Las cosas malas pasan en los días buenos, todo el mundo lo sabe. Aun así, no estaba preparada. Saciada y complaciente por las hamburguesas y el paseo en moto, no me lo esperaba.
Adonis metió la moto bajo el pórtico, y apagó el motor. Inmediatamente, eché de menos las profundas vibraciones y mis manos bien sujetas alrededor de Adonis. La mañana había sido emocionante y sin esfuerzo. Adonis había demostrado ser tranquilo, atento y un artista con talento. Ninguna de las cosas que yo habría asociado con él. Era sorprendentemente agradable cuando no amenazaba con matarme. Puse los ojos en blanco. Adonis y yo habíamos encontrado un espacio neutral en el que podíamos coexistir, y esperaba que nuestra frágil paz durara. Pasé la pierna por encima de la moto, me quité el casco y lo apoyé en el asiento.
—Gracias por lo de hoy. Por ayudarme a deshacerme del pasado. Significó mucho, y me encanta el diseño.
Adonis inclinó la cabeza en señal de reconocimiento. —Si alguna vez te apetece dar una vuelta, o simplemente quieres una hamburguesa.— Su voz se apagó.
—Me gustaría.
Pasó un segundo, y luego dos, mientras nos mirábamos fijamente, inseguros de cómo navegar por las aguas inexploradas de una tregua. Hice un gesto con la cabeza hacia la puerta.
—Probablemente debería entrar—. Mis pies permanecieron obstinadamente quietos.
—Probablemente—, aceptó Adonis, pero no hizo ningún movimiento para marcharse o apartarse de mi camino.
Dios, ¿podría el hombre besarme ya?
—No seré yo quien le bese primero—, canturreé una y otra vez en mi cabeza. —No le des ese poder ni esa satisfacción.
Adonis dio un paso adelante y mis ojos se desviaron hacia su boca y los latidos de mi corazón revolotearon en mi garganta. Dio otro paso y levanté la cabeza. Todo en él era duro e implacable, excepto sus labios, que parecían suaves y atractivos. La expectación me zumbaba en las venas y el corazón me daba vueltas en el pecho como una colegiala encaprichada.
La puerta lateral se abrió y dos guardias salieron riendo. —Adonis—, llamó uno de ellos, y el hechizo se rompió. Adonis dio un paso atrás y se volvió para saludar a los guardias.
—Dejamos nuestras sugerencias sobre el plan de seguridad de esta noche con Víctor—. El más alto de los dos le dijo a Adonis.
Me agaché alrededor de la moto y salí corriendo hacia la cocina. —Estúpida, estúpida, estúpida—, murmuré para mis adentros.
Besar a Adonis habría sido estúpido. Nada bueno podría salir de eso. Lo que sentía por él debería haber sido sencillo, pero no lo era en absoluto. Mis sentimientos eran extraños y complicados. Me había ido en treinta y tres días, me recordé a mí misma. Adonis se aseguraría de ello. No había lugar para sentimientos de ningún tipo, complicados o no, y encariñarme con cualquiera de ellos sería un error costoso que no podía permitirme.
Víctor se giró para saludarme cuando entré resoplando en la cocina, y entonces lo oí. El clic, clic, clic. El mundo se congeló y mi visión se hizo un túnel cuando apareció otro guardia con un pastor alemán que patrullaba la propiedad, sus uñas chasqueando en el suelo de baldosas.
Transportada de vuelta al taller de Silvio, todo parecía tan lejano mientras mi respiración resonaba en mi cabeza. Víctor gritaba. —Señorita Blanca—, pero yo estaba inmóvil mientras toda la sangre se drenaba de mi cara y el mundo se inclinaba y giraba fuera de control.
El zumbido en mis oídos se hizo más fuerte, como una colmena gigante, ahogando todo lo demás. Un sudor frío bañó mi piel mientras una avalancha de recuerdos se precipitaba destruyendo todo a su paso. Mi lógica, dónde me encontraba, todo ello perdido en otro tiempo. La impotencia, el terror y la rabia de estar atada desnuda al banco, sin poder escapar ni siquiera cerrar las piernas, inundaron mis sentidos. La penetración insoportablemente dolorosa y la humillación cuando Toby empujaba dentro de mi, acompañada por el dolor desgarrador y abrasador de sus empujones erráticos y frenéticos. El roce de sus garras sobre mi espalda desnuda contrastaba con el cosquilleo de su pelaje, el aliento caliente y jadeante pintándome la piel y resonando en mi oído. La oscuridad invadió mi visión periférica cuando el mundo se volvió n***o y mi cuerpo se estremeció sin control.
