—¿Qué pasa con Ramiro y Víctor?— Pregunté.
—Ambos viven en cabañas separadas en la propiedad. Hay diez casas en total. Reservamos la mayoría de ellas para los guardias, jardineros, conductores y demás personal de mantenimiento. Adonis tiene mucho cuidado con quién entra en la propiedad, y controlamos de cerca a todos los que viven aquí.
No estaba segura de si era una afirmación o una advertencia, así que me limité a asentir. El teléfono de Adán sonó y él miró la pantalla. El Adán juguetón había desaparecido y su actitud había cambiado a la de un hombre de negocios.
—Vamos a tener que posponer ese orgasmo. ¿Qué tal si te busco más tarde? Puedes ver una película con Andrés y conmigo, y si te apetece, quizás unirte a nosotros.
—Por supuesto.
Mi trabajo era servirles y hacer lo que quisieran. Una parte de mí apreciaba la farsa, pero, literalmente, acababa de firmar un contrato que me convertía en su juguete s****l hacía menos de treinta minutos. Adán se marchó y yo deambulé por la suite, revisando el armario y el baño. Abrí las puertas francesas que daban al porche y dejé que entrara la brisa.
La laptop estaba en un escritorio cercano, la tomé y la encendí. Felipe aún estaba en el colegio, pero me arriesgué y le llamé de todos modos. Justo cuando pensaba que no lo tomaría, su cara sonriente iluminó la pantalla y todo lo que había hecho valió la pena.
—Hey.
Felipe devolvió la sonrisa y la emoción resonó en su voz. —¡Blanca!
—Sé que sólo tienes unos minutos, pero he pensado que quizá podría ir a verte dentro de un par de días. Tengo algo de tiempo libre. ¿Qué tal si te recojo del colegio? Podríamos tomar un helado.
Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. —¿Tres leches?
—Claro que si.
—Genial.
Podía oír el timbre de fondo.
—Sé que tienes clase; te recogeré pasado mañana a menos que te llame o te mande un mensaje.
—¿Puedes enviar mensajes?
Sonreí sintiendo un nudo en la garganta. —Sí, mándame un mensaje cuando quieras o llámame. Ahora tengo mi propio teléfono.
—OK, adiós Blanca.
Felipe colgó y me quité la lágrima que resbalaba por mi mejilla. Era un niño tan despreocupado, a pesar de todo, y yo pretendía que siguiera siéndolo. A veces pensaba que mantenerlo al margen de nuestra situación era un error, pero ver su sonrisa hacía que mereciera la pena. Mi vida podía ser una pesadilla, pero la de Felipe no tenía por qué serlo. Era demasiado joven para entenderlo. Quería que fuera un niño normal, y haría lo que tuviera que hacer.
Hacía dos meses que no me conectaba a mis clases en línea. Pasé la tarde poniéndome al día con los deberes y adelantando trabajo cuando podía. Era mi último semestre y, si jugaba bien mis cartas, podría graduarme. Con Thiago pagado, apenas podía ver la luz al final del túnel. La oportunidad de conseguir un trabajo y llevar a Felipe a alguna parte y empezar de nuevo estaba al alcance de la mano. Exhalé un suspiro cansado. Sólo esperaba que esa luz no se convirtiera en un tren.
A eso de las ocho y media, mi estómago gruñó, me levanté, me estiré y me dirigí hacia la cocina. Tras un par de giros en falso, llegué a la cocina. La casa estaba silenciosa y oscura, e intenté que no me asustara. El recinto estaba bien vigilado y yo estaba a salvo. Aun así, el lugar era cavernoso y había muchos sitios donde los malos podían esconderse, y no pude evitar sobresaltarme ante mi propia sombra un par de veces. Víctor y Ramiro se habían ido a casa por la noche, y jugué con la idea de llamar a Víctor sólo para tener compañía, pero me daba vergüenza. ¿Qué le iba a decir? La casa es demasiado grande y yo soy una tonta asustada. Sí, eso quedaría bien. Me conformé con encender todas las luces de la cocina para ahuyentar la oscuridad y alejar las sombras.
