Capitulo 4

2484 Words
Algo frío y duro me pinchó el coño, e intenté girarme para mirar, pero él me mantuvo anclada en el sitio, ahogándome. —Chúpame la polla, zorra—. Gruñó, y yo tarareé mi asentimiento y pasé la lengua por la parte inferior cuando aflojó. Respiré desesperadamente un par de veces antes de que me empujara hacia abajo. —Las manos a la espalda, sólo la boca—. Ladró la instrucción y puse las manos detrás de la espalda. Intenté en vano zafarme de lo que me estaba penetrando, pero una bofetada de advertencia en el culo detuvo mis esfuerzos. Uno de los motoristas utilizó el taco de billar para volver a introducirme la bola en el coño y luego me follaron con taco mientras yo se la chupaba a su amigo. Al cabo de unos minutos, se cansaron de ello y se limitaron a dejarlo alojado en mi coño mientras yo trabajaba a su amigo con la boca. Estaba empalada en el taco, chupándosela a su amigo, y uno de ellos volvió a darme una palmada en el culo mientras yo mantenía las piernas abiertas e intentaba no moverme demasiado. Me estremecí al sentir el fuerte pinchazo en la piel desnuda. Siguieron unas cuantas bofetadas más y volvieron a follarme con el taco de billar. Por un momento agradecí que me hubieran metido la bola, porque eso evitó que empujaran demasiado el taco de billar y me hicieran daño. Pequeños milagros. Los tomaría donde pudiera encontrarlos. Justo cuando pensaba que el hombre al que se la estaba chupando me la iba a meter hasta el fondo de la garganta, me apartó de él. —Saca ese taco de su coño para que pueda follármela—. Dio instrucciones a alguien detrás de él. Sacó el taco de billar y me tiró sobre su regazo, donde me empujó sobre su polla desnuda sin previo aviso. Sabía que debía insistir en que usara un condón, pero necesitaba que aquello acabara. Entre su polla y la bola de billar había poco espacio. La gravedad tiraba de la bola hacia abajo y cada rebote era insoportable. Me folló durante un rato y luego se corrió en todo mi vientre y mi montículo desnudo. Agradecí que no lo hiciera dentro de mi. Ahora que había terminado, me desechó como si fuera basura. Se levantó los pantalones y buscó su whisky. Luché por ponerme en pie, Tomé mi ropa y salí por la puerta tambaleándome con la bola aun dentro. Fui al baño, cerré la puerta y me apoyé en ella para respirar tranquilamente y limpiarme la humedad de las mejillas. Me puse en cuclillas e intenté sacar la bola de billar. Imaginé que era como intentar dar a luz a un bebé. Empujé con fuerza. La bola era anormalmente pesada en mi canal y volví a empujar. Podía sentirla en la entrada, pero mi siguiente empujón no consiguió desalojarla y, cuando ya no pude empujar más, fue absorbida de nuevo por mi coño. Lágrimas de frustración amenazaban, y lo intenté un par de veces más y finalmente empujé la bola fuera, y rodó por el suelo, burlándose de mí. Esta era mi vida. Deslicé la mano entre mis piernas y exploré tentativamente. Mi coño estaba destrozado. Estaba caliente, rojo e hinchado y me dolía por el rudo fisting, pero sabía que a Thiago no le importaría. Tenía al menos un grupo más para la noche, y al propio Thiago. Me follaba todas las noches sin falta, y no tenía muchas esperanzas de que no me lo hiciera esta noche. Me maquillé, me alisé el pelo y me lavé lo mejor que pude. Me quité el semen seco y me pasé con cuidado un paño entre las piernas, aliviada cuando vi que no había sangre. Me pasé un paño frío por el coño durante unos minutos y apoyé la cabeza contra la pared, dispuesta a no llorar. Lo hacía por Felipe, pero no sabía cuánto tiempo podría aguantar sin perder la cordura. Ojalá fuera una noche inusual, pero no lo era. No era más que una variación de cómo habían transcurrido las últimas cincuenta noches y, a menos que encontrara una forma de salir de este infierno, todos los días seguirían igual. Un golpe seco en la puerta me hizo dar un respingo. —Sal, tu grupo está esperando—. La profunda voz de Silvio retumbó a través de la puerta. Silvio era el matón de Thiago y a veces su portero. También era el hombre al que Thiago me enviaba para castigarme cuando me portaba mal. Un par de sesiones sin supervisión con Silvio me habían hecho más que dispuesta a seguir órdenes. Era cruel y despiadado, y a Silvio le gustaba el dolor. Thiago seguía dejando que me follara, pero mientras me comportara, hacía que Silvio mantuviera a raya sus bajos instintos. Abrí la puerta y me encontré a Silvio esperándome. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la calva brillaba bajo la luz intensa. Sacó la mano y me retorció brutalmente el pezón, y yo siseé de dolor. —No hagas esperar a los clientes. Están en la habitación seis. —Sí, señor—, murmuré y me dirigí a mi siguiente grupo mientras mi pecho palpitaba con cada latido de mi corazón. Sabía que podría haber sido mucho peor, así que conté con la suerte de que Silvio no hubiera tenido a bien darme más lecciones sobre el fino arte del dolor. Era un cabrón sádico. Me cuadré de hombros y atravesé la puerta hacia mi siguiente grupo. Todas las habitaciones eran similares. Paneles de madera oscura, suelos de madera con alfombras, mesa de billar, mesas de juego con sillones de cuero y un sofá. Supuse que Thiago buscaba el ambiente de club privado de caballeros. Mis ojos escudriñaron la habitación y encontraron a cuatro hombres, todos en caquis y polos metidos por dentro. Un grupo de maridos de los suburbios siendo traviesos. No es que tipos así no tuvieran muchas manías, pero normalmente no eran tan malos, y exhalé un suspiro de alivio. Esperé y todos se me quedaron mirando. —Um, ¿Qué quieren que haga?— pregunté. El rubio del polo verde se pasó una mano nerviosa por el pelo y luego señaló a un tipo que estaba encorvado en el sillón de cuero. —Es el cumpleaños de nuestro amigo. ¿Qué tal si te desnudas y le haces un baile erótico?—. Sonaba esperanzado e inseguro de sí mismo. Asentí y me acerqué al cumpleañero del polo rosa. Otro de los hombres se acercó. Este llevaba un polo azul, y mentalmente les puse los nombres de azul, verde, rosa y rojo. —También pagamos—, se le cortó la voz mientras buscaba la palabra adecuada, sin saber cómo decir que habían pagado por sexo. —Un polvo por cabeza—. Declaró polo rojo. Le dediqué una sonrisa tensa. —Sí—, acepté. Me pregunté mentalmente si, de alguna manera, él pensaba que yo estaba confundida acerca de por qué estaba aquí. Me dirigí hacia el cumpleañero, contoneando las caderas y haciendo todo lo posible por parecer seductora, como si follármelo no fuera una idea repugnante. Me incliné para dejarle entrever la parte delantera de mi camiseta de tirantes, pulsé el play en el reproductor que había en la mesa auxiliar junto a él e hice ademán de desplegar cuatro condones en lo que esperaba que fuera un recordatorio no tan sutil. El ritmo sensual llenó la habitación, giré las caderas al ritmo de la música y me pasé las manos por el cuerpo, subiéndome la camiseta de tirantes hasta que asomó un trozo de abdomen. Todas las miradas se clavaron en aquella pequeña porción de piel desnuda. Seguí balanceándome al ritmo de la música mientras me subía y me bajaba la camiseta de tirantes y me masajeaba los pechos, apretándolos y tocándome los pezones. Los ojos del cumpleañero parecían un poco vidriosos cuando me pasé la mano por el vientre tenso, frotándome. Me pasé la mano por la cintura de la falda antes de quitármela y salir de ella, quedándome sólo con los tacones, que me apretaban y acalambraban los dedos de los pies. Debería haber ido más despacio y haberme desnudado con un poco más de picardía, pero no me pagaban por bailar. Me pagaban por follar, y cuanto antes lo hiciera, antes acabaría la noche. Mis dedos bajaron, me acaricié el clítoris y amplié mi postura para que pudieran ver mejor la tierra prometida que había entre mis piernas. polo rojo estaba palmeando su polla y los pantalones del cumpleañero estaban abultados con su reveladora erección. Me incliné hacia delante y le sacudí las tetas en la cara y le rocé el pezón con los labios mientras meneaba el culo para el resto de la sala, agachándome de tal forma que mi coño se convertía en el centro de atención. El cumpleañero se relamió y sus ojos se ensombrecieron. Me pregunté brevemente si alguno de aquellos hombres se pararía a pensar un solo segundo en que yo podría no estar aquí por voluntad propia, y si lo hicieran, ¿importaría? Tenía la sensación de que no. Aunque les rogara que me ayudaran, no lo harían. Tendrían más miedo de meterse en problemas con sus esposas o con la policía. Giré y me contoneé hasta que la canción estuvo a punto de terminar. Entonces me agaché, desabroché los pantalones del cumpleañero y liberé su erección. Una gotita de semen brillaba en la punta y la esparcí con el pulgar. Su polla se sacudió y gimió. Tomé un condón y lo enrollé en su dura polla. Le di la espalda y me senté en él. Sentí el condón como papel de lija contra mis paredes en carne viva y gemí, pero no de éxtasis. Ninguno de esos idiotas notaría la diferencia. Jugué con mis tetas con una mano y froté mi clítoris con la otra, haciendo un espectáculo al cabalgar