La luz del sol se filtraba por la mugrienta ventana cuando me desperté. Abrí un ojo y luego el otro y miré el reloj. Eran poco más de las tres de la tarde y había dormido doce horas. Me removí y los juguetes se movieron dentro de mí, empujándose unos contra otros, creando una sensación de pesadez y plenitud. Los recuerdos del día anterior pasaron por mi mente como fotografías. No era sólo un sueño, aquella pesadilla había ocurrido de verdad. Cuando llegué al momento en que mi padre me había penetrado, me sentí mal y cerré los ojos con fuerza para alejar la imagen. Intenté decirme a mí misma que Thiago tenía razón. No era más que otro hombre mas que me había usado.
La cerradura de la puerta chasqueó y Thiago entró, con sus ojos recorriéndome. Estaba en la misma posición en la que me había dejado la noche anterior. Se acercó y la cama se hundió bajo su peso cuando se sentó a mi lado.
—Eres una puta, Blanca. Puede que no te guste, pero lo único que le interesa a alguien que quiere estar contigo es tu coño, y cuanto antes lo aceptes, más fácil será. Tu hermano está a salvo y alimentado, y mientras hagas tu trabajo, seguirá así. ¿Entiendes?
—Sí—, susurré.
—Bien. Ahora, ¿Cuál es el único requisito de tu trabajo?
—Abrir mis piernas y hacer lo que me dicen.
—Exacto. No lo hagas más difícil de lo necesario.
La cama volvió a bajar cuando Thiago se levantó. Cuando oí el zumbido de aquella máquina infernal, supe que había sido demasiado pedir que Thiago se marchara sin más. Colocó las copas en cada uno de mis pechos y se engancharon, tirando de mis pezones largos y tensos. Jadeé cuando aumentó la succión y el dolor irradió de mi pecho.
—El doctor dijo que esto podría ayudar.
Thiago maniobró a mi lado y su mano se coló entre mis piernas, sacó el juguete hasta la mitad y volvió a introducirlo, follándome lentamente con él. Lo hizo durante un rato y luego lo introdujo hasta el fondo, tomó el vibrador y me lo puso en el clítoris. El dolor de mis pechos disminuyó a medida que aumentaba el placer entre mis piernas. Una extraña combinación de placer y dolor me recorrió y llegué al orgasmo en cuestión de segundos.
—Mierda—. Thiago dijo entusiasmado. —El doctor tenía razón.
Volvió a ponerme el vibrador en el clítoris, que estaba demasiado sensible, y traté de apartarme, el zumbido rozaba el dolor, hasta que dejó de serlo. La sensación empezó a aumentar de nuevo Mi segundo orgasmo me golpeó con una intensidad brutal y grité y me arqueé sobre la cama, jadeando y sacudiéndome, sin importarme ya un carajo que debiera avergonzarme. Thiago tenía razón. Esta era mi vida ahora, y si disfrutaba de la follada de vez en cuando, mejor, porque no iba a parar, no importaba cuántas veces se lo suplicara. Thiago apagó el vibrador.
—Maldita sea bebé, ojalá ese coño tuyo no estuviera fuera de los límites hoy. Eso estuvo caliente. Deberíamos hacerte trabajar con una webcam. Apuesto a que la gente pagaría dinero por eso.
Apenas me di cuenta de sus palabras cuando su pene ya estaba en mis labios. Abrí la boca y dejé que se deslizara dentro. A Thiago le gustaba marcar el ritmo y follarte la boca, así que relajé la garganta y le dejé. Empujó hasta el fondo de mi y me ahogué y atraganté con su grosor, mientras sus manos en mi nuca me impedían retroceder. Su pene me cortó el suministro de aire y unos puntos de luz bailaron frente a mis ojos. Thiago retrocedió y yo tragué saliva temblorosa antes de que volviera a clavármela en la garganta, asfixiándome de nuevo. Un par de embestidas más y su semen estalló en mi lengua. Tragué hasta la última gota y lo lamí hasta dejarlo limpio, intentando complacerlo con mi ansiosa sumisión. Silvio no podía follarme hoy, pero eso no significaba que Thiago no le dejara follarme después de que esos misteriosos clientes acabaran conmigo si le cabreaba. Ya me esperaba bastante dolor después de escupirle ayer en la cara a Silvio, y no necesitaba añadir más a esa cuenta.
—Buena chica—. Elogió.
Después de subirse la cremallera, me sacó el consolador del coño y el plug del culo. La bomba zumbó un poco más, la apagó y la guardó en mi cómoda. Entendí que iba a ser algo habitual. Esperaba que también significara que no seguía el consejo del doctor de dejarme embarazada.
