—Víctor está afuera, esperando para llevarte a ti y a Ángelo a casa.
—¿Sólo Ángelo?— La pregunta salió de mi boca sin pensarlo bien.
—Sí. Andrés y Adán se fueron...— La voz de Adonis se cortó. —Emergencia de trabajo.— Terminó.
Estaba cien por cien segura de que no quería saberlo.
—¿Y tú?— Mi ceño se frunció.
Ladeó la cabeza y frunció los labios, debatiendo su respuesta. —Tengo algunas cosas más que hacer.
Claro, como una morena y la rubia de las enormes tetas postizas, pensé amargamente. La ira irracional me invadió.
—Ya veo—, espeté y me di la vuelta para marcharme, pero Adonis me agarró del brazo. El contacto hizo que un rayo me subiera por el brazo.
—Disfruta de la señorita tetas falsas—. Gruñí. Mi estupidez no tenía límites.
—Cuidado princesa, casi parece que te importe—, susurró Adonis contra mi oreja mientras su cálido aliento me hacía cosquillas en el cuello.
Se me encendieron los orificios nasales y tiré del brazo para zafarme de su agarre. —No te hagas ilusiones -siseé en voz baja. La ira, la frustración y el dolor brillaron en mis ojos.
—Oh, preciosa, me dan ganas de arrojarte sobre mis rodillas y borrarte ese descaro.
Abrí la boca y no salió nada. La sugerencia me ofendió y me excitó a la vez. Estaba claro que había perdido la cabeza. Adonis me dedicó una sonrisa lobuna.
—Pero entonces te gustaría, ¿verdad, Blanca?—. Su timbre bajó y mis pezones se contrajeron en respuesta, suplicando atención mientras mi coño se apretaba con tanta fuerza que casi gimoteaba.
—Estás trastornado—. Mi voz era ronca y sin aliento y sonaba a puro sexo.
La sonrisa se volvió feroz. —Eso me han dicho, pero a ti te gusta. Te excita. Apuesto a que si deslizara mis dedos en ese hermoso coño, te encontraría empapada. ¿Verdad? Su mano bajó hasta mi cadera con un sugerente apretón.
Resoplé indignada, completamente incapaz de dar una respuesta coherente. Adonis soltó una risita y mi cara enrojeció. Había demasiada verdad en aquella afirmación. Nuestras mentes repitieron la noche en que me había corrido gritando alrededor del cañón de su pistola, y mi excitación me cubrió los muslos. Negarlo sólo me convertiría en una mentirosa. Adonis se pasó la lengua por el labio inferior y mis bragas ardieron cuando mi mente imaginó aquella lengua haciendo cosas perversas en mi cuerpo.
—Eso es lo que pensaba—. Su voz sedosa se deslizó sobre mí como un canto de sirena. —Víctor está justo al otro lado de la puerta—. Hizo un gesto con la cabeza.
Despedida, salí corriendo de la sala como una gallina con el culo en llamas, porque eso era exactamente lo que era.
En efecto, Víctor estaba justo al otro lado de la puerta y se apresuró a alcanzarme mientras yo pasaba a su lado.
—Señorita Blanca—, ladró Víctor, con alarma evidente en su voz. —¿Está todo bien?
Mi mirada se desvió hacia él. —Bien.
Giré bruscamente a la derecha y entré en el baño de mujeres, dejando a un nervioso Víctor en el pasillo. Necesitaba un momento.
Esto no era como cualquier otro baño en el que hubiera estado, donde era un buen día si tenían toallas de papel.
Sofás de felpa, mesas de café doradas y un largo espejo con un tocador para esos retoques de pintalabios tan importantes llenaban un salón separado para señoras. Puse los ojos en blanco ante tanta opulencia. Una voz chillona me detuvo en seco y retrocedí detrás de la puerta cuando vi a la rubia de las tetas falsas hablando con sus amigas.
—¿Puedes creerlo? Al parecer, Adonis De la Cruz está fuera del mercado. Me rechazó. ¿Y por qué? ¿Esa vaquilla que vino con ellos? Dios, ¿la viste? Se estaba metiendo canapés en la boca como si estuviera muerta de hambre. A mí no me parece que se pierda muchas comidas. Pensé que se saldría de ese ridículo vestido—. Hubo una ronda de risitas.
