Capitulo 15

3104 Words
Mis pies golpearon el frío suelo cuando Adán me dejó en un cuarto de baño revestido de mármol blanco con detalles dorados que era mucho más grande que cualquier apartamento en el que hubiera vivido. A cada lado había un tocador con armarios blancos y mármol. Junto con las paredes de espejo, el efecto era casi cegador. Parpadeé un par de veces para que mis ojos se adaptaran a la luz brillante. No una, sino dos enormes arañas de cristal se alineaban en el centro del techo. Nunca había conocido a nadie que tuviera lámparas de araña en el baño. Para ser sincera, nunca había conocido a nadie que tuviera una, hasta ahora. La gente de mi barrio tenía una bombilla desnuda colgando de un cable. Decidí que si me refería a ellas como lámparas de araña con un diseño minimalista, podría sonar con más clase. Una enorme bañera, quizá un jacuzzi, (jamás me he permitido esos lujos en mi vida así que no estoy muy segura), ocupaba un extremo de la habitación y rivalizaba con la piscina del patio trasero de la mayoría de la gente. En mi opinión, cabían fácilmente seis personas, quizá más. A la izquierda había una cabina de ducha. He dicho cabina, porque eso es lo que era. No era una ducha ordinaria para los De la Cruz. Era más grande que mi dormitorio en casa. Mosaico de azulejos con un intrincado diseño dorado entretejido en el azulejo blanco y recubierto de cristal. Parecía una obra de arte, con múltiples cabezales de ducha y suficientes mandos y manijas como para rivalizar con un transbordador espacial. Me pregunté brevemente si no haría falta un título de ingeniería para manejarla. El ambiente general me recordó a un opulento spa. Debe de ser bueno ser rey. —Toma, puedes usar uno de los lazos para el pelo de Adonis—. Me dijo Andrés. Me pregunté qué pensaría el alto, moreno y psicópata de la generosidad de Andrés, pero rápidamente pensé que no me importaba demasiado. Me recogí el pelo mientras Adán abría la ducha y accionaba los mandos con facilidad. La conciencia se convirtió en vergüenza cuando me di cuenta de que todos estábamos desnudos. La dura luz resaltaba cada imperfección, cada defecto y cada moratón de mi cuerpo. Andrés y Adán parecían dioses griegos cincelados en mármol, y me di cuenta de que la ropa era el verdadero crimen, que encubría toda aquella perfección. Todo planos duros y ángulos hermosos. Ni un gramo de grasa entre los dos. Me preocupaban las irregularidades de mis gruesos muslos y mis curvilíneas caderas. El lunar diminuto de mi hombro y la cicatriz de mi rodilla por un accidente de bicicleta cuando tenía siete años. Tenía un buen cuerpo que gustaba a la mayoría de los hombres, pero se saboreaba mejor bajo una luz tenue, no una luz que rivalizara con el sol. Me vino a la mente el comentario de Adonis sobre mi robustez, y quise cubrirme mientras el rubor subía por mi cuello y teñía mis mejillas de un malsano tono rojo. —Adán, ¿por qué no bajas las luces?— Andrés le dijo mientras sus ojos me estudiaban. Un momento después, las lámparas de araña se apagaron y la habitación quedó bañada por el suave resplandor de la iluminación empotrada. Andrés me acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja. —¿Mejor? —Sí, gracias—. Esbocé una pequeña sonrisa. Había follado y mamado a cientos de hombres en los últimos dos meses y aquí estaba yo, tímida. Mi reacción no tenía más sentido para mí de lo que probablemente tenía para Andrés. Yo era un juguete, no una novia. No sabía qué me pasaba, excepto que parecía que Andrés y Adán me habían visto de verdad. No como un juguete, sino como una persona. Esa era una pendiente resbaladiza que no conducía a nada bueno, y necesitaba controlar esa idea loca antes de que me mataran o me enviaran de vuelta a Silvio. —Tu cuerpo es precioso. Cada centímetro—. Se encogió de hombros y me empujó hacia la ducha. —Me gusta mirarlo. No supe qué decir a eso, así que me quedé callada y lo seguí hasta la ducha, dejando que mis ojos se adaptaran a la poca luz. Entre la tenue iluminación y el vapor que se arremolinaba a nuestro alrededor, la cavernosa ducha se volvió íntima y, a pesar del calor, me estremecí. Adán me empujó bajo el chorro de agua caliente y cuatro manos me enjabonaron el cuerpo con largas y lujosas pasadas y remolinos, desprendiendo un aroma dulce, almizclado y amaderado. Era un aroma embriagador