El miedo nos vuelve débiles; y la duda nos hace perder muchas veces lo que más queremos. Pero eso no lo entendí, sino hasta dos meses después que sucedió el incidente que cambiaría mi vida.
Pero eso era adelantarnos a los hechos, ¿No es así?
Pierre Corneille una vez dijo: "Cada instante de la vida es un paso hacia la muerte"
Sabía con certeza que mi paso por este mundo no iba a ser duradero, cada vez que tenía que mezclarme entre las sombras para ir a cumplir con el maldito deber que yo misma había puesto sobre mis hombros, me acercaba un paso más, a ese abismo al que todos le tememos; cada vez que veía a mi padre sonreírme, después de que me llamase la atención por pelear con mi madrastra, era mi tortura, puesto que cada día sabía el segundo en que saldría de casa, pero no conocía si volvería, o si simplemente un día de estos iba a encontrarme tirada en un callejón sin aliento.
No le temía a la muerte, tampoco significaba que iba a forzarla a que me alcanzara, pero también sabía que en el momento en que se le ocurriera arrastrarme, sería el tiempo en que dejaría de preocuparme si la policía me encontraría esta vez, o si la bruja de mi madrastra jodería mi poca paciencia.
Pero había algo a lo que sí le temía: dejar a mi padre solo con ese trío de brujas.
—En hora y media debemos de estar con Leo —afirma Thiago, sin dejar de acariciar mi espalda.
Después de haber peleado con mi madrastra, había tomado el autobús que me llevaba hasta la pequeña choza de Thiago; solo el estar a su lado lograba calmar mi ansiedad y las ganas que me daban de estrangularla. Ahora me encontraba en el sofá, acostada sobre su pecho, solo escuchando los suaves latidos de su corazón.
—Sí —forcé una sonrisa, levantando mi rostro para verlo—. No te preocupes, mi amor. Todo saldrá bien.
Él tragó grueso, después una sonrisa torcida apareció en su rostro. Sabía que Thiago odiaba esta vida. Aunque dijese siempre lo contrario, tenía la certeza que cada vez que nos hacían un encargo, se encontraba muy asustado. Por lo que yo nunca podría llegar a perdonarme el hecho de que un chico tan bueno como él, haya echado una vida tal vez llena de éxito a la basura, solo para permanecer a mi lado y protegerme.
—Claro que sí —me guiñó un ojo y levantó mi barbilla para besar mis labios.
Entrelacé mis piernas con las suyas, mientras le seguía al beso. Levanté una mano y acaricié su mejilla, a la vez que le permitía a su lengua entrar a mi boca y así quitarme el aliento. Llevó ambas manos hasta mi cintura, donde me impulsó para que mi cuerpo estuviera completamente sobre el suyo, se sentó, dejándome a mí a horcajadas sobre sus piernas. Gemí contra sus labios cuando sus manos se deslizaron bajo mi blusa, hasta llegar a la parte trasera de mi sujetador, para después desabrocharlo. Metí mis dedos en su cabello y arquee mi espalda ante el contacto de sus suaves dedos contra mi piel. De pronto, la necesidad de sentir a Thiago completamente dentro de mí, comenzó a invadir cada partícula de mi cuerpo. Alejé mis labios de los suyos, mientras me dedicaba a inhalar pesadamente. Su mirada estaba inyectada en deseo, e imaginaba que la mía estaría igual, así que solo bajé mis dedos sobre su pecho, hasta llegar al dobladillo de su camiseta.
No creía que llegase el día en que llegara a aburrirme de él.
—Tenemos hora y media —murmuré, al jalar de su camiseta hacia arriba.
Él siguió observándome con una expresión divertida en su rostro, una nueva sonrisa torcida se abrió paso en sus labios, a la vez que levantaba sus brazos para que su camiseta pasara sobre su cabeza. Bajé mi mirada hacia sus bien proporcionados pectorales. No es que Thiago tuviese el cuerpo de muerte que posee Zac Efron, pero para mí, él es perfecto tal y cual es.
Deslicé mis labios por su cuello, seguidos de las caricias de mis dedos en su pecho y abdomen, sonreí, al sentir como los músculos de su cuerpo se tensaban con el contacto de mis caricias. No dijo nada, solo cerró los ojos y me permitió que yo llevase el control. Sus dedos se clavaron en mi cadera, haciéndome jadear a la vez que me acercaba más a él, sintiendo como el bulto en sus pantalones era cada vez más notable. Acaricié su cabello y volví a besarlo. Sus manos llegaron hasta mi trasero, donde me sostuvo para después levantarme junto con él y así caminar hacia su habitación.
Segundos después, la poca ropa que aun llevábamos con nosotros, había caído al suelo, mientras ambos caíamos en la cama envueltos en besos y caricias, demostrándonos el uno al otro lo mucho que nos pertenecíamos.
