La madre subrogada
Angelo Queen irrumpió en la casa, la puerta golpeó contra la pared y resonó en la estancia como un trueno. Sus pasos firmes y decididos llenaron el espacio, imponiendo una presencia intimidante.
Allí, frente a él, estaba Ginevra, la mujer que cargaba a su hijo en su vientre. Pero para él, ella era una completa desconocida, era la primera vez que la veía, pero sabía que era ella, la mujer que había estado buscando, la mujer que llevaba lo único que quedaba de su esposa, su adorada esposa.
Su mirada la recorrió de arriba a abajo, analizando cada detalle con fría indiferencia, no esperaba nada, pero tampoco aquel rostro le decía nada.
Angelo, con sus treinta y siete años, era la personificación del peligro. Su piel morena estaba cubierta de tatuajes que serpenteaban por sus brazos musculosos, cada uno de ellos contando historias de violencia y poder, algo que… ocultaba bastante bien bajo la fachada de un m*****o impecable de la importante familia Queen. Su cabello muy n***o caía desordenado sobre su frente, y sus ojos grises eran como dos puñales que penetraban el alma. Vestía una camisa blanca ajustada que destacaba su físico imponente y unos pantalones negros que acentuaban su aire de mafioso, ¿lo era? No, desde luego que no. Y quien dijera lo contrario… probablemente ya no tuviera una lengua con lo cual repetirlo.
Cada movimiento suyo emanaba una mezcla de elegancia y amenaza, haciendo que el ambiente en la habitación se volviera denso y cargado.
La tenía frente a él y no sabía cómo sentirse, quizás pensó que un poco emocionado iba a ser la forma en la que lo atraparía ese momento, pero el duelo seguía en él y dentro de esa mujer estaba lo que quedaba de su esposa.
Su adorada Luna, luz de sus ojos, felicidad de su vida.
Y sin ella… era el mismo demonio caminando sobre la tierra.
Ginevra, al ver la figura de Angelo en la puerta, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Aunque conocía su rostro, el del hombre que sería el padre de su hijo, no podía evitar el miedo que la invadía. Se levantó de un salto, sus ojos saltones se abrieron aún más, reflejando el pánico que sentía.
No esperó que la encontrara tan rápido, mientras Angelo estaba seguro de que tardó demasiado en dar con ella.
Su abultado vientre era una evidencia innegable de su embarazo, y cuando Angelo le clavó sus fríos ojos grises, no pudo contener las lágrimas que empezaron a rodar por sus mejillas. Era peor de lo que pensaba, era mucho más angustiante que las cosas que se decían de él. Tenerlo allí… era como estar al borde de un precipicio, sin decidir si saltar o enfrentarse a Angelo Queen.
Deseaba saltar.
Angelo chasqueó los labios, un sonido de desaprobación que resonó en el silencio de la habitación. Avanzó hacia ella con pasos calculados, y Ginevra se sintió atrapada, como un animal acorralado.
Él tomó su rostro con una mano, sus dedos grandes, ásperos y firmes se clavaron en su piel.
Ella temblaba, sus sollozos eran apenas audibles, pero sentía como si su cuerpo se sacudiera con fuerza, ante su toque, ante su presencia.
—Mientras mi hijo esté en tu vientre, me debo a ti —dijo Angelo con una voz baja y amenazante, sus palabras eran como un decreto inquebrantable—. Pero cuando eso acabe, desaparecerás de mi vida.
Ginevra asintió débilmente, sin atreverse a mirar a Angelo a los ojos. La habitación en la que se encontraban era pequeña y modesta, con paredes de un blanco desvaído y muebles desgastados, era lo que pudo alquilar en ese momento mientras huía al saber que lo que creyó una salida… podía convertirse en su sentencia de muerte.
¿Cómo fue que acabó con el bebé del enemigo de su expareja en su vientre?
¿Cómo fue que tuvo la mala suerte de ser justamente de Angelo Queen?
Una mesa de madera ocupaba el centro de la sala, con unas sillas alrededor que parecían a punto de desmoronarse. La ventana estaba cubierta por una cortina barata, que apenas dejaba pasar la luz del sol, creando un ambiente sombrío y opresivo.
El aire estaba cargado de tensión, las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos marrones, sin saber lo que seguía ahora.
¿Qué pasaría con ella? ¿Qué haría Angelo ahora?
Angelo soltó el rostro de Ginevra y se alejó un paso, dándole un respiro momentáneo. Ella se llevó una mano al vientre, acariciándolo suavemente como si pudiera proteger a su hijo de la oscuridad que emanaba de Angelo, su futuro padre.
