—Quiero ese precioso coño—. Adán declaró.
Un gemido aterrorizado brotó de mi garganta cuando me di cuenta de su intención. Ni siquiera sabía si eso era posible. ¿Podría meterme los dos en el coño sin que me desgarraran? Me habían dado puñetazos docenas de veces. Esto no podía ser mucho peor, ¿verdad? Un millón de cosas se arremolinaban en mi mente, como la nieve durante una ventisca. Y al igual que en una tormenta de nieve, había perdido de vista lo más importante. Tenía un solo trabajo: abrirme de piernas y dejar que me hicieran lo que quisieran. No tenía voto.
Adán me miró a la cara y yo bajé la vista al suelo, incapaz de sostenerle la mirada. Ese era el problema de que me trataran como si importara. No importaba.
—Cariño, si no quieres hacer esto o llega a ser demasiado, usa tu palabra de seguridad. Recuerdas cual es, ¿verdad?
El dedo de Adán inclinó mi barbilla hasta que le miré.
—Sí. Alba.
—Así es—. Adán asintió, pareciendo ridículamente sincero en su preocupación.
Ya estábamos otra vez con lo de la palabra de seguridad. Seguía sin creerme eso de que podía simplemente renunciar a algo y que no habría repercusiones. Por milésima vez esta noche, deseé haber echado un vistazo a ese contrato. Sin duda habría una reducción de honorarios o un descuento si no hacía lo que me pedían, y eso me metería en un buen lío.
Además, esperaba gustar lo suficiente a los De la Cruz como para volver a pagar por mi en las mismas condiciones. Aunque sólo fuera dos veces al mes, me daría unos días libres, y Thiago no me dejaría quedar embarazada. El dinero y el prestigio de los De la Cruz serían demasiado tentadores. Y, la verdad, no me importaba follar con ellos. Vale, si era sincera, quería follármelos.
Pensaban que estaba aquí por voluntad propia, y ahora era verdad en cierto modo. Le había mentido a Ángelo al firmar el contrato, haciéndole creer que lo había hecho por voluntad propia y que me pagaban. Yo era una proveedora de servicios, no una prostituta traficada. Ninguno de ellos pensaba que me estaban violando y, en cierto modo, no era así. Si hubiera recogido a Adán y Andrés en un bar, me habría ido a casa con ellos y les habría follado hasta reventar y habría disfrutado cada maldito minuto. Eran calientes y sexys y follaban como un hombre debería de follar. Me di cuenta de que en el mejor de los casos mi consentimiento había sido dudoso, pero ahora parecía diferente. Si me dieran a elegir, estaría aquí.
Todo aquel enrevesado proceso de pensamiento me aturdía y me confundía. En resumidas cuentas, conseguir que Ángelo firmara otro contrato era mi mejor apuesta y, mientras tanto, si conseguía unos cuantos orgasmos con el trato, eso no era más que la guinda del pastel.
Me incliné hacia delante y, en un movimiento atrevido, rocé con mis labios los de Adán. —Quiero hacerlo. Sólo que nunca lo he hecho antes.
Sus ojos brillaban de lujuria. —Te va a encantar—, me aseguró Adán.
No estaba segura de que fuera cierto, pero le tomaría la palabra. La polla de Andrés palpitaba deliciosamente dentro de mí, y me moví contra él, buscando más presión.
—Y me gustaría ser el primero, nena—. Me di cuenta de que lo decía en serio por la forma en que su polla se movía y temblaba.
Aunque estaba empapada, Adán se acercó, abrió el tapón de un bote de lubricante y se untó los dedos. Introdujo un dedo por el borde de la circunferencia de Andrés, estirando suavemente mi abertura y preparándome para lo que vendría a continuación. Cuando introdujo dos dedos en mi ya dilatado coño y nos masajeó a Andrés y a mí simultáneamente, me di cuenta de lo acertado de la decisión de usar lubricante. El lubricante adicional facilitó su transición.
—Dios—, murmuró Andrés, y empujó dentro de mí. —Estás bien estrecha.
El ardor del estiramiento me indicó que Adán había añadido un tercer dedo y mi coño se onduló y protestó ante la plenitud. La punzada de dolor me distrajo del placer. Los dedos de Adán encontraron mi clítoris y obraron su magia, mis músculos se relajaron y me abrí aún más, dejándole deslizarse hasta el fondo.
Me habría encantado quedarme allí, tambaleándome en el filo de la navaja del placer y el dolor, con Andrés follándome despacio mientras los dedos de Adán me hacían tijeras y me estiraban, abriéndome de par en par. Hice un sonido de protesta cuando la mano de Adán abandonó mi clítoris para acariciar los huevos de Andrés.
—Chica codiciosa—, se burló Adán.
Me sacudí contra su mano para enfatizar el movimiento, mientras él introducía un cuarto dedo en mi interior.
—¡Dios!— Andrés prácticamente gritó mientras se sacudía como si los dedos de Adán lo hubieran electrocutado.
