Capitulo 21

2664 Words
Mis pies descalzos se movían silenciosamente por el suelo de mármol mientras buscaba el despacho de Ángelo en otro pasillo. Dando vueltas y desesperadamente perdida, me sentía como Indiana Jones, dando un mal giro tras otro en un laberinto lleno de peligrosas trampas. Ángelo me dijo que tenía vía libre por la casa, pero no me sentía cómoda vagando por la mansión De la Cruz. El sonido de una voz captó mi atención, y me sentí impotente atraída por la única otra persona que había visto en la última media hora. Esperaba que pudieran indicarme la dirección del despacho de Ángelo, o alguien acabaría encontrando mi cuerpo momificado, perdida para siempre en el desierto de mármol blanco. Uno pensaría que algo tan grande como el despacho de Ángelo sería difícil de pasar por alto, pero de algún modo lo había conseguido. Doblé la esquina y me encontré a Víctor al teléfono. Estaba de espaldas a mí mientras caminaba de un lado a otro con pasos agitados y espasmódicos. —Sí, señor, lo entiendo—, respondió Víctor. Subió la mano y se frotó la nuca. —No estoy seguro. Veré lo que puedo averiguar. Sí, lo entiendo, pero no puedo apresurarme exactamente—. Víctor miró al cielo, como si rezara para tener paciencia y tratara de no tirar el teléfono. Podía oír la voz enfadada al otro lado, pero no distinguía las palabras. —Sí, recibido—. Pulsó el botón del teléfono con más fuerza de la necesaria y soltó una retahíla de palabras. Era un torrente de palabras escogidas para quienquiera que hubiera estado al otro lado del teléfono. Tuve la clara sensación de haber escuchado una conversación que no debía y me retiré. Cuando Víctor se giró hacia mí, los puñales de sus ojos me pararon en seco. Sus cejas se fruncieron y me estudió, sin duda preguntándose cuánto tiempo llevaba aquí y qué había oído. Puse mi mejor cara de vacío y confusión, pensando que mis dotes interpretativas podrían ser lo único que se interpusiera entre una bala y yo. —Estoy perdida—. Agité la mano con despreocupación. La expresión de enfado de su rostro se evaporó, sustituida por una máscara cortés. —Señorita Blanca, ¿Cómo se siente? —Bien.— Le sonreí, rezando para que no se me partiera la cara o no pareciera una hiena enloquecida. Ambas cosas parecían inminentemente posibles mientras el corazón me latía con fuerza en la garganta. —Nos diste un buen susto. —Sí, lo siento—. Rompí el contacto visual y miré al suelo. Su mirada evaluadora me puso nerviosa. —¿Crees que puedes indicarme la dirección del despacho de Ángelo?—. pregunté esperanzada. Su ceja se arqueó un poco. —Ven, muchacha, te mostraré. Seguí a Víctor por el pasillo y lo observé de reojo. Parecía tenso y enfadado, pero no era asunto mío, y cuanto menos supiera de los asuntos de los De la Cruz, más probabilidades tendría de salir con vida. Víctor no era un amigo ni un confidente. Probablemente no era más que un tipo al que tendría que follarme y que se encargaría de deshacerse de mi cuerpo después de que aquel psicópata de Adonis cumpliera su promesa. —¿Te quedarás? —Sí, durante al menos treinta días—, confirmé. Víctor asintió. —Te daré mi número. Mándame un mensaje cuando quieras salir. Estaré asignado a ti mientras dure tu estancia. —Hacer de niñera probablemente no era lo que querías hacer. Lo siento. —No, muchacha, no lo sientas. Mi trabajo es protegerte a ti y a los De la Cruz. Una parte de mí pensó que su trabajo sería vigilarme, más como un alcaide de prisión que como un guardaespaldas, pero me lo guardé para mí. Llegamos a un cruce y Víctor señaló a su derecha. —La oficina de Ángelo está un poco más abajo. Cualquier cosa que necesite, Srta. Blanca, hágamelo saber. Sólo prometa una cosa. —¿Qué?