Había oído hablar de mujeres que se corrían sólo con la estimulación de los pezones, pero yo nunca me había acercado hasta ahora. Era posible que fuera a detonar por nada más que Ángelo, trabajándome expertamente con su lengua y sus dedos.
Cada rose tiraba de mis entrañas, y mi coño palpitaba y manaba al compás de cada tirón rítmico. Me dolía, apretaba y suplicaba.
—Por favor.
—Dime lo que quieres—, ordenó Ángelo.
—Necesito que me toques, que me llenes. Me duele—. Mi susurro roto llenó el espacio entre nosotros, y no me importó haber entregado todo mi poder.
Nunca en mi vida había suplicado tan descaradamente, y no dudé ni un segundo. Si aquel hombre no me tocaba, iba a derretirme en un charco de necesidad líquida aquí mismo, sobre su escritorio, encima de sus papeles importantes, y no me importaría un carajo en qué me convertía eso.
Con un movimiento de muñeca, apartó la braguita empapada de mi bikini y pasó un dedo por mi humedad. Cuando me rozó el clítoris, sentí un alivio tan dulce que estuve a punto de llorar, pero mi respiro se convirtió en frustración cuando apartó los dedos. Un gruñido salió de mi garganta en señal de protesta, y su ceja se alzó y su boca esbozó una sonrisa de satisfacción.
Le tendí la mano y él me agarró la muñeca, colocando de nuevo mi palma sobre el escritorio.
—He dicho que mantengas las manos en el escritorio. Si vuelves a desobedecerme, esto se acaba. ¿Entiendes?
La frustración burbujeaba, pero el fuego en mis venas zumbaba más fuerte.
—Sí—, gruñí, con la voz ronca por la necesidad contenida.
—Sí, ¿qué?
—Sí, señor—. Apreté los dientes.
Silvio pasó por mi mente y un escalofrío helado apagó mi fuego. Ese cabrón me había hecho llamarle señor cada vez que abusaba de mí, y todo en mí se rebelaba. Aquello era diferente, pero la palabra me resultaba amarga en la lengua, y los vívidos recuerdos que se agolpaban ante mis ojos, borrando a Ángelo, apagaban mi deseo. El dolor, la humillación, el miedo.
Ángelo me acarició la cara. —Tranquila, Blanca. No tienes que llamarme así.
Con los ojos desenfocados, perdida en el pasado, me zafé de su agarre, odiando que Silvio y su perversión hubieran arruinado este momento. Quizá Ángelo tenía razón. No estaba preparada para él. Silvio había roto mi voluntad. Tal vez la verdad era, que él sólo me había roto. Mi alma manchada para siempre con su suciedad.
Sacudí la cabeza, aclarando mis pensamientos y volviendo al presente. No, Silvio no podía quitarme nada. Ya no. Ángelo no era Silvio. No me haría daño, no me obligaría.
—¿Qué tal el Amo Ángelo?— Le sonreí, rezando para que no se diera cuenta de lo frágil que era, o de lo forzada.
Una sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios carnosos. —¿Qué tal sólo Amo?—. Aquella voz profunda y dominante era suave y reconfortante.
—Eso me gusta.
—A mi también.— Ángelo empezó a alejarse.
—Por favor, no pares. Quiero esto, te quiero a ti—. La desesperación teñía mi voz. Necesitaba demostrarme a mí misma que sólo estaba fracturada, no irreparablemente rota.
Sus ojos azules me evaluaron, observando el rubor de mi piel, los ojos brillantes, los pezones rígidos y el sexo reluciente. No había duda de que lo deseaba. La cuestión era si podría soportarlo.
—Estoy bien. La palabra, los recuerdos, me llevó de vuelta allí—. No le expliqué dónde, y él fue lo bastante astuto como para no preguntar. Las lágrimas amenazaban detrás de mis párpados, y parpadeé rápidamente para apartarlas.
Asintió pero no dijo nada, dejando que sus manos y su cuerpo hablaran por los dos. Los dedos de Ángelo se deslizaron entre mis húmedos pliegues y mi cabeza se echó hacia atrás mientras la excitación afloraba a la superficie.
—Húmeda y caliente—. Murmuró mientras deslizaba un dedo exquisitamente largo y grueso en mi coño chorreante.
Un segundo dedo se unió al primero, y bombeó dentro y fuera de mí a un ritmo lento y lánguido, arrastrando un rastro de humedad por el interior de mi muslo cuando sacó los dedos y abrió más las piernas. Con la mirada fija en mi interior, recorrió mi abertura y rozó la punta de mi clítoris.
—Hermosa—. Esa palabra hizo más por mi alma fracturada que diez años de terapia. No estaba sucia ni usada. Yo era hermosa.
Cada caricia me acercaba más al borde, donde él me dejaba tambalear, sin darme nunca lo suficiente como para caer por el precipicio. Mi necesidad crecía pero seguía insatisfecha mientras él jugueteaba con mi clítoris y luego volvía a introducirme los dedos en el coño con facilidad, tirando hacia delante y presionando contra aquel punto de dolor perfecto. El sudor empañaba mi piel enrojecida y me agitaba contra su mano, desesperada por más contacto, más fricción.
