Recé para que se diera prisa, pero Thiago tenía más aguante del que yo hubiera esperado. Me rozó el clítoris y mi cuerpo enrojeció de humillación mientras sus embestidas se hacían más fáciles a medida que mi coño se humedecía.
—Eso es—. Thiago alabó y bombeó dentro de mí con más fuerza.
Mi humedad hizo que la cosa avanzara y, tras unos cuantos empujones más, sentí que se hinchaba y supe que iba a correrse. Recé para que se corriera rápido, pero no lo hizo. Disparó un chorro tras otro de esperma caliente en mi. Pasó un minuto y se corrió por completo. Nuestros jugos combinados corrían por mi pierna.
—Para que lo sepas, voy a correrme en ti todos los días—. Thiago se rio. —También voy a aflojarte. A los hombres les gusta que sus esposas y novias estén apretadas como una virgen, pero a sus putas les gusta que estén sueltas. Casi me estrangulas la polla de lo apretada que estás.
—Así que todo lo que tengo que hacer es servirte—. Hice un gesto vago con la mano, con los pantalones aún bajados por las rodillas y la voz temblorosa.
Thiago se echó a reír. —Tienes un solo trabajo. ¿Crees que puedes con eso?
—¿Qué es... eso?— pregunté con cautela.
—Abre las piernas, túmbate y disfruta de lo que te digan que hagas. ¿Simple, verdad?
—Sí, claro—. Me atraganté, aún esperando que si era realmente buena, Thiago me guardara sola para él y no me pusiera a trabajar con mas gente.
Me subí los pantalones y Thiago abrió la puerta, tiró mi bolso en la parte de atrás y me hizo un gesto para que lo tomara. Miré a mi alrededor, buscando una escapatoria, pero no la había, así que entré en el auto y me abroché el cinturón.
El paisaje volaba como manchas oscuras y ominosas. No me molesté en preguntar adónde íbamos, porque una parte de mí se dio cuenta de que no quería saberlo y la otra se dio cuenta de que no importaba. Unos minutos más tarde, avanzamos por el callejón entre unos viejos almacenes y Thiago se detuvo delante de uno de ellos. Dio la vuelta al auto, me abrió la puerta y yo salí, entumecida por la impresión. Me tomó del brazo y me guio hacia uno de los edificios.
—¿Qué es esto?— Pregunté. La inquietud aumentaba a cada paso.
—Vas a ver al doctor.
—¿Por qué?
Thiago no contestó. Se limitó a sacarme por una puerta lateral. Atravesamos un almacén vacío hasta llegar a una trastienda y Thiago empujó la puerta. Dentro había una clínica clandestina improvisada y mis ojos se desorbitaron alarmados.
Un hombre mayor saludó a Thiago. Parecía tener unos cincuenta años, una barriga creciente y el pelo castaño con algunas canas. Thiago le entregó un sobre y el hombre lo revisó. Satisfecho con la cantidad de dinero, asintió.
—Desnúdate y súbete a la mesa—, ordenó Thiago.
Mis ojos asustados parpadeaban entre la mesa de exploración de aspecto siniestro y la puerta.
—No llegarás muy lejos y el pequeño Felipe pagará las consecuencias—, advirtió Thiago.
Dejé escapar un suspiro de derrota, me puse la camisa por encima de la cabeza y me quité las botas y los pantalones. Me acerqué a la mesa.
—Todo—. ladró Thiago. Su exasperación era evidente.
Me temblaban los dedos mientras intentaba desabrocharme el cierre del sujetador, tanteando los ganchos, pero el miedo hacía que mis dedos helados se volvieran torpes. Thiago emitió un sonido de impaciencia, soltó el broche y me lo quitó de un tirón. De un tirón, me arrancó las bragas y me quedé desnuda en un almacén mugriento con dos hombres que no conocía.
—Súbete a la mesa—. Thiago hizo un gesto con la cabeza.
Di los tres pasos hasta la mesa y me subí apretando las rodillas.
—Túmbate—, ordenó Thiago.
Me eché hacia atrás y crucé los brazos sobre el pecho, manteniendo las rodillas bien juntas.
—No tienes por qué ser tímida, Blanca—. Thiago rio entre dientes.
Thiago me agarró de una muñeca y el médico de la otra, me las separaron del cuerpo y me las ataron hasta que tuve los brazos abiertos. Estaba indefensa y lo sabía. Me hicieran lo que me hicieran, iba a ocurrir.
