Aurelio se acercaba a la oficina de Simone. No sabía ni cómo decirle a Greco lo que había sucedido, tenía esperanzas de darle buenas noticias, pero su hombre le había fallado. Aurelio, el hombre de confianza de Simone desde hacía años, llevaba noticias que sabía que encenderían una furia incontenible en su jefe. Golpeó la puerta suavemente, pero no esperó respuesta antes de entrar. Simone estaba de pie frente a la ventana. —Simone… —comenzó Aurelio, con cautela. No había manera fácil de dar aquella noticia. Simone no se movió, su cuerpo rígido como una estatua, pero su voz fue un susurro afilado. —¿La han encontrado? —Era lo único que necesitaba saber, no nada más. Luego de una larga búsqueda, al fin se sabía algo de ella, lo único que deseaba correr hacia allí y buscarla él mi