—Límpiate y vístete, luego vamos a reinsertar estos—. Thiago señaló los juguetes. —Tu fiesta privada empieza a las siete y te quieren preparada para el anal, así que asegúrate de limpiarte también.
Asentí y Thiago se marchó. Siguiendo las instrucciones, me duché y me aseé. Haría una limpieza más justo antes de que llegara la fiesta, pero Thiago parecía especialmente preocupado por cumplir todos los requisitos del contrato, así que puse especial cuidado. Si metía la pata, me echaría encima a Silvio, y lo que Silvio me había hecho antes parecería un picnic.
Cuando terminé, me reuní con Thiago en la cocina, sin molestarme en vestirme. Había limpiado los juguetes, que se estaban secando en un paño de cocina junto a las tazas de café.
—Inclínate sobre la mesa.
Obedecí, con las piernas separadas, y apoyé los codos en la mesa de la cocina. Thiago se colocó detrás de mí. Colocó el consolador y el plug sobre la mesa, a mi lado, y jugueteó con un frasco nuevo de lubricante, lo desenvolvió y abrió el tapón.
Su mano se deslizó entre mis nalgas, separándolas, y la fría llovizna de lubricante golpeó mi raja y se deslizó hacia abajo. Thiago introdujo el lubricante con el dedo, masajeando el apretado anillo muscular para relajarlo. Llenó una jeringuilla de lubricante y me la introdujo en el culo. Sentí que el gel frío me llenaba cuando apretó el émbolo. Thiago tomó el plug y lo introdujo, dejando que la parte más ancha me estirara un poco antes de empujarlo hasta el fondo. Apreté el mango y me adapté a su peso, que ya me resultaba familiar, mientras Thiago llenaba otra jeringuilla con lubricante. Thiago me separó con los dedos y me tocó la entrada.
—Realmente quiero follarte—. Murmuró.
En su lugar, introdujo la jeringuilla en mi coño y bombeó grandes cantidades de lubricante frío en mi interior. Frotó el lubricante alrededor de mi entrada y me preparé para lo que me esperaba. Metió el pulgar, colocó los dedos en mi entrada y metió la mano, empujando y retrocediendo para abrirme.
Su mano y el plug anal creaban una sensación de plenitud casi abrumadora cuando sus nudillos rozaban el juguete. Lo único que los separaba era una fina barrera. La forma en que se movía dentro de mí era mucho más suave que antes. No parecía un castigo. Parecía que quería darme placer. Gemí en respuesta, preguntándome si era esto a lo que se referían cuando hablaban del síndrome de Estocolmo.
—¿Te gusta? preguntó.
—Sí—, susurré, sin darme cuenta de que estaba regalando una parte de mí.
Giró la mano hasta masajear ese punto sensible perfecto. —¿Y esto?
—Sí—, jadeé y me moví contra él, que me empujó más adentro. —Oh, mierda. Oh Dios, si—. Balbuceé. —No pares.
Me relajé alrededor de su mano y dejé que la sensación fluyera sobre mí. Ignoré la parte en la que acababa de suplicar descaradamente a un monstruo que no se detuviera.
El sonido de su cremallera bajando resonó en el silencio de la cocina, uniéndose al sonido de mi respiración agitada. Se metió la mano en los vaqueros y liberó su erección. Me apretó suavemente con una mano y se masturbó con la otra. Con el lubricante y el estiramiento de la noche anterior, ni siquiera me importó. Sus nudillos se sintieron bien al rozar mi punto G, y mi canal se onduló y estiró para acomodarse a su mano. Dejé que el momento sucediera. Sin juzgar mi reacción ni pensar en quién me estaba metiendo el puño, sólo concentrándome en la sensación y fingiendo que tenía elección.
Solía odiar esto, el intenso dolor las primeras veces, la violación de la intrusión y la pérdida de identidad. Era un acto íntimo, algo que no quería que Thiago me quitara. Había sido una de las cosas por las que luché contra Thiago, una de las cosas por las que me enviaron a Silvio, y lo que Silvio me había hecho había sido mucho peor. Mucho más doloroso y degradante. Todo mi cuerpo se tensó y rápidamente aparté los recuerdos que me invadían.
Había sufrido todos los enfermizos y retorcidos castigos de Silvio, ¿y para qué? Aun así, había acabado aquí, pero había llegado por el camino más difícil, y me había visto obligada a hacer cosas que, si pensaba en ellas, fracturarían mi mente en mil pedazos de locura.
Thiago tenía razón. Ahora era una puta y luchar contra ello sólo haría más difícil lo inevitable. Relajarme y disfrutar del acto sin preocuparme de quién me lo estaba haciendo facilitaría las cosas. Si tenía alguna esperanza de sobrevivir hasta que Felipe cumpliera dieciocho años, tenía que intentarlo.
