Me levanté, mojé una toallita en el lavabo y me limpié el semen seco del pecho. Me lavé los dientes, me maquillé y volví al bar. Silvio me estaba esperando, con un brillo sádico en los ojos, y mi corazón dio un tartamudeo vicioso. Cuando hizo un ademán con la mano, se me cayó el estómago y me sudó la frente. Mis piernas parecían de plomo mientras avanzaba a ciegas hacia él, con el pánico creciendo a cada paso.
Me agarró por el cuello y tiró de mí hacia él cuando estuve a su alcance. La energía que le rodeaba era feroz y me tragué un gemido. Me tiró de la falda por encima de las caderas y me cayó a los tobillos. Sus manos agarraron el dobladillo de la camiseta, me la quitó de un tirón y me quedé desnuda en el bar. Quizá Silvio no había recibido el memorándum. No se suponía que me follaran, o más probablemente, no se aplicaba a él. Silvio hacia lo que Silvio quería, e incluso Thiago era lo suficientemente listo como para tenerle un poco de miedo. Me obligó a sentarme en un taburete y se colocó detrás de mí. Sentí un cosquilleo en la columna y se me erizó el vello de la nuca. Sus manos se deslizaron por mis muslos y Silvio me agarró las rodillas, abriéndome las piernas de un tirón.
Estaba confusa y aterrorizada a partes iguales. Con Silvio detrás de mí, me estaba abriendo a exhibirme para otra persona, pero no había nadie en el bar. La puerta del bar se abrió, y un hombre se balanceó en la puerta silueteado por la luz del sol y mi corazón se hundió.
Mi padre entró en el bar borracho o drogado, probablemente ambas cosas, seguido por el pequeño protegido de Silvio. Jovani. Jovani cerró la puerta y empujó a mi padre para que se acercara. Apenas podía mantenerse en pie y se acercó a nosotros con paso inseguro.
Silvio me tomó ambas manos y me las sujetó con fuerza por detrás de la cabeza. Su otra mano me rodeó la garganta, ejerciendo suficiente presión para resultar amenazador.
—Oscar—, ronroneó Silvio mientras mi padre se acercaba.
Los ojos de mi padre estaban apagados y desenfocados. El olor a alcohol impregnaba el aire. Estaba muy ido.
—Eres tan buen cliente. Pensé que te merecías probar nuestro coño de primera—. Silvio ofreció.
Respiré agitadamente cuando la mano de Silvio abandonó mi garganta y se deslizó hacia abajo, deteniéndose en mi pecho y apretándolo un par de veces antes de que su mano se colara entre mis piernas y me metiera dos gruesos dedos en el coño, haciendo ademán de follarme con los dedos.
Los ojos de mi padre seguían la mano de Silvio mientras bombeaba dentro y fuera de mí, y el bulto en sus pantalones se hizo más grande. Se tambaleó hacia delante.
—No pa..— Empecé a suplicar, cuando la mano de Silvio subió y se cerró alrededor de mi cuello. Me apretó la garganta con fuerza, ahogando mi súplica. Manchas oscuras bailaron frente a mis ojos mientras Silvio me cortaba el oxígeno y mi visión se hacía un túnel. Sacudí los brazos débilmente, pero no era rival para la fuerza de Silvio, que continuó asfixiándome hasta la sumisión. Justo cuando creía que me iba a desmayar, Silvio me soltó la garganta y aspiré desesperada mientras su mano me tocaba el pecho, levantándolo como una ofrenda al pedazo de mierda de mi padre.
—Ven, prueba—. Engatusó.
Mi padre se frotó su creciente erección con una mano mientras con la otra temblaba al estirar la mano y apretarme el pecho. O estaba demasiado ido, o no le importaba, estaba a punto de follarse a su hija. Una parte de mí se preguntaba si no le importaba. Me había llamado puta justo antes de venderme a Thiago, sabiendo exactamente lo que me iba a pasar.
Su boca se aferró a mi pezón y lo mordió con tanta fuerza que grité. Todavía tenía los pechos doloridos e hinchados por el bombeo, el dolor me recorrió y me paralicé. La mano de Silvio volvió a rodearme la garganta y apretó en señal de advertencia mientras las codiciosas manos de mi padre me manoseaban y me chupaba el pezón como si no pudiera saciarse.
