Capitulo 3

2143 Words
Seguí a Thiago por la estrecha escalera que conducía al club. La música retumbaba y, con la luz tenue, el local no tenía mal aspecto. Sólo a la fría y dura luz del día se hizo evidente que era poco más que una ilusión cutre. Thiago señaló una de las habitaciones privadas. —Tu fiesta es allí—. Me acercó un chupito de whisky, lo Tomé y me lo tragué, dejando que el líquido explotara en mi boca y luego se deslizara como fuego por mi garganta hasta que me quemó en el vientre. —¿Quieres un poco de Éxtasis?— preguntó Thiago. Negué con la cabeza. No es que no me gustaría escapar de esta realidad, pero si estaba drogada, podía perder la oportunidad de escapar de verdad. Después de los dos primeros días, me había mostrado obediente. Descubrí que si hacía lo que me pedía, Thiago no abusaba de mí. De hecho, me trataba bastante bien. Si no obedecía, las cosas empeoraban y sabía que la amenaza de Thiago contra Felipe no era en vano. Me dirigí a la habitación privada y Thiago me llamó. —Sólo un polvo cada uno. Hice un gesto con la cabeza para reconocer que le había oído. No quería abrirme de piernas más de lo necesario. Pasar la noche de espaldas no era exactamente el trabajo con el que siempre había soñado. Atravesé la puerta y conté seis hombres, todos vestidos con cuero y pertenecientes al mismo club de moteros. Les dediqué una sonrisa tímida mientras me acercaba a cada uno de ellos. Esperaba que todos fueran dentistas y profesores a los que les gustaba montar en moto los fines de semana, pero no hubo suerte. Eran tipos duros, y me imaginé que me esperaba una noche dura. Thiago no tenía porteros en las salas privadas, pero sí cámaras. Me dije que si la cosa se ponía fea, Thiago se encargaría. Al fin y al cabo, no podía hacerle ganar dinero si estaba muerta. —Sobre la mesa—. El líder del grupo dijo sin preámbulos. Era grande y alto, con barba oscura. Me subí a la mesa y esperé instrucciones. Se acercó, me quitó la camiseta de tirantes, me tocó los pechos con las manos y los apretó con tanta fuerza que me estremecí. —Bieeeen. Yo sólo sonreí, deseando haber tomado un segundo trago de whisky o Éxtasis. Estos tipos no me ayudarían, así que mi sobriedad se desperdició en ellos. —Ponte boca arriba y déjame ver tu coño—. Hizo un gesto con la cabeza. Me eché hacia atrás hasta apoyarme en la mesa y metí la mano entre las piernas, separando los labios con los dedos y dejando al descubierto mi agujero. Deslicé las manos hacia arriba, enganché los brazos bajo las rodillas y tiré de ellos hacia los hombros, dejando mi coño a la vista. Un dedo carnoso recorrió mi abertura. —Que buena zorra eres. Mira lo mojada que estás. Estás rogando por polla. Hice un ruido de no compromiso y resistí el impulso de poner los ojos en blanco. Eso no era deseo, era lubricante. Había aprendido por las malas a estar preparada. Rara vez me excitaba trabajando y follar en seco había sido francamente doloroso. Thiago no permitía que los clientes me follaran sin condón, lo cual agradecía, pero también significaba que no había nada para lubricarme. Follar en seco a una docena de hombres me había dejado hecha un desastre. El líder me subió la falda hasta que me rodeó la cintura, introdujo un dedo fornido en mi canal resbaladizo, bombeó un par de veces y añadió otro, encontrando mi punto G por arte de magia. Gemí de agradecimiento y él lo recorrió con la punta de los dedos un par de veces más. Sacó los dedos y jugó con el piercing de mi clítoris y, a pesar de que no quería que aquel hombre me tocara, la estimulación hizo que mis caderas se agitaran involuntariamente, lo que le valió una risita oscura. Se desabrochó los pantalones, se sacó la polla y se la acarició un par de veces. Era bastante normal y me alegré de que siguiera las normas y se pusiera un condón. Me pasó las manos por debajo de las rodillas y me penetró con un movimiento rápido. Uno de sus amigos