Capítulo 5: Prisionera

2438 Words
Ginevra despertó sobresaltada, su respiración agitada y el sudor frío cubriendo su frente. Apenas pudo enfocar la vista en la oscura habitación, pero pronto distinguió la figura imponente de Simone, sentado en una silla al pie de la cama. Sus ojos verdes, fríos y calculadores, la observaban en silencio, mientras tamborileaba sus dedos en el brazo del sillón, como un depredador que disfruta del miedo de su presa. —Finalmente despiertas —dijo Simone, su voz baja, cargada de una peligrosidad latente. Estaba enojado, pero al menos la había recuperado. El corazón de Ginevra latía con fuerza en su pecho, recordándole que estaba nuevamente atrapada. Hace dos años, había llegado a Catania con sueños de estudiar y de explorar el mundo fuera de su pequeño pueblo costero. Había sido ingenua al pensar que la vida sería simple, sin conocer los peligros que la esperaban. Todo comenzó con su compañera de cuarto, Ana, una chica aparentemente inofensiva, que resultó estar conectada con la mafia. Fue Ana quien la presentó a Simone, su primo, y desde el primer momento en que lo vio, Ginevra sintió que su vida estaba a punto de cambiar, aunque no sabía cuán profundo sería ese cambio. Al principio, Simone la deslumbró con su elegancia y el poder que parecía emanar de cada uno de sus movimientos. Él era el tipo de hombre que hacía que todos los demás parecieran insignificantes. Pero tras unos meses de noviazgo, Ginevra descubrió la oscuridad que él escondía tras su fachada de hombre de negocios. Simone era controlador, posesivo hasta el extremo, y disfrutaba de tener a las personas bajo su poder. Lo que comenzó como una relación apasionada y excitante pronto se convirtió en una pesadilla. Él la apartó de su familia, la obligó a dejar la universidad y la mantuvo aislada de cualquier contacto exterior. Simone no solo controlaba su cuerpo, sino también su mente y su vida entera. —Has estado huyendo de mí, Ginevra —continuó Simone, levantándose lentamente de la silla. Su voz era suave, casi acariciante, pero cada palabra estaba llena de una amenaza implícita—. Pero sabes que no puedes escapar. No de mí. Se acercó a la cama, y Ginevra sintió un escalofrío recorrerle la columna. Intentó moverse, pero sus muñecas estaban atadas a los barrotes de la cama con cintas de seda que, a pesar de su suavidad, no cedían. Simone alargó la mano y le acarició el rostro, sus dedos recorriendo la línea de su mandíbula hasta llegar a su labio inferior, donde la piel estaba partida. Una pequeña herida. —¿Quién te hizo esto? —preguntó, susurrando cada palabra con una suavidad que era más aterradora que un grito—. Dime quién fue para que lo mate ahora mismo. Ginevra cerró los ojos, negándose a responder. Sabía que cualquier cosa que dijera sería usada en su contra. Simone inclinó la cabeza, como si estuviera evaluando su silencio. Luego, su mano se deslizó hacia su cuello, rodeándolo con sus largos dedos, apretando ligeramente, lo suficiente para recordarle quién tenía el control. —Entonces mataré a todos los que te buscaban —gruñó, su voz ahora más baja, más amenazante, mientras su pulgar acariciaba el corte en su labio con una ternura que se sentía profundamente equivocada—. Nadie te hará daño excepto yo. Ginevra abrió los ojos de golpe, su mirada llena de desesperación. —Solo... déjame, por favor, ¡déjame! —su voz se rompió en un sollozo, la desesperación filtrándose en cada palabra—. Me has arruinado, me tienes encerrada como si fuera tu maldita mascota y no me dejas ir. ¡Quiero irme! —Gritó, aunque sabía que era inútil. Simone no dijo nada. En lugar de eso, continuó acariciando su cabello con una calma aterradora, sus dedos desenredando los mechones enredados. Poco a poco, Ginevra sintió que su resistencia se desmoronaba, sus gritos ahogados en un susurro de desesperación. —Sé que te vas a casar —murmuró finalmente, su voz apagada por la resignación. Simone la miró con una mezcla de burla y algo más oscuro, algo que solo él podría entender. —¿Estás celosa? —preguntó, su tono lleno de un retorcido placer—. Solo soy tuyo, il mio cuore è tuo, es un matrimonio de poder. Greta es un accesorio a mi lado, algo que su padre me dio. Il mio amore sei tu, Ginevra. Mientras hablaba, se sentó en el borde de la cama, liberando las manos de Ginevra de sus ataduras. Sin embargo, no le dio tiempo para reaccionar; en un movimiento fluido, la levantó y la colocó sobre sus piernas. Sus labios se encontraron de nuevo, pero esta vez no hubo dulzura en sus besos. Fueron besos hambrientos, llenos de posesión, como si quisiera consumirla por completo. Sus manos se movieron con urgencia, recorriendo el cuerpo de Ginevra con la misma avidez con la que un depredador devora a su presa. Ella intentó resistirse, su cuerpo rígido