El señor miró a través de la cortina tan lleno de miedo.
Los hombres de Simone Greco estaban en su sala, esperando.
Estaban allí para llevarlo a ver a su hija, Ginevra.
Su esposa, de pie junto a él, sostenía su brazo con una fuerza casi desesperada. Sus ojos, llenos de miedo, imploraban en silencio que tuviera cuidado, que no hiciera nada que pudiera ponerlos a todos en peligro.
Él la miró con un gesto de comprensión. Sabía que su esposa sufría, pero también sabía lo que debía hacer. Se inclinó hacia ella, asegurándose de que nadie más pudiera escuchar.
—Prepara todo y no digas nada a nadie —susurró con una calma que no sentía.
Ella asintió, las lágrimas cayendo silenciosamente por sus mejillas. Mientras tanto, él tomó el arma que había escondido, la misma que había metido en el bo
