Angelo Queen nunca había sido un hombre que se sintiera incómodo con facilidad. Su vida como fiscal lo había enfrentado a situaciones difíciles, a veces peligrosas, y siempre había salido adelante con su temple y determinación intactos. Sin embargo, aquella mañana, mientras esperaba en la clínica para someterse a las pruebas de fertilidad, sintió un extraño nudo en el estómago.
El lugar era discreto, pero de alto nivel, como todo lo que Luna había elegido. Angelo se sentó en una sala de espera decorada con tonos neutros y asientos de cuero, intentando distraerse con una revista cualquiera. Pero nada podía apartar su mente de lo que estaba a punto de hacer.
Cuando la enfermera lo llamó, se levantó con una mezcla de resolución y nerviosismo. La clínica era moderna, y todo el personal actuaba con la profesionalidad que esperaba, pero el procedimiento en sí no dejaba de ser incómodo. Le indicaron que pasara a una pequeña sala privada, equipada con todo lo necesario para que pudiera obtener la muestra de semen requerida.
Angelo entró en la sala y cerró la puerta detrás de él.
El silencio era incómodo. Las paredes estaban decoradas con imágenes que supuestamente debían relajar, pero no hicieron más que aumentar su incomodidad.
La enfermera le había explicado el procedimiento de manera técnica y profesional, pero ahora que estaba solo, la realidad de lo que tenía que hacer le pesaba.
Respiró hondo, intentando concentrarse en el motivo por el cual estaba allí: Luna. Lo haría por ella, por el amor que le tenía, y porque sabía que este paso era importante para su esposa.
Se acercó a la pequeña mesa donde habían dispuesto materiales para ayudar en el proceso, pero apenas les prestó atención.
Cerró los ojos y se obligó a dejar de pensar en lo extraño que era todo aquello, se concentró en su Luna, en su suave piel, el sonido de su voz, sus manos sobre su cuerpo.
Después de unos minutos que le parecieron horas, logró completar el procedimiento y depositar la muestra en el contenedor esterilizado.
Cuando salió de la sala, la enfermera lo esperaba para recoger la muestra y llevarla al laboratorio.
Angelo sintió un gran alivio al salir de ese ambiente claustrofóbico. Todo el proceso había sido una prueba de paciencia y amor, pero estaba satisfecho de haberlo hecho por Luna.
El personal le indicó que las pruebas habían terminado y que podía irse.
Mientras caminaba por el pasillo, sentía el peso de la situación. Hizo una breve parada en la recepción para firmar algunos documentos y luego salió del edificio. Al cruzar las puertas automáticas, el aire fresco de la mañana lo recibió, calmando un poco la tensión que había sentido dentro.
Mattia, su chofer de confianza estaba esperando en la puerta. Al verlo, Mattia inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto y abrió la puerta del coche.
Antes de entrar, Angelo sacó su teléfono y marcó el número de Luna. Necesitaba escuchar su voz, contarle que todo había salido bien.
Mientras el teléfono sonaba, sintió una mezcla de alivio y ansiedad.
—Ya he acabado —dijo Angelo en cuanto Luna respondió, su voz cargada de una mezcla de fatiga y afecto.
—¿De verdad? —respondió una voz femenina, pero no a través del teléfono.
Angelo levantó la vista, y para su sorpresa, Luna estaba allí, justo frente a la clínica, sonriendo mientras sostenía su propio teléfono. Su esposa había estado esperándolo, y en ese momento, todas las molestias e incomodidades que había sentido se desvanecieron.
—¡Luna! —exclamó Angelo, sonriendo de oreja a oreja al verla.
Dejó de lado el teléfono y se acercó a ella, envolviéndola en un abrazo. La presencia de Luna en ese lugar, en un momento que había sido difícil para él, lo llenó de una calidez indescriptible. Sintió que todo había valido la pena, que no había sacrificio demasiado grande cuando se trataba de ella.
Luna se acurrucó en su pecho, sintiendo el latido firme del corazón de Angelo. Lo miró a los ojos, esos ojos grises que siempre la habían hecho sentir segura, y le sonrió con ternura.
—Gracias, Mi Sole —susurró ella, levantándose ligeramente para darle un suave beso en los labios.
Angelo la sostuvo un momento más, disfrutando de la cercanía. Luego, con un gesto protector, la guio hacia el coche.
—Vamos a casa —dijo él, su voz suave pero firme, como siempre.
Mattia cerró la puerta tras ellos y se puso al volante, dirigiéndose de regreso a la villa.
Mientras el coche avanzaba por las calles de Palermo, Angelo echó un último vistazo a la clínica a través del espejo retrovisor.
Seguía siendo extraño dejar su semen allí.
(…)
Luna caminaba lentamente por el jardín, sintiendo la suavidad de la hierba bajo sus pies descalzos. Vestía solo un bañador, disfrutando del sol y de la brisa cálida que acariciaba su piel.
