Simone estaba sentado en la cama, su espalda ligeramente apoyada en las almohadas mientras esperaba; su mente ya estaba activa, buscando respuestas. Aunque su cuerpo aún estaba débil, su cabeza no dejaba de girar en torno a un solo pensamiento: Ginevra. Necesitaba saber si su esposa, Greta, había dado alguna orden mientras él estaba ausente, sobre todo algo relacionado con la mujer que aún ocupaba su corazón. La puerta se abrió con un crujido, y Aurelio, su hombre de confianza, entró en la habitación. El alivio en su rostro fue evidente al ver a su jefe despierto, recuperado. —Aurelio, —llamó Simone, su voz firme, aunque no tan fuerte como antes—, dime... ¿quién está buscando a Ginevra? ¿Greta dio órdenes de buscarla? La pregunta fue directa y cargada de preocupación. Simone temía que