en sus brazos, pero Simone era implacable. Su mano se deslizó bajo la tela de su falda, levantándola hasta sus caderas, mientras la otra se enredaba en su cabello, tirando de él para inclinar su cabeza hacia atrás, obligándola a exponer su cuello para él. Ginevra sabía que estaba perdida. Su cuerpo, traicionero, respondía a las caricias de Simone, a pesar de que su mente gritaba que huyera. Pero había algo en la b********d con la que él la tocaba, en la intensidad de su deseo, que la mantenía atrapada, como si la rudeza de sus gestos fuera la única verdad que le quedaba en este mundo. Simone apartó sus bragas con un tirón brusco, y antes de que pudiera prepararse, la penetró de un solo golpe, profundo y duro, arrancándole un gemido que mezclaba dolor y placer. No hubo gentileza en sus movimientos, solo una necesidad salvaje de reclamarla, de recordarle a quién pertenecía, que aunque huyera, volvería de nuevo a sus brazos, incluso si no era por voluntad propia. La sostuvo firmemente por las caderas, marcando su ritmo sin consideración, como si cada embestida fuera un castigo y una promesa al mismo tiempo, era suya, solo suya y ella tenía que tatuárselo en la memoria. Ginevra se aferró a sus hombros, sus uñas clavándose en la tela de su camisa, mientras su cuerpo se movía al compás del de él. Cada choque de sus caderas era una declaración de poder, una verdad, saber que no había escape, no mientras Simone tuviera aliento. —Sei mia, Ginevra, solo mía —jadeó Simone contra su oído, sus palabras llenas de una pasión oscura, casi enfermiza. El ritmo de Simone se intensificó, sus embestidas volviéndose más salvajes, más urgentes, como si quisiera borrar cualquier pensamiento de resistencia en ella, volverla débil, menguar sus fuerzas, su resistencia, pero también amaba esa fuerza, su deseo de escapar, porque él le estaba tomando placer a cazarla, traerla de regreso y hacerla suya… demostrarle a quién pertenecía. Y Ginevra, atrapada entre el miedo y el deseo, se entregó a ese frenesí, su cuerpo respondiendo con la misma intensidad. —Simone… —Estoy, estoy aquí, Ginevra, ninguno de los dos iremos a ninguna parte—dijo, lamiendo su cuello. Al final, ambos cayeron sobre la cama, sus cuerpos exhaustos y enredados, su respiración entrecortada llenando el silencio que quedó tras el último gemido que salió de los labios de Ginevra. Simone se apartó lentamente, pero no antes de plantar un beso en la frente de Ginevra, un gesto que se sintió tanto como una bendición como una maldición. —Recuerda, amore mio, no importa lo que pase, siempre serás mía —dijo en un susurro antes de levantarse de la cama. Ginevra lo observó mientras él se ajustaba la ropa, su corazón aún latiendo con fuerza por la intensidad de lo que acababa de ocurrir. Simone era un hombre que no conocía límites, y ese pensamiento la llenaba de un terror que, de alguna manera, también era su única certeza. Sin mirar atrás, Simone salió de la habitación, dejándola sola con el caos que había desatado en su interior. Cuando la puerta se cerró tras Simone, el silencio de la habitación cayó sobre Ginevra como una pesada manta. Permaneció inmóvil por un momento, escuchando el eco de sus propios pensamientos, mientras el miedo y la desesperación se arremolinaban en su pecho. Finalmente, la tensión que había contenido durante el brutal encuentro se liberó, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Lloraba de impotencia, de rabia, lloraba porque había sentido placer en los brazos de su captor, en los brazos del hombre que la mantenía prisionera. Correspondía a él, a sus besos, a sus caricias. Con un gesto de resignación, Ginevra se desnudó, dejando caer la ropa al suelo en un desordenado montón, y caminó hacia el espejo de cuerpo entero que dominaba una de las paredes de la habitación. Observó su reflejo, examinando las marcas que Simone había dejado en su piel, cada una de ellas sumándose a las otras. Sus manos se deslizaron sobre sus senos, notando la suavidad de su piel, y luego recorrieron su cuello, donde sus dedos se cerraron instintivamente, simulando la fuerza con la que Simone solía sujetarla en uno de sus frecuentes ataques de celos o enojo. Cerró los ojos, reviviendo en su mente esas veces en que Simone la había tomado con tanta fuerza que casi la había dejado sin aliento. El recuerdo de esos momentos la hizo sollozar con más fuerza. Las lágrimas caían incontrolablemente mientras el dolor y el placer se mezclaban en su mente, dejándola más confundida y rota. De repente, como si la necesidad de escapar de sus propios pensamientos fuera más fuerte que cualquier otra cosa, Ginevra corrió hacia el baño. El lugar era deslumbrante, una verdadera jaula de oro. Mármol blanco en las paredes, grifería dorada y un jacuzzi lo suficientemente grande