Capitulo 5

2447 Words
En este capitulo, al igual que algunos mas en el comienzo de esta historia, contienen situaciones muy graficas y violentas. *** Me bajé la falda por encima del culo mientras me dirigía a la zona del bar, calmando los nervios y preparándome mentalmente para Silvio. Lo encontré con una chica inclinada sobre un taburete, follándosela con una botella de cerveza. Su tortura fue mi salvación, y no debería sentirme aliviada, pero lo estaba. La chica gruñó y lloró, y la miré más de cerca. Ni siquiera parecía lo bastante mayor para ser legal. Dieciséis años, posiblemente menos, pero era difícil saberlo. Piel pálida, pelo castaño enmarañado, rasgos delicados y grandes ojos marrones llenos de miedo y dolor. Sin embargo, estaba drogada. Sus ojos vidriosos recorrieron la habitación mientras Silvio abusaba de ella con la implacable botella de cristal. Tanto si era una ya era adicta como si alguien había traficado con ella y la había enganchado a las drogas, no había nada que pudiera hacer para ayudarla. Silvio le tenía los brazos sujetos a la espalda, manteniéndola inmóvil con una mano, y utilizaba la palma de la otra para introducirle la botella. Por experiencia, había aprendido por las malas que eso dolía, y la chica gimió en señal de protesta. Grandes lágrimas rodaron por su cara. Tenía malas noticias para ella. Debería considerarse afortunada si eso era todo lo que Silvio le hacía. Me miró a los ojos y me hizo un gesto con la cabeza. Intenté no hacer una mueca de dolor mientras me dirigía hacia él, con el temor acechándome a cada paso. Thiago solía dejar que Silvio me follara al final de la noche, pero esperaba que estuviera ocupado y no tuviera ningún interés en mí esta noche. Me detuve frente a él, con los ojos en el suelo, y esperé. —Preséntate—, ordenó Silvio. Me apresuré a obedecer. Me subí la falda y me la ceñí a la cintura, dejando al descubierto el culo y el coño. Me incliné sobre el taburete como la chica de al lado y abrí las piernas, inclinando el coño hacia arriba para que lo inspeccionara. O Silvio estaba distraído o esta vez fui lo bastante rápida, porque gruñó de aprobación. Silvio jugaba a esto todas las noches y siempre encontraba la menor infracción para usarla como excusa para castigarme. Silvio disfrutaba infligiendo dolor y humillación a las chicas de Thiago. Nos recordaba que no éramos nada y que toda nuestra existencia quedaba a discreción de Silvio. Tenía que admitir que era una motivación poderosa, pero soñaba con el día en que cambiasen las tornas y Silvio fuese el indefenso que suplicaba clemencia y no recibía ninguna. Algunos días esa fantasía era lo único que me hacía seguir adelante. Durante los dos últimos meses, había contemplado la posibilidad de acabar con mi vida, pero hasta que Felipe fuera lo bastante mayor como para valerse por sí mismo, no lo consideraba una opción viable, así que fingí que un día Silvio se arrodillaría ante mí y suplicaría por su vida. Silvio sujetó a la chica con una mano y se colocó detrás de mí. Sus ojos recorrieron mi cuerpo y contuve la respiración, esperando a ver qué iba a hacer. La tensión me recorría como un resorte tensado. —Pareces cruda—. Musitó. No dije nada, me quedé en silencio. No importaría, y si traicionaba alguna debilidad, se dispararía su instinto depredador. Silvio había visto lo que me hacían los moteros, ya que era él quien controlaba las cámaras. —¿Estás demasiado dolorida para mi?— El desafío estaba en su tono. —No, señor—, respondí inmediatamente. —Buena chica—. Silvio elogió. —¿Quieres a mi o a la botella? —Lo que te plazca—, respondí automáticamente. Una risita oscura me dijo que probablemente tendría las dos cosas, y me mordí el interior de la mejilla para evitar cualquier signo revelador de miedo. Se bajó la cremallera y frotó contra mi. Silvio era grande y tenía piercings, y los piercings desgarraban mis ya tiernas paredes. Intenté no tensarme y hacerlo más doloroso. —Todavía estas muy estrecha—. Silvio musitó mientras yo apretaba la mandíbula, rezando para no hacer ruido mientras sus piercings me raspaban las entrañas. Me folló con largas y perezosas caricias mientras metía y sacaba la botella de la chica que estaba a mi lado. Le había soltado los brazos y ella colgaba sin fuerzas sobre el taburete, exhausta. O tal vez se había rendido. Sus lamentos se habían convertido en gemidos y parecía resignada a su destino. Lo entendí. Hace dos meses, yo había sido ella, y ahora me limitaba a abrirme de piernas y dejarle hacer lo que quisiera. Al final, lo hacía de todos modos, y