—Ayúdame con sus piernas—. El médico, o lo que fuera, le dijo a Thiago.
Thiago me agarró de las caderas y tiró de mí hacia el borde de la mesa hasta que casi me colgaba el culo. Colocaron cada pie en un frío estribo metálico. Me separaron las rodillas y me pasaron una correa de cuero alrededor de cada rodilla, bajándomela hasta que mis piernas se abrieron obscenamente y mi coño y mi culo quedaron a la vista. El aire frío recorría mi piel acalorada y me recordaba lo expuesta que estaba.
—Haz el chequeo completo y los piercings—, ordenó Thiago. —Volveré en un par de horas.
El corazón me dio un vuelco y estuve a punto de gritar, rogándole a Thiago que se quedara, pero me mordí el labio inferior para que no se me escapara la súplica. Tenía los brazos y las piernas atados y estaba completamente a merced de aquel hombre. Respiré tranquilamente un par de veces. No iba a matarme, así que lo único que tenía que hacer era sobrevivir. Encontrar ese lugar en mi mente, refugiarme en él y dejar que terminara su parte en esto. Una vez que estuviera libre, podría buscar un escape.
El médico se metió entre mis piernas abiertas y me tocó. Me di cuenta de que no llevaba guantes y de que no iba a ser un simple examen médico.
—¿Qué... vas a hacer?— Odiaba que me temblara la voz.
Sus dedos subían y bajaban por mi, y los utilizó para abrirme bien.
—Primero, vamos a deshacernos de este pelo—. Me dijo, claramente disgustado por su presencia.
Me echó un chorro de crema de afeitar y la extendió por todo mi vello. Un minuto después, tomó una maquinilla desechable y empezó a afeitarme. No es que hubiera mucho que afeitar. Me afeitó rápidamente el poco vello que tenía y me limpió el coño recién afeitado con una toalla húmeda. El zumbido de una máquina me hizo girar la cabeza y tirar de mis ataduras, presa del pánico.
—Relájate. Es sólo un láser. Tendremos que hacerlo unas cuantas veces, pero al final, el pelo no volverá a crecer.
La irritación se apoderó de mí. No quería un coño desnudo. Siempre había pensado que a los hombres a los que les gustaba eso les gustaban las niñas pequeñas, pero pensé que si eso era lo peor, estaría bien. Me di cuenta de que había negociado mucho conmigo misma en la última hora.
El láser era incómodo y se sentía como si una goma elástica chasqueara contra mi piel. Se movió con precisión metódica, tratando cada centímetro de piel expuesta. Cuando terminó con mi coño, hizo lo mismo con mis axilas. Eso dolía menos y, francamente, no me importaba no tener que afeitarme las axilas.
Cuando terminó, acercó una silla y se sentó entre mis piernas, y un rubor de vergüenza me subió por el cuello. Encendió una luz y sentí el calor de la bombilla calentándome la piel mientras me examinaba. Sus dedos separaron mis pliegues, abriéndome.
—Puedo ver por qué le gustas a Thiago—. Dijo a mi coño expuesto. En ese momento me di cuenta de que a eso me había reducido. No era más que lo que tenía entre las piernas, y parpadeé rápidamente para despejar las lágrimas frescas que brotaban de mis ojos.
Me metió un dedo. Mi canal lubricado no ofreció resistencia, y él empujó un segundo, haciéndolos girar. —Veo que ya te has divertido esta noche—. Se rio.
Si ser vendida como esclava y violada en el capó de un auto por un traficante de drogas de poca monta era divertido, entonces sí, esta noche había sido una auténtica fiesta. Me guardé mi enjundiosa respuesta para mí misma.
El chasquido de un tapón captó mi atención y se echó algo en la mano. Un gel frío tocó mi coño y me estremecí. Utilizó sus dedos sin guantes para introducir lubricante en mi v****a y pasó un par de minutos penetrándome con los dedos. Miré al techo e hice como si estuviera en la playa, mirando las olas. Necesitaba estar en cualquier sitio menos aquí. El horror de lo que estaba ocurriendo amenazaba con inundar mi mente.