Detrás de ella, Angelo la seguía, observando cada movimiento con una mezcla de admiración y deseo. Le encantaba ver cómo sus caderas se movían con cada paso, cómo jugaba a caminar sobre la línea de piedras planas que estaban perfectamente alineadas en el jardín. Sus pies se balanceaban de un lado a otro, manteniéndose en equilibrio como si fuera una niña, fingiendo que iba a caer en cualquier momento.
Angelo la miraba, atento, sabiendo que, si ella perdía el equilibrio, él estaría allí para atraparla. Sin embargo, cuando el cuerpo de Luna se desvaneció hacia un lado, sus reflejos actuaron antes de que su mente pudiera procesarlo. Sus brazos la sostuvieron con firmeza, pero, para su sorpresa, los ojos de Luna no se abrieron de inmediato.
Al principio, pensó que solo estaba jugando, pero cuando sintió su piel, notó que estaba fría, demasiado fría. El pánico empezó a apoderarse de él, pero lo controló lo suficiente como para cargarla en sus brazos y llevarla rápidamente hacia la casa.
El camino hacia la sala fue una eternidad para Angelo. La preocupación lo devoraba por dentro, pero mantuvo la calma hasta que la depositó suavemente sobre el sofá. Justo antes de que su cuerpo tocara el mueble, Luna comenzó a abrir los ojos, parpadeando lentamente.
—Te llevaré al hospital —dijo Angelo, su voz cargada de preocupación mientras acariciaba su rostro.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Luna, su voz débil y confusa.
—Te has desvanecido en el jardín, Luna —respondió él, sus ojos reflejando miedo y preocupación profunda.
Luna vio la tensión en el rostro de su esposo y trató de calmarlo.
—No es nada, no he comido bien, solo tengo hambre —dijo, intentando sonreír.
Angelo frunció el ceño.
—Te vi desayunar, te vi almorzar, has comido bien. Debe ser algo más.
Sin darle tiempo a replicar, Angelo la tomó de la mano e intentó levantarla en brazos para llevarla al coche y dirigirse al hospital, pero Luna se resistió, apretando su mano con suavidad.
—Mi Sole, estoy bien, no ha sido nada —insistió Luna, mirándolo a los ojos con una carga de ternura y determinación.
Angelo se quedó pensativo, la preocupación aún nublando su mente. Luna, notando su expresión tensa, lo abrazó, intentando borrar la preocupación que se reflejaba en sus ojos oscuros.
—Estoy bien, de verdad. Ya cambia esa cara —dijo, acercándose a él y besándolo con suavidad.
Angelo respondió al beso, permitiendo que la calma lo envolviera poco a poco. Luna se acomodó sobre sus piernas, buscando su cercanía, y él no pudo evitar sonreír, aunque el miedo aún latía en su pecho.
—Estás más delgada —observó Angelo, su voz suave, pero con un tono de preocupación subyacente.
—Gracias —respondió Luna, sonriendo—. He estado haciendo dieta.
Angelo no respondió de inmediato, su mente aún procesando lo que había ocurrido. La observaba con atención, buscando signos de debilidad, de enfermedad, pero ella parecía estar bien, al menos en apariencia.
—Mañana tengo que salir temprano —dijo Angelo, tratando de cambiar de tema—. ¿Qué planes tienes?
Luna lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de pensamientos antes de responder.
—He pensado... ¿y si no quiero llevar a nuestro bebé en mi vientre? —dijo, cambiando abruptamente de tema.
Angelo la miró fijamente, su expresión volviéndose cautelosa.
—¿Qué sugieres? —preguntó, mordiéndose el labio, consciente de que la conversación estaba tomando un giro inesperado.
—Gestación subrogada —respondió Luna, su voz calmada—. Biológicamente será nuestro hijo, mis óvulos, tus espermatozoides.
Angelo se mordió el labio de nuevo, reflexionando sobre la idea. No había esperado esta propuesta, y aunque sabía que Luna siempre había sido pragmática, la sugerencia lo tomó por sorpresa.
—Solo es un pensamiento —agregó Luna, suavizando la conversación.
Angelo la miró por un largo momento, sus ojos buscando respuestas en los de su esposa. Quería asegurarse de que ella estaba bien, que esta decisión no provenía de un lugar de desesperación o temor. Pero lo que vio en los ojos de Luna fue determinación, una resolución silenciosa que no había visto antes.
—Lo pensaremos —dijo finalmente, acariciando suavemente la espalda de Luna mientras la abrazaba con fuerza, intentando no dejarse llevar por la creciente preocupación que empezaba a enraizarse en su corazón.
Luna se relajó en sus brazos, sabiendo que había sembrado una semilla en la mente de Angelo.