y, sin duda, caro. No había olido nada igual y me encantó. Inhalé profundamente y me vino a la cabeza la idea de relajarme alrededor de una hoguera en una isla tropical. Como nunca había estado en una isla tropical, podía hacer realidad esa fantasía. Eso era lo bueno de viajar sólo con la imaginación. Nunca te decepcionaba. La polla de Andrés se hinchó y cobró vida. Incluso a media asta, era un espécimen magnífico. Sus ojos y sus manos me recorrieron y sus dedos se deslizaron entre mis piernas durante un segundo que me hizo inclinar las caderas hacia delante. Una sonrisa perversa y cómplice se dibujó en su rostro. La dureza de Adán se clavó en mi trasero mientras sus manos me enjabonaban los pechos, haciendo que los pezones se me erizaran. Sus dedos resbaladizos se deslizaban sobre mi piel húmeda, me acariciaba los pechos y me tiraba de los piercings de los pezones con la presión justa para hacerme palpitar entre los muslos. Ya no estaba mojada sólo por la ducha, pues aquella necesidad dolorosa entre mis piernas palpitaba con cada latido de mi corazón. Seguí con la mirada la mano de Andrés, que extendió la suya y rodeó la dura longitud de Adán, bombeándolo varias veces con movimientos largos y lentos. El gemido bajo de Adán confirmó que le gustaba, y me lamí los labios mientras observaba su pequeño espectáculo, con la curiosidad y el deseo recorriéndome por igual. Esto era nuevo para mí, pero me pareció fascinante y totalmente caliente como Andrés tomó las bolas de Adán y apretó suavemente. Me preguntaba si yo era la tercera rueda añadida a su relación para darle un poco de sabor. Todo entre ellos era familiar, como si hubieran estado en esta situación cientos de veces. Sin movimientos bruscos, sin momentos incómodos. Andrés parecía saber exactamente lo que Adán quería. Saqué la mano y la envolví alrededor de la polla turgente de Andrés, untando espuma para que pudiera bombearlo con facilidad. Su aguda inhalación resonó en las paredes y sus ojos se oscurecieron y se encontraron brevemente con los míos antes de volver a Adán. Cuando la mano de Adán se deslizó por mi vientre y encontró mi clítoris, una descarga de electricidad me recorrió los huesos. Andrés bombeando la dura polla de Adán, yo acariciando a Andrés, y Adán con su mano enterrada entre mis piernas. Apoyé la cabeza en el pecho cincelado de Adán. —¿Te gusta, nena?— Adán susurró junto a la concha de mi oreja. Me di cuenta de que sus ojos estaban fijos en Andrés. —Um-hum—, fue todo lo que conseguí mientras mecía mis caderas contra la mano de Adán. Su otra mano subió y me rodeó la garganta, su pulgar rozaba hacia adelante y hacia atrás el hueco mientras sus caderas chasqueaban en la mano de Andrés. —No voy a durar si sigues haciendo eso—, le dijo Adán. —Ahora ven aquí y fóllate con los dedos su hermoso coño. Tengo otros planes para nuestra chica esta noche. La sonrisa perversa de Andrés prometía cosas por venir, y un escalofrío se deslizó por mi espina dorsal. Me estaba perdiendo a mí misma y mi perspectiva en este momento. —Abre tus piernas para mí, hermosa Blanca.— Andrés persuadió. Ignoraba lo mucho que me gustaba cuando me llamaba hermosa Blanca con esa voz ronca y excitada que tenía. Utilizar mi nombre me hacía sentir humana, y ése era un juego peligroso. Separé más los pies y él recompensó mi obediencia introduciéndome dos dedos exquisitamente largos en el coño tembloroso y tirando hacia delante, dando en el punto perfecto. Cerré los ojos y me apreté contra el pecho cincelado de Adán mientras Andrés me metía los dedos en el coño ansioso y Adán trabajaba mi clítoris con pericia. En pocos minutos, estaba jadeando y suplicando que me liberara. Adán tenía un brazo alrededor de mi cintura, anclándome contra él mientras yo me sacudía y cabalgaba sobre la mano de Andrés. Los músculos de mi estómago se contrajeron y me lancé hacia delante, gritando. —Oh, mierda—, seguido de algún sonido confuso e ininteligible mientras mis rodillas se doblaban y mi orgasmo recorría mi cuerpo como lava fundida, dejándome hecha un lío tembloroso y maullante. —Tan receptiva—, elogió Adán mientras me sostenía sin esfuerzo con un brazo y Andrés seguía introduciéndome los dedos en el coño, arrancándome la última gota de placer del cuerpo. Adán nos empujó de nuevo al rociador para un enjuague más, e inmediatamente eché de