Ginevra caminaba por el pasillo de la clínica, su paso inseguro y la muleta apoyada con firmeza en el suelo blanco y brillante.
Los nervios le recorrían la piel como pequeñas descargas eléctricas. Sabía que no había vuelta atrás.
Frente a la puerta, se detuvo un momento, respiró hondo y esperó a que alguien viniera a buscarla.
Alessia apareció segundos después. Con su mirada siempre calculadora y su porte impecable, la organizadora de la clínica le ofreció una sonrisa.
—Los futuros padres desean conocerte antes de la transferencia —dijo suavemente, como si la idea no fuera gran cosa.
Ginevra asintió. No sabía qué decir. No tenía mucho que ofrecer, excepto su cuerpo, un vientre dispuesto a llevar un hijo que no era suyo. Pero algo en la idea de conocer a esas personas la inquietaba