—Por favor—, le supliqué.
—¿Por favor, que?
—Déjame correrme, Amo, por favor, déjame correrme.
Me retorcí contra su mano mientras él avivaba mi necesidad. La habitación daba vueltas y gemí cuando mi clítoris palpitó, suplicando que lo tocara, desesperada por hacer cualquier cosa que me ordenara con tal de calmar a la bestia que había despertado en mí.
Sus dedos siguieron masajeando mi interior y su otra mano se introdujo entre mis muslos. Con una fuerte caricia en el clítoris, solté el tenue agarre que mantenía los últimos vestigios de control y me entregué a la locura, cayendo al vacío. Mi orgasmo golpeó con la intensidad de vientos huracanados, arrancando los últimos jirones de mi resistencia mientras me convulsionaba alrededor de su mano, balbuceando sonidos incoherentes a medida que cada oleada de placer rebotaba por mi cuerpo. Con la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados y las palmas de las manos apoyadas en el escritorio de Ángelo, mi pecho se agitaba con cada respiración entrecortada y mi coño se aferraba a sus dedos, negándose a soltarme.
Su pulgar acarició suavemente mi clítoris, y yo tuve espasmos y sacudidas, intentando apartarme. Incluso la caricia más delicada era demasiado. Ángelo dejó que se calmara la última oleada antes de sacar los dedos con más cuidado del que yo recordaba.
Con los ojos entrecerrados, vi cómo se llevaba los dedos a la boca y chupaba mi esencia de cada uno de ellos. Mi única respuesta fue un ruido incoherente que brotó de mi garganta, mientras mis ojos permanecían fijos, contemplando una de las escenas más sensuales que jamás había presenciado. Ángelo sonrió como si pudiera leer todos mis pensamientos.
—Te ataré las manos con mi corbata, te pondré de rodillas y empujaré mi polla dentro de esa preciosa boca tuya hasta que esté tan dentro de tu garganta que tengas arcadas y te ahogues. Quiero ver las lágrimas en tus ojos mientras me suplicas más, incluso mientras controlo cada una de tus respiraciones. ¿Estás lista para eso?
La lujuria fresca me dio una patada en las tripas. Aún me temblaban las piernas y el vientre, pero asentí, ansiosa por darle el mismo placer que él me había dado a mí.
— De rodillas—, ordenó Ángelo.
Me bajé de su escritorio y me arrodillé. Mi mirada recorrió su ancho torso, que se estrechaba en forma de V en la cintura. Mis ojos se posaron en su impresionante e insistente erección, que se tensaba contra la parte delantera de sus pantalones. Sentí un zumbido de anticipación y me obligué a esperar, aunque deseaba estirar la mano y acariciarlo. Instintivamente, sabía que me estaba poniendo a prueba.
—Si quieres parar, todo lo que tienes que hacer es tocar mi muslo.
Asentí con la cabeza.
—Usa tus palabras—. Ángelo reprendió suavemente. —Esto empieza con la confianza. Tienes que confiar en mí y hacerme saber lo que sientes.
—Comprendo.
Sentí calor en el vientre y comprendí lo diferente que podía ser el sexo. No tenía por qué ser precipitado e incómodo, ni brutal y unilateral. Puede que aún no confiara plenamente en Ángelo, pero no se parecía en nada a Silvio. Me sentía segura con él. Aunque podía obligarme a hacer lo que quisiera, sabía que nunca lo haría.
—Desabróchame los pantalones.
Mis manos se engancharon a la hebilla de su cinturón, pasé el rígido cuero por el cierre metálico, le desabroché los pantalones y bajé la cremallera con movimientos controlados a pesar de mis manos temblorosas. Volví a sentarme a esperar a que me diera instrucciones.
—Buena chica—, elogió Ángelo.
Se deshizo el nudo de la corbata, deslizó la tela con un susurro y envolvió mis muñecas con la seda. Me observó atentamente mientras me ataba las muñecas sin apretarlas, más como adorno que como función. Probando mis límites, midió mi reacción. Me tembló el pulso y luego se calmó cuando me di cuenta de que podía soltar las manos fácilmente si quería. Se trataba de la anticipación y el juego, de aumentar mis sentidos y mi excitación en lugar de limitarme. Apoyé las manos atadas en el regazo y esperé instrucciones.
—¿Cómo estás?
—Estoy bien—, confirmé, sorprendida al comprobar que era cierto.
La mano de Ángelo se deslizó dentro de sus bóxers de seda y su polla se liberó. Mis ojos siguieron su movimiento mientras acariciaba lentamente su larga y dura polla. Ángelo era un alfa hasta en su polla gloriosamente grande. Gruesa y venosa, palpitaba y se crispaba mientras él le acariciaba la base. Saqué la lengua y me lamí el labio inferior con avidez mientras una gota de humedad se formaba en la punta, invitándome a acercarme. Esperé con las manos apretadas en el regazo, hipnotizada por cada lenta y controlada caricia mientras su polla crecía hasta alcanzar su máximo potencial y la necesidad entre mis piernas palpitaba al compás de su ritmo.