— pregunté, echando un vistazo al pasillo. —No más saltos del auto. No estoy seguro de que mi corazón pueda soportarlo—. Parecía sincero, y pensé que Víctor podría ser tan buen actor como yo. —Lo prometo. Le dirigí una sonrisa de disculpa. Víctor asintió y se dirigió hacia el otro lado del pasillo. Me dirigí hacia el despacho de Ángelo, memorizando los puntos de referencia. Me detuve a admirar los cuadros. Parecían antiguos y auténticos. El inconfundible timbre de la voz airada de Adonis me —saludó— al acercarme al despacho de Ángelo. Ya lo había oído bastante; lo reconocería en cualquier parte. Apoyada contra la pared, me acerqué sigilosamente para escuchar y me asomé por la rendija de la puerta entre la pared y las bisagras. Ángelo estaba sentado detrás de su enorme escritorio, y Adonis estaba inclinado, con las palmas de las manos apoyadas en el escritorio. —Tenemos que acabar con Thiago de una vez por todas—. Adonis declaró. Ángelo levantó la mano. —No podemos hacer eso. —Traficó con ella y Dios sabe con cuántas más. —No nos metemos en cómo llevan sus negocios otras personas. Su padre se la dio a Thiago para pagar una deuda. Thiago tiene todo el derecho a cobrar lo que le debían. Las palabras insensibles de Ángelo me llenaron de ira, apreté el puño y me clavé las uñas en la palma de la mano para no entrar y decirle a Ángelo que era un cerdo. —Increíble. Su pedazo de mierda de padre la vendió. Supongo que él también entra en la lista. Adonis chasqueó, con irritación burbujeando bajo cada palabra. —Eso es entre Blanca y su padre—. Ángelo se restregó una mano cansada por la cara. El bufido burlón de Adonis rompió el silencio. —Créeme, si decide que quiere venganza, estoy con ella. Pero vamos, hay que hacer algo con Thiago. Mi corazón se rompió un poco, y un poco de respeto a regañadientes se deslizó en Adonis. Tal vez no era un psicópata. —No voy a ir a la guerra por esto. No sabemos qué pasó realmente, y Thiago tiene lazos con Santana. No nos metemos en sus asuntos y ellos no se meten en los nuestros. Esa es la regla, lo sabes. Además, ¿Qué te importa? Ni siquiera la quieres aquí. El tono de Ángelo dejaba claro que estaba cansado de la conversación. Comprendí su punto de vista, aunque no me gustara. Entrar en guerra con la familia Santana sería sangriento y costoso, y la verdad era que yo no era nadie. Sólo la ayuda contratada. Una temporal, en realidad, durante sesenta días. Al final de eso, habría alguien más. Mi existencia en el mundo de los De la Cruz era pasajera. No sabía por qué se me revolvía el estómago como si estuviera en una montaña rusa ante la idea de marcharme. Esto es lo que quería. Sesenta días y luego mi libertad. No más sexo con nadie por dinero. —Creo que es un desastre y un montón de problemas, pero eso no significa que lo que le pasó estuviera bien. Hay algo en ella que no puedo identificar. Me recuerda a alguien—. Adonis se levantó y se pasó una mano por aquella gloriosa melena de pelo n***o como el cuervo que brillaba a la luz del sol mañanero que entraba por las ventanas. —¿Dónde está? Creía que ya habría venido a mi despacho. Adonis enarcó las cejas ante la pregunta de Ángelo. —No pienses cosas, es para firmar el contrato, eso es todo—. Ángelo suspiró como si quisiera estrangular a Adonis. Supuse que eso sería en lo único que él y yo estábamos de acuerdo. —Llámame estúpido, pero seguro que parecía que llevaba tu camisa. Ángelo ignoró a Adonis. —¿La has visto o no? —Sí, Adán se la estaba follando doblada sobre la mesa de la cocina—. Adonis