Unas lágrimas calientes me escaldaron las mejillas y me las quité con rabia. ¿Por qué había pensado que encajaría en un lugar como éste o en cualquier otro del mundo de los De la Cruz? Esa pequeña parte esperanzada de mí se había animado cuando ella dijo que Adonis la había rechazado, y yo intenté comprender lo que eso significaba, sin conseguirlo. ¿Qué importancia tenía? Aunque hubiera pasado esta noche, yo me habría ido dentro de un mes y él se habría ido a hacer algo nuevo. Una chica como yo nunca mantendría la atención de un De la Cruz. Me había dejado absorber por la fantasía durante demasiado tiempo. Esta era la llamada de atención que necesitaba. Me sequé las lágrimas y salí del baño con la mente renovada. Me follaría a los De la Cruz y disfrutaría al máximo de lo que me ofrecían, y luego tomaría lo que había aprendido y haría una vida para mí y para Felipe.
Víctor me miró como si estuviera loca cuando empujé la puerta y marché hacia la salida, pero se contuvo. Me acomodé a su lado como me había enseñado mientras salíamos del edificio. La multitud había disminuido y el trayecto hasta la limusina transcurrió sin incidentes. Víctor abrió la puerta y entré. Ángelo me dedicó una amplia sonrisa y yo no pude contener la que le devolví.
Ángelo levantó el panel de privacidad y mis nervios se tensaron cuando el resto del mundo quedó aislado y nos quedamos los dos solos, acurrucados en la limusina. Los cristales tintados mantenían a raya al resto del mundo, creando un espacio silencioso, casi íntimo.
—¿Te divertiste?— Preguntó Ángelo.
—Si—, respondí. Y lo había hecho hasta que oí a la barbie de plástico hablar de mí en el baño. No debería molestarme, pero lo hizo.
—Has sido una afortunada ganadora esta noche—. Ángelo metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una caja de terciopelo n***o.
Mis ojos siguieron su progreso mientras abría la tapa. Dentro había un hermoso par de pendientes de diamantes.
—Son preciosos, pero demasiado.
Ángelo frunció el ceño. —Blanca, pujé por ellos por ti. Quiero que los tengas.
Me acerqué a él y miré dentro de la caja, recorriendo el suave terciopelo con el dedo. La emoción burbujeó en mi garganta. —Gracias—, susurré, dándome cuenta de que ningún hombre se había preocupado nunca lo suficiente por mí como para comprarme un regalo. ¿Por qué un De la Cruz tenía que ser el primero, cuando mi vida útil estaba a punto de terminar?
Deslicé la mano por su sedoso pelo, tiré de su cara hacia abajo y rocé mis labios con los suyos. —Son perfectos.
Con una velocidad letal, Ángelo me subió a su regazo, enrollándome el vestido alrededor de la cintura hasta que quedé a horcajadas sobre sus caderas. El cambio repentino me aceleró el corazón. El aire que me rodeaba había pasado de dulce a carnal en el espacio de un latido. Su larga y gruesa polla me apretó, delatando su excitación.
Su mano se deslizó entre mis piernas y me apartó las bragas. Ángelo me metió dos dedos en el coño empapado, tirando hacia delante con una precisión impresionante. Mi espalda se arqueó y eché la cabeza hacia atrás ante la abrumadora sensación que me recorrió como un maremoto.
—Oh, Dios—. Me apreté alrededor de sus dedos mientras mi necesidad inundaba su mano y goteaba por el interior de mis muslos.
—Quería tomarme mi tiempo contigo—, murmuró Ángelo mientras me mordisqueaba el cuello y metía y sacaba los dedos con destreza de mi calor húmedo, añadiendo un tercer dedo mientras me abría suavemente. —Pero no puedo esperar. Llevo todo el día medio empalmado. En realidad, durante semanas, mientras te miraba en la piscina. Pero eso ya lo sabías, ¿no?—. Un mordisco agudo me marcó el cuello, y Ángelo calmó el escozor con la lengua.