me estaba tirando de los anillos de los pezones y, sacándose la polla, me agarró por el cuello y tiró de mí hacia el borde de la mesa hasta que mi cabeza quedó colgando. Me dio un golpecito con el pene en los labios, abrí la boca obedientemente y me lo metió. Relajé la garganta y dejé que se deslizara hasta el fondo hasta que mi nariz sintió las cosquillas de su vello púbico. Empezó a follarme la boca mientras su amigo me follaba el coño. En los últimos dos meses, había conseguido perder el reflejo nauseoso y no me importaba que sus embestidas fueran más profundas y más fuertes. Pensé que así acabaría antes. Su amigo empujaba tan fuerte que la mesa tembló y, con unos cuantos gruñidos más, se corrió con un grito. El tipo que tenía en la boca le siguió un par de minutos después, y me tragué cada chorro. Permaneció en mi boca hasta que se calmó el último temblor y luego se retiró con un chasquido húmedo. Respiré hondo un par de veces y me limpié el rímel corrido y las lágrimas de debajo de los ojos. Me incorporé cuando se acercó el siguiente tipo. Su polla ya estaba fuera y dura. —Inclínate sobre la mesa—. Él instruyó. Hice lo que me pedía, me puse de pie y dejé que mi torso descansara sobre la mesa, la fría y suave madera presionaba mis pechos. Me separó las piernas y me tocó el culo. Estaba claro que iba a penetrarme analmente, y reprimí un suspiro. Aunque me habían follado por el culo más veces de las que podía contar, seguía odiando el sexo anal. Me metió los dedos en el coño y embadurnó mi apretado agujero con la humedad. Luego me penetró el coño y empujó un par de veces para mojarla antes de sacarla y metérmela en el culo de un fuerte empujón. Gruñí y apreté los dientes mientras el dolor me desgarraba ante la repentina e inoportuna intrusión. Me concentré en inhalar por la nariz y exhalar por la boca, mientras el dolor agudo se convertía en un dolor sordo y él encontraba su ritmo en lo más profundo de mi culo. —Únete, Alex—, le gritó a su amigo. Alex se unió a nosotros y el tipo que me follaba el culo me puso de pie. Alex se agachó y me levantó, con un brazo bajo cada rodilla, abriéndome las piernas. Mi espalda se apoyó en la del otro hombre, que seguía en mi culo, pues el nuevo ángulo le hacía penetrarme más profundamente. El peso de mi propio cuerpo me empujaba dolorosamente hacia su polla. Alex se alineó y empujó dentro de mi coño mientras el tipo de mi culo esperaba a que entrara. Estaba claro que ya lo habían hecho antes. Una vez que Alex estuvo enterrado hasta el fondo, empezaron a follarme. Ninguno de los dos era demasiado grande y llevaban un buen ritmo. Era un delicado equilibrio de placer y dolor. Con cada embestida, mis pechos rebotaban y mis pezones rozaban el cuero desgastado del chaleco de Alex, estimulando los anillos de mis pezones y haciendo que la sensación pulsara en mi coño relleno. El ángulo hacía que el piercing de mi clítoris se rozara con cada embestida, y la fricción intensificaba ese cosquilleo familiar que empezaba en lo más profundo de mi vientre. Pensé que era posible que tuviera un orgasmo si seguían así, y gemí de agradecimiento antes de pensarlo mejor. Normalmente, mis gemidos y palabras de aliento eran sólo para aparentar, pero esta follada me estaba gustando más que ninguna otra. Unas cuantas embestidas más y me corrí con fuerza mientras el clímax se apoderaba de mí. Hubo un tiempo en que me habría avergonzado, pero ya no. Aceptaría cualquier placer que pudiera encontrar. Mi orgasmo desencadenó a Alex, y el tipo en mi culo le siguió en poco tiempo. El obsceno ruido de aplastamiento resonó en la habitación mientras daban unos cuantos empujones más antes de retirarse. La noche iba bastante bien y debería haber sabido que eso significaba que las cosas iban a dar un giro. Sólo quedaban dos tipos por atender antes de que acabara con esta habitación, y pensé que incluso podría tomarme un descanso antes del siguiente grupo. —Échenme una mano—. El tipo fornido con el pelo rojo que había estado jugando al billar con el último tipo le dijo al líder y a Alex. —Necesito aflojarla para mí. Todos se rieron y la aprensión se deslizó por mi columna vertebral hasta la garganta, donde me ahogó la respiración. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, me arrojaron sobre la mesa de billar, y el aire se me escapó cuando mi espalda entró en contacto con la dura superficie. El líder me agarró de una pierna y Alex de la otra. Intenté apoyarme en los codos, pero me empujaron bruscamente y me tumbaron boca arriba. La suavidad era una completa contradicción con la rudeza de sus manos. Pensé que sólo iban a follarme con el taco de billar y me relajé ligeramente, pero mi alivio duró poco. El pelirrojo levantó la bola ocho y yo respiré entrecortadamente cuando la apretó contra mi entrada. Estaba fría y dura, y era demasiado grande para metérmela en el coño sin grandes cantidades de lubricante. Me alegré momentáneamente de haber llegado al orgasmo cuando hizo girar la bola en mi humedad. La empujó contra mí y se encontró con resistencia. Empujó con fuerza, pero no cedió. —Estás demasiado apretada, zorra—. Se echó a reír y, de un empujón despiadado, penetró mi abertura y me metió la bola en el coño. Grité de dolor y eché la cabeza hacia atrás, con la oscuridad bailando en los bordes de mi conciencia. —Por favor—, le supliqué, sabiendo que la bola de billar que me había metido dentro era sólo el principio. —No te preocupes, zorra, te voy a dar mucho más—. Todos rieron ante esa afirmación. Se me saltaron las lágrimas cuando su mano encontró mi entrada. Supe lo que me esperaba cuando hizo un agujero con los dedos y el pulgar. Aspiré desesperadamente y me preparé para la embestida. Presionó hacia delante e ignoró la resistencia. Eso sólo pareció aumentar sus ansias y su agresividad. Volvió a colocar la mano y la introdujo dentro de mí con una fuerza brutal. Sus nudillos se arrastraron contra mis paredes internas mientras bombeaba su puño dentro de mí, empujando la bola ocho hasta el fondo hasta que golpeó dolorosamente contra mi cuello uterino. No pude contenerme y dejé escapar un agudo chillido mientras me metía el puño y sus amigos me sujetaban las piernas. Pareció durar horas, y fue un alivio cuando por fin sacó el puño y me penetró. Ni siquiera me importaba si llevaba condón, pero estaba segura de que sí. Dejó la bola enterrada muy dentro de mí y cada embestida la clavaba hasta el fondo. Lágrimas calientes corrían por mi cara, haciendo estelas a través de mi rímel estropeado mientras sus amigos le animaban. Aún me mantenían las piernas abiertas, pero no habría importado porque ya no tenía energía para luchar ni para intentar cerrarlas. Me folló rápida y furiosamente y finalmente se corrió con un gruñido gutural. Me sacaron de la mesa de billar y me empujaron hacia el único motorista al que aún no me había follado. Mis débiles piernas se doblaron y caí de rodillas. Se rio entre dientes, abrió bien las piernas en la silla en la que estaba sentado y me hizo señas para que se la chupara mientras sacudía su dura polla, que había estado acariciando mientras miraba el espectáculo. Me corrieron lágrimas y mocos por la cara, pero me arrastré a gatas hasta él y le acaricié la erección. El dolor entre mis piernas palpitaba en intensas pulsaciones, y me pregunté si me habrían desgarrado. No tuve mucho tiempo para pensarlo, ya que sus manos se aferraron a mi pelo, me empujó hacia delante y me metió la polla hasta la garganta. La relajé, dejé que él marcara el ritmo y me folló brutalmente por la cara. El vello de la base de su polla me hizo cosquillas en la nariz y su olor almizclado invadió mis fosas nasales. Tuve arcadas y luché por respirar mientras él me sujetaba hasta que creí que iba a desmayarme.
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