Respiré hondo, abrí la puerta de mi habitación y me detuve en seco. Se oían voces en la cocina, me acerqué sigilosamente y me asomé por la esquina. El doctor hablaba con Thiago y gesticulaba con excitación. Sentí náuseas en el estómago, porque fuera lo que fuese, no sería bueno para mí.
—Lo he descubierto—. Declaró el doctor.
Thiago se pasó una mano impaciente por el pelo. —¿Descubrir qué?
—Cómo hacer que le suba la leche a Blanca sin estropearle la figura ni marginarla unos meses.
Thiago se animó ante esa afirmación. —Adelante. Tengo varios clientes dispuestos a pagar mucho dinero por eso.
—Le quitaré el DIU y puedes dejar que se quede embarazada. Alrededor de las doce semanas, practicaré un aborto. Mientras esté embarazada al menos nueve semanas, le subirá la leche después de que interrumpa el embarazo. En vez de suprimirla, la mantenemos. Muy fácil.
Eso no me sonaba fácil. Parecía la peor de las pesadillas. Contuve la respiración, esperando la respuesta de Thiago.
—No lo sé—. Thiago no parecía tan entusiasmado con la idea como el doctor, y yo me relajé lentamente, exhalando el aliento que había estado conteniendo.
—Puede que le baje un poco la regla hasta que se quede embarazada. No creo que a nadie le importe. Nadie se ha quejado todavía. Además, sólo será un problema hasta que se quede embarazada. A las doce semanas no se le notará—. El médico se encogió de hombros. —Puedo reinsertar el DIU cuando realice el aborto y, a menos que haya complicaciones, podría volver a trabajar en tres o cuatro días. Una semana como mucho.
Thiago se acarició la barbilla y se lo pensó. —Sí. Si Ángelo termina con ella después de esta noche, me lo pensaré.
El doctor asintió con entusiasmo. —Bien, me aseguraré de tener todo lo que necesitamos—.
Volví al pasillo y me apreté contra la pared, sin atreverme siquiera a respirar cuando el doctor pasó a mi lado y salió del apartamento. Toda la sangre se me fue de la cara y me sentí mareada mientras el pavor me retorcía las tripas. ¿Qué iba a hacer? Me tragué el miedo y me obligué a concentrarme.
—Blanca—, gritó Thiago, y yo di un respingo, sacudiéndome para salir de mi estupor.
Un problema cada vez. Me alisé el vestido, puse en blanco mi expresión y me dirigí a la cocina. Thiago me recorrió con la mirada y emitió un silbido de agradecimiento.
Me obligué a sonreír, rezando para que no pareciera tan falsa como parecía. Intentaba crear una mejor relación con Thiago. Antes había habido un momento en que había sido decente conmigo. Si podía aprovecharlo, podría conseguir más libertad o un mayor contacto con Felipe. Al menos no había aceptado de inmediato el plan del doctor, y me gustaría creer que tenía algo que ver con lo que pasó entre nosotros en la cocina. Probablemente me estaba engañando a mí misma, pero la esperanza y la locura eran todo lo que me quedaba.
—El auto está abajo. Vámonos.
—¿Auto?— Pregunté, confusa.
Thiago soltó una carcajada sin gracia. —Sí, al parecer son demasiado buenos para el club.
La inquietud palpitaba en la base de mi columna vertebral. Por mucho que quisiera salir del club, estaría sola y completamente a su merced. No habría nadie cerca para evitar que se pusieran bruscos o incluso que me mataran. Mi inquietud aumentaba a cada paso que daba mientras seguía a Thiago escaleras abajo.
Thiago parecía creer que volvería cuando el tal Ángelo acabara conmigo. Así se lo había dicho al doctor, y traté de concentrarme en eso y no dejar que el pánico creciente me arrastrara y me asfixiara.
Un hombre me esperaba en la barra. Era alto, al menos 1,80, posiblemente más. Ancho de hombros y musculoso. Vestía un traje oscuro, confeccionado por expertos a la medida de su impresionante figura. Su pelo oscuro brillaba bajo las luces. Parecía suave y sedoso, un poco largo de más, lo que le confería un encanto pícaro. Tenía el perfil perfecto, con una nariz recta y una mandíbula esculpida. Cuando se volvió hacia mí, mis pasos vacilaron antes de recuperarme rápidamente. Era igual de perfecto, con labios carnosos y ojos color avellana.
