Capitulo 6

1671 Words
Se retiró y se puso de pie. —De rodillas—. Cumplí rápidamente, sin querer arriesgarme al castigo. —Me encanta verte chorrear—. Hizo una foto y pasó un dedo por la humedad, metiéndomelo de nuevo. —Creo que le enviaré esto a tu viejo y le mostraré lo bien que te has adaptado—. La risita oscura me produjo escalofríos. Oí el inconfundible chasquido del tapón del bote de lubricante y supe que iba a meterme el puño cuando su mano presionó mi entrada. Era uno de esos juegos de poder que a Thiago le excitaban, y algo que disfrutaba. Nada decía más propiedad que meter toda la mano en la puta cuando a uno le daba la gana. Entre la botella, la bola de billar y lo demás, su mano se deslizó con relativa facilidad, y él parecía satisfecho, sin duda pensando que por fin me estaba aflojando, y tal vez lo estaba. Me acordé de lo que había pasado antes y del dolor de tener la bola dentro de mí. Thiago podría tener razón y facilitaría las cosas si yo estuviera más suelta, así que intenté relajarme mientras él me penetraba. Cuando enderezó la mano y sus dedos rozaron mi cuello uterino, me sobresalté al ver lo profundo que estaba. Estaba tocando una parte de mí que ningún hombre había tocado jamás, lo que hizo que se me revolviera el estómago al darme cuenta. Cuando lo sacó, mi coño gritaba y yo estaba a punto de suplicarle que parara, aunque sabía por experiencia que eso sólo me haría ganar más tiempo. Tenía la boca abierta, jadeaba como una perra en celo y el sudor me empapaba la piel. El cajón de la mesilla de noche se abrió y mi estómago dio una voltereta, preguntándome qué iba a hacer a continuación. Lo miré mientras sacaba el mayor de los plugs y lo untaba de lubricante. El frío metal me tocó la piel y contuve la respiración mientras me introducía el plug, dejándolo medio dentro y medio fuera en el punto más ancho, estirándome más allá de lo cómodo. Apreté los ojos ante el ardiente dolor que me irradiaba y conté mentalmente hasta cien. Cuando llegué a los cuarenta, introdujo el plug y mi cuerpo se estremeció de alivio. Obligarme a llevar juguetes tenía tanto que ver con el control como con cualquier otra cosa. Me reducía a un juguete que no tenía ningún valor ni propósito en la vida, excepto follar. Me recordé a mí misma que era tanto una follada mental como real, y que Thiago podía hacer lo que quisiera con mi cuerpo, pero mi mente era mía. Suponiendo que pudiera aferrarme a ella. —Me lo agradecerás mañana cuando atiendas a tus clientes programados—, dijo Thiago conversando. —Intenta dejarlo todo el tiempo que puedas. El miedo me atenazó la garganta e intenté no interpretar demasiado su declaración. Thiago me colocaba un plug casi todas las noches antes de dormirme, así que me prometí a mí misma que esto era pura rutina. Pensé que por fin había terminado por esta noche, pero Thiago tenía otras ideas mientras lubricaba un segundo plug, despertando mi curiosidad. Me lo introdujo en el coño con relativa facilidad y se quedó admirando su trabajo. —Otro mas para papá—, dijo mientras sacaba otra foto. Estaba demasiado agotada y dolorida para preocuparme. —Déjalos dentro. Vas a necesitar que te abran—. Thiago advirtió y se fue, encerrándome. Dejé que la oscuridad flotara a mi alrededor, observando las sombras de la pequeña habitación. Una cama, una cómoda y una mesa auxiliar completaban el mobiliario. Las paredes de un aburrido color beige y una raída alfombra adornaban el suelo. Había barrotes en la única ventana pequeña que daba al callejón, donde un letrero de neón parpadeaba toda la noche. Me puse en una docena de posturas diferentes, buscando una que minimizara la incomodidad de los dos enormes plugs que me llenaban y me estiraban. Cada vez que me movía, se rozaban, enviando descargas eléctricas por todo mi cuerpo. Finalmente, venció el cansancio. Pasara lo que pasara, mañana sería un buen día, porque tenía que hablar con Felipe una vez a la semana y mañana era nuestra cita. Mientras dormía, pensaba en Felipe. El sonido de la puerta al abrirse me despertó y parpadeé a la luz del sol de primera hora de la tarde. Así era mi vida. Trabajaba toda la noche y dormía la mayor parte del día, pero hoy estaba ansiosa por salir de la cama y hablar con Felipe. Thiago entró a grandes zancadas y arrancó la fina manta que cubría mi cuerpo desnudo. —¡De rodillas, ahora! Me puse de rodillas lo más rápido que pude, pero mi cerebro estaba confuso por el sueño. —Si no te pones en marcha, Blanca, voy a tener que cancelar tu charla con Felipe—, advirtió Thiago. Me puse en posición mostrando a Thiago que aún tenía los