Capitulo 1
Esta es una historia de venganza, oscura, cruda, fuerte, pero al mismo tiempo con romance, esperanza y placer.
Los primeros capítulos son fuertes, pero entre mas avanza la historia, mas fuerte se hace la luz de la esperanza para nuestra protagonista, Blanca.
Espero que le den una oportunidad a esta historia y que les guste, besos.
***
Rebusqué en el destartalado vestidor hasta que encontré mi atuendo para la noche. Una falda negra de lycra y una camiseta de tirantes también negra. Me calcé la falda y me la subí por encima de mis generosas caderas; tomé la camiseta de tirantes y me la puse por encima de la cabeza. No me molesté en ponerme sujetador ni bragas.
Me miré en el espejo agrietado, me puse un par de capas de máscara de pestañas y un poco de brillo de labios. No es que me durara mucho, pero esperaba que me protegiera de los labios secos y agrietados. Intenté no mirar a la mujer que me devolvía la mirada. Ya no la reconocía. Parecía la misma mujer de pelo largo y rubio, grandes ojos avellana, nariz delicada y labios carnosos, pero ya no lo era. Todo había cambiado en el espacio de un latido.
Llevaba aquí casi dos meses y mi mente se remontó al día en que llegué y a las circunstancias que me trajeron a este lugar.
Al igual que esta noche, había estado en mi dormitorio. Acababa de terminar mi clase de administración de empresas en la universidad en línea y me estaba vistiendo para ir a mi trabajo en el bar de la calle de abajo, donde trabajaba tantos turnos como el gerente me diera. Claudio me había insinuado que, si se la chupaba, me daría mejores turnos y mas dinero, pero hasta ahora me había negado. No me malinterpreten, no era una mojigata, y sin duda lo había pensado. ¿Qué tan malo podría ser? Claudio era mayor y no precisamente atractivo, pero no era como si nunca hubiera tenido un pene en la boca, así que ¿Qué era uno más? Jugué con la idea. La promesa de mejores turnos y más dinero se burlaba de mí. ¿Qué era una mamada? No podía permitirme el lujo de rechazar dinero. Decidí que esta noche cedería. Cambiaría veinte minutos y mi dignidad por más dinero. Intenté no pensar en lo que eso me convertía. Necesitaba los turnos extra. El dinero era escaso, jodidamente escaso, y mi hermano pequeño Felipe crecía tan rápido que era difícil mantenerlo vestido. Incluso las tiendas de segunda mano me eran caras.
El pedazo de mierda de mi padre volvía a apostar, y el alquiler estaba atrasado, y la luz a punto de cortarse. Había solicitado la ayuda estatal a nombre de mi padre y eso era lo único que nos separaba de no tener calefacción. Había encontrado el poco dinero que conseguí ahorrar y lo había malgastado en alguna partida de cartas, y ahora estábamos en la mierda misma.
Si no fuera por Felipe, me habría marchado después de terminar el instituto, pero Felipe quería a nuestro padre a pesar de sus defectos y la verdad era que yo no me creía capaz de cuidar sola de un niño de ocho años, así que me había quedado y había soportado los constantes maltratos y abusos de mi padre. Pensé que si se centraba en mí, dejaría en paz a Felipe. No me quedaría aquí para siempre. Iba a la universidad y pronto conseguiría un trabajo que nos mantuviera a Felipe y a mí, y entonces nos iríamos sin mirar atrás. Me quedaba un semestre antes de obtener mi título, y contaba los días. Yo era inteligente y me había graduado con sobresaliente. Eso me valió una beca para la universidad, y estaba decidida a hacer algo con mi vida, a pesar de mis pésimos comienzos.
Unas voces fuertes llamaron mi atención y se me erizó el vello de la nuca. Me puse los pantalones de yoga, una camiseta de manga larga y mi par de botas Me acerqué sigilosamente a la puerta de mi habitación y me asomé. Un hombre moreno con tatuajes discutía con mi padre. Lo reconocí como un usurero, proxeneta, traficante de drogas y mal tipo llamado Thiago. Era alto, delgado y no carecía por completo de atractivo, pero tenía un carácter duro que me ponía nerviosa.
Podía oír el quejido en la voz de mi padre, y tenía la mala sensación de que él le debía dinero a Thiago, y Thiago estaba aquí para cobrárselo, y mi padre no lo tenía. Mi padre había acumulado deudas de juego por toda la ciudad, y su hábito empeoraba día a día. Cuando intenté razonar con él, se enfureció y me dio un puñetazo. Salí con el labio partido y una costilla rota. Ahora le evitaba todo lo posible y mantenía la boca cerrada mientras planeaba una nueva vida para mí y Felipe.