El médico extendió la mano y los instrumentos sonaron en una bandeja. tomó un instrumento metálico de aspecto siniestro y sentí un escalofrío. El médico untó un espéculo con más gel, lo levantó y lo inspeccionó a la luz para asegurarse de que estaba bien cubierto. Supongo que debería agradecérselo. Sus dedos rozaron mi entrada y un gemido brotó de mi garganta antes de que pudiera tragarlo.
—Relájate y esto será más fácil—. Él instruyó.
Ya me habían hecho un examen pélvico antes, así que conocía la rutina, o al menos eso esperaba. Nunca había tenido uno con un médico pervertido que era propiedad de una mafia.
Intenté aflojar los músculos, pero seguía sintiendo un pellizco cuando introdujo el espéculo, creando una sensación de plenitud y presión. Accionó la manivela, abriéndome, y luego volvió a accionarla. El estiramiento era casi doloroso, pero tolerable. Una manivela más y grité de dolor y me apreté inútilmente contra los estribos, con el coño imposiblemente abierto.
—Lo sé—, me tranquilizó. —Thiago quería que empezara a entrenarte—. Cerró el espéculo y apreté los dientes.
Ni siquiera sabía qué coño significaba eso, y la verdad es que no quería aprender.
—Además, facilitará la colocación del DIU (Dispositivo intrauterino).
La atrocidad de la noche me estaba desconcertando, pero me di cuenta de que un DIU podía ser algo bueno y me obligué a no luchar. Quería que me lo colocara y que lo hiciera correctamente. Lo único peor que lo que me esperaba era quedarme embarazada. Me introdujo un largo instrumento metálico y un dolor agudo hizo que se me doblaran los dedos de los pies mientras se me escapaba un aullido.
Un dolor agudo y punzante en el abdomen me hizo sacudirme sobre la mesa. Pensé que me estaban desgarrando las entrañas y que me estaba empalando. El médico movió la varilla metálica, que me recordaba a un instrumento de tortura medieval, y el dolor fue en aumento.
—Sólo un poco más. Necesito que tu cérvix se abra. La dilatación manual puede ser dolorosa, pero Thiago no nos dio mucho tiempo.
Unos calambres sordos irradiaban desde la parte baja de mi vientre, interrumpidos por descargas fulminantes que me hacían gritar y jadear de dolor.
—Dios.— Prácticamente grité y tiré de mis ataduras mientras me golpeaba otra ráfaga de dolor.
Levantó la mano y empezó a frotarme el clítoris. El espéculo me sujetaba con fuerza, y el tortuoso dispositivo metálico me abría el cuello del útero y un hombre extraño me frotaba el clítoris. Nunca me había sentido más expuesta y vulnerable en mi vida. Intenté quedarme quieta, aterrorizada de que la siniestra varilla se deslizara y me perforara el útero y me desangrara en algún almacén mugriento atada a una mesa de exploración. Esto continuó durante unos minutos, y las gotas de sudor me empaparon la cara.
—Ya está—. Murmuró mientras frotaba de nuevo.
Sacó la varilla metálica con lo que parecía un globo desinflado en el extremo, tomó unas pinzas largas y las introdujo dentro de mí. Otro dolor agudo y algunos forcejeos, y luego sacó las pinzas.
No sabía si pensaba que frotarme el clítoris me distraería del dolor de los calambres o si era un pervertido. Yo apostaba por ambas cosas. Pensé que era el final, pero no era más que el principio. Sacó su teléfono e hizo un par de fotos, de cerca y personales, del interior de mi v****a abierta al máximo. Hizo algunos clics en su teléfono. Supuse que estaba enviando una prueba a Thiago de que me había colocado el DIU. Siguió frotándome el clítoris, sacándolo de su capucha.
—Tienes un hermoso cuello uterino—. Dijo distraídamente.
Se me curvó el labio de disgusto, pero mantuve la boca cerrada. De un fuerte tirón, sacó el espéculo.
—Mierda—. Jadeé y mi abdomen se agarrotó, y me sacudí hasta donde pude con mis ataduras, las lágrimas rodando por mis mejillas.
El sonido de su cremallera llamó mi atención. Frotó su pene en mi, arrastrando la humedad desde mi clítoris hasta mi culo. Unas cuantas caricias más y ya la tenía dura y empujada dentro de mí. Estaba lo bastante lubricada como para que no me doliera, pero de todos modos grité por la violación. Me habían violado dos hombres en el espacio de una hora y mi mente se tambaleaba, incapaz de asimilar lo que estaba ocurriendo. Sus pesadas pelotas me golpearon el culo y se me escapó un sonido estrangulado. Quería suplicarle que parara, pero sabía que no serviría de nada.
