estaba diciendo. Pero el pánico por la condición de su esposa superó cualquier otra consideración.
—¡No hay tiempo para esto! —espetó Angelo, mientras subía al coche con Luna en sus brazos—. Si ella no quiere, es porque no sabe lo grave que es. ¡Iremos al hospital!
Luca abrió la boca para protestar, pero se detuvo, sabiendo que no había manera de detener a Angelo cuando estaba decidido. Angelo se acomodó en el asiento trasero con Luna en su regazo, mientras Mattia arrancaba a toda velocidad hacia el hospital.
Durante el trayecto, Angelo no dejó de mirar el rostro de Luna, su mente llena de pensamientos oscuros y preocupantes. Las preguntas lo asaltaban, pero las respuestas no estaban allí, y la preocupación por su estado solo crecía con cada segundo que pasaba.
—Resiste, Luna… estoy contigo —murmuró, acariciándole suavemente el cabello, tratando de no dejarse llevar por el miedo que lo consumía.
Llegaron al hospital al fin.
Al llegar, un equipo médico ya estaba esperando en la entrada, alertados por la llamada urgente de Mattia mientras estaban en camino. Los médicos se apresuraron a tomar a Luna y llevarla de inmediato a una sala de emergencias, mientras Angelo los seguía de cerca, sin permitir que nadie lo apartara de su lado.
En la sala de emergencias, Angelo fue detenido por una enfermera antes de que pudiera entrar. Se quedó de pie, mirando impotente mientras las puertas se cerraban frente a él, dejando a Luna al cuidado del personal médico.
Su mente volvía una y otra vez al momento en que la había encontrado, preguntándose qué podría haber pasado, cómo había llegado a este punto.
Angelo caminaba de un lado a otro en la sala de espera, su mente trabajando a mil por hora.
Las puertas finalmente se abrieron, y un médico se acercó a él con una expresión grave.
—Señor Queen, estamos haciendo todo lo posible para estabilizar a su esposa. La pérdida de conciencia y el sangrado son preocupantes, pero estamos realizando pruebas para determinar la causa exacta.
Angelo asintió, intentando mantener la compostura.
—¿Puedo verla? —preguntó, mirando fijamente al doctor.
—Todavía no —respondió el médico—. Necesitamos un poco más de tiempo.
Angelo se quedó solo en la sala de espera, sintiendo cómo la impotencia lo invadía.
Solo quería darle una sorpresa… y ahora no sabía lo que pasaba con su esposa.
No era el primer desmayo.