Salvatore la había visto por primera vez hace un tiempo. Estaba allí junto a su hermano, Angelo Queen, el hombre que dominaba Palermo con la misma fuerza con la que un león acecha su territorio.
Ese día, sus ojos se encontraron por apenas unos segundos.
Renata Queen tenía algo en la mirada que lo atravesó. Sus ojos negros, profundos, brillaban con una intensidad peligrosa, una oscuridad que podría devorar a cualquiera que se atreviera a mirarlos demasiado tiempo, pero de una manera placentera, agradable, llena de luz. Pero Salvatore, siendo el hombre calculador que era, no se permitió mirar una segunda vez. Sabía bien que jugar con fuego podía quemarlo, y Renata era una llama que ardía con demasiada fuerza.
Sin embargo, desde aquel momento, ella quedó clavada en su mente. Había tratad