Yo estaba allí con él en ese sentimiento. Sólo podía imaginar lo que Adán le estaba haciendo a la polla de Andrés con esos dedos perversos. Mis ojos se desviaron hacia abajo, contemplando la obscena vista de una polla y una mano enterradas en mi coño mientras Andrés y Adán trabajaban juntos en mi, brillando por mi creciente excitación. Los vi entrar y salir de mí. Adán empujaba mientras Andrés sacaba, y la firme presión acariciaba mis paredes de una forma totalmente nueva que me hacía retorcerme y maullar sonidos incoherentes.
Adán retiró los dedos y mi coño se agitó y apretó ante la repentina pérdida, echando de menos al instante la plenitud. Contra mi cuello, Andrés aspiró un suspiro tembloroso ante mi respuesta.
—Estás tan mojada, amor. ¿Estás lista para esto?— Adán preguntó.
Asentí, incapaz de hablar, y la punta hinchada de la polla de Adán presionó contra mi entrada, empujando la polla de Andrés más firmemente contra mí. Cuando la polla de Adán tocó la de Andrés, se sacudió y se hinchó dentro de mí. Yo era la única que no estaba cien por cien de acuerdo con la idea. Pero, de nuevo, era mi coño el que estaba a punto de ser totalmente destrozado por dos grandes pollas.
Andrés me sujetaba firmemente por la cintura mientras Adán empujaba lentamente dentro de mí con insistente presión. Gemí mientras mi coño se estiraba a su alrededor, y el ardor aumentaba con cada centímetro que se deslizaba más adentro.
—¿Cómo estás, cariño? ¿Es demasiado?
Tenía el labio inferior apretado entre los dientes para no gritar. Aunque estaba convencida de que mi coño estaba a punto de desgarrarse, negué con la cabeza.
Los dedos de Adán estaban de nuevo en mi clítoris, masajeando círculos tentadores mientras se detenía a mitad de camino, dejándome relajarme y adaptarme. Me di cuenta por los músculos tensos de su cuello lo que le costó ese control. Andrés jadeaba contra mi cuello.
Andrés levantó la mano y me tiró de los pezones, tensándolos al máximo mientras la excitación brotaba entre mis piernas con cada tirón. Adán introdujo otro centímetro y se detuvo. Hubo un momento en que el único sonido entre nosotros era el áspero ritmo de nuestras respiraciones. Adán siguió empujando, abriéndome. Una intensa plenitud invadió la parte inferior de mi cuerpo y una densa presión palpitó entre mis piernas. Cuando apreté la mano sobre mi vientre, juraría que podía palpar la polla de alguien bajo las yemas de mis dedos.
—Oh mierda,— Andrés aspiró un fuerte aliento entre sus dientes. —Tu polla se siente bien frotándose contra la mía.
La polla de Adán presionaba firmemente contra la parte inferior de la de Andrés mientras mis paredes se estremecían y apretaban a su alrededor. Adán pasó la mano por detrás del cuello de Andrés y lo atrajo hacia sí para darle un beso largo y sensual. El cambio de ángulo estiró aún más mi coño mientras sus pollas se movían, se agitaban y luchaban por el espacio.
Con un último chasquido de sus caderas, Adán empujó los últimos centímetros, arrancándome un grito de la garganta. Fue un dolor exquisito, atenuado por la oleada de excitación totalmente primaria que me invadió cuando los dos se besaron. La mano de Adán siguió explorando mi clítoris y se quedó quieto, completamente enterrado dentro de mí.
—Háblame, nena—. Adán instó.
—Oh Dios, oh mierda. No pares, por favor, no pares—. Las frenéticas palabras salieron de mis labios. El sonido de mi voz destrozada me sorprendió. Era una confusa mezcla de placer y dolor.
—A nuestra chica le gusta esto—. Andrés murmuró contra mi cuello, antes de apretarme y morderme, marcándome. Inmediatamente calmó el escozor con su lengua.
Mi pulso latía con fuerza y todo mi cuerpo estaba en carne viva, palpitando de placer, dolor y lo prohibido. Se movían juntos, encontrando su ritmo. Sus pollas rozaban mis paredes y se rozaban entre sí a medida que sus embestidas se hacían más profundas y urgentes. Mis pechos desnudos rebotaban con cada brazada y yo los palpé, tirando de los piercings de los pezones y retorciéndolos.
—Más—, supliqué con una voz que no reconocí.
El sonido de las bofetadas de nuestros cuerpos bañados en sudor se unió a los gemidos y gruñidos entremezclados con mis gritos desesperados mientras bailábamos nuestro tango carnal. Mi humedad los empapó a ambos y corrió por mis muslos mientras mi espalda se arqueaba y mi orgasmo me golpeaba. Me sacudí, grité y me quedé ciega de placer mientras mi liberación rugía sobre mí.