—Blanca—, bramó mi padre, haciéndome saltar como si me hubieran electrocutado. —Sal de aquí.
En el fondo, sabía que debía salir por la ventana del dormitorio y huir, pero Felipe estaba en casa y me aterrorizaba lo que pudiera ocurrir. Me sudaban las palmas de las manos y se me aceleró el corazón cuando abrí la puerta y salí al pasillo. Obligué a mis pies a avanzar por el pasillo hasta el salón.
Thiago me miró y su labio esbozó una sonrisa de satisfacción que me hizo sentir miedo.
—Sólo dame otra semana—. insistió mi padre.
Thiago ya no le prestaba atención, y tragué saliva para contener el miedo que me atenazaba la garganta.
—Creía que habías dicho que no tenías nada de valor—. La voz de Thiago era engañosamente suave, y se me puso la carne de gallina.
—Yo no—. Mi padre respondió, confundido. Podía olerle desde donde estaba. Apestaba a alcohol y a hierba.
Mi padre no siempre había sido una mierda. Teníamos un lugar donde vivir y comida en la mesa. No, lo de pedazo de mierda vino después. Después de que mi madre y mi hermana pequeña fueran asesinadas. El día que toda mi vida cambió.
Mi padre era un policía condecorado que acababa de ascender a detective. Estaba investigando un caso de drogas relacionado con pandillas y se había acercado demasiado y había sido un poco descuidado. Yo no lo sabía entonces, pero mi padre había sido un policía corrupto. Extorsionaba por protección y estaba bajo el control de un narcotraficante local que le pagaba por información.
Algo había salido mal, y mi hermana y a mi madre fueron asesinadas a tiros como advertencia. Daños colaterales. Otra víctima de las malas decisiones de Oscar. El mismo día le dieron una paliza para enseñarle su lugar. Meses de rehabilitación y una montaña de facturas de hospital llevaron a mi familia a la bancarrota después de que mi padre se enganchara a los analgésicos. Una adicción que rápidamente derivó en cocaína y heroína. Una para mantenerle despierto y otra para hacerle olvidar. Las cosas se precipitaron a partir de ahí y su adicción, unida al sentimiento de culpa, le arrastró a los pozos del infierno, donde se quedó revolcándose en la autocompasión, las drogas, el alcohol, las prostitutas y el juego. Perdió su trabajo y su pensión, y las cosas habían ido mal desde entonces.
Thiago se acercó a mí y yo me mantuve firme. Levantó la mano y me revolvió el largo pelo rubio miel por encima del hombro, y sus dedos me recorrieron la sien y la mandíbula. Su tacto era extrañamente suave.
—Debes muuucho, Oscar—, dijo Thiago en tono de conversación, con sus ojos clavados en los míos.
Un sonido estrangulado escapó de mi garganta antes de que pudiera detenerlo, y Thiago me dedicó una sonrisa depredadora. No teníamos tanto dinero y no podíamos conseguirlo. Aunque empeñara todo lo que teníamos, ni siquiera podría acercarme. Thiago mataría a mi padre y aún así me exigiría el p**o. Sabía cómo funcionaba esta mierda. Lo había oído en el bar.
—Tienes un par de hijos, ¿verdad?— El tono de Thiago me heló la sangre. —Me quedaré con uno de ellos. Pueden trabajar para pagar tu deuda. Soy un buen tipo, y te dejaré elegir cuál.
No podía respirar y el mundo giraba a mi alrededor. Todo parecía muy lejano, como si estuviera en un túnel. Si Thiago se llevaba a Felipe, lo convertiría en un traficante de drogas. Felipe sería atrapado por la policía o abatido a tiros por una banda rival. Felipe era un chico dulce, y nunca sobreviviría a la vida en las calles.
—Blanca—, murmuró mi padre sin pensárselo ni un momento. Me sobresalté como si me hubiera dado una bofetada.
—¿Qué dijiste?— ladró Thiago. —No te he oído.
—Llévate a Blanca—, dijo mi padre. Su voz era clara y fuerte, sin una pizca de vacilación.
Mis ojos se clavaron en su cara. —Papá, no—, susurré. —Ya se nos ocurrirá algo—. Sus ojos inyectados en sangre se encontraron con los míos y luego apartó la mirada, su rostro carente de emoción.
La traición me recorrió como lava fundida que me revolvía, retorcía y quemaba por dentro. Pensé que iba a vomitar. Thiago deslizó la mano por la parte delantera de mis pantalones de yoga y me clavó bruscamente un par de dedos en el coño. Exhalé un suspiro de sorpresa y dolor. Me quedé paralizada, temblando y sin poder moverme ni pensar.
