Ya no soportaba más.
Había llegado el día.
La habitación estaba envuelta en sombras, y el aire se sentía espeso, casi insoportable.
Ginevra, de pie junto a la ventana, observaba a los hombres de Simone vigilando la casa. Sabía que no estaba realmente libre, que nunca lo estaría mientras él siguiera allí, controlando cada aspecto de su vida, cada respiro. El peso del arma, oculta bajo su ropa, le parecía cada vez más pesado, como si supiera lo que estaba a punto de hacer.
El rugido del coche de Simone al detenerse frente a la casa resonó en sus oídos, pero ella no apartó la mirada del exterior.
Sentía su presencia incluso antes de que cruzara la puerta. Sus ojos se encontraron por un breve segundo cuando él entró.
—¿Podemos estar solos…? No soporto la presencia de todos ellos—dij
