Ginevra había huido hacía apenas un par de días, pero el tiempo se le escapaba como arena entre los dedos, cada hora diluyéndose en un mar de confusión. Los recuerdos del funeral de su padre la atormentaban; apenas pudo mirar desde la distancia, oculta entre sombras, porque arriesgarse a estar cerca de su madre habría sido demasiado peligroso. Los hombres de Simone no tardarían en buscarla, de eso estaba segura. Si su madre la veía, si su madre la alcanzaba… sería el fin. El sufrimiento de perder a su padre ya era insoportable, y no podía permitir que su madre cargara con más. La pequeña iglesia del pueblo, la misma donde había pasado tantos momentos de felicidad en su niñez, ahora se alzaba ante ella como un recordatorio cruel de lo que había perdido. El aire había sido espeso, cargado