Siguieron follándome hasta el último temblor y pensé que era muy posible que me desmayara. Su ritmo era brutal, se follaban entre ellos tanto como a mí, sus duras pollas se rozaban y se batían en duelo mientras perseguían su propio placer. Mi coño se cerró en torno a ellos, ordeñándolos y coaccionándolos hasta que sentí la hinchazón colectiva de sus pollas.
Adán estalló primero, echó la cabeza hacia atrás y gritó tan fuerte que creí que el yeso se desprendería del techo. Me llenó de esperma caliente, provocando la liberación de Andrés. Andrés se sacudió contra mí, empujando erráticamente mientras su semilla se unía a la de Adán en un estallido caliente.
—Mierda—, rugió Andrés mientras espasmo tras espasmo sacudían su cuerpo.
Andrés se acurrucó en el pliegue de mi cuello y Adán apoyó su frente en la mía, y el mundo se inclinó y giró, ralentizándose suavemente a medida que bajábamos de nuestro subidón de placer. Permanecimos así unos minutos. Sus pollas palpitaban dentro de mí mientras su semen goteaba alrededor de sus p***s y se deslizaba por mis muslos hasta la alfombra de felpa.
Tras otra ducha rápida, nos trasladamos a la enorme cama con dosel. Para Andrés, eso significaba dormir. Desvanecido, su respiración suave y uniforme y algún que otro resoplido rompían el silencio. Adán me acurrucó por detrás y me rodeó posesivamente con el brazo, como si pensara que me iba a echar atrás en cualquier momento.
Tenía malas noticias para él. No iba a ir a ninguna parte hasta que fuera necesario. Dormir en una cama cómoda, sin un plug anal en el culo y con mantas suaves que me mantuvieran caliente era un lujo al que no estaba dispuesta a renunciar.
Los dedos de Adán trazaron círculos sobre mi abdomen, se apoyó en un codo y me dio un suave beso en el hombro.
—He disfrutado follándome tu perfecto coño esta noche. ¿Qué te parece si nos volvemos a ver?—
Aunque no fuera lo más romántico que me hubieran dicho nunca, era exactamente lo que esperaba. No pude reprimir la pequeña sonrisa que se dibujó en mi rostro.
—Eso estaría bien—. Dije, dándome cuenta de que lo decía en serio.
Ya no eran sólo un medio para un fin. Los De la Cruz como habituales me mantendrían más a salvo de los planes inmediatos de Thiago, pero quería volver a ver a Adán y Andrés. Tal vez fuera el subidón post-orgásmico, y por la mañana vería las cosas de otro modo, pero esta noche era la más normal que había sentido en meses. Claro, la noche había sido todo sexo como cualquier otra noche, excepto que esta noche había sido mutuo.
No tenía sentido darle demasiadas vueltas ni retorcerme el cerebro. Había conseguido lo más importante, que era otro contrato.
—Bien. Se lo haré saber a Ángelo.
Adán apretó su creciente erección contra mi espalda y yo me reí entre dientes. El hombre era como una máquina. Tiró de mi muslo hacia arriba y hacia atrás para que descansara sobre el suyo, abriendo mis piernas lo suficiente para que se deslizara dentro. Me folló con movimientos largos y lentos y me pellizcó suavemente el clítoris entre el pulgar y el índice hasta que los dos caímos al borde del abismo, haciendo todo lo posible por no hacer ruido y no despertar a Andrés. Nos quedamos dormidos así, con la polla de Adán aún enterrada en mi bien follado coño.
La luz acababa de empezar a filtrarse por las ventanas, ahuyentando las sombras, cuando me desperté parpadeando, con el corazón latiéndome erráticamente. Todavía metida entre Andrés y Adán, sus cálidos cuerpos me rodeaban, ambos profundamente dormidos, respirando lenta y uniformemente. Sin ninguna preocupación. Adán estaba boca arriba, con el brazo echado sobre la cabeza, y Andrés boca abajo, con la cara hundida en la mullida almohada. Algo me había sacudido, se me erizó el vello de la nuca y mis ojos escrutaron la oscuridad menguante.
Sentado en una silla cerca de la cama estaba el alto, moreno y psicópata. Adonis tenía los codos apoyados en las rodillas, observándome. Un miedo irracional me recorrió la espalda y pensé en meterme entre las sábanas y fingir que seguía dormida, pero instintivamente supe que era demasiado tarde para eso.
Mis ojos se cruzaron con los suyos, atrapada por su mirada hipnótica, incapaz de apartar la vista o incluso de hablar. Llevaba el pelo oscuro suelto alrededor de los hombros, como un halo oscuro. Tan hermoso y mortífero como la noche anterior, parecía un ángel caído. Se levantó y me ofreció la mano, sus ojos se clavaron en los míos, sin apartarse de mi rostro. Se me cortó la respiración y mi mente se quedó en blanco, perdida en aquellos ojos oscuros que lo veían todo pero no me decían nada. Como una polilla a la llama, ajena a la destrucción inminente, le tendí la mano.