Ginevra no había dejado de llorar en toda la noche. Su llanto era profundo, desgarrador, Simone la observaba, incapaz de consolarla, sabiendo que ninguna palabra ni gesto podía aliviar el sufrimiento que su pérdida le causaba. El padre de Ginevra, asesinado en una emboscada, era una carga que Simone llevaba en el corazón, pero no podía detenerse. El deber lo llamaba. La guerra seguía. Los hombres de Angelo lo presionaban cada vez más, y aunque deseaba quedarse a su lado, velando por ella, no podía. Su imperio estaba al borde del colapso, y si no actuaba, lo perdería todo. A la mañana siguiente, el cansancio lo abrumaba. No había dormido nada, y por lo que sabía, Ginevra tampoco. Su llanto se había debilitado, pero el dolor en sus ojos no. Los hombres de Simone ya se estaban enc