Thiago exploró mas con los dedos. —No se siente virgen.
—No, no lo es. Ya anda por ahí de puta—. Mi padre respondió de forma denigrante, totalmente despreocupado de que Thiago me estuviera agrediendo.
Aspiré con fuerza, traicionada, humillada y sin palabras, con la mente gritándome que eso no estaba pasando.
—¿Estamos en paz?— Preguntó mi padre a Thiago.
Thiago aún tenía los dedos en mi coño, y los frotó un par de veces. —Sí, estamos en paz.
Mi padre salió de la habitación y me dejó allí con un monstruo. Intenté apartarme, pero Thiago me agarró por el pelo, anclándome en el sitio.
—Ahora trabajas para mí.
Esperaba que me dejara llevar drogas, pero sabía que no era así.
—¿Cuánto... tiempo?— Susurré.
—Hasta que la deuda de tu padre esté pagada con intereses. Supongo que si no se mete en líos y no pide más prestado, un año o más—. Thiago se encogió de hombros con indiferencia.
Mi mente era un remolino de caos. ¿Podría sobrevivir uno o dos años con Thiago? No creía que pudiera. Tenía que haber otra manera. Si pudiera ganar algo de tiempo para resolver las cosas.
—Dame una semana y vendré con tu dinero—. Puse toda mi valentía que no sentía en esa declaración.
Thiago se echó a reír. —No, no lo creo.
—Entonces déjame llevar drogas por ti. Llevar dinero, comprar lo que sea—. Le supliqué.
—Claro, puedes hacerlo aparte, pero tienes la cara de un ángel y un cuerpo hecho para el pecado. No sirve de nada desperdiciarlo—. Thiago me guiñó un ojo, y yo estaba bastante segura de que iba a vomitar.
Thiago debió notar el desafío en mi cara y me agarró el pelo con más fuerza. —Si me das problemas, tu hermano pagará las consecuencias. ¿Entiendes?
Me invadió la desesperanza. Mi padre nunca dejaría de apostar, y yo estaría atrapada bajo el poder de Thiago hasta que me agotara y me desechara, a menos que encontrara una salida, y lo haría, me dije. Tenía que hacerlo. Sólo tenía que sobrevivir mientras tanto.
Thiago me dio un tirón despiadado del pelo. —¿Entiendes?
—Sí. Lo entiendo—. Tragué con fuerza contra la creciente bilis.
—Tienes cinco minutos para alistarte—. Thiago me dio un fuerte empujón hacia mi dormitorio.
Entré en mi habitación a trompicones, con las piernas entumecidas y temblorosas, tomé todo lo que pude y lo más rápido que pude. La voz de Thiago me sobresaltó y me di la vuelta para mirarle.
—Deja tu laptop y teléfono.
Asentí con la cabeza, dejé ambas cosas sobre la cómoda y lo seguí hasta su auto, sabiendo que ahora estaba aislada del mundo y de la ayuda, aunque no conocía a nadie que pudiera ayudarme. Mi padre seguía teniendo muchos amigos policías corruptos. Si les llamaba, harían la vista gorda y se pondrían de parte de mi padre.
—¿Tomas anticonceptivos?— preguntó Thiago, penetrando en mi cerebro presa del pánico.
—La... píldora—. Tartamudeé.
Thiago gruñó y marcó su teléfono. —Tengo una que viene esta noche. Sí, vale. Estaremos allí en treinta.
Thiago colgó y sus ojos me miraron con un brillo depredador. Su mano se estiró como un rayo y me empujó boca abajo sobre el capó. Me bajó los pantalones de yoga y las bragas por las rodillas y, cuando intenté forcejear, la mano que tenía en la nuca me apretó y dejé de luchar instintivamente, sabiendo que empeoraría las cosas.
El sonido de su cremallera resonó en la quietud de la noche, y al instante siguiente me penetró. Grité de dolor. No estaba lista y Thiago no era pequeño. Sentí como si me partiera en dos. Cada embestida me producía un dolor abrasador, y gruñí mientras mis caderas se golpeaban contra el auto.
—Maldita sea, estás TAN apretada. Vamos a tener que trabajar en eso—. Thiago resopló entre empujones.
El capó de su auto aún estaba caliente y lágrimas calientes se escaparon de mis ojos al darme cuenta de que toda la transacción con mi padre había durado menos de quince minutos. Eso era todo. Eso era todo lo que había valido. Toda mi vida me había sido arrancada en un abrir y cerrar de ojos. Me habían vendido, regalado sin dudarlo ni un momento. Ahora pertenecía a Thiago.
Era su nueva puta.