—Vamos—. Silvio sacó mi pecho de su boca.
Mi padre me metió un dedo en el coño e hice una mueca de dolor ante su torpe penetración. Cuando me metió un segundo dedo, apreté los ojos e intenté fingir que no estaba pasando nada. Si mantenía los ojos cerrados, podría sobrevivir a esto y no se grabaría en mi memoria para siempre.
—Abre los ojos—, gruñó Silvio junto a mi oreja, el sonido me produjo un escalofrío involuntario. —¿No quieres ver cómo papá se folla a su princesita?
Mi padre sacó los dedos y se los chupó, y mi estómago se revolvió con una nueva oleada de náuseas. Ni siquiera reconocía al hombre que tenía delante.
—Sabe bien—. Balbuceó y Silvio se rio.
—Sólo lo mejor para ti, Oscar.
Gemí cuando mi padre se bajó la cremallera de los pantalones, sacó su pene completamente erecto y me lo palmeó. Intenté cerrar las piernas y Silvio volvió a cortarme el suministro de aire. La oscuridad bailaba en los bordes y pensé que probablemente sería mejor que Silvio me matara. La falta de oxígeno debilitaba mis músculos y no tenía energía para cerrar las piernas o luchar.
Silvio se acercó y susurró contra mi oreja. —No te desmayes. Quiero que veas esto.
Mi padre empuñó la v***a e intentó alinearla con mi entrada, y yo forcejeé en un pánico ciego, desesperada por escapar de él. Se abalanzó sobre mí, pero falló, demasiado borracho e inestable para empujar hasta el fondo. Dejé escapar un silbido cuando Silvio me enredó la mano en el pelo, sujetándome la cabeza, y me obligó a mirar.
No tuve tanta suerte la segunda vez, y vi con horrorizada fascinación cómo mi padre se hundía dentro de mí. Se me revolvió el estómago al contemplar el lugar donde se unían nuestros cuerpos. Hubiera vomitado, pero ya no me quedaba nada en el estómago y, en vez de eso, vomité en seco.
—Dile a tu papi lo mucho que te gusta—. Silvio instruyó.
Sacudí la cabeza y Silvio me tiró del pelo con tanta fuerza que me arrancó un mechón. No pude reprimir el aullido de dolor cuando me ardió el cuero cabelludo.
—Díselo. O dejaré que tu hermano pequeño mire la próxima vez. Puede que incluso te deje hacerle un hombre—. La amenaza en la voz de Silvio era clara y el miedo me arañó la garganta mientras mi sangre se convertía en hielo.
—Me encanta, papá—, susurré con los labios entumecidos.
—Esa es una buena princesa. Escucha eso Oscar, a ella le encanta cuando le das tu carne.
Mi padre me follaba con movimientos espasmódicos y descoordinados mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Por más que lo intentaba, no podía dejar de ver cómo desaparecía con cada embestida. Intelectualmente, sabía que me estaba follando, pero estaba insensible, como si fuera un observador externo que lo veía pasar, en lugar de experimentarlo. Su pene me penetraba y sus huevos me golpeaban, pero yo estaba extrañamente desconectada de la sensación.
—Para—, supliqué repetidamente como un mantra desesperado, pero nadie me escuchaba.
Silvio le hizo un gesto a Jovani y éste empezó a hacer fotos de mi padre follándose a su propia hija. Thiago sería ahora el dueño de mi padre, y no habría escapatoria.
—Qué coño más preciado, ¿verdad?—. Silvio incitó a mi padre. Él gruñó y sus embestidas se volvieron más erráticas a medida que se acercaba al clímax.
—Por favor, no dejes que se corra dentro de mí—, le rogué a Silvio. —Demostraste tu punto; tienes lo que quieres.
Silvio soltó una risita oscura, y supe que el sádico bastardo estaba disfrutando cada minuto de esta total depravación.
—Tienes suerte de que no pueda follarte después—. Apretó su erección contra mi trasero y un escalofrío me recorrió. Silvio follaba como una máquina en un día normal. Si estaba tan excitado, ¿Quién sabía lo que podría hacer?