como para perderse en él. Para cualquiera, este baño sería un símbolo de lujo, pero para Ginevra era solo parte de su prisión. Ella venía de una familia pobre, donde incluso las cosas más simples eran un lujo, y este exceso solo acentuaba su sufrimiento. Encendió la ducha y dejó que el agua caliente cayera sobre su cuerpo, mientras apoyaba sus manos contra la fría pared de mármol. Las lágrimas se mezclaban con el agua que caía, y Ginevra sollozaba en silencio, liberando toda la angustia acumulada. El calor del agua le ofrecía un consuelo efímero, pero no podía lavar la sensación de suciedad que sentía dentro de sí. Después de lo que pareció una eternidad, salió del baño, su cuerpo aún temblando por la mezcla de emociones que la consumían. Caminó hacia el enorme armario, sus pies descalzos haciendo eco en el suelo de mármol. Al abrir las puertas, se encontró con la vista de filas y filas de vestidos y atuendos lujosos, todos comprados por Simone. Cada prenda era tan costosa que le resultaba ridículo pensar en vestirse con ellas, cuando su familia apenas tenía para comer. Ginevra acarició la tela de uno de los vestidos, sintiendo la suavidad bajo sus dedos, pero ese gesto no le trajo consuelo, solo un dolor más profundo. Se sentó en la cama, el colchón hundiéndose suavemente bajo su peso. Guardó silencio, agudizando el oído para detectar cualquier sonido que indicara que alguien más estaba en la casa. La mansión era grande, pero Ginevra sabía que nunca estaba completamente sola. Sin embargo, esta vez todo parecía tranquilo. Con una valentía silenciosa, se levantó y arrastró un sillón pesado hacia la puerta, colocándolo allí para bloquear la entrada. La puerta de su habitación solo se abría desde fuera, y este era su único medio de asegurarse un mínimo de privacidad. Con el corazón latiendo con fuerza, se arrodilló junto a la cama y metió la mano debajo del colchón. Después de un momento de búsqueda, encontró lo que estaba buscando: un pequeño teléfono móvil, escondido y pegado a la parte inferior de la cama con cinta adhesiva, un secreto que había guardado celosamente durante semanas. Con el teléfono en la mano, corrió hacia el baño, cerró la puerta y lo encendió. La pantalla se iluminó, y Ginevra contuvo la respiración mientras revisaba sus correos electrónicos. Allí estaba, el mensaje que había estado esperando con tanta ansia. Con manos temblorosas, abrió el correo electrónico. Era una respuesta de una clínica en Palermo, donde había huido casi un mes atrás, cuando pensaba que podría estar a salvo de Simone, aunque solo fuera por un tiempo. La clínica especializada en subrogación y alquiler de vientres había respondido a su solicitud. El correo decía: De: Clínica de Fertilidad y Subrogación - Palermo Para: Ginevra Morello Asunto: Confirmación de Candidatura - Programa de Subrogación Estimada Srta. Morello, Nos complace informarle que ha sido seleccionada como candidata para nuestro programa de subrogación. Los resultados de sus pruebas médicas han sido positivos, y usted cumple con todos los requisitos necesarios para proceder con el proceso de selección final. Nuestra próxima etapa incluirá una reunión con el equipo médico y los futuros padres para discutir los detalles del contrato y los pasos a seguir. Entendemos la importancia y la responsabilidad de esta decisión, y estamos aquí para brindarle todo el apoyo necesario durante este proceso. Le pedimos que se presente en nuestra clínica en Palermo el próximo lunes a las 10:00 a.m. para una reunión informativa y para ultimar los detalles necesarios. Agradecemos su interés y compromiso con este proceso y esperamos trabajar juntos para asegurar el éxito del mismo. Por favor, no dude en contactarnos si tiene alguna pregunta o inquietud antes de su cita. Atentamente, Dr. Alessio Romano Clínica de Fertilidad y Subrogación - Palermo Las lágrimas volvieron a brotar de los ojos de Ginevra, pero esta vez no solo eran lágrimas de dolor, sino también de esperanza. Había sido elegida. Tenía la oportunidad de hacer algo diferente con su vida, de escapar del control de Simone y comenzar de nuevo. Pero sabía que esto no sería fácil. Simone estaba siempre vigilante, y ahora que había vuelto a atraparla, sería aún más difícil escapar. Ginevra sabía que tenía que intentarlo. Tenía que encontrar la manera de huir de nuevo, de llegar a Palermo y empezar ese proceso que, aunque no era ideal, le ofrecía una salida. Pero la idea de escapar le resultaba aterradora, sabiendo que Simone estaría alerta y que cualquier error podría costarle caro. Se secó las lágrimas, reuniendo todo el valor que podía, mientras comenzaba a planificar su próxima huida. No dejaría pasar esa oportunidad. ¡Tenía que regresar a Palermo!
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