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Sky Blue

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Blurb

Libro número tres de la serie universo de colores.

**

Al vivir toda la vida en los bajos suburbios de Chicago, se debe aprender a seguir dos simples reglas:

1. Aprende rápido.

2. Corre más rápido.

Aprender rápido porque bueno... si no aprendes las leyes que implantan las bandas que tratan de controlar nuestro humilde vecindario día con día, puede que termines con tu piel fría y tirada en un callejón.

Y el correr... si no aprendes hacerlo, terminarás en prisión. Porque ellos siempre estarán ahí, impidiendo que llevemos la mercancía que entregamos en los barrios aledaños, la cual nos da el dinero para poder mantener nuestras casas.

He tenido una vida semejante a Cenicienta: tengo un padre bueno y una madrastra junto a dos hermanastras horribles, pero la diferencia que existe entre la chica grasienta del cuento y yo... es que no habrá un príncipe azul que venga en mi rescate. Aquí, mi rescate correrá por mi cuenta.

Mi nombre es Sky Blue.

Y por absurdo que lo parezca, mi Cielo está lejos de ser Azul.

Portada: Andrea García ❤️

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Capítulo 01| "El comienzo"
—¡Corre! La voz de Thiago resuena en mis oídos, acompañada de la incansable sirena de la patrulla que nos había descubierto al entrar a ese viejo edificio a hacer un nuevo intercambio de productos con los Blood. Correr... esa pequeña palabra compuesta de seis míseras letras se había convertido en la palabra más utilizada por todos los miembros de The White Door, la banda a la cual pertenezco desde que tengo 14 años. Nuestra banda y la de los Blood, son las que se encargan de controlar todo el sur de Chicago en la compra y distribución de drogas a los niños pijos de los barrios altos del norte. Nunca quise esto para mí, solo quise llevar la vida de una adolescente normal, ir a la escuela, tal vez graduarme con honores y llegar a tener una profesión; pero es difícil cumplir esos sueños cuando mi padre, un hombre de cuarenta y cinco años que solo cuenta con un taller de autos para la manutención de su familia, decidió casarse poco tiempo después de haber enviudado. Él, sin lugar a dudas es la persona más buena que pudo haber nacido, su único error fue el haber contraído matrimonio con una bruja con dos hijas que no hacían más que pedir vivir como reinas. El dinero comenzó a escasear, ni siquiera veía en mi futuro terminar el instituto, por lo que, aceptar ser parte de los The White Door, fue la salida más rápida que encontré. Mi cabello se mueve con el viento al correr a todo lo que mis cortas piernas me dan. Voy a unos pasos detrás de Thiago, con el corazón latiendo a mil, ante la adrenalina que ha salido disparada por todo mi organismo justo cuando escuchamos las sirenas detrás de nosotros. —¡Venga, Skyler! ¡Tú puedes! —vuelve a gritar él, aminorando el paso para que pueda alcanzarlo. Su mano se envuelve en la mía y una sonrisa asoma en las esquinas de su boca, jalando de mí hacia un oscuro callejón que nos lleva a un basurero de autos viejos. No dejamos de correr hasta haber llegado al desierto lugar, lleno de oscuridad y podredumbre. Nos detenemos detrás de una vieja camioneta, respirando pesadamente mientras continuamos escuchando las incansables sirenas de la patrulla que venía por nosotros. Giro mi rostro hacia Thiago, recomponiendo mi compostura poco a poco. A pesar de que una mínima porción de luz de luna es la que nos llega, pude notar su blanca sonrisa, antes de que sus brazos rodeen mi minúsculo cuerpo. —Eso estuvo cerca —arguyo, hundiendo mi cabeza en su pecho empapado por el sudor—. Casi pude verme tras esos barrotes. —Antes de que eso suceda, tendrán que matarme, Cenicienta. Sonrío, apretando su cintura con mis manos, a la vez que me dejo llevar por la calidez de sus labios en mi frente. Antes de que Thiago se cruzara en mi camino, estaba sola en esto; él era un buen chico, el cual había decidido desviar su camino para proteger el mío. A pesar de que le había repetido en infinitas ocasiones que mi vida estaba llena de mierda, su terquedad hizo que permaneciera a mi lado, llevando y trayendo pedidos de los The White Door, a pesar de no tener una jodida idea de dónde se estaba metiendo. Pero bueno... ¿Qué tal si mejor empezamos esto desde el principio? ............ Seis meses atrás. Entro maldiciendo al taller de mi padre —no es como si acostumbrara hacer otra cosa últimamente —pero lo cierto es que aún me costaba creer que me hayan expulsado por cuarta vez en el semestre, era probable que perdiese el año escolar, ya el director me lo había repetido tantas veces que ya había perdido la cuenta, no era una excusa, pero si tan sólo esas niñas ricas dejaran de tratar de fastidiarme un sólo día, quizás pudiera dejar de golpearlas. Me detengo frente al Mercedes plateado que mi padre estaba revisando, pertenecía a un fulano rico que solía coleccionar autos de todas las marcas habidas y por haber. Tiro mi desgastada mochila al suelo cubierto de polvo y observo los desaliñados pantalones que cubren los pies del viejo que está bajo el auto. Puedo escuchar el ruido de las herramientas al mover o apretar un tornillo. —Hey viejo, me han expulsado otra vez —arguyo, pateando suavemente la suela de sus zapatos desgastados. Puse los ojos en blanco al no recibir la exhortación esperada. —Ese mal nacido que se hace llamar "Licenciado" me odia. Hoy sólo le di un empujón a la tipa plástica esa, Brittany. No es mi culpa que la niña de mami y papi sea tan débil y haya caído a la fuente. Escuché una débil risilla provenir desde abajo. Lo que me hizo fruncir el ceño, a mi padre no le divertía cuando venía contándole que le había pateado el culo a otra "niña popular" —¿No vas a decirme nada? Creo que perderé el año escolar. Lamento decepcionarte, pero no permitiré que una de esas, me trate de piojosa y drogadicta frente a casi toda la escuela —trago grueso, tragándome la rabia otra vez.  Todos en la escuela conocían la banda a la que pertenecía, nos observaban compartir cigarrillos en los tiempos de descanso, y reír a carcajadas al ver a los niños ricos discutir sobre quién rayó su preciado auto cuando había sido alguno de nosotros el que lo había hecho. Nos temían cuando estábamos en grupos, pero cuando me encontraba sola, era cuando comenzaba mi infierno. Los del sur somos como una familia, nos apoyamos los unos a los otros porque no nos queda de otra, es nuestra manera de sobrevivir. Y a pesar de que me encargaba de llevar drogas a cambio de dinero a otros barrios, nunca había ingerido otra cosa que no fuese un cigarrillo, he ahí el motivo del por qué me molestaba que me llamasen drogadicta. —Además —continúo quejándome—. Esa vieja que elegiste para sustituir a mi madre está a poco de volverme loca, no tolero que me trate como si fuese su maldita sirvienta —él continuó en un abrumador silencio que comenzaba a molestarme—. ¿Tienes algún cigarrillo? Volví a patear la suela del zapato de mi padre, continuó sin decir una sola palabra, tanto que si no fuese porque escuchaba el ruido de las herramientas bajo el auto, pensaría que habría muerto. Echo un vistazo a mí alrededor, mi padre no solía ser ordenado en su trabajo. Algunas veces solía utilizar su desorden a mi favor; era fácil intercambiar un poco de trabajo con tal de que su mal genio disminuyera. —Oye, está muy desordenado aquí, deberías de buscar a alguien que te ayude —camino hacia un herrumbrado mueble lleno de grasa, al pasar mis dedos me fue inevitable no hacer una mueca de asco—. Si no me castigas por haber sido expulsada, te ayudaré a ordenar. Me detuve frente a sus pies otra vez. —¿Al menos estás escuchando lo que digo? —jalo con mi pie la camilla con la que estaba bajo el auto. Un castaño con una llave Crique en su mano queda a mi vista. Las esquinas de su boca se alzaron en una sonrisa, mostrándome todos sus alineados y perfectos dientes blancos. Sus pupilas grises se clavan en las mías, mi boca está entreabierta mientras él continúa observándome con diversión. —¿Por qué no le has pateado el culo a ese mal nacido que se hace llamar "Licenciado"? —Cuestiona, apoyándose sobre sus codos en la camilla. Me fue inevitable no observar al extraño que estaba frente a mí, llevaba una camiseta blanca cubierta de grasa que se moldeaba perfectamente a unos gruesos brazos cubiertos de sustancias extrañas provenientes del auto al cual estaba revisando, unos jeans llenos de agujeros y desgastados decoraban unas largas piernas que antes sobresalían por debajo del auto, más un desordenado cabello castaño me instaba a que me inclinara a tocarlo. —¿Tú quién eres? —pregunto, parpadeando en varias ocasiones. —Queda claro que no soy tu padre, pero sí puedo darte un cigarrillo —me guiña un ojo, metiendo una mano dentro de uno de los bolsillos de sus jeans. Toma la cajetilla de cigarros entre sus dedos y me la ofrece—. Toma uno, rubia. Aunque debo de advertirte que muy probablemente mueras de cáncer de pulmón, cuando tengas unos 45 años. —No si llegan a matarme antes —balbuceo, sin poder despegar la mirada de la suya. El castaño sonríe con diversión, y abre su boca para decir algo más, pero una puerta al final del taller fue tirada de golpe interrumpiendo nuestra entretenida reunión; el viejo canoso de mi padre se abre paso entre las cajas de herramientas que tiene sobre el piso del lugar, revisando unos papeles que trae en sus manos. —¡Oh! Sky, ya