Recé para que mi padre estuviera demasiado borracho e ido para correrse, y se ablandara en vez de acabar, pero como las otras mil veces, dios no respondió a mi plegaria. Echó la cabeza hacia atrás, gruñó y su corrida salpicó mis paredes. Chorro tras chorro de semen me penetraron. Estaba segura de que aquel lastimero maullido que parecía tan lejano procedía de mí. En ese momento, le odié.
—Buen coño—. Murmuró mientras sus caderas se sacudían unas cuantas veces más.
Se retiró y se dejó caer en una silla, respirando con dificultad por el esfuerzo de follarme.
—Una más para el álbum familiar—, le dijo Silvio a Jovani.
Jovani se adelantó y tomó una foto de mi coño goteando. Me quería morir.
—Dale un poco de coca—, le ordenó Silvio a Jovani. Esperaba que sufriera una sobredosis y muriera porque, si no lo hacía, lo mataría. Pasara lo que pasara, acabaría con la vida de ese miserable pedazo de mierda.
Silvio me agarró la cara con fuerza y me giró hacia él. —Acostúmbrate. No será la última vez.
Cuando escupí en la cara de Silvio, no me molesté en disimular el odio. Me preparé para el dolor, pero el cabrón se limitó a reírse y limpiarse la cara. Lo pagaría más tarde y no me importaba. Nada de lo que me hiciera sería peor que esto.
Esperaba que me pegara, pero Silvio me dio otro fuerte apretón y se dio la vuelta. —Doc—, bramó Silvio.
El médico asomó la cabeza fuera del despacho de Thiago, demasiado gallina para ver lo que Silvio me había hecho.
—Límpiala y dale una inyección de antibióticos, por si acaso. No queremos echar a perder nuestra gran paga si su sucio padre le pegó algo—. Silvio dio instrucciones al médico y me empujó hacia él.
Todo parecía lejano, como si estuviera mirando a través de una densa niebla. Las voces sonaban como si estuviera bajo el agua. Apenas me di cuenta de que seguía desnuda mientras seguía dócilmente al médico al cuarto de baño, odiándole por su participación en este espectáculo de terror. Ya no me importaba nada. Me levantó el pie y lo colocó en el asiento del váter, y me inclinó hasta que mi coño quedó sobre la taza.
—Quédate así—. Me lo ordenó.
Me quedé allí perdida en la niebla mientras el semen de mi padre goteaba de mi, haciendo ruiditos al caer al agua. El médico abrió una botella de ducha y enroscó la boquilla. Metió la mano entre mis piernas y me abrió los labios. El plástico duro chocó contra mi entrada e introdujo la boquilla. La avalancha de líquido frío me llenó, borrando las pruebas. Sacó una segunda boquilla y repitió el proceso. Yo me quedé parada con el pie apoyado en el retrete, absorta en el horror.
El doctor sacó el largo aplicador que había utilizado conmigo esta mañana y lo recargó con un supositorio. Me pregunté brevemente si volvería a follarme con él y decidí que no me importaba. Lo introdujo y ni siquiera reaccioné cuando se clavó en mi ano. Supuse que estar a solas con un coño desnudo y una mujer casi catatónica era tentador para él, pero se limitó a apretar el émbolo y lo sacó, aunque lentamente.
Un pinchazo en la cadera llamó mi atención cuando clavó la aguja y me puso una inyección de antibióticos. Me pregunté si Thiago se enfadaría porque Silvio dejó que mi padre me follara cuando sus clientes habían pagado una suma considerable para dejarme sin follar por ese día. Probablemente no. Sin duda, conseguir esas fotos estaba por encima de todo lo demás. Mi padre estaba bajo el control de Thiago. Aunque ya no fuera policía, seguía teniendo contactos valiosos que podían explotar.
Un golpe seco en la puerta hizo que el doctor saltara como si le hubieran pillado. En ese momento supe que planeaba desafiar a Thiago. Abrió la puerta y Silvio empujó a la chica de la noche anterior a través de la puerta y tiró de ella para cerrarla.
Estaba desnuda y la sangre le cubría los muslos con pequeños riachuelos que corrían por sus piernas y salpicaban el suelo.
Sin pensarlo realmente, le pregunté: —¿Cuántos años tienes?—. No quería saber nada de ella. No quería sentir lástima por ella ni salvarla.
Sus ojos atormentados y vacíos se encontraron con los míos. —Catorce—, rasgó como si tuviera la voz ronca de tanto gritar.