así solía ser menos doloroso. Silvio se apartó de mí y le arrancó la botella a la chica, que soltó un suspiro de alivio que duraría poco. Tenía el mal presentimiento de que sabía lo que se avecinaba, y no me equivocaba. Silvio usó la botella en mi, usando su mano para empujarla hasta el fondo hasta que no sobresalió nada y su palma quedó plana con mi coño. Agradecí de que ya estaba lubricada. Un dolor crudo e intenso me abrasó las entrañas, pero me tragué el grito que burbujeó en mi garganta. Silvio se colocó detrás de la chica, abusando de ella, provocando una nueva oleada de gemidos. Silvio me miró mientras yo mantenía la espalda inclinada y el coño al aire, con botella y todo, como una buena puta esperando a su amo. —Quédatela y ve a asearte—. Silvio me despidió. —Gracias, señor—, murmuré y me dirigí hacia las escaleras con un alivio que hizo que me flaquearan las rodillas. Era difícil caminar con una botella de cerveza metida mientras intentaba mantenerla cómodamente dentro de mí, pero fui tan rápido como me atreví. Si se me salía, me iba a hacer mucho daño. Llegué a las escaleras y subí despacio los peldaños estrechos y empinados, apretando para que la botella no se saliera. Respiré aliviada al cerrar la puerta del apartamento. Thiago estaba sentado en la mesa de la cocina esperando. —Ven aquí. Me acerqué con cautela y me detuve frente a él para que pudiera inspeccionar el trabajo de Silvio. Estaba segura de que se habían coordinado, y me habría mandado de vuelta con Silvio si hubiera sacado la botella. —¿Qué está pasando ahí abajo?— La diversión era evidente en su voz. Sus dedos se deslizaron entre mis piernas y palparon la botella. —Bonito—. Se rio entre dientes. —Súbete a la mesa y déjame ver. Me senté en la mesa de la cocina y Thiago movió su silla para poder sentarse entre mis piernas. —Los talones sobre la mesa—. Me lo ordenó, y yo obedecí, dejando caer mis piernas abiertas como había hecho tantas veces en los últimos dos meses que se había convertido en una segunda naturaleza, exponiendo mi núcleo más íntimo a sus ojos curiosos. Thiago silbó por lo bajo cuando vio la botella completamente dentro de mí. Sus dedos empujaron junto a la botella, estirándome aún más, y me estremecí de dolor. Sacó los dedos y se dirigió a mi clítoris, frotándolo y tirando de él. Thiago dijo. —¿Quieres que te deje correrte? —Sí—, balbuceé. Decir que no, no era la respuesta correcta. Nadie le había dicho nunca que no a Thiago. Si no podía, tendría que fingir, pero me aterraba que Thiago notara la diferencia. Un miedo horrible me recorrió la espalda al pensar en lo que me haría. Thiago movió sus dedos alrededor de mi clítoris y empezó a acariciarme, tirando cada vez de mi piercing. Si no me movía demasiado, la sensación era de plenitud extrema. No era del todo desagradable, y me concentré en los dedos de Thiago que me acariciaban el clítoris con facilidad. La agitación en mi vientre me decía que estaba funcionando y cerré los ojos, fingiendo que era otra persona. —Mírame—. Thiago ladró como si supiera lo que estaba haciendo. Mis ojos volaron hacia los suyos y los mantuve fijos en él mientras frotaba círculos tentadores y el calor que empezaba entre mis piernas empezaba a irradiarse hacia fuera, y mi respiración se entrecortaba. Perseguí su contacto y mis caderas se agitaron contra su mano. —Que linda putita, si, eso es—. me animó Thiago. Borré sus palabras y me concentré en la sensación de sus dedos. Thiago dio en el punto perfecto con la presión justa, y yo volé en mil pedazos, con los músculos abdominales contraídos mientras me sacudía hacia delante, con espasmos y apretando la botella. —¡Oh, Dios!— Grité cuando la intensidad del orgasmo me atravesó. Jadeaba, el mundo me daba vueltas e intentaba regular el ritmo cardíaco y mantenerlo por debajo del nivel de la embolia mientras pequeñas y embarazosas réplicas me sacudían el cuerpo. Me pregunté si me había vuelto tan depravada como Thiago. Thiago metió y sacó la botella unas cuantas veces y luego la sacó con un obsceno chirrido. —Ves, así es como quiero que esté tu coño todo el tiempo—. Dijo mientras miraba mi coño abierto que se agitaba y apretaba alrededor de la nada, repentinamente vacío. —Dúchate y vendré a follarte—, dijo Thiago como si me estuviera haciendo un favor. Me bajé de la mesa, entré en el cuarto de baño, abrí la ducha y dejé que el agua se calentara hasta un grado por debajo de la temperatura de escaldado antes de meterme. Dejé que el agua caliente cayera sobre mí, deseando que se llevara los horrores de la