—Tócate, bebé—, ordenó Thiago.
Deslicé la mano entre las piernas y me froté el clítoris, haciendo círculos lentos y espasmódicos, controlando el ritmo y la presión a medida que la sensación empezaba a aumentar y el deseo se agolpaba en mi vientre. Tiré de mi piercing y lo froté cada vez más deprisa, mientras respiraba entrecortada y erráticamente, apresurada por encontrar la liberación. La intensa plenitud de tener la mano de Thiago dentro de mí me llevó al límite y apreté los dientes mientras el clímax me golpeaba como un maremoto y me desgarraba con un grito ahogado mientras todo mi cuerpo temblaba en una oleada tras otra de placer.
Un instante más tarde, cuerdas de esperma caliente me golpearon la espalda y el culo, mientras Thiago se corría a chorros con un grito ronco. Su mano seguía dentro de mí y permanecimos así un par de minutos mientras mi coño se agitaba con pequeñas réplicas. En ese momento supe que Thiago era mi dueño. No había otra posesión tan completa. Podía odiarlo y podía odiarlo a él, pero luchar contra ello era inútil. Sería el dueño de mi cuerpo durante los seis años siguientes. Decidí que podía quedárselo, pero nunca se llevaría mi alma, y pasaría cada día de esos seis años planeando mi venganza y buscando una salida. No quería volver a sentirme tan indefensa. Seguiría el juego y sería la puta y el juguete personal de Thiago, y aceptaría cualquier placer que me diera, pero también me vengaría. Finalmente, sacó su mano.
—Volveré en unas horas.
—¿Qué hago mientras tanto?
El hombro de Thiago se inclinó hacia arriba. —Relájate.
Mis ojos le siguieron mientras salía del apartamento. ¿Relajarme? No había tenido una noche libre desde que Thiago me compró. Mis ojos recorrieron la cocina, sin saber qué hacer. Me preparé un sándwich, me tumbé en el sofá raído, encendí la televisión y pasé los canales, hasta que me decidí por un programa de viajes en el que aprendía sobre todos los lugares que nunca llegaría a ver.
Un par de horas más tarde, Thiago regresó al apartamento con una bolsa de ropa. La dejó sobre el respaldo del sofá.
—El conjunto que quieren que lleves esta noche. Ve a ducharte y a peinarte y maquillarte—.
Asentí, me levanté y Thiago me quitó el plug del culo.
—Sin lubricante—. Thiago me dijo y mi corazón tartamudeó en mi pecho. Así que ese era el trato. Me esperaba una noche dolorosa.
Me dirigí al baño. —Y Blanca—, Thiago me llamó. —Maquíllate un poco para disimular esos moratones del cuello.
Había olvidado que Silvio me había estrangulado anoche. Me acerqué al espejo y me miré el cuello, observando la huella violácea que me rodeaba la garganta. Me duché, me lavé la cara y me maquillé por completo, haciendo todo lo posible por camuflar los moratones. Me parecía raro que el cliente que me pedía le importara, pero me apliqué y difuminé el maquillaje de todos modos. Me dejé el pelo suelto para disimular las heridas del cuello. Me lo sequé y me lo ricé formando ondas largas y sueltas.
Saqué la bolsa de ropa de detrás de la puerta y abrí la cremallera. Dentro había un vestido vendado de color lila. Llevaba la etiqueta de un diseñador y, por la suavidad del tejido, realicé que no era una imitación. Lo acompañaba un conjunto de lencería a juego en seda y encaje. Era precioso y caro, como el vestido, y froté la seda entre los dedos. Llevaba casi dos meses sin ponerme bragas y mucho menos sujetador. Me calcé la braguita y me puse el sujetador, inclinándome hacia delante para ajustarme los pechos. La sujeción del sujetador me resultaba tan extraña como agradable. El sujetador me levantaba los pechos y creaba un escote perfecto. El efecto general era elegante y sexy.
La inquietud se deslizó a mi alrededor. Con tanto dinero, ¿por qué me compraban a mí? Podían elegir a cualquier mujer, y probablemente lo hacían. Sin duda tenían esposas y novias, y yo sólo estaba allí para cualquier tipo de perversión que les gustara. No me importaba un poco de perversión, sólo esperaba que no fuera del tipo doloroso o asqueroso.
Unos zapatos de salón a juego completaban el conjunto. No parecía una puta. Parecía vestida para un cóctel de la alta sociedad.
El vestido era corto, pero no desagradable, abrazaba mis curvas y mostraba mi escote con un cuello cuadrado y tirantes anchos. Era sorprendentemente cómodo, y los zapatos eran un sueño. Nunca había llevado tacones altos que no quisiera quitarme a los tres minutos de ponérmelos, pero estos eran como caminar sobre una nube.