al cumpleañero. Pensé que cuanto más excitara a los otros tres, más rápido se correrían y se acabaría esta parte de la noche. Utilicé los dedos para separar mis pliegues y dejar que vieran bien el piercing de mi clítoris y la polla de su amigo entrando y saliendo de mí. Tiré de mi clítoris entre mis dedos y disfruté de la sensación, distrayéndome temporalmente del dolor del condón raspando dentro de mí. El chico del cumpleaños me agarró por las caderas y me sacudió con fuerza sobre su polla un par de veces antes de correrse, sacudiendo las caderas con cada espasmo. Metí la mano entre las piernas y sujeté la base de su pene, manteniendo el condón en su sitio mientras me deslizaba fuera de su reblandecida erección. Me quedé a horcajadas sobre el cumpleañero mientras polo verde se acercaba a mí y me mostraba lo suyo. Era largo y delgado y estaba curvado hacia la izquierda. La Tomé con la mano y la bombeé un par de veces mientras su cabeza caía hacia atrás y sus ojos se cerraban. Tomé otro condón de la mesa auxiliar y lo puse. Se arrodilló frente a mí y me frotó el coño antes de palparse la polla y guiarla hasta mi entrada. Empujó despacio hasta que me la metió hasta el fondo, como si estuviera saboreando el momento. Empezó a follarme con movimientos largos y suaves mientras el cumpleañero me pasaba la mano por la espalda y jugaba conmigo. Estaba claro que le fascinaba la idea de follarme por el culo, pero era demasiado remilgado para intentarlo. Su dedo rozó mi estrecho borde y presionó contra mí, pero no penetró mi agujero. En realidad no me importaba ni lo uno ni lo otro. No estaba segura de qué me dolía más, si el coño o el culo. Polo verde terminó y se retiró. Casi antes de salir, polo azul estaba allí tirando de mí a mis pies. Su mano en la espalda me indicó que quería que me inclinara sobre la otra silla, así que lo hice y le dejé jugar conmigo unos minutos antes de que se pusiera un condón. Una mano tiraba de los anillos de mis pezones mientras la otra se sumergía en mi canal resbaladizo. Como polo verde, me metió la polla con empujones fáciles, mojándola y deslizándose aún más. Estaba claro que eran hombres casados con esposas que no toleraban que se la metieran duro. Dados los acontecimientos de la noche anterior, se lo agradecí. Cuando estuvo completamente enfundado, metí la mano entre las piernas y le acaricié los huevos. Sólo aguantó un puñado de embestidas antes de descargar. El condón lleno se arrastró contra mi canal sensible cuando se retiró, y di gracias por no tener ese desastre goteando fuera de mi. Ahora era el turno del polo rojo, y sabía que las cosas serían más duras. Me haría cosas que no podía hacerle a su remilgada esposa, y me preparé. Se colocó detrás de mí y me abrió las nalgas, exponiéndome a sus ojos hambrientos. Me abrió las nalgas y me penetró sin previo aviso, y yo grité de sorpresa y dolor. Su mano en mi pelo me tiró de la cabeza hacia atrás, obligándome a inclinar la espalda y presentar mi culo y mi coño a su polla merodeadora. Me folló con golpes rápidos y brutales, y vi las estrellas mientras pequeños pinchazos de dolor bailaban a lo largo de mi cuero cabelludo mientras mantenía mi cabeza anclada hacia atrás en un ángulo antinatural. Un par de bofetadas agudas y dolorosas en el culo fueron la guinda de una noche ya de por sí de mierda, y no pude contener las lágrimas que brotaron de mis ojos, odiando mi debilidad. Con cada violento empujón, mis tetas rebotaban, e incluso empezaban a dolerme. Necesitaba que esta noche terminara y recé para que se diera prisa. Como todas mis plegarias, ésta no tuvo respuesta y siguió follándome. Un dolor sordo palpitaba en lo más profundo de mi ser mientras él seguía. Sospeché que había tomado viagra y apreté los dientes mientras continuaba con su brutal embestida. Hice ruidos de aliento y, finalmente, sus pelotas dejaron de golpearme el culo mientras se acercaban a su cuerpo y se corrió con un rugido, golpeándome tan fuerte que el sonido resonó en las paredes. Me sacó la polla del culo y yo me desplomé sobre la silla, intentando recuperar el aliento mientras me temblaban las piernas y las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Me las quité rápidamente con el dorso de la mano y me tambaleé para recogerme la falda y la camiseta. Estaban todos ocupados chocando los cinco y no se dieron cuenta cuando me escabullí de la habitación. Ahora sólo tenía que pasar por Silvio y Thiago, y podría dormir un poco y soñar con aquello llamado libertad.
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