le lanzó una sonrisa a Ángelo. —Nunca voy a mirar esa mesa de la misma manera. Probablemente se me ponga dura cada vez que desayunemos, para que lo sepas. A Ángelo se le escapó una carcajada. —Gracias por esa visual. —Sólo estoy aquí para ayudar. Adonis se dirigió hacia la puerta. Corrí por el pasillo y me agaché detrás de una estatua, rezando para que no viniera hacia mí. Me temblaban las rodillas, tenía la respiración entrecortada y me quedé paralizada, aterrorizada de que me oyera si respiraba. Adonis avanzó por el pasillo en dirección contraria y yo me desplomé contra la pared, con las rodillas débiles. Me quedé allí unos minutos, apoyándome en la pared mientras recuperaba el aliento y esperaba a que mi ritmo cardíaco bajara por debajo del nivel de apoplejía. De un empujón, salí de la pared y me dirigí al despacho de Ángelo. Absorto en algo en su ordenador, me quedé torpemente en la puerta, esperando a que se diera cuenta de mi presencia. Estaba a punto de llamar cuando levantó la vista, con el rostro inexpresivo. —Adelante. Di un par de pasos tentativos más allá del umbral, ignorando la voz en mi cabeza que gritaba corre. Al entrar voluntariamente en la boca del lobo, me sentí como un cordero al matadero, preparándome para entregar mi vida al diablo. Sólo era un negocio, me recordé. Nada más y nada menos. Los ojos de Ángelo me recorrieron de pies a cabeza y los músculos de su mandíbula se movieron como un metrónomo. El recuerdo de las palabras de Ángelo pesaba en el espacio que nos separaba, burlándose y provocándome, haciendo saltar chispas y cosquilleos a lo largo de mis nervios. —¿Sabes qué se vería mejor?— Si esa fuera mi camisa y tú estuvieras desnuda debajo de ella. La cara se me puso roja hasta la punta de las orejas y miré hacia abajo y pisé la cara alfombra persa. Era la camisa de Ángelo y yo estaba desnuda. A Ángelo le tembló la garganta al tragar saliva y me hizo señas para que entrara como si no confiara en su voz. Me hizo un gesto para que tomara asiento, y yo obedecí, encaramada en el borde del enorme sillón de cuero. Ángelo me deslizó un documento por el escritorio. —El contrato con los términos que discutimos. Lo tomé y lo escaneé, leyendo a toda velocidad las secciones pertinentes y buscando alguna trampa. Vi que Ángelo ya lo había firmado, así que tomé un bolígrafo del escritorio. —Blanca, deberías leerlo antes de firmar—. Ángelo amonestó. Claramente, pensó que yo era idiota, bueno, o para ser justos, pensó que yo no leía tan rápido ni tenía una memoria casi fotográfica. Sonreí y solté una risita. Cuanto más me subestimara Ángelo, mejor. —Son muchas palabras que no entiendo—. Firmé con una floritura. Ángelo asintió, apenas ocultando su irritación ante mi evidente estupidez. Sin duda pensaba que me había metido en el lío con Thiago por ser huidiza y estúpida. No era de extrañar que no quisiera ayudar. Me pasó la segunda copia y también la firmé. —Haz una lista de las cosas que necesitas, y me aseguraré de que las consigas. Ropa, cosméticos, cosas femeninas—. Ángelo levantó la mano y tiró del cuello de su camisa como si fuera a ahogarle. —Te acompañaré a tu habitación para que puedas instalarte. Estaremos fuera el resto del día. Si tienes hambre o necesitas algo, díselo a Ramiro. —¿Ramiro? —Sí, él se encarga de la casa y de cocinar, excepto el desayuno. Eso es cosa de Adán y Andrés. Asentí con la cabeza. Al parecer, Ramiro era el mayordomo o algo así. Dado el tamaño de la casa y los terrenos, sospeché que hacía falta un pequeño ejército para mantenerla. Ángelo abrió su cajón, sacó un teléfono y me lo entregó. —El número de Víctor está preprogramado, junto con el del resto de nosotros. Si quieres salir, Víctor o uno de nosotros te lleva. Sin excepciones. —Entiendo.