noche. La desesperación me invadió, junto con el agua caliente. Desde que empecé a trabajar en el club, me había follado a más de doscientos hombres, pero mi deuda no disminuía. Apenas podía hacerme a la idea de la cantidad de veces que me había abierto de piernas y me había dejado follar por desconocidos. Esta noche había sido normal. Normalmente me follaban en grupos mas grandes cada noche, sin incluir a Thiago, al doctor y a Silvio. Dios, nunca iba a liberarme. Cada moneda que ganaba a mis espaldas se había ido en alquiler, servicios, comida y el cuidado de Felipe. Eso y cualquier droga que mi padre hubiera estado consumiendo. Todo lo que había hecho era mantener un techo sobre la cabeza de Felipe y la coca en la nariz de mi padre. No había pagado nada de la deuda de juego de mi padre ni los intereses que se acumulaban a diario. Afortunadamente, no había contraído más deudas de juego, pero era sólo cuestión de tiempo y las cosas irían de mal en peor. A mi padre no parecía importarle de dónde venía el dinero mientras consiguiera lo que quería. Las lágrimas de frustración fueron arrastradas por el chorro caliente. A este paso, nunca me libraría de Thiago, y me di cuenta de que ese había sido el plan desde el principio. Me habían comprado y pagado y no podía hacer nada hasta que Felipe cumpliera dieciocho años y se graduara. Me importaba una mierda lo que le pasara a mi padre, pero tenía que proteger a Felipe. Seis años más de esto. No estaba segura de poder soportarlo, pero tenía que intentarlo. ¿Pero entonces qué? Tendríamos que huir porque Thiago nunca me dejaría ir. ¿Cómo podría mantenernos? Un vacío de seis años en mi historial laboral que no podía explicar, y ningún título. ¿A quién quería engañar? Estaríamos huyendo de Thiago y usando nombres falsos. Thiago no me pagaba nada, y nos iríamos de aquí sin nada, arruinados y desesperados. Thiago probablemente nos encontraría en menos de una semana. Si por algún milagro escapábamos, mi único logro en esos seis años sería acostarme con miles de hombres y, de algún modo, no creía que eso atrajera a muchos empleadores. Me preguntaba si esto era todo. Estaba condenada a una vida de trabajo s****l. Cuando saliera de debajo de Thiago, literal y figuradamente, podría elegir a mis propios clientes. Follar con menos hombres, pero cobrar más. No tenía ninguna esperanza de que Thiago me aligerara la carga de trabajo a corto plazo, y ¿Quién sabía en qué estado me encontraría dentro de seis años? Exhalé un suspiro de derrota. Mi cuerpo se estremeció con sollozos silenciosos hasta que el agua empezó a enfriarse. Terminé de lavarme, salí y me sequé, ignorando el dolor de mi sexo mientras me secaba entre las piernas y me ponía la endeble bata de seda que Thiago insistía en que llevara en casa. Cuando abrí la puerta del baño, Thiago me estaba esperando. Le seguí obedientemente hasta mi dormitorio sin mediar palabra. Me desabrochó el albornoz y me lo quitó de los hombros, donde cayó derrotado a mis pies. —De espaldas—. Él instruyó. Me puse de espaldas y abrí bien las piernas, como le gustaba a Thiago, pensé amargamente. Un escalofrío de repulsión me recorrió cuando me di cuenta de que en los ya mas de cincuenta días que llevaba aquí, cada minuto desde que me despertaba hasta que me dormía había sido de preparación para ser follada, de follada o de limpieza después de haber sido follada. Todos los hombres con los que me había cruzado me habían metido algo dentro, ya fuera la polla u otra cosa. Ni uno solo me había mostrado un momento de amabilidad o humanidad. —Tienes un coño tan bonito—, murmuró Thiago. Me sacudí como si me hubiera electrocutado cuando acercó su boca a mí, lamiendo y chupando alternativamente mi clítoris hipersensible y hundiendo la lengua en mi interior. Un gemido inesperado surgió en lo más bajo de mi garganta y me convulsioné a su alrededor. Él me mantuvo las piernas abiertas cuando la sensación fue demasiado fuerte e intenté cerrarlas. No sabía qué le pasaba esta noche, pero Thiago rara vez me hacía correrme. Normalmente sólo me follaba para su propio placer. Una ortiga de incertidumbre me picó en el fondo de la mente. Thiago nunca hacía nada gratis. Me rodeó la cintura con las piernas y me quedé mirando al techo, contando las imperfecciones mientras me penetraba. El chapoteo caliente de su liberación me pintó las entrañas. No había pasado ni una sola noche en la que no me hubiera ido a dormir sin que el semen de Thiago se secara en mis muslos y goteara por mi coño.
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