Me refugié en mi mente, mirando al techo y pensando en Felipe. Tenía que protegerlo, y si eso significaba dejar que este hijo de puta me follara, lo haría. No es que tuviera elección con las piernas atadas, pero me había estado con un buen número de hombres en mis veintidós años. Me gustaba el sexo, pero no las relaciones. Gruñó un par de veces más y sentí cómo se liberaba dentro de mí.
—¿Has tenido sexo anal?— Preguntó como si estuviéramos hablando del clima.
—No—, mordí entre dientes apretados.
—Vale, tendremos que conseguirte un plug o podrías desgarrarte.
Pensé que ambas cosas sonaban mal, pero me mordí el labio hasta saborear la sangre y esperé a que dejara de bombear dentro y fuera de mi culo. Finalmente se retiró y se lavó las manos. Supuse que debía estar agradecida por ese pequeño milagro. Volvió a la mesa y abrió otro juego de instrumentos.
—Ahora las inyecciones y luego los piercings.
Observé con horror cómo sacaba una jeringuilla. La levantó y la agitó un par de veces, haciéndola estallar para eliminar una burbuja de aire.
—¿Qué es eso?— Tenía miedo de preguntar, pero aún más miedo de no hacerlo.
—Este es un antibiótico, sólo para estar seguros. También sacaremos sangre y haremos algunas pruebas, pero todo parece estar bien.
La aguja se deslizó en mi hombro con un pequeño pinchazo de dolor. Una inyección de antibióticos venía bien. Tanto Thiago como el doctor acababan de follarme sin condón, y quién sabía lo que podría tener esa escoria de Thiago. Al menos no acabaría con una ETS por lo de esta noche.
—¿Y eso?—, le pregunté mientras llenaba otra jeringuilla.
—Oh, eso son hormonas. Te pondremos en marcha por si quieren que lactes—.
—¿Lactar?— Pensé que le había oído mal, o que mi clase de biología me estaba suspendiendo.
—Sí, algunos de los clientes de Thiago son un poco pervertidos—. Lo dijo conspiradoramente como si estuviera compartiendo un secreto.
—¿Quieres decir que produciré leche?— No podía creer lo desapasionadamente que estaba haciendo esa pregunta.
El médico se encogió de hombros. —Puede ser. Depende. Sólo quiero que empieces a tomar los medicamentos, así que es una opción.
—¿No tengo que estar embarazada?
—Oh, cielos, no. Eso es un mito. Cualquier mujer puede lactar con la estimulación adecuada—.
Pensé que era lo más aterrador que había oído en toda la noche, y había oído muchas cosas aterradoras.
La cabeza me daba vueltas y las náuseas me invadían. El médico se acercó y me inyectó las hormonas en la cadera. Cerré los ojos esperando que todo fuera una pesadilla, pero cuando los abrí, él seguía allí.
—Thiago quiere un juego completo de piercings. No voy a mentir. Esto probablemente va a doler un poco .
—¿Juego completo?— balbuceé, esperando que no me doliera más que lo que me había hecho con la barra de metal. Todavía tenía calambres y me dolía.
El médico asintió. —Ambos pezones, ombligo y la capucha del clítoris.
Unas manchas oscuras bailaron ante mis ojos y aspiré desesperada. Un dolor agudo y punzante en el pezón fue lo único que impidió que me desmayara. Grité cuando el médico pasó una aguja grande por el otro pezón, guiando un anillo por detrás. De repente, tenía un piercing en el pezón. Repitió el proceso en el ombligo, que no me dolía tanto como los pezones. Me colocó una barra enjoyada en el ombligo, y tuve que admitir que en otras circunstancias me habría gustado.
Luego volvió a sentarse entre mis piernas abiertas y empezó a frotarme otra vez. —Este te gustará.
Me untó el clítoris con alcohol y sopló sobre él. —La sensación se desvanecerá bastante rápido.