No confirmé ni negué que había estado provocándole, esperando este momento durante semanas, pero ambos sabíamos la verdad.
—Si no me meto dentro de ti ahora, creo que puedo explotar. Tal y como están las cosas, probablemente nos avergonzaré a los dos y duraré unos dos minutos—. Ángelo relató con una sonrisa apenada.
Las comisuras de mis labios se inclinaron en una tímida sonrisa. No podía negar que me encantaba tener el poder de hacer perder el control al gran Ángelo De la Cruz.
—Entonces creo que probablemente será mejor... que me folles.
Un profundo gruñido retumbó en su garganta al oír mi orden y mis braguitas perdieron la batalla al romperse de un tirón. Ángelo se quitaba los pantalones y la sedosa dureza de su polla me rozó la cara interna del muslo, y la expectación me zumbó en la piel como una corriente eléctrica.
—Te prometo que pasaré el resto de la noche compensándote esto—. Respiró contra mi cuello.
Le tomé la cara con las manos y apreté los labios contra los suyos, metiéndole la lengua en la boca, dándole a entender que no había nada que compensar. Con un chasquido de dientes, el beso se volvió salvaje, y él se tragó cada uno de mis gritos mientras me tiraba hacia abajo, introduciendo su polla hasta mas no poder. Mi cuerpo se agitó ante la embestida, y le respondí con una embestida brutal mientras él penetraba una y otra vez en mi desesperado y deseoso coño. Sus labios siguieron explorando mi boca, mi cuello y mis hombros.
—Te sientes como el paraíso—. Murmuró mientras sus dedos encontraban mi clítoris.
Sus caricias eran tan frenéticas como sus embestidas, y me corrí con una intensidad cegadora que me hizo clavarme en sus hombros y apretar su caro esmoquin entre mis manos.
—Dios, mierda—, grité tan fuerte que estaba bastante segura de que Víctor me oyó, pero no podía molestarme por la vergüenza.
Ángelo seguía follándome mientras cada oleada de mi orgasmo me invadía. Mi coño se agitaba y agarraba su polla , decidida a no soltarlo nunca. Desplomada hacia delante, apoyada en su ancho pecho, pensé que era muy posible que Ángelo fuera a follarme hasta dejarme sin aliento mientras yo me estremecía y me sacudía a su alrededor. Sin duda lo sentiría entre mis piernas durante días, y otro chorro de excitación acompañó a ese pensamiento. No estaba segura de que mi coño hubiera sido utilizado antes de forma tan completa y hermosa, y me apreté contra él, arrancándole un gemido gutural.
—Eres tan jodidamente apretada—. Gruñó. —Creo que tu coño fue hecho sólo para mí.
Con otro espasmo que le hizo penetrar aún más, mi coño respondió por mí.
El sonido de nuestras partes más íntimas chocando entre sí con lascivos ruidos húmedos se unió a nuestra respiración entrecortada, mientras el aroma a sexo flotaba pesadamente en el aire. Ángelo duró más de dos minutos, y yo tenía un poco de miedo de no sobrevivir a toda una noche así.
Sus manos me agarraron por las caderas, y sus dedos se clavaron en la suave carne, dejando su marca mientras me tiraba hacia abajo sobre su enorme polla, y ésta embestía contra mi extremo, haciéndome ver estrellas. Una exquisita mezcla de placer y dolor. La forma en que me follaba era brutal, intensa y perfecta. Ángelo podría haberme arruinado para todos los demás hombres.
Con una última embestida, su polla palpitó y se sacudió, mientras su cálida descarga salpicaba mi vientre, inundando mi coño hasta gotear por donde nuestros cuerpos se unían. Todavía vestidos, excepto por nuestras partes más íntimas, este acoplamiento parecía más intenso y conmovedor.
La cabeza de Ángelo descansaba en mi cuello, su respiración dura y errática. —Creo que puedes ser mi perdición—. Murmuró.
Sabía que era mío, pero guardé silencio. Nuestros cuerpos permanecieron unidos mientras conducíamos durante la noche hacia la mansión, y me pregunté cómo demonios iba a superar esto.