—Saca a ese puto perro de aquí—, gritó Adonis desde algún lugar lejano.
Mis rodillas cedieron y mis piernas se doblaron, incapaces de sostenerme. Unos brazos fuertes amortiguaron mi caída, me izaron y me acomodaron contra el pecho de Adonis. Temblé sin control y sus brazos me rodearon con fuerza. Me castañeteaban los dientes y estaba a punto de desmayarme. Mis pulmones, faltos de oxígeno, respiraban entrecortadamente mientras mi mente luchaba contra el asalto. Adonis me llevó por el pasillo y subió las escaleras. Su voz retumbó en mi mejilla.
—Estás bien. Estás a salvo.
El zumbido constante de su calor reverberó en mi pecho y el latido de mi corazón se ralentizó al sincronizarse con el suyo. Vagamente consciente de lo que ocurría, hundí la cara en el pliegue de su cuello y dejé que su aroma especiado me tranquilizara.
Una puerta se abrió y se cerró y, al instante siguiente, Adonis estaba sentado y yo en su regazo, envuelta en sus poderosos brazos, mientras me mecía suavemente.
—Es sólo un ataque de pánico. No es real—. La mano de Adonis me alisó el pelo una y otra vez con un ritmo suave.
—Silvio, él, yo—. Se me cortó la voz y me obligué a dejar de balbucear.
No era el momento ni el lugar para tener un ataque de pánico. Si era una carga demasiado pesada, me echarían a la calle y no podía dejar que eso ocurriera, no antes de la semana que viene. Necesitaba ese dinero para mantener a Felipe a salvo.
Me hundí más en su pecho, apreté la cara contra su cuello y controlé mi boca desbocada. Nunca le confesaría a Adonis lo que había pasado.
—Háblame, Blanca.
Horrorizada por haberme asustado delante de todos, intenté apartarme de él, pero Adonis me sujetó con fuerza.
—Lo siento. No sé qué me pasa—. Mi voz temblaba y sonaba lastimosamente pequeña.
—Es la forma en que funciona la mente. Cuando estás en medio, el modo de supervivencia toma el control. La adrenalina te impide sentir o pensar. Te limitas a funcionar. Sobrevives. Sólo después, cuando estás a salvo, procesas lo sucedido. Algo te lo recuerda e inunda tu sistema. Vas a estar bien, Blanca.
Suaves y delicados, los labios de Adonis me presionaron la frente, y algo dentro de mí se rompió. De mis ojos brotaron lágrimas calientes que aparté con rabia.
—Lo siento, no soy una llorona—, susurré, consternada por mi muestra de vulnerabilidad.
Otro suave beso en la parte superior de mi cabeza. —Déjalo salir todo. Te tengo.
La presa se rompió y empecé a llorar. Grandes sollozos sacudieron todo mi cuerpo mientras me aferraba a la camiseta de Adonis y mis lágrimas empapaban la parte delantera. Adonis me acarició suavemente la columna vertebral y murmuró que yo era fuerte y que me pondría bien. Era un bonito pensamiento, pero no estaba segura de creerle.
Lloré por la chica que solía ser. Lágrimas de dolor, pérdida y rabia por Felipe, mi madre, mi hermana y por el futuro perdido. Lloré por todo ello hasta que no pude llorar ni una sola lágrima más, y todo lo que salió fueron patéticos hipidos.
Adonis me abrazó contra su pecho. Mi cuerpo dejó de temblar, mis dientes ya no castañeteaban y el mundo volvió a enfocarse. Estaba en el regazo de Adonis, en su habitación, en su cama.
La vergüenza se apoderó de mí. Sabía que la verdad se había filtrado y Adonis había sumado dos más dos. No me extrañaba que no me quisiera. Mi cuerpo se puso rígido entre sus brazos. Necesitaba distanciarme de él, pero mi cuerpo traidor se negaba a moverse, languideciendo en la ilusión de protección y seguridad que me proporcionaba mientras envolvía mi cuerpo, protegiéndome y aislando el resto del mundo.
—Lo que sea que Silvio te hizo, nada de eso fue tu culpa. Es sólo una cicatriz. No define quién eres, Blanca.
Mantuve mi cara firmemente apretada en su cuello, demasiado avergonzada para enfrentarme a él, demasiado agotada emocionalmente para soltarme.
Adonis suspiró. —Puede que ahora no me creas, pero con el tiempo, lo harás. Si necesitas acabar con ese pedazo de mierda, Silvio, para recuperar tu vida, sólo tienes que pedírmelo.