—Abre—. Su voz grave había adquirido una cualidad áspera que hizo que la electricidad bailara a lo largo de mi espina dorsal.
Mis labios se entreabrieron en señal de invitación mientras su polla se acercaba más y más hasta que la punta aterciopelada tocó mi lengua y el primer sabor salado irrumpió en mi boca. No podía apartar la vista de su rostro mientras sus ojos se fijaban en mis labios rojos y ligeramente hinchados que envolvían la cabeza de su polla.
Moví la lengua alrededor del glande antes de que mi boca lo envolviera y succionara suavemente. Echó la cabeza hacia atrás y un gemido gutural retumbó en su garganta.
—Eso es. Quiero que te lo lleves todo.
Las caderas de Ángelo avanzaron y relajé la garganta, dejándole entrar. Más, pero no lo suficiente. Era más grande de lo que estaba acostumbrada.
—Más profundo, hasta el fondo de tu garganta—, gruñó Ángelo, con los músculos del cuello acordonados y tensos, delatando lo que le costaba su control.
Una sacudida de placer me subió por la espina dorsal y empujé hacia delante, tomando otro centímetro mientras se me humedecían los ojos. Acuné su larga longitud en mi lengua y me abrí más. La cabeza de su polla chocó contra el fondo de mi garganta y gemí mientras él empujaba más.
Ángelo me apretó el pelo con la mano, anclándola en mi nuca, y me instó a que siguiera. Me costaba respirar y la saliva se me acumulaba en la boca mientras él se deslizaba por mi garganta hasta que mi nariz rozó la base. El dolor en la mandíbula reflejaba lo grande que era y lo profundo que estaba en mi garganta.
Manchas blancas bailaron frente a mis ojos, y contemplé la posibilidad de golpearle el muslo, pero Ángelo leyó mi lenguaje corporal con facilidad y se apartó, dándome espacio y aire.
—Qué boca tan bonita—, me felicitó, y usó la mano que tenía en la nuca para empujarme hacia delante.
Nos movimos a un ritmo perfecto, ahuequé las mejillas y lo succioné, dejando que se deslizara por mi garganta, donde tragué y gemí alrededor de su impresionante longitud, enviando vibraciones a lo largo de su pene.
El sudor le salpicaba las sienes y la respiración de Ángelo se volvía agitada a medida que aumentaba su liberación. Sus insistentes embestidas se volvieron espasmódicas y erráticas, a medida que perdía el control y se precipitaba hacia el borde del abismo.
—Me voy a correr—, advirtió Ángelo.
Tarareé en señal de asentimiento y me atreví a decir que de permiso. Con otra fuerte embestida, se deslizó hasta el fondo de mi garganta, y sus manos anclaron mi cabeza contra su abdomen, mientras coreaba mi nombre mientras una y otra cuerda de esperma caliente corría por mi garganta y yo tragaba por reflejo, extrayendo cada gota de su cuerpo tembloroso. Sus piernas temblaron y su cabeza se inclinó hacia el cielo mientras su respiración se ralentizaba y su polla se ablandaba.
Ángelo empezó a deslizarse, pero yo protesté y se detuvo. Hice girar la lengua alrededor de su sensible cabeza, y él gimió y me agarró la cabeza con más fuerza antes de que me apartara con un chasquido húmedo.
Ángelo me animó a ponerme en pie, se volvió a meter los pantalones y se subió la cremallera. Su corbata se había soltado casi por completo, pero me la soltó de las muñecas y se la puso alrededor del cuello. Volví a subirme la parte de arriba del bikini y me la até, repentinamente insegura de lo que pasaría a continuación.
Esperaba muchas cosas, pero no lo que ocurrió. Ángelo se inclinó y me dio un beso suave y lujoso en los labios.
—La próxima vez te comeré ese precioso coño y haré que te corras con mi boca, luego haré que te corras sobre mi polla, mientras te follo profundo y duro, pero hoy no hay tiempo suficiente—.
La cabeza me daba mil vueltas mientras intentaba comprender sus palabras. ¿Me iba a dejar sin follar justo ahora? Satisfecha, pero con ganas, me quedé mirándole, estupefacta y excitadísima, mientras se dirigía a la puerta.
—Nos vamos a la gala a las siete. Te veré esta noche.
Se marchó y me quedé sola en su despacho. Tomé la laptop y el abrigo y me dirigí de nuevo a la piscina, no quería tentar a la suerte y que me pillaran sola en una de las zonas de exclusión. Tenía que terminar y encontrar a Adonis para conseguir el número de Carina.
Salí por la puerta y me detuve en seco, tragándome un grito. Adonis estaba subiendo la escalera de la piscina, nuestras miradas se cruzaron y se dirigió hacia mí. Oscuro, peligroso y reluciente, con gotas de agua cubriendo su cuerpo perfecto, parecía una obra de arte caliente hecha realidad. Lástima que la expresión de su cara indicara que estaba pensando en cómo hacer que mi ahogamiento pareciera un accidente.