(...)
Abrí mis ojos sobresaltada ante un incesante golpe en la puerta principal de la casa. Me senté de golpe, y miré a Thiago dormido a mi lado. Tallé mi rostro con ambas manos, incapaz de procesar el hecho de que nos hayamos quedado dormidos minutos antes de una nueva entrega. Si nuestra vida comenzaba a depender de pocos hilos gracias a nuestros errores, esos hilos estaban comenzando a romperse con mayor rapidez.
Saqué los pies de la cama, buscando mi ropa interior; después caminé a paso rápido hacia la sala, mientras pasaba una de las camisetas de Thiago sobre mi cabeza. Cuando abrí la puerta, mis ojos amenazaron con salirse de sus órbitas; ahí, frente a mí, se encontraba Leo, viéndome con un notable ceño fruncido antes de abrirse paso hacia el interior.
—¿Qué pasa, Skyler? Cada día me decepcionas aún más —gruñó, cruzando sus tobillos sobre la mesa de centro, después de sentarse en el sofá—. ¿Es más emocionante para ti estar cogiendo con tu noviecito a que tu papi tenga un negocio?
Jalé del dobladillo de la camiseta hacia abajo, tratando de cubrir mis muslos descubiertos.
—¿Qué haces aquí a todo esto? ¿Solo vienes a amenazarme?
Se encogió de hombros.
—Si Mahoma no va a la montaña... la montaña viene a Mahoma —sacudió su cabeza en repetidas ocasiones—. Me estás obligando a tomar medidas drásticas, chiquita —sus ojos marrones barrieron mi cuerpo de una manera tan enferma, que deseé poder extirparle las pelotas y sacarle los ojos con mis propios dedos—. Que suerte tiene ese maldito de Thiago, ¿No es así?
—Deja de mirarme de esa manera, Leo —espeté, haciendo una mueca de asco.
—Si no quieres que te vea, al menos debiste de haberte puesto algo más de ropa —arqueó una ceja, sin dejar de verme las piernas—. ¿Lo disfrutaste? ¿Thiago es capaz de satisfacerte mientras está entre tus piernas?
—¡Ya basta! —elevé la voz, a lo que el sujeto soltó una carcajada.
—Deja de fastidiar a mi novia, Leonardo. Y será mejor que vuelvas a meter tu lengua dentro de tu boca, pareces un perro con sed —le dijo Thiago, entrelazando sus dedos con los míos—. Ve a ponerte un poco más de ropa, preciosa. Yo me encargo.
—No voy a dejare solo.
—Anda, no me gusta que te vean de esa manera —me sonrió, antes de besar mi frente y después liberarme.
Prácticamente corrí hacia la habitación, donde me coloqué lo primero que mis dedos tocaron en el armario, resultando ser unos holgados shorts para hacer ejercicio. Cuando volví al lado de Thiago, éste se encontraba observando fijamente a Leo, quien se paseaba por el lugar mirando detenidamente todo a su paso. El sujeto caminaba con tanta libertad, como si estuviera en su propia casa. Thiago apretó mis dedos y tragó grueso.
—Se nos fue la noción del tiempo, nuestro plan siempre fue ir a verte —afirmó Thiago, mirando como Leo tocaba una de las fotografías que tenía de su familia sobre el televisor.
—¿Ellos son tus padres? ¿Dónde viven?
—Eso a ti no te importa —espetó mi novio.
Leo sonrió siendo sarcástico. —Parecen ser una linda familia; sería una lástima que algún día llegue a encontrarlos.
—¿Qué quieres? —cuestioné, tratando que el timbre de mi voz se escuchara normal.
Leo se detuvo frente a ambos y pasó una mano por su cabello oscuro.
—Quiero el dinero que me hicieron perder anoche.
—No tenemos dinero.
—Entonces deberán conseguirlo, Skyler. Tienen una semana para entregarme el valor que iban a pagar por esos kilos de coca.
Tragué grueso y cerré los ojos.
—Son tres mil dólares, Leo; ¿Cómo carajos pretendes que vamos a conseguir ese dinero en una semana?
—Róbalo. Eres experta en abrir casilleros, ¿No es así? En tu colegio hay mucho dinero.
—¿Y si no lo conseguimos? —indagó Thiago, abrazándome de forma protectora.
—Puede que el taller de papi se encienda como una linda antorcha.
—No —dije en un susurro—. Con mi padre no te metas. Voy a conseguir tu maldito dinero.
Un asentimiento de aprobación de su parte fue su respuesta, antes de girarse y caminar hacia la puerta.
—No tienen la noche libre; hay un sujeto llamado Pablo, de la zona norte, que me debe dos mil dólares, vayan por mi dinero y los veré en el depósito cerca de la media noche.
Después solo tiró la puerta.