Me aparté un poco de su pecho y lo estudié. La verdad estaba escrita en su rostro. Adonis hablaba en serio. Algo que no podía nombrar se hinchó en mi pecho. Nunca nadie me había defendido, protegido o luchado por mí, y Adonis se ofrecía. Borrar a Silvio de la faz de la tierra era tentador, pero dos cosas me impidieron aceptar de inmediato. Recordé la advertencia de Ángelo de que matar a Silvio o a Thiago podría traer la guerra con la familia Santana. No quería que mis problemas tocaran a los De la Cruz, y tener ese tipo de deuda con Adonis era peligroso. Saltar de la sartén al fuego sería estúpido, y yo tenía que ser más lista.
—Lo pensaré—, susurré, con la garganta en carne viva por el llanto.
—Vale—, murmuró contra un lado de mi cabeza.
Podía aguantar a los rudos, podía aguantar a los sexys, pero el dulce y protector Adonis me rompía el corazón. Un hombre así sería fácil de enamorar, y para mí, imposible de mantener.
—¿Estoy roja?— pregunté, intentando ponerme en una posición más equilibrada y apartar mi mente de estúpidas fantasías que no tenían cabida en mi vida.
Adonis me miró. —Sí—, me confirmó.
¿—Mucho—?
—Sin duda—. La comisura de sus labios se crispó mientras yo entrecerraba los ojos y fingía ofenderme.
—Se supone que debes mentir y decir que no—, le informé.
—¿Por qué?, eres preciosa igual.
Sonreí contra su pecho, el calor se extendió por mi cuerpo como un veneno peligroso ante su elogio.
—¿Crees que la gente del spa pueda dejarme lista?
Su risa profunda vibró a través de mí. —Claro—.
—Genial—. Gruñí y exhalé un suspiro.
—No tienes que ir esta noche—. La voz de Adonis se volvió seria.
—Quiero hacerlo.
—Vale, se lo haré saber a Víctor—. Adonis miró su reloj. —Si Carina lleva tu ropa al spa, podemos recogerte directamente desde allí.
Adonis no intentó disuadirme ni manejarme. Confiaba en que yo sabía lo que quería y lo que podía hacer. Eso o simplemente le importaba una mierda. Envuelta en sus brazos, me resultaba difícil recordar que no era más que una empleada, que Adonis me echaría sin mirarme atrás y que los De la Cruz irían a por la siguiente chica en poco más de un mes. Un dolor agudo y punzante en las tripas me dejó sin aliento.
Me aparté de su pecho y me incorporé. Adonis me limpió una lágrima de la mejilla, y la electricidad recorrió mi cuerpo y corrió hacia abajo.
—Espero que puedan arreglar esto—. Hice un gesto de barrido sobre mi cuerpo.
—Serás la mujer más hermosa de allí.
Nos miramos y el mundo volvió a cambiar. Un golpe en la puerta me apartó de él, y esta vez me dejó marchar. Mis ojos recorrieron la habitación mientras Adonis iba a abrir.
Madera oscura, líneas limpias, tonos grises adornaban el espacio. Masculino, pero tranquilo y discreto. Una parte de mí esperaba paredes negras, calaveras y cuchillos atornillados a la pared, pero esto era relajante y completamente inesperado. Cuanto más conocía a Adonis, menos sabía.
Víctor estaba en la puerta, salté de la cama y me acerqué, pensando que probablemente era lo más cerca que estaría de estar en la cama de Adonis. Parecía empeñado en mantenerme fuera de ella.
—Señorita Blanca, ¿se encuentra bien?—. La voz de Víctor estaba cargada de auténtica preocupación, y por enésima vez me pregunté qué le pasaba.
Asentí, sin confiar en mi voz. Víctor era un tipo raro. Infaliblemente educado y reservado, me mantenía a distancia, pero sabía que a veces me observaba con algo más que un ojo puesto en la seguridad. El aprecio masculino y el calor de su mirada eran inconfundibles, pero sólo me tocaba cuando era necesario y sólo hablaba cuando era preciso. La mayor parte del tiempo nos habíamos instalado en un fácil silencio mutuo, casi como una amistad sin palabras. Yo seguía sus instrucciones al pie de la letra y él me vigilaba. En cierto modo, Víctor me mantenía a salvo. Por otro lado, siempre parecía que había algo que me acechaba bajo la superficie y que no podía nombrar. Víctor era un tipo con muchos secretos.