Abrí el frigorífico y me reprendí por haber sido demasiado dramática. Después de rebuscar en la vasta selección, me decidí por uvas y queso. Las luces del pasillo se encendieron y oí voces. Tensas y emocionadas, no pude distinguir las palabras, pero reconocí el tono. Adán y Andrés irrumpieron en la cocina.
Había desaparecido la actitud relajada. Estaban nerviosos y agitados. Adonis y Ángelo no aparecían por ninguna parte, y fuera lo que fuese lo que había pasado, Andrés y Adán estaban llenos de adrenalina. Los ojos de Adán me miraron. Ni una sonrisa, ni un saludo. Tragué saliva con un chasquido audible.
—Ven—, ordenó. —Vamos a follarte. Si no quieres, dilo ahora.
Me bajé del taburete y me dirigí hacia donde estaban ellos, con el corazón latiéndome erráticamente. Cálmate, eran sólo ellos dos. Podía hacerlo. Andrés pareció darse cuenta de mi nerviosismo y me recogió el pelo detrás de la oreja, dedicándome una sonrisa tranquilizadora.
Adán se alejó y Andrés y yo lo seguimos. Entramos en lo que supuse que era el dormitorio de Adán, pero no tuve tiempo de echar un vistazo y asimilarlo todo.
—Desnúdate—, ordenó.
Mis dedos temblorosos tantearon los botones de la camisa de Ángelo y la dejé caer al suelo, dejándome completamente desnuda. Adán nos sirvió un vaso de whisky a cada uno y, varios tragos después, me sentía mucho más relajada. Adán extendió la mano y desanudó hábilmente la corbata de Andrés, tirando de ella y enrollándola alrededor de su mano, probando su resistencia.
Adán retiró las mantas e hizo un gesto con la cabeza. —En la cama, las manos sobre la cabeza.—
Me apresuré a obedecer, ansiosa por complacerles. Adán me ató las muñecas con la corbata de seda, luego pasó la tela por los barrotes de hierro forjado de la cama y me sujetó los brazos por encima de la cabeza con facilidad. Un susurro pasó por mi cabeza preguntándome por qué un hacker sabía cómo inmovilizar a alguien. Puede que Adán tenga mucha más calle de la que creía. La crueldad de Ángelo estaba cubierta por una fina capa de civismo, la de Adonis estaba en plena exhibición, pero Andrés y Adán me habían parecido más suaves. Esta noche me había disuadido de esa idea.
Adán y Andrés se desnudaron, sus p***s se balanceaban delante de ellos preparados y listos para una buena follada. Observé hipnotizada cómo Adán tomaba la cara de Andrés y lo atraía hacia sí para darle un beso largo y sensual. En ese momento, me di cuenta de que yo era la intrusa y que Adán y Andrés eran algo más que amigos. ¿Eran pareja? ¿Enamorados? No estaba segura.
Andrés acarició la polla de Adán con movimientos largos y lentos, y la cabeza de Adán cayó hacia atrás y sus ojos se cerraron. Sus caderas se sacudieron involuntariamente mientras Andrés trabajaba expertamente su polla a un ritmo fácil. Los abdominales de Adán se contrajeron y un escalofrío recorrió su cuerpo mientras se perdía en las caricias de su amante. Me sentí como una voyeur entrometiéndose en un momento íntimo y privado. Volvieron a besarse y la excitación me humedeció los muslos. Eran preciosos, sus lenguas follando, imitando lo que querían hacerse el uno al otro. Músculos tensos, pollas brillantes con gotas de deseo. Me lamí los labios mientras mis pezones punzaban y mi coño palpitaba en busca de atención. Nunca había visto a dos hombres follar entre sí, y observé con ansiosa fascinación.
—¿Te gusta esto, nena?— Adán preguntó, su voz áspera con necesidad.
—Sí.
Se volvió hacia mí, sonriendo. —Nuestra chica quiere vernos follar, ¿no?
Moví la cabeza. —Sí.
Los ojos de Adán se posaron en mi coño. —Estás empapada y ni siquiera te hemos tocado—. Otro chorro de necesidad se acumuló en respuesta. Me di cuenta de que ya no tenía miedo. Estaba excitada.