—Yo no… Esto solo fue…—No podía acabar ni una sola frase—. Lo siento, lo siento mucho.
—Cállate. No tienes nada que temer si haces lo que te digo —continuó Angelo, su voz aún goteando amenaza—. Mi hijo nacerá sano y salvo, y tú recibirás lo que necesites durante este tiempo, también te pagaré lo que sea que te iba a pagar la otra pareja. Pero no intentes nada estúpido, Ginevra. Las consecuencias serán terribles.
Ginevra tragó saliva, su garganta seca y rasposa. Asintió de nuevo, incapaz de encontrar palabras. Su mente estaba llena de preguntas y miedos, pero sabía que no había espacio para las dudas. Angelo Queen no era un hombre con el que se pudiera negociar. No hacía falta conocerlo mucho más para saber eso.
—Dime lo que necesitas ahora —ordenó Angelo, cambiando el tono a uno más práctico, pero igualmente autoritario. Sus ojos iban vagando por el cuchitril en el que ella vivía.
Ginevra respiró hondo, tratando de calmarse. Tenía que responder y sería muy vergonzoso balbucear otra vez.
—Comida, vitaminas, y algo de dinero para pagar el alquiler —dijo, su voz apenas audible, pero sin temblar, teniendo que usar de todas sus fuerzas para lograr decir algo decente.
Angelo asintió, sacando una libreta negra de su bolsillo y anotando algo.
—Lo tendrás mañana —dijo sin mirarla—. Y no te preocupes por el alquiler, te mudarás a un lugar más seguro. No quiero que mi hijo crezca en este agujero. Cuando alguien toque a tu puerta, y será la única persona que lo hará, ve con él. Es enviado por mí y te mantendrá segura.
Ginevra sintió una mezcla de alivio y terror, no le decía quién iba, tampoco a dónde. Sabía que cualquier "ayuda" de Angelo vendría con condiciones. Pero en su situación, no tenía otra opción que aceptar.
—Gracias —murmuró, aunque la palabra se sintió vacía en sus labios.
Angelo la miró por última vez, sus ojos grises perforándola, como si las pocas palabras que salieron de los labios de ella le molestaran, escucharla le irritaba y mirarla era aún peor, sin importar si ella tenía culpa o no, así era como él se sentía.
—No me des las gracias, Ginevra. Esto no es por ti. Es por mi hijo.
Sin más, se dio la vuelta y salió de la casa, dejando tras de sí un silencio pesado. Ginevra se dejó caer en una silla, sus piernas temblaban y su corazón latía desbocado.
Las lágrimas continuaban cayendo, pero ahora eran de una mezcla de miedo y resignación. Sabía que su vida estaba a punto de cambiar drásticamente, y no tenía idea de cómo iba a sobrevivir en el mundo oscuro y peligroso de Angelo Queen. ¿No se supone que escapó de todo eso? ¿No se supone que quería el dinero para poder alejarse de esa vida?
Ahora se veía envuelta de nuevo… y sin poder escapar hasta que el hijo de Angelo Queen estuviera en su vientre.
La noche cayó sobre Palermo, envolviendo la ciudad en una oscuridad que parecía reflejar la incertidumbre y el peligro que acechaban a Ginevra.
—Pensé que huir de Simone fue terrible, pero caer en las manos de Angelo, resulta peor—dijo para sí misma, sus manos temblando—. Y luego… me quitará a mi bebé. ¡Es tan suyo como mío! También es mío. También es mío…—susurró con tristeza.
Razón por la que huía de él, porque sabía que Angelo solo necesitaba al bebé y ella únicamente era una incubadora momentánea, a la que desecharía sin más.
Pero cuando Simone supo que estaba embrazada, empezó de nuevo su caza y de la persona que dejó un bebé en su vientre. ¿Ya sabía que era de Angelo Queen? Se reiría ante eso, mismo peligro que corría ella en manos de Angelo, si este se enteraba de su antigua relación con Simone.
Y si caía en manos de Simone, también sabía que se desharía de su bebé.
Se tambaleó hasta la cama, tenía hambre, quedaba poco dinero y unas latas de atún en la despensa de las que ya estaba harta. Esconderse había sido muy duro para ella y el bebé. Pero Simone buscándola por un lado y Angelo por otro, no le quedó de otra que caer en lo más bajo para no ser encontrada.
Pero eso no fue suficiente. Él la halló primero. Y no pretendía dejarla ir, no con su bebé.