menos los dedos de Andrés cuando los deslizó fuera de mi calor resbaladizo. Mi mente rebotaba y saltaba entre preguntarse qué sería lo siguiente y pensar que debía de haber mucha agua caliente. Los De la Cruz no tenían que preocuparse por darse una ducha de cuatro minutos antes de que el chorro caliente se convirtiera en una ráfaga ártica. Había tenido tantos orgasmos que tenía el cerebro confuso y el cuerpo flácido. Quizá si les gustara de verdad, volverían a pagar por mi. Una toalla cálida y mullida me envolvió y me acurruqué en ella. Nada de toallas finas, ásperas y frías. Realmente era bueno ser de la realeza. Me pregunté brevemente si el asiento del váter tendría calefacción, y pronto lo descubrí cuando me dejaron sola para darme unos minutos de intimidad. Llegué a la puerta y se abrió con un susurro. Asomé la cabeza y me asomé al vestíbulo, sorprendida de encontrar a Andrés esperándome. Le di la mano mientras avanzábamos por el pasillo a través de otro conjunto de enormes puertas de madera que separaban el ala pública de otra más privada. —¿A que te dedicas?— pregunté, sin saber por qué estaba entablando una conversación trivial. Entrometida y falta de sentido común era todo lo que podía adivinar. Cuanto menos supiera, mejor, pero me picó la curiosidad. —Abogado—, respondió Andrés con una sonrisa fácil. —También ayudo a Ángelo con la parte financiera del negocio. Apreté los labios para reprimir una sonrisa, felicitándome en silencio por haber acertado. —¿Te gusta?— Le pregunté. Hacía tanto tiempo que no mantenía una conversación normal que la deseaba como una droga. —En su mayor parte. A veces echo de menos los aspectos más prácticos del negocio. Al principio, los cuatro hacíamos lo que había que hacer. De algún modo, no veía que el alto, moreno y psicópata de Adonis tuviera cabeza para los negocios, pero me lo guardé para mí. —¿Y que hay Adán? —Todo sobre informática. Ciberseguridad, sistemas internos e investigación de oposiciones. —Así que es un... ¿hacker?—. Quería morderme la lengua en cuanto saliera de mi boca. Andrés se echó a reír. —Sí, más o menos. Pero sospecho que nos tenías calados desde el momento en que entraste por la puerta. La inquietud bailaba en mi cerebro, preguntándome cómo lo había adivinado. Vacua, estúpida y nada amenazadora. Esa es la imagen que me esforcé en proyectar, y me reí. Sonó hueco incluso para mis propios oídos. Quería preguntarle qué había entre él y Adán, pero me lo guardé para mí. Estaba claro que se sentían cómodos el uno con el otro, pero no sabía si en realidad eran amantes, y no era asunto mío. Haría bien en recordarlo. Andrés se había mostrado amable con mi inquisición hasta el momento, pero los De la Cruz no habían llegado a donde estaban sin ser despiadados. Lo amable podía convertirse en mortal en un abrir y cerrar de ojos. Atravesamos otra serie de puertas y entramos en un dormitorio. A un lado de la habitación había una sala de estar con chimenea, sofá, mesa de café y sillas, y al otro, una zona de dormitorio. Una enorme cama con dosel de caoba dominaba el espacio. Una puerta abierta daba a un cuarto de baño privado, y supuse que la otra puerta conducía a un vestidor. Los preciosos tonos azules y dorados daban un toque sofisticado. Ricos terciopelos y sedas adornaban los muebles y la ropa de cama, y abundantes cantidades de cristal gritaban riqueza. Aposté a que era la suite de Andrés, pero no pregunté y él no se ofreció. Adán estaba en la sala de estar y me dio una botella de agua. Me bebí la mitad de un trago. En los últimos dos meses había aprendido a comer cuando había comida y a beber cuando había agua. Tenía la clara impresión de que iba a necesitarla para seguir el ritmo de aquellos tipos el resto de la noche. Ninguno de los dos mostraba signos de aminorar el ritmo. Adán tiró del nudo de mi toalla y la dejó caer al suelo. Andrés se quitó la toalla de la cintura y se sentó en el borde del sofá. Sus manos me engancharon por la cintura y tiraron de mí para que me sentara en su regazo, con la espalda pegada a su pecho. Su piel estaba caliente contra la mía mientras me relajaba en la sólida pared de músculos. Adán se acercó y un temblor involuntario me recorrió la espalda al ver el brillo depredador en sus ojos. Se arrodilló frente a mí y me mordí el labio inferior con anticipación, dejando que mi imaginación