dos plugs puestos. —Buena chica. Thiago sacó lentamente el plug anal hasta la mitad, dejando que estirara bien el apretado anillo muscular. —No lo empujes—. Advirtió. Thiago me sacó el otro plug y un chorro de humedad vino con él. Mis delicados músculos internos sufrieron espasmos ante el súbito vacío, y eché de menos el peso sintiéndome extrañamente vacía. —Voy a tener que llenarte de mi todas las noches. Hice una mueca porque hablaba en serio. Mis sentimientos eran contradictorios. No me importaba la sumisión ni llevar los juguetes, pero odiaba que fuera Thiago, y no tenía elección. Sospechaba que tenía una buena dosis de perversión, ya que había llegado al orgasmo con una botella metida y echaba de menos que me llenaran de juguetes. Thiago dejó caer un plug en una bandeja de plástico y luego sacó el otro y lo dejó caer también. —Lava esos—. Con eso, Thiago se marchó. Tomé la bata del suelo y me la puse encogiéndome de hombros, llevándome los juguetes al baño para enjabonarlos y limpiarlos. Tras una ducha rápida, me reuní con Thiago en la cocina. Estaba haciendo huevos, y el olor me hizo refunfuñar el estómago. Thiago nunca me privaba de comer. Mis caderas, mi culo y mis grandes pechos le hacían ganar dinero, y alimentarme era atender su inversión. Sacó la mano y me abrió la bata, dejando al descubierto mis pechos. Thiago se inclinó y se metió el pezón en la boca, chupando con fuerza y tirando del piercing con los dientes. Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer mientras me masajeaba rítmicamente el pezón. Me lo quitó y se volvió hacia la estufa. Me dejé el pecho al aire porque no me había dicho que lo guardara. Me pregunté si era su forma de engañarme para que desobedeciera y así poder evitar que hablara con Felipe. En las últimas semanas había cumplido su promesa de dejarme hablar con él, sobre todo porque sabía que era lo único que me mantenía a raya, pero su comportamiento había sido extraño desde anoche. —Tienes unas tetas perfectas, pero creo que puede ser el momento de dejar que el doctor avance. Voy a hacer que eche un vistazo hoy y que empiece el proceso. Me invadió la confusión y luego las piezas encajaron. El médico me había estado administrando inyecciones de hormonas para prepararme para producir leche. Yo no quería eso, y un escalofrío involuntario me recorrió la espalda. No quería ser el equivalente humano de una vaca. —Odio arruinarte las tetas, pero me estoy perdiendo un buen dinero—. Se rio para sus adentros. Me obligué a no reaccionar, pero los huevos sabían a serrín. Me los comí de todos modos. —El médico vendrá hoy por una muestra de sangre—, dijo Thiago como si fuera normal, pero no lo era. Me hacía análisis todos los meses y el último había sido hacía menos de dos semanas. Eché más huevos y me pregunté qué significaría aquello. Se acercó y me pellizcó el pezón del pecho desnudo que aún colgaba de la bata. —Haz tu llamada con Felipe, y luego vístete y baja—, me dijo Thiago. El ping de la tablet indicó una llamada entrante, y Thiago la desbloqueó y se marchó. Me cerré rápidamente la bata mientras la gran sonrisa de Felipe llenaba la pantalla, y no pude evitar sonreír. —Hola—, susurré alrededor del nudo en la garganta y me aclaré la garganta. —Hola, Blanca. —¿Cómo va la escuela?— pregunté, tratando de mantener una conversación ligera. —Está bien. Nos vamos de excursión al museo de historia natural, así que sólo tengo un par de minutos antes de que salga el autobús—. La decepción me invadió, pero sonreí. —Es estupendo—. Me entusiasmé. —Incluso tienen esqueletos de dinosaurios y todo. Ojalá pudieras verlo. —Yo también. —¿Cuándo vuelves a casa?— El tono de Felipe sonaba preocupado. —Pronto. pronto. Tengo algo más de trabajo que hacer y volveré antes de que te des cuenta—. Felipe pareció aplacarse con esa respuesta. —¿Cómo está papá? Felipe se encogió de hombros. —Lo mismo. Para su edad, Felipe era un chico responsable. Se aseguraba de comer bien, de tener ropa limpia y de ir al colegio, y eso era lo mejor que yo podía esperar. No quería que se preocupara por otras cosas, pero Felipe ya se estaba criando solo. Oí que su profesor lo llamaba por su nombre y se me encogió el corazón. —Tengo que irme. Asentí con la cabeza. —Adiós. La pantalla se cortó y Felipe desapareció. Tendría que esperar otra semana para saber algo del museo, y la tristeza volvió a invadirme. Eché una última mirada melancólica a la tablet, sabiendo que no podía arriesgarme. Bajé las escaleras, con la preocupación carcomiéndome por dentro y mareándome.
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