Adán soltó el cuello de Andrés y se acercó a la cama. La expectación me recorrió las venas cuando se arrodilló a mis pies. Sus manos me agarraron las rodillas y me separaron las piernas hasta que me abrió obscenamente. Abierta y vulnerable, mi cuerpo vibraba de excitación. Adán utilizó sus dedos para exponer mi núcleo empapado y deslizó su dedo en mi coño hambriento que se ondulaba y apretaba, exigiendo más.
—No te preocupes nena, vamos a llenarte y hacerte rogar por más polla esta noche.
Mi coño apretó su dedo mientras sus palabras vibraban en mí, y él se rio entre dientes. —Andrés, ven aquí y pon esa hermosa boca suya a trabajar.
Andrés se arrodilló en la cama junto a mi cabeza y su polla se introdujo entre mis labios separados. Dejé que su dura polla se deslizara por mi garganta hasta que mis labios llegaron a la base y sus pelotas me golpearon la barbilla.
—Dios, qué buena eres—, murmuró Andrés mientras volvía a salir y luego empujaba de nuevo con movimientos largos, lentos y fáciles. Sus dedos tiraron de mi pezón, enviando un pulso directo entre mis piernas, y gemí alrededor de su polla .
—¿Te gusta eso, nena? ¿Chupar la polla gorda de Andrés?
Tarareé de acuerdo. Dos dedos más se unieron a los primeros en mi coño chorreante y Adán empezó a follarme con los dedos rápido y fuerte, mientras con la otra mano me frotaba el sensible clítoris. Andrés deslizándose dentro y fuera de mi boca lenta y suavemente. El punzante tirón en mi pezón cuando Andrés tiró, no demasiado suave, y el duro dedo que Adán me estaba dando. Me corrí en minutos, arqueándome sobre la cama y gritando alrededor de la polla de Andrés, que me estaba ahogando de la mejor de las maneras.
—Voy a mojar mi polla con ese delicioso y jugoso coño—. Declaró Adán mientras enganchaba sus manos bajo mis rodillas y empujaba mis piernas hacia mis orejas.
De un solo empujón, me penetró. Andrés continuó con su follada facial mientras Adán aporreaba mi coño, empujando profundamente. Mi excitación repuntó y el cosquilleo en la base de mi columna vertebral se intensificó, advirtiéndome de un orgasmo inminente. Patiné por el borde y, justo cuando creía que iba a correrme, Adán salió de mi. Protesté con la boca llena.
—Ven aquí y cómete este coño—. Adán ordenó.
Andrés salió de mi boca y se colocó a cuatro patas entre mis piernas. Agachándose, dio una larga y lenta lamida desde mi clítoris hasta mi culo y hundió su lengua en mi necesitado agujero. El sudor empañaba mi cuerpo y el pelo húmedo se me pegaba a la frente. Estaba segura de que sabía lo que estaba a punto de ocurrir, y mi reacción cubrió la lengua de Andrés y goteó sobre la cama mientras él seguía sorbiendo los jugos que inundaban mi suplicante coño.
Adán se colocó detrás de Andrés, mientras éste me lamía el coño con las mismas caricias lentas y lánguidas que había empleado para follarme la boca.
Adán untó sus dedos lubricados y los introdujo en el apretado agujero de Andrés, de la misma forma que lo había hecho conmigo, fácil y deliberadamente, estirando y añadiendo. Mientras tanto, Andrés me comía el coño como un hambriento.
—Oh, mierda—, jadeé cuando el orgasmo se apoderó de mí. Tiré de las ataduras, pero se mantuvieron firmes.
—Tu culo está tan apretado alrededor de mi—, Adán mordió mientras empujaba dentro de Andrés.
Vi cómo la cara de Andrés se contorsionaba de dolor cuando la polla de Adán le penetró el culo, y luego se disolvió en placer, cuando Adán se enterró hasta las pelotas. Los ojos vidriosos y entrecerrados de Andrés se encontraron con los míos, sonrió y volvió a comerme el coño. Me retorcí contra su boca, mi clítoris hipersensible palpitando justo al borde del dolor con cada suave lamida.
—Voltéate, nena—, ordenó Adán.
Con los brazos atados por encima de la cabeza, no fue fácil, pero conseguí darme la vuelta. Las ataduras no cedían lo suficiente como para apoyarme en los codos, así que dejé que la cara y el torso descansaran sobre la cama, con los brazos estirados hacia delante y el culo al aire. Las ataduras me apretaban las muñecas.