Me detuve cerca de la ventana, viéndolo entrar en su lujoso Camaro plateado, para después salir a toda velocidad; en un principio me cuestioné si era audito temerle a un sujeto de baja estatura, gordo y, aparentemente inofensivo. Pero después de la ocasión en que lo miré asesinar a sangre fría por no recibir lo que deseaba, entendí el respeto que debía tenerle.
—Vamos, Sky. El tiempo corre.
(...)
Di una calada al cigarrillo, mientras me apoyaba en la vieja Harley negra perteneciente a Thiago. Ambos estábamos fuera de una academia de música, donde todos los niños pijos que no tenían en que gastar su dinero, venían a aprender el "arte de la música clásica".
Thiago se encontraba jugando con una piedrecilla, lanzándola de una mano a otra, sin perder de vista la entrada de la academia.
Froté mis manos contra la mezclilla de mis pantalones; eran cerca de las 9 de la noche, y, el incontrolable frío de la famosa ciudad de los vientos, estaba matándome de manera tortuosa.
—Es él —dijo Thiago, señalando hacia un pelirrojo larguirucho que salía sosteniendo un violín sobre su hombro, además de mantener el teléfono presionado en su oído.
Di una nueva calada, y después tiré el cigarrillo para aplastarlo con mi zapato.
—Yo voy por él.
Me adelanté y caminé a paso rápido hacia el chico, camuflándome entre las sombras del estacionamiento. Llevé mi mano hacia la parte trasera de mis pantalones y tantee mi arma con suavidad.
El chico iba tan absorto en su llamada, que no se percató de mi presencia. Agarré su mano libre desde atrás, y lo empujé contra uno de los lujosos autos que estaban estacionados. Su teléfono voló, mientras él trataba de defenderse inútilmente.
—Te tengo un trato, Pablo. O me pagas ahora el dinero que le debes a Leo, o te romperé algo.
—¿D-dinero? —jadeó el chico, mientras sus manos comenzaban a temblar como gelatina.
—Sí, ya sabes. Los dos mil dólares que le debes de la última entrega —dijo Thiago despreocupadamente, mientras saltaba al capó del auto y empujaba la cabeza del pelirrojo con su zapato.
—No... no sé de qué hablan —apreté sus manos contra su espalda y suspiré fastidiada.
Esa era la misma canción que todos solían recitar: "No sé de qué hablan"
—Vamos, Pablo —Thiago se agachó para levantar la mandíbula del chico con una mano—. Sé que eres un sujeto inteligente y no dejarás que ella te lastime, ¿Cierto?
Mordí mi labio inferior, conteniendo una sonrisa. Cada vez que salíamos a realizar este tipo de encargos, siempre era lo mismo; Thiago solía actuar como el niño bueno que se encargaba de darles una oportunidad, mientras yo actuaba como la perra despiadada que los amenazaba con dejarlos sin pelotas.
—Venga imbécil. No nos hagas perder más el tiempo; si no quieres pagar, pues entonces deberías de dejar de meter esas porquerías a tu organismo —continuó hablando Thiago.
—¡No tengo el dinero, joder!
—¿Este es tu auto? —cuestioné, viendo con admiración al lindo Audi, que ni en mis mejores sueños tendría.
—Sí.
Saqué mi arma y sin pensarlo rompí uno de sus vidrios con la culata. Patrick dejó salir un pequeño grito de terror, lo que ocasionó que Thiago rompiera en carcajadas. Tal parecía que el auto era como su madre.
—Si no me das el maldito dinero, lo próximo que se romperá, no será otra ventana de tu auto. Y para que veas que soy buena, dejaré que escojas que extremidad quieres que te rompa.
—¡No! —Exclamó con horror—. ¡Les daré el dinero, pero por favor, no me hagan daño!
Solté sus manos y retrocedí, dejándolo ahora a cargo de Thiago. Pocos segundos después, Thiago estaba trotando hasta alcanzarme, batiendo el dinero con una mano.
—No puedo creer que le hayas hecho eso al auto —murmuró.
—O era el auto, o era él —contesté con indiferencia.
(...)
Thiago dejó caer el dinero sobre la sucia mesa que estaba en el centro de la oficina de Leo. El chaparro elevó su mirada y dejó de lado el puro que tenía entre sus dientes.
—Nunca esperé menos de ustedes, muchachones —sonrió con suficiencia, recogiendo el dinero.
—Tendrás tu maldito dinero dentro de una semana; por lo pronto, déjanos en paz —gruñó Thiago, antes de guiarme hacia la salida del depósito—. No vas a robar nada, Skyler. Tú no eres una ladrona ¿De acuerdo?
Fruncí el ceño, viéndolo fijamente.
—¿Cómo vamos a conseguir el dinero?
Una sonrisa torcida apareció en sus labios.
—Deja que yo me encargue esta vez, Cenicienta.