— No confiaba exactamente en Silvio o Thiago, y tener a Víctor no sería una carga. Ángelo me estudió durante un momento como si yo fuera un rompecabezas que intentaba encajar. El silencio se extendía entre nosotros, haciéndome sudar. Necesitaba distraerlo o se daría cuenta de mis mentiras. —¿Puedo hacer algo por ti?— La dulzura de mi voz dejaba muy poco a la imaginación, y dejé que se me abrieran las rodillas. Los ojos de Ángelo se clavaron en los míos y sus fosas nasales se encendieron ligeramente. —No. Ven conmigo. Ángelo se levantó y salió de la oficina, y yo lo seguí como una cachorra traviesa que se ha meado en la alfombra. Nos encontramos con Adán en el pasillo, con la laptop en la mano. —Tengo tu laptop—, sus ojos parpadearon hacia Ángelo. —Preparada con lo necesario. Sonreí y rápidamente corregí mi expresión. —Gracias. —Ya he puesto la contraseña del wi-fi. Adán me entregó el portátil. —Gracias—, les dije a los dos. Estaba ansiosa por ver a Felipe. —¿Por qué no acompañas a Blanca a su habitación?—, le dijo Ángelo a Adán, desoyéndome claramente. —Claro, cuál. —Rococó—, afirmó Ángelo. Las cejas de Adán se alzaron y una comunicación tácita pasó entre ellos. Adán me tendió el brazo y yo lo rodeé con la mano. —Vamos, empecemos con ese segundo orgasmo que te debo. Me reí y miré hacia atrás para ver qué pensaba Ángelo de aquella idea, pero ya se había ido. La mayoría de las veces pensé que Adán estaba bromeando, pero descubrí que no me importaba que no lo estuviera. Adán me condujo a través de un laberinto de pasillos y subiendo suficientes escaleras como para no tener que hacer nada de cardio en una semana, hasta un largo pasillo que me resultaba vagamente familiar. Adán abrió unas puertas dobles y me hizo pasar. La habitación era preciosa. Delicada y femenina, con tonos claros de marfil, dorado y colores pastel perfectamente combinados para crear un ambiente alegre y caprichoso. Una enorme lámpara de araña adornaba la habitación, y los espejos reflejaban la luz, haciendo que la habitación fuera luminosa y espaciosa. Los ventanales del suelo al techo dejaban pasar la luz natural y ofrecían unas vistas preciosas. A través de una puerta arqueada. Las telas eran una mezcla de sedas, estampados y flores tenues que combinaban a la perfección con los muebles delicadamente tallados. El conjunto me recordaba a un cuento de hadas. Sólo había un problema: yo no era una princesa. —Es precioso—. El asombro en mi voz era evidente. Nunca había visto algo que combinara tan bien opulencia y funcionalidad. —Ángelo está justo al lado si necesitas algo. Se me cayó el estómago a los pies ante aquella afirmación. —Hmm. —Y Adonis está al final del pasillo. Esta vez, se me apretó el estómago con una inquietante combinación de miedo y excitación. —¿Dónde están tú y Andrés? Andrés me empujó hacia la ventana. —Allá—. Señaló a través del patio hacia el ala que reflejaba ésta. —Piensa en la casa como una H. El centro de la H es la zona común. La cocina, el comedor, el salón, la sala de estar, el teatro, cosas así. Las dos líneas verticales son las zonas privadas. En este lado están Adonis y Ángelo y sus despachos y habitaciones para sus...—. La voz de Adán se entrecorta y se me eriza el vello de la nuca. —El otro lado, en la parte de atrás, es donde Andrés y yo tenemos nuestro espacio privado. La parte delantera alberga las habitaciones de invitados y el espacio vital.
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