estás aquí —masculle, dedicándome una cálida sonrisa antes de mirar el reloj en su muñeca y fruncir el ceño—. Son las 10: 33 am. ¿Qué estás haciendo aquí? —sacudo mi cabeza un par de veces, preparándome para repetir toda la historia de mi expulsión. —Sky me contaba que las clases fueron suspendidas durante la próxima semana, gracias a una plaga de ratas en Fairfield —el chico de ojos grises habla por mí, guardando nuevamente la cajetilla de cigarros en su bolsa. —¿Es cierto eso, Cielo? —indaga mi padre con curiosidad. Me obligué a dar un asentimiento, mientras trataba de colocar en mis labios la sonrisa más inocente e irresistible que podría sacar. —Sí, así es. —Nueva expulsión por otra pelea —gruñe, sacudiendo la cabeza—. Tu sonrisa de niña buena no me engaña. Mierda... y eso que había puesto todo mi empeño en sacar mi sonrisa más dulce. —Y tú, Thiago. Tienes prohibido tratar de encubrir a mi hija. Y también darle cigarrillos. —Sí señor —contesta, poniéndose de pie. Observo la grasienta mano que mantiene extendida hacia mí, sus ojos grises aún continúan escrutando en mi rostro, así que sonrío y acepto el saludo que me ofrece—. Soy Thiago Robles, es un placer, Skyler. ......................... Actualidad —¿Sabes que quiero hacer? Despego mi cabeza de su pecho para así elevar mi mirada y observarlo a sus ojos. Por experiencias anteriores, sabía que si no le preguntaba, aunque él supiese que ya yo esperaba la respuesta, no diría nada; así que sonrío y hablo. —¿Qué quieres hacer? —Quiero arrancarte la ropa, besar cada partícula de tu cuerpo desnudo, y por último, quisiera hacerte el amor sobre mi desaliñado sofá —arguye, pasando sus pulgares por mis mejillas.  Trago grueso sin dejar de ver directamente a sus pupilas grises, a este punto, había olvidado como respirar correctamente. A pesar de que llevaba saliendo oficialmente con él durante tres meses, no lograba acostumbrarme a su exceso de sinceridad, con la cual lograba ponerme nerviosa con facilidad. Una risa divertida sale de sus labios, mientras levanta mi barbilla con una mano. —Pero como estamos lejos de mi casa, me conformaré con besarte sobre el capó de este viejo auto. Sus manos llegan hasta mi trasero, donde me impulsa para que pueda envolver mis piernas alrededor de su cintura. Un jadeo se escapa de mis labios, cuando su hambrienta boca reclama la mía como su propiedad. Thiago tenía muchas facetas cuando compartíamos momentos eufóricos llenos de pasión; en un segundo podía besarme de una manera tan suave, como si fuese Augustus Waters, mientras que en otro, podía convertirse en una persona casi tan demandante, como el mismo Christian Grey. Gimo cuando su boca recorre mi cuello dándome pequeños mordiscos mientras él  trata de avanzar hacia el capó del auto donde me tiene presionada. Cuando mi espalda estuvo sobre el sitio donde él desea, una petulante sonrisa aparece en sus labios, a la vez que se cierne sobre mí. Aún me encuentro tan desorientada, al tratar de recuperar mi compostura, que no me había dado cuenta de lo que tenía en su mano. —Pero si has bajado la guardia otra vez, Cenicienta —habla, girando mi arma en su dedo índice. —Devuélveme eso —gruño, tratando de alcanzarla. Siempre solía hacer lo mismo; excitarme hasta el punto de que no me percatara del momento en que me despojara del arma. Amaba ver la molestia plantada en mi mirada cada vez que hacía algo como eso.  Su otra mano me presiona a su cuerpo, haciéndome contener el aliento una vez más, sigo con la mirada a mi arma, la cual estaba siendo depositada lejos del alcance de mis manos. —Odio besarte con ese aparato de por medio —jadea, encerrándome con sus brazos—. Me impide disfrutarte a como quisiera hacerlo. —¿No vas a devolvérmela? —Lo haré, justo cuando te lleve a casa a salvo —arguye, volviendo a besarme. Y de esa manera tan poco convencional, se resume mi vida entera. Noches largas trayendo y llevando mercancía, corriendo para que no me atrapara la policía, días estúpidos encerrada en un colegio de mierda donde no quería estar, y por último y el más importante, los pequeños momentos que pasaba atrapada entre los brazos de un chico que se decía llamar mi príncipe azul, el cual se encargaría de mi rescate de las llamas de ese infierno en el que vivía. Un infierno del cual estaba segura que ambos terminaríamos por hundirnos, antes de lograr librarnos. Hacía mucho había terminado de quejarme de la vida que me había correspondido vivir; después de todo, yo la había elegido así, sin necesidad de que alguien llegara a ponerme un arma en el sentido para obligarme a tomarla. Pero aun así, había algo de lo que nunca iba a arrepentirme de haber ganado con ello: a Thiago Robles.

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