—Estoy bien—. Las palabras eran quebradizas, e intenté disimularlo con una sonrisa.
—Dile a los guardias que mantengan al perro fuera de la casa. Blanca les tiene miedo. Cuando... era niña, un perro la atacó—. Adonis le dijo a Víctor, explicando el incidente en la cocina, como si no fuera más que una fobia infantil. La mentira se le escapó con facilidad y le agradecí eternamente que me hubiera cubierto.
—Entendido. Lo siento, señorita. Si lo hubiera sabido—. La voz de Víctor se apagó. —Esperaré fuera de la puerta hasta que estés lista.
—Ahora está bien—. Forcé a través de labios rígidos.
Tenía que alejarme de Adonis antes de cometer otra estupidez. Asentí con la cabeza y seguí a Víctor por el pasillo mientras la mirada de Adonis se clavaba en mi nuca. Ya no había nada de qué hablar. Me había asustado, Adonis me había consolado y eso era todo. Tenía que alejarme de él. De todos ellos, él era el más peligroso.
Andrés y Adán eran... amigos con derecho. Disfrutábamos el uno del otro, pero creo que Andrés y Adán estaban enamorados. Yo era una adición, no un reemplazo. Nunca había visto un vínculo tan fuerte entre dos personas, y si alguna vez tenía una relación, esperaba que fuera como la de ellos.
Ángelo era el jefe, y trabajaba incansablemente para proteger a su familia elegida. Impulsado por la necesidad de control, seguridad financiera y el poder que conllevaba. Era complicado y sexy, y yo quería complacerle y ser la que destrozara ese codiciado control, pero una parte de él siempre sería reservada, y lo acepté. La verdad era que sentía algo por Ángelo.
Sentía algo por todos ellos, pero era Adonis el que se me había metido bajo la piel y había traspasado mis defensas. Me sentía en peligro a su lado. No me costaría mucho estar enamorada de él, y eso me daba mucho miedo. Yo no amaba a nadie y Adonis no me amaba a mí, así que se acabó la historia.
Víctor y yo hicimos el trayecto hasta el spa en silencio, ambos perdidos en nuestros propios pensamientos. Esperé a que se diera la vuelta y abriera la puerta. Su mirada lo observaba todo, evaluando y calculando, buscando amenazas.
—Esta noche será un poco diferente—, explicó Víctor. —La amenaza siempre es mayor cuando salen los De la Cruz, y como tú estarás con ellos, eso te convierte también en un objetivo—.
—¿Amenaza? ¿Qué tipo de amenaza?
—La familia Santana. Los Volkova, o algún loco cualquiera—. El hombro de Víctor se inclinó hacia arriba como si todo fuera un día cualquiera.
—Creía que los Volkova y los De la Cruz hacían negocios juntos.
—Si, pero ya sabes cómo es esto. Socios un día, en guerra al siguiente.
Víctor me estudió y me di cuenta de que probablemente no debería haber revelado que sabía algo sobre los negocios de esta gente. Pasar el rato con Andrés y Adán había abierto una ventana al funcionamiento interno que no debería haber abierto.
—Bueno, eso no me hace sentir exactamente bien—. Bromeé, intentando sonar huidiza, como si no supiera nada de ese tipo de cosas. Tendría que creer en la palabra de Víctor.
Víctor levantó la comisura de los labios. —No, señorita, pero Adonis es el mejor en lo que hace. Asegúrate de hacer todo lo que te diga, aunque no tenga sentido. Su prioridad número uno es la seguridad de todos, y sé que ustedes dos a veces se molestan mutuamente.
Levanté la ceja y Víctor me lanzó una mirada desafiante. Puse los ojos en blanco. La verdad es que no podía discutir.
—Ok—. Concedí a regañadientes.
—Estaré aquí para recogerte cuando termines.
Tres horas más tarde, realicé que las mujeres del spa eran milagrosas. Una esteticista me aplicó una compresa en los ojos hinchados y la hinchazón y el enrojecimiento desaparecieron. Una estilista me recortó el pelo en largas capas que enmarcaban mi rostro y lo realzó con mechas y reflejos que le daban dimensión. Me depilaron o arrancaron todos los pelos rebeldes que me quedaban, y la aplicación del maquillaje fue impecable. Una piel de porcelana perfecta, complementada con un toque de ojos ahumados y un pintalabios color melocotón. Discretas, pero con clase. Estas mujeres valían su peso en oro.