Lo más humano sería que el médico le diera un chute y la salvara de lo que se le venía encima, pero me lo guardé para mí y me quedé allí de pie dejando que el aire secara mi sexo recién duchado.
El médico la empujó hacia abajo hasta que quedó inclinada sobre el mostrador. Sus manos separaron las nalgas y pude ver que la sangre procedía de unos desgarros anales feroces. Silvio la había violado, no sólo bruscamente, sino con algo enorme. Aposté por un bate de béisbol. Me había amenazado con eso, pero en lugar de luchar, había obedecido. En aquel momento, odié mi debilidad, pero ahora veía lo acertado de aquella decisión.
El médico le metió una gasa para detener la hemorragia. Si me hubieran preguntado hace cinco minutos, habría dicho que este día no podía ser más horrible, pero me equivocaba. Los maullidos de dolor que salían de sus labios fueron demasiado para mí y salí del baño hacia el bar, sin importarme una mierda que siguiera desnuda.
El pedazo de mierda de mi padre se estaba metiendo unas rayas de coca y yo me dirigí a las escaleras y las subí hasta el apartamento. Me tumbé en la cama y me tapé con las sábanas, sin preocuparme ya de que me castigaran por mi desobediencia. Estaba entumecida y en estado de shock. Mi cuerpo temblaba incontrolablemente, pero no me salían las lágrimas por la vida que me habían robado y por el futuro que nunca tendría. Lo único a lo que me aferraba era mi odio y la idea de vengarme. Mi padre, Silvio, Thiago, el doctor. Todos ellos pagarían por lo que me habían hecho a mí y a Felipe.
Un rato después, Thiago entró, encendió la luz y me quitó las sábanas de un tirón. Se acercó a la mesilla y abrió el cajón.
—Abre.— Me ordenó. Le ignoré.
Mi resistencia me valió una fuerte bofetada, pero no me moví. Thiago emitió un sonido de disgusto y me separó las piernas.
—Vamos Blanca. Sólo fue uno mas—. Thiago escupió.
Una lágrima solitaria se escapó de mi ojo y rodó por rostro.
—Sé que piensas que soy un hijo de puta, pero podría ser mucho peor.
No dije nada.
—¿Por qué estás tan molesta por ese pedazo de mierda? No creerás que le importas de verdad, ¿verdad?—. El asco era evidente en su voz.
No, no creía que le importara a ese pedazo de mierda, pero incluso después de todo lo que Thiago había hecho, no había creído que fuera capaz de esto. Que dejaría que ese maldito enfermo de mierda me violara. Extrañamente, fue la traición de Thiago la que me hirió más profundamente. Pensé que había una pizca de decencia en Thiago, y me había equivocado. Y sí, Thiago tenía razón. Era sólo otro mas y Dios sabe que había tenido muchos, pero esto era más que depravado. Esto era francamente enfermo.
Cuando me quedé callada, Thiago resopló su incredulidad. —Te estaba comprando, Blanca. No era el único comprador interesado. Le preguntó a Claudio si podía ponerte a trabajar para que ganaras más dinero. ¿Sabes lo peor que sería estar en la calle?.
No contesté. Una parte de mí sabía que Thiago tenía razón, pero le odiaba de todos modos. Entendía que Thiago tenía que cobrar su deuda, pero podría haberme dejado vender drogas o cualquier otra cosa. No tenía por qué hacerme esto.
—Si crees que lo de esta noche ha sido un accidente y que el pobre papá no sabía lo que hacía, te equivocas. Le dijo a Claudio que sería él quien te haría entrar.
La implicación de sus palabras me inundó. Comprendí lo jodido que era que ser la puta de Thiago fuera mejor que la alternativa. Me invadió la rabia, pero era inútil e impotente. No tenía ningún poder.
—Dejaré que te enfurruñes esta noche, pero mañana será mejor que lo superes—, advirtió Thiago.
Lubricó el plug anal y lo introdujo con más fuerza de la necesaria. No reaccioné. Luego sacó un consolador y lo lubricó. Me lo metió con un empujón brutal, salió y cerró la puerta de un portazo. Me quedé mirando al techo, sin moverme, con las piernas abiertas y los agujeros llenos. Al final, me dormí con la esperanza de que, cuando abriera los ojos, aquello no fuera más que una pesadilla.