Greta estaba sentada al lado de la cama de Simone, su mano apenas rozando la de él, su mirada fija en el rostro de su esposo. El sonido de la puerta abriéndose rompió el silencio de la habitación. Uno de los guardaespaldas de Simone asomó la cabeza, indicando que alguien había llegado. —Señora, alguien quiere verla —murmuró el guardaespaldas, su voz baja sin querer interrumpir. Greta levantó la vista, inquieta, y en ese momento su corazón se detuvo por un instante. En el umbral de la puerta, su hermano mayor estaba de pie, mirándola con esos ojos fríos que siempre la hacían estremecer. El miedo subió por su columna, y sintió el estómago revolverse. Su hermano, Giulio Salvo, era alguien a quien siempre había temido, incluso cuando eran niños. Su crueldad, su frialdad, eran algo de