Aurelio caminó por los pasillos del hospital con la información que sabía que su jefe, Simone, necesitaba escuchar. La búsqueda de Ginevra había sido intensa en los últimos días, y finalmente tenía algo que reportar. Al llegar a la puerta de la habitación, se detuvo un segundo, respirando profundo antes de entrar. Empujó la puerta suavemente, pero al abrirla, vio a Simone acompañado de Greta, su esposa, sentada al borde de la cama. Simone y Greta parecían estar inmersos en una conversación íntima, y aunque Aurelio sabía que su noticia no podía esperar mucho, la presencia de Greta lo hizo dudar. —Signore —saludó Aurelio, haciendo una leve inclinación de cabeza—. Volveré más tarde. Greta levantó la mirada, notando el gesto de Aurelio y sintiendo una punzada de curiosidad que no podía