A continuación, clavó la aguja y tiró de la barra circular. Atornilló el otro extremo de la barra y presionó una almohadilla refrigerante sobre el piercing para quitar el escozor. El malestar sólo duró unos minutos, pero aún así se me saltaron las lágrimas. Menos por el dolor y más por la pérdida de control sobre mi vida. Estaba indefensa, y algunas de las cosas que me estaba haciendo eran permanentes. Cosas en las que no tenía ni voz ni voto. Sabía sin lugar a dudas que a partir de ese momento me harían muchas cosas sin mi consentimiento.
—Esta noche voy a insertar el plug anal más pequeño, y luego puedes ir subiendo a partir de ahí—. El médico anunció, como si estuviera prescribiendo un medicamento de rutina.
Sacó un plug plateado y le echó un chorro de lubricante. Mis ojos se abrieron de par en par cuando lo vi. Dijo que era el más pequeño, pero parecía enorme. No creí que fuera a caber. Apretó la punta contra mi apretado agujero con una presión cada vez mayor, moviéndolo de un lado a otro.
—Intenta relajarte—. Me tranquilizó y usó la otra mano para meterme un dedo en el coño.
Respiré hondo y me obligué a relajarme. No había necesidad de empeorar las cosas porque sabía que iba a entrar de una forma u otra. Con un empujón firme más, la parte más ancha estiró mi apretado anillo y gemí por el ardiente dolor.
—Eso es. Respira—. Me animó, y lo hice. Un empujón firme más y entró y mi músculo apretado se cerró a su alrededor, y tuve una medida de alivio. La plenitud y el peso crearon una sensación extraña.
—Déjalo todo el tiempo que puedas—. Aconsejó.
El médico sacó un poco de sangre, puso los tubos en una nevera y miró el reloj. —Todo ha ido bien. Tengo tiempo para mas—. Anunció que iba a violarme de nuevo, como si estuviera pidiendo el almuerzo. Su depravación estaba a flor de piel.
Qué suerte la mía. Intenté no estremecerme cuando se introdujo en mi. Tenía calambres en las piernas por estar atada, me ardían los pezones y el clítoris, y el plug anal me rozaba cada vez que me penetraba. La delgada pared entre su polla y el tapón estaba en carne viva y gemí de dolor. La sensación del plug era extraña e incómoda. Nunca había practicado sexo anal porque no quería. No me gustaba el dolor y creía que tenía una v****a perfecta hecha para el sexo.
Al cabo de un rato, la sacó, todavía dura. No se había corrido, y yo temía cuánto tiempo más podría aguantar. Los calambres se habían intensificado y me palpitaba el coño.
—Voy a terminar en tu boca—. Declaró.
Me sentí extrañamente agradecida y abrí la boca para recibirlo. Estaba impregnado de mis propios jugos y me saboreé cuando me pasó la polla por los labios. Succioné con todas mis fuerzas y, en poco tiempo, subió su carga hasta mi garganta y yo tragué por reflejo.
—Buena chica. Espero tu próxima revisión.
Hice lo posible por sonreírle. Si lo hacía bien, podría conseguir que me ayudara o ganarme su confianza, y la próxima vez no me ataría y podría escapar. El médico acababa de subirse la cremallera cuando entró Thiago. Sus ojos se posaron en mi coño expuesto y en el plug anal con el mango enjoyado en mi culo y sonrió.
—Era una paciente excelente—. Le dijo el médico a Thiago.
—Sólo una cosa más—. Thiago se quitó el anillo del meñique, lo sujetó con unas pinzas y tomó su mechero y lo acercó al metal, calentándolo.
El sudor empezó a acumularse en la base de mi columna cuando me di cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir. Se me pusieron los ojos como platos cuando avanzó hacia mí. Apretó el metal caliente justo debajo del hueso de mi cadera, siseé de dolor y sentí arcadas por el olor a carne quemada. Thiago me había marcado.
Me desató los brazos y las piernas y me ayudó a levantarme cuando terminó. Las piernas no me sostenían y me vi obligada a aferrarme a él hasta que recuperé la sensibilidad. Me ayudó a vestirme y nos alejamos del almacén, con mi vida permanentemente alterada. Thiago me llevó a su casa, que era un club con un pequeño apartamento encima. Thiago me hizo pasar a mi habitación y cerró la puerta por fuera.
Así empezó todo, hace casi dos meses.
—Muévete Blanca, tienes clientes—. Thiago llamó a la puerta, exhalé un suspiro y abrí la puerta a otro día de mi vida. Imaginé que éste sería como las otras cincuenta noches anteriores.