Su boca pecaminosamente perfecta se inclinó hacia arriba en una sonrisa cortés mientras su mirada me recorría, observando todo de mí con precisión práctica. No me miraba de soslayo ni fijamente a los pechos, y casi parecía que me veía de verdad y no solo las tetas y el culo.
Thiago le entregó un sobre y él se lo metió en el bolsillo de la chaqueta. —Soy Víctor. Seré su chófer esta noche—. Su voz tenía un toque áspero. Cuando me acerqué, me di cuenta de que era mayor de lo que pensaba. Probablemente treintañero.
—¿Vamos?—
Asentí y me tomó del codo, guiándome hacia la puerta.
—Tiene que estar de vuelta mañana a las dos de la tarde—. Thiago declaró.
Víctor se giró y reconoció a Thiago. —Sí, señor.
Con eso, salimos al aire fresco de la noche, y yo aspiré un suspiro de bienvenida. Era la primera vez que salía al aire libre en casi dos meses y quería detenerme a saborearlo, pero seguí caminando, guiada por la firme presión sobre mi codo. Víctor se detuvo delante de una limusina y abrió la puerta. Yo estaba de espaldas a la puerta y él se puso delante de mí.
—Mis jefes tienen unos requisitos muy estrictos, así que necesito hacerte unas preguntas.
—Ok—, mi voz tembló ligeramente.
—Ha leído y firmado el contrato y el acuerdo de confidencialidad—. Era una afirmación, no realmente una pregunta.
No tenía ni idea de qué estaba hablando, pero supuse que Thiago había falsificado mi nombre en un contrato.
—Sí—, alargué la palabra, probando mi respuesta.
—Sé que estas preguntas y condiciones están contempladas en el contrato, pero quiero confirmar algunas cosas—.
—Vale—, acepté, pensando que sí debía de ser la respuesta correcta sobre el contrato.
—¿Tomas anticonceptivos?
—Tengo un DIU—. Respondí.
—Bien. Si se produjera un embarazo dentro del plazo, lo notificarías inmediatamente a mis jefes y darías tu consentimiento para una prueba de paternidad. Las decisiones sobre el niño se tomarán conjuntamente.
Thiago no me había dicho nada sobre esa disposición y yo no sabía exactamente qué decir, pero supuse que Thiago querría tener contento a ese tal Ángelo, así que murmuré que estaba de acuerdo. Lo único que Thiago me había dicho era que nada de lubricante, que esperara sexo anal, y que no querían que me follara a nadie en los dos días anteriores. Me pregunté qué más habría en el contrato que Thiago no quería que viera. Un escalofrío involuntario me recorrió la espalda.
—Entiendes que has consentido en participar en actos sexuales con uno o más hombres esta noche, y posiblemente con varios hombres al mismo tiempo.
—Lo sé—, mi voz salió más como un graznido, me aclaré la garganta y volví a intentarlo. —Sí, lo sé.
Asintió con la cabeza. —No se permiten teléfonos ni aparatos electrónicos de ningún tipo. ¿Llevas un teléfono encima?
Antes de que pudiera contenerme, le lancé una mirada que decía que quizá no fuera el tipo mas listo. No llevaba bolso y el vestido me quedaba como un guante, ¿Dónde llevaría un teléfono?. Le enarqué una ceja.
—¿Así que eso es un no?— Su labio se crispó.
—Eso es un no—. Confirmé.
—¿Llevas alguna droga encima?
—No.
—¿Ha tomado alguna droga prescrita o ilegal esta noche?
—No.
Se aclaró la garganta. —¿Alguna ayuda para esta noche?
Ladeé la cabeza, confundida. Vi cómo se le movía la garganta al tragar y cómo se le sonrojaba el cuello.
—Algún tipo de lubricación para esta noche—, aclaró Víctor.