Carina me dejó un precioso vestido n***o de trompeta con un escote curvado de un solo hombro y una abertura hasta el muslo. El suave material me ceñía el cuerpo, pero me permitía moverme con facilidad. Unas sandalias negras de tiras con adornos de pedrería adornaban mis pies, y un corsé de satén n***o que alisaba cualquier bulto y elevaba mis pechos a nuevas y peligrosas alturas apuntalaba todo el conjunto. Unas braguitas diminutas que parecían prácticamente inútiles completaban el conjunto. Carina insistió en que llevara tanga, porque cualquier otra cosa arruinaría la línea del vestido. Le tomé la palabra porque todo el día me recordaba ya a Cenicienta.
Tras una última mirada en el espejo, no me parecía en nada a mí misma, y eso era bueno. Me coloqué los pendientes de diamantes en los lóbulos, salí del probador y me dirigí al vestíbulo.
No era Víctor quien me esperaba; era Ángelo. Vestido con un esmoquin n***o, parecía poderoso y pulido. Sus ojos recorrieron mi cuerpo, y el azul de sus ojos ardía de calor. A Ángelo le gustaba lo que veía, y estaba dispuesta a apostar a que esta noche sus ojos se deleitarían con todo mi cuerpo. De repente, aquellas bragas diminutas no me parecieron tan mala idea.
Ángelo me tendió la mano y yo deslicé la mía en la suya. Se llevó la mano a los labios y me dio un suave beso en el dorso.
—Estás increíble—. Su voz profunda y rica retumbó a mi alrededor, y la piel se me puso de gallina.
—¿Suficientemente buena para comerme?— pregunté inocentemente. Quería que supiera que no había olvidado su anterior promesa.
Un gruñido salió de su garganta. Lo interpreté como un sí, y la expectación recorrió mi espina dorsal. Desde de esta mañana, había pensado en cómo sería tenerlo enterrado entre mis muslos. ¿Sería duro y exigente, o suave y delicado?
El rostro de Ángelo se volvió serio. —Siento lo del perro. Si hubiera sabido que uno te atacaba de niña, les habría ordenado que lo mantuvieran fuera de casa.
—No pasa nada—. Pegué una sonrisa en mi cara y recé para que no se notara mi sorpresa. Adonis había mentido a Ángelo para guardar mi secreto.
—La respuesta a la pregunta es sí.
Enarqué una ceja.
—Te ves lo suficientemente bien como para comerte.
Mi sonrisa se volvió genuina y Ángelo me devolvió la sonrisa. Sexy y reservada, pero una sonrisa al fin y al cabo, y el corazón me dio un vuelco.
Ángelo me condujo a la limusina y Víctor abrió la puerta mientras sus ojos me recorrían de pies a cabeza y me dedicaba una sonrisa de agradecimiento. Me deslicé junto a Adán y él silbó su aprobación.
—Nena, eres perfecta con un vestido n***o.
Me reí. —Tú también te ves muy bien.
Adán había domado su rebelde melena y llevaba esmoquin. Guapo y diabólico, me sonrió. Andrés parecía tan cómodo con esmoquin como con traje. Impecable como siempre.
—Preciosa—, me sonrió Andrés, y un rubor tiñó mis mejillas.
Mis ojos se desviaron hacia la acalorada mirada de Adonis y el espacio y el tiempo ondularon a nuestro alrededor, bloqueando todo lo demás. Era devastadoramente guapo. Llevaba el pelo largo y oscuro recogido, lo que le daba un aspecto sofisticado que no ocultaba del todo su peligroso y afilado carácter. El esmoquin le confería una respetabilidad y urbanidad que lo convertían en un magnífico amasijo de incongruencias. Adonis estaba bueno en vaqueros y camiseta. Adonis de esmoquin era devastador. En mi mente se formaron inmediatamente pensamientos sucios, pervertidos y francamente asquerosos de todas las cosas indebidas que quería hacer con él. Una pasada de su lengua por el labio inferior me dijo que sabía exactamente lo que estaba pensando.
—Dame tu muñeca—, ordenó Adonis.
La advertencia de Víctor resonó en mi cabeza y le tendí el brazo sin vacilar. Adonis frunció el ceño y la sorpresa se reflejó en su rostro durante un instante. Enganchó un hermoso brazalete de diamantes y platino alrededor de mi muñeca y lo sujetó con una pequeña herramienta.
—Esto tiene un rastreador. Sólo por precaución, cuando salimos, todos tenemos uno.
Asentí, ignorando el hecho de que eso me convertía en una De la Cruz, aunque sólo fuera por unas horas.