—Buena chica—, elogió Adán.
Una fuerte bofetada resonó en la habitación. —Te voy a follar tan fuerte que no podrás caminar bien durante una semana—, gruñó Adán mientras golpeaba el culo de Andrés. —Ahora sube ahí y folla a nuestra chica. Ese hermoso coño suyo necesita mucho amor.
Andrés se levantó sobre sus rodillas y colocó su polla en mi entrada.
—Déjame probarla en ti—. Adán agarró la barbilla de Andrés y lo giró para que su boca codiciosa pudiera saquear la de Andrés, saboreándome en la lengua y los labios de Andrés.
—Sabes bien, nena—. Adán gimió y de mala gana dejó ir la boca de Andrés.
Grité cuando Adán embistió a Andrés, empujando la polla de Andrés dentro de mí de un fuerte empujón. Andrés cayó hacia delante y su peso me empujó sobre la cama, y me golpeó en tándem con los empujes de Adán, su polla atrapada entre mis muslos aumentando la presión.
Mientras Adán le follaba el culo sin piedad, los gemidos de súplica de Andrés se unían al sonido de nuestros cuerpos abofeteándose. —Sí, Dios, no pares.
Podía sentir cómo los movimientos de Andrés se volvían espasmódicos y descoordinados, su propio orgasmo creciendo, mientras trabajaba con Adán para follarme. Con Adán enterrado en su culo, me pregunté si se sentía tan bien como cuando ambos me habían follado.
—¡Me voy a correr!— Andrés advirtió.
Con otra brutal embestida, sus caderas se estrellaron contra mí, y él se estremeció y sacudió durante su liberación y se vació profundamente dentro de mí, mientras la almohada amortiguaba mi grito. Adán siguió follándose a Andrés, y cada embestida me sacudía, aplastándome contra la cama hasta que Adán se corrió enterrado en el culo de Andrés con un rugido.
Los tres nos quedamos tumbados unidos en un abrazo carnal y luchamos por recuperar el aliento y dejar que el mundo volviera a enfocarse. Yo era un hermoso desastre jadeante y tembloroso cuando Andrés por fin se retiró y me desató las manos. Me froté las muñecas mientras la circulación volvía con punzadas de hormigueo. Andrés se tumbó en la cama a mi lado y me apartó el pelo húmedo de la cara.
—¿Estás bien, hermosa Blanca?
Rodé hacia él. El aspecto maníaco había desaparecido, sustituido por el hombre tranquilo que había conocido.
—Estoy bien—. Le sonreí, pensando que por primera vez en mucho tiempo lo decía en serio.
Adán se acomodó a mi lado y acurrucó su enorme cuerpo alrededor del mío, dejándome caer un suave beso sobre el hombro. El agotamiento se apoderó de mi mente y me prometí a mí misma que cerraría los ojos un minuto.
Un rato después, me desperté de un tirón, alerta al instante. Los suaves ronquidos de Andrés y la respiración lenta y uniforme de Adán eran los únicos sonidos que podía oír. Sin saber qué me había despertado, miré a mi alrededor en busca de un reloj. La pantalla marcaba las dos. Me moví y me estremecí al sentir los muslos pegajosos. Por mucho que me gustara dormir entre ellos dos, necesitaba una ducha. Me levanté de la cama y tomé la camisa del suelo, me la remangué y no me molesté en abrochármela.
Me acerqué sigilosamente a la puerta y salí. La luz de la luna iluminaba los pasillos junto con el suave resplandor de las lámparas nocturnas colocadas estratégicamente. Recé para encontrar el camino de vuelta a mi habitación y me dirigí hacia el vestíbulo. Acababa de atravesar la zona común y divisar la escalera cuando un movimiento llamó mi atención.
Un grito apenas contenido burbujeó en mi garganta cuando Adonis se materializó de la oscuridad sin hacer ruido. Sus ojos se clavaron en los míos. El pánico se apoderó de mí y el grito se apagó en mi garganta, mientras la sangre se drenaba de mi rostro y el miedo me robaba la voz. Todo en él era salvaje y peligroso, desde su mirada hasta la sangre de su camisa. La violencia se respiraba en el aire, densa y peligrosa.