—Oh—, fue mi brillante respuesta cuando comprendí el significado de la pregunta. —No.
Inclinó la cabeza en señal de reconocimiento. —Lo siento, señorita, pero como es su primera visita, voy a tener que hacer una comprobación rápida.
Miré fijamente a lo lejos, mortificada, y endurecí mi columna vertebral, esperando la intrusión. Pasó un momento y mis ojos volvieron a él. Me di cuenta de que estaba esperando mi permiso. Asentí con la cabeza y miré al suelo. Sus zapatos eran de cuero italiano caro y brillaban bajo el resplandor de la farola. No tenía ni idea de por qué era tan importante, pero los hombres ricos tenían muchas manías.
Cuando se acercó a mí, su chaqueta se abrió y vislumbré la pistola que llevaba atada al costado. Respiré hondo y di un paso atrás, con el miedo latiéndome como un latido vivo.
Se detuvo y me estudió con esos intrigantes ojos avellana que no se perdían detalle.
—No pasa nada. La pistola es sólo por protección. No voy a hacerte daño.
No estaba tan segura de que fuera cierto. ¿Por qué tenían que enviar a un conductor armado a recoger a una vulgar puta? ¿Estaba aquí para asegurarse de que no me escapara o para deshacerse de mí cuando hubieran acabado? Dada mi suerte, probablemente ambas cosas.
—Voy a tocarte ahora.
Se inclinó hacia mí y su especiado aroma masculino me envolvió, y un inesperado aleteo me recorrió el vientre como el pulso de las alas de una mariposa. Sus cálidos dedos tocaron mi muslo y subieron lentamente por mi pierna como si intentara no asustarme. Noté los pequeños callos en las yemas de sus dedos, que parecían la lengua de un gato. Me di cuenta de que hacía mucho tiempo que un hombre no me tocaba con tanta reverencia. Quizá nunca.
La mayoría de los hombres con los que había follado antes de que me vendieran habían sido impacientes o estaban borrachos. Alguno que otro rollo de una noche, pero la mayoría eran tipos con los que salía, pero con los que mantenía relaciones casuales. La cercanía de Víctor era embriagadora, el calor que irradiaba me envolvía. Algo en él me hacía sentir extrañamente protegida. Me pregunté cómo sería conocerlo en la vida real, aquella en la que yo no era una puta y él no estaba comprobando lo mojada o no que estaba. Saqué mi cabeza de cualquier fantasía que fuera y volví al mundo real.
Su dedo se deslizó por debajo del borde de mis bragas y un dedo tanteó suavemente mi entrada antes de deslizarse dentro. Me invadió una oleada de vergüenza cuando mi coño se aferró a su dedo, tratando de atraerlo más adentro. A duras penas conseguí no mover las caderas hacia delante y restregarme contra su mano. Se me cortó la respiración y esperé a ver qué hacía. Su mano se detuvo y me miró a la cara, pero yo mantuve los ojos fijos en aquellos zapatos bien pulidos. Retiró rápidamente la mano y dio un paso atrás, terminando con un cacheo superficial por si había escondido un arma en algún sitio.
—Muy bien, pongámonos en marcha—. Su voz sonaba estrangulada y se aclaró la garganta.
No me pasó desapercibido el rojo que le teñía hasta la punta de las orejas, y pensé brevemente que Víctor podría ser uno de los buenos, pero deseché rápidamente la idea. Subí al auto. Los asientos de cuero de felpa eran suaves y cálidos al acunar mi trasero. Se inclinó y su enorme cuerpo ocupó toda la puerta.
—Hay champán. Sírvete una copa. Te ayudará con los nervios.
Me dedicó una sonrisa cortés, cerró la puerta y corrió hacia el lado del conductor. Probé la puerta y me sorprendió ver que podía abrirla. Volví a cerrarla rápidamente antes de que entrara.
Sus ojos se fijaron en los míos en el espejo retrovisor y retuve la mirada, preguntándome si se habría dado cuenta de que estaba probando las cerraduras. Víctor no dijo nada. Se limitó a meter la marcha y a alejarse suavemente del bordillo. Condujimos en silencio durante unos minutos mientras el paisaje empezaba a cambiar de la parte sórdida de la ciudad a establecimientos y edificios de oficinas más lujosos.