jugara con el hecho de tener a un De la Cruz todopoderoso arrodillado ante mí. De los dos, Adán parecía definitivamente el alfa, pero una chica podía soñar. Hacía tiempo que había aprendido que el más poderoso no siempre era el más fuerte. Era el que conocía todos los secretos. —Me encanta ese bonito coño rosa Adán me agarró las rodillas y me separó las piernas, haciendo círculos en la carne suave y sensible de la cara interna del muslo. Enganchó mi pierna derecha sobre la rodilla de Andrés, y luego palmeó mi pierna izquierda, colocándola sobre la rodilla izquierda de Andrés. Andrés empujó hacia delante, ensanchando su postura, tirando de mis piernas con él hasta que quedé completamente abierta y expuesta. Mi garganta se estremeció cuando tragué, haciéndolo sonar más como un trago. Adán se inclinó hacia delante y me besó, larga y lentamente como un amante, y cuando su lengua tocó la mía, reavivó la brasa palpitante de mi vientre hasta convertirla en un fuego que irradiaba por todo mi cuerpo, abrasando mi cordura junto con él. Adán se apartó y mi boca le siguió, deseando más de aquellos suaves labios y de la conexión que se extendía entre nosotros cuando nos besábamos. Una excitación rápida e intensa me recorrió como un torrente. —Cuidado nena, o podría retenerte—. Adán murmuró. Sonaba tan confundido como yo me sentía. Sus dedos se deslizaron por mi humedad, abriéndome, probando y provocando, antes de hundir dos dedos en mi coño chorreante. Se me cerraron los ojos y me arqueé hacia Andrés. Su pulgar rozó mi clítoris y me sacudí como si hubiera recibido una descarga. Otra oleada de deseo me inundó y cubrió mis muslos y los dedos de Adán. —Ahí está—. Los dedos de Adán se deslizaron más adentro, y el estiramiento me dijo que había añadido un tercero. Me tensé contra las piernas de Andrés, intentando desesperadamente cabalgar la mano de Adán, pero con mis piernas colgadas sobre su amplia postura, estaba inmóvil y completamente a su merced. Mi coño estaba completamente abierto y a la vista de los ojos hambrientos de Adán. Él sacó sus dedos y estos brillaron con la evidencia de mi necesidad. —Aún no la has probado, hermano. Es divina. Mis ojos seguían la mano de Adán mientras levantaba los dedos y Andrés se chupaba cada uno en la boca, limpiando mis jugos y haciendo un excelente trabajo imitando una mamada de primera clase. Si antes mi coño estaba empapado, ahora eran las cataratas del Niágara. El calor me recorría el cuerpo, empapándome la piel de sudor. Nunca había visto nada tan caliente. —Mi hermano es codicioso—. Adán me guiñó un ojo y sacó los dedos de la boca de Andrés con un chasquido húmedo. Volvió a introducir un dedo en mi canal resbaladizo y me lo acercó a los labios. Sus ojos se ensombrecieron cuando saqué la lengua y me saboreé en su dedo, trazando delicadamente el contorno de su nudillo, antes de meterme el dedo en la boca y girar la lengua a su alrededor. —No estoy seguro de cuál de ustedes sería mejor chupándome la polla—. Adán se rio. Pensé que querría ganar ese premio mientras mi sexo se contraía, echando de menos su mano acariciándome y llenándome. Adán se metió entre mis piernas y rodeó la polla de Andrés con la mano, acariciándola con un par de fuertes bombeos que hicieron gemir a Andrés. Los poderosos brazos de Andrés me levantaron de sus muslos, hasta que quedé suspendida sobre sus piernas, aún obscenamente abiertas. Adán frotó la polla de Andrés a través de mi coño y la colocó contra mi entrada, la punta empujando dentro de mí. Sin previo aviso, Andrés me soltó, usando el peso de mi cuerpo para empalarme en su dura polla. Esta vez, los dos gemimos mientras me hundía en él, introduciendo toda su longitud en mi coño dolorido mientras mis paredes necesitadas lo agarraban y tiraban de él, deleitándome con la súbita plenitud mientras me estiraba alrededor de su circunferencia. Los ojos de Adán se clavaron en nuestros cuerpos y tanteó mi entrada antes de bajar los dedos y encontrar los huevos de Andrés, calientes y pesados entre sus muslos. Adán los masajeó con una mano y con la otra acarició su polla completamente erecta, extendiendo el semen que goteaba de la punta a lo largo de su rígido pene. Andrés se agitaba debajo de mí mientras Adán seguía acariciándole y tirándole de los huevos.
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