—¿Adónde vamos?— pregunté.
—Nuestra primera parada será en el centro.
No me dijo dónde ni cuántas paradas más haríamos. Puse los ojos en blanco. Víctor podía estar bueno, pero no era muy hablador. Había una inteligencia en sus ojos que me decía que su silencio era una elección.
Debatiendo sobre la conveniencia de beber de una botella de licor abierta, decidí que probablemente no planeaban drogarme, y a una parte de mí realmente no le importaba. No tener ningún recuerdo de la noche podría entrar en la columna de las victorias. Saqué la botella de la cubitera y serví una copa de champán, observando cómo se acercaba peligrosamente al borde de la copa antes de que las burbujas se desplomaran. Exhalé un suspiro de alivio cuando se hundió en la copa. Derramar champán sobre los caros asientos de cuero sería vergonzoso y me delataría como una farsante. Podía ir vestida con ropa elegante, pero no dejaba de ser una puta cualquiera.
Me llevé el delicado cristal a la boca y bebí un largo sorbo, dejando que las burbujas afrutadas estallaran en mi lengua. No sabía nada de champán, pero era la combinación perfecta de cremosidad y acidez. Se burló de mi lengua con toques de chocolate decadente y cerezas ácidas, y cerré los ojos, saboreando.
Quizá Víctor tuviera razón y el licor me calmara los nervios, porque sentía un hormigueo en la piel y la sangre me zumbaba de adrenalina. Me pregunté si podría escapar. Sin estar encerrada en el auto ni sujeta, podría ser posible, pero Víctor estaba armado. Aun así, podía ser mi mejor opción. Dudaba que me encañonara en medio de una calle concurrida en una zona lujosa de la ciudad. No tenía ni idea de lo que haría si me liberaba, pero lo que sí sabía era que se me había acabado el tiempo.
Después de la conversación de Thiago con el médico, tenía que hacer algo. No podía quedarme embarazada y verme obligada a abortar. Antes de ayer, habría pensado que esa idea era demasiado vil incluso para Thiago, pero ahora no estaba tan segura. Thiago vería al bebé como un inconveniente.
Parecía que el médico sugería a Thiago que dejara a mis clientes sin nada hasta que me quedara embarazada, y Thiago no había puesto en duda ese método. Si el bebé no era de Thiago o, Dios no lo quiera, de Silvio, no me imaginaba que le importara una mierda. Un escalofrío me recorrió la espalda. Con tanto esperma inundando mi vientre cada día, estaría embarazada en un par de meses, probablemente menos. Llevaba meses sin tomar la píldora y la concepción era posible inmediatamente después de retirar el DIU. Incluso ignorando el riesgo de enfermedad, las cosas podían torcerse con alarmante rapidez cuando volviera.
El tráfico era escaso a esas horas y nos dirigimos rápidamente al centro. Víctor se movía por las calles con soltura y yo rezaba en silencio para que se encendiera un semáforo en rojo cuando entramos en el distrito comercial, rodeado de rascacielos que representaban la riqueza y el poder.
Nos detuvimos frente a De la Cruz Enterprises y mi mente se quedó en blanco. Ángelo no podía ser realmente ese Ángelo, ¿verdad? Él y sus socios eran dueños de media ciudad y de la mayoría de los políticos. Incluso yo había oído hablar de él. Si los rumores eran ciertos, sus negocios eran legales y no tan legales. Eran despiadados e intocables.
Mi cerebro enloquecido se puso en marcha cuando oí el chasquido de la cerradura y me deslicé hacia la puerta, agarrando el picaporte, dispuesta a salir corriendo, pero la puerta se abrió y entró un hombre. Volví a correr por el asiento lo más lejos que pude, con la mente saltando de un pensamiento a otro como una ardilla enloquecida atrapada en un atasco.
El hombre estaba hablando por teléfono y apenas me dedicó una mirada. Víctor le entregó el sobre, asintió con la cabeza y cerró la puerta, atrapándome en el auto con el infame Ángelo De la Cruz.