Horas antes Arthur había entrado en la cocina con determinación. Había prometido no pedir comida para llevar, y esta vez pensaba cumplirlo. Además, la nevera estaba llena de alimentos frescos, así que hacer un pescado al sartén le pareció una idea brillante.
Puso un sartén grande al fuego y, con la confianza de un chef supremo, vertió más de un litro de aceite. Subió la llama al máximo y sacó un robalo de la nevera.
Con entusiasmo, comenzó a sazonarlo, usando todo lo que encontró en la alacena: orégano, tomillo, albahaca, ajo en polvo, sal, pimienta.
Mientras mezclaba las especias, el aroma que invadía la cocina le hizo sonreír satisfecho.
El aceite en la cazuela ya estaba burbujeando peligrosamente, pero Arthur no le prestó atención. Estaba demasiado absorto en su obra maestra culinaria.
Finalmente, cuando el pescado estuvo aliñado a la perfección, se acercó con seguridad a la estufa.
El aceite hervía, pero él, ignorando el peligro, dejó caer el pescado en la sartén. Fue en ese instante que una llama inmensa se encendió al contacto del aceite caliente, elevándose hasta el techo como una llamarada feroz.
Arthur se quedó petrificado, con los ojos muy abiertos y el corazón en la garganta. El fuego crepitaba sin control, pero él no movió un solo músculo, paralizado por el miedo y el desconcierto.
Entonces, un olor extraño le hizo fruncir el ceño: olía a cabello quemado.
Pasó la mano por su rostro y sintió un escalofrío al descubrir que sus cejas y pestañas habían desaparecido por completo. Se quedó mirando sus dedos, incrédulo, mientras el fuego seguía rugiendo ante él.
De repente, Asher irrumpió en la cocina, cargando un extintor de seguridad como si ya hubiera anticipado lo que pasaría.
Sin decir una palabra, el chico se plantó frente al incendio y comenzó a rociar espuma sobre la sartén y las llamas.
El fuego se extinguió lentamente bajo el chorro del extintor, llenando la cocina de un olor agrio a aceite quemado y especias calcinadas. Arthur seguía inmóvil, todavía procesando lo que acababa de pasar.
Asher habló con una mezcla de burla y resignación —¿De verdad pensaste que hacer pescado frito era buena idea, papá?
Arthur, aún sin pestañas ni cejas, lo miró en silencio, sintiendo que la cocina y la paternidad eran retos muy parecidos: ambos estaban completamente fuera de su alcance.
…….
Saúl dejó a Juliette en la habitación y fue de inmediato a ver de dónde provenía el olor a aceite quemado que impregnaba cada rincón de la casa. Saúl, acostumbrado a las sorpresas en ese lugar, frunció el ceño, —¿Qué demonios pasó aquí? —interrogó en voz alta.
Antes de que Saúl pudiera investigar, Asher apareció en la escalera, con una expresión entre divertida y maliciosa.
Se encogió de hombros y explicó, —Papá intentó cocinar. Ya puedes imaginar cómo terminó.
Saúl intercambió una mirada con Asher, que solo suspiró, resignado.
Subieron las escaleras y llegaron hasta la puerta de la habitación de Arthur. La puerta estaba entreabierta, y desde dentro se escuchaba un leve murmullo de frustración. Saúl empujó la puerta con cuidado y lo vio.
Arthur estaba frente al espejo del baño, mirando su reflejo con horror absoluto. Su barba, normalmente bien cuidada y elegante, estaba chamuscada y desigual, como si alguien hubiera intentado recortarla a ciegas con un mechero.
Sus cejas y pestañas habían desaparecido por completo, dándole un aspecto sorprendentemente cómico para alguien tan imponente.
Arthur solo refunfuñaba, —Genial… absolutamente genial.
Se pasó la mano por la cara, todavía incrédulo ante el desastre. Pero lo peor no era su apariencia; al día siguiente tenía una importante convención con inversores extranjeros interesados en inyectar capital en la empresa.
Arthur intentaba consolarse susurrando, como si tratara de encontrar consuelo —Es solo un rostro… Nadie invierte en una empresa por las cejas de su CEO, ¿verdad?
Saúl, desde la puerta, se mordió el labio para no reír. Pero no pudo evitar que sus ojos brillaran con diversión.
Saúl con una sonrisa traviesa negó, — Por supuesto que no jefe. Solo que vas a tener que aceptar las decisiones sin pestañear ja, ja, ja…
Arthur se giró, muy molesto con la cara todavía enrojecida por la frustración, se sentó en la cama y miró a Saúl fijamente.
—¿Y tú que hiciste? Conseguiste a la niñera.
Saúl, de pie en la entrada de la habitación, trató de mantener la compostura. Cada vez que miraba el rostro chamuscado de su jefe, sentía que una carcajada estaba a punto de escaparse. Se obligó a toser para disimular.
Saúl estaba haciendo un esfuerzo titánico para no reírse —Bueno… fue un poco difícil convencerla, pero usé algunas estrategias. Al final, aceptó.
—Perfecto. Solo necesito que se quede al menos un mes. Si lo logra, podré respirar tranquilo y concentrarme en la empresa.
Saúl asintió, pensando en lo irónico de la situación. La oferta que le había hecho a Juliette, con Arthur pagando cada semestre de su universidad, no era algo que cualquier jefe haría.
Y desde luego, Arthur no tenía ni idea de esa promesa, pero Saúl sabía que al final el dinero no sería un problema para un hombre con tanto capital. Solo esperaba que Juliette resistiera lo suficiente.
Saúl podía responder muy confiado después de su trato con la chica, —Se quedará, estoy seguro.
Arthur, sin sospechar nada, se recostó en la cama con un suspiro agotado. Aún sentía el ardor emocional por la pérdida de su barba, pestañas y cejas, pero al menos ahora tendría tiempo para dedicarse solamente a la empresa… o eso esperaba.
—Eso espero… Necesito quitarme este peso de encima.
Saúl le lanzó una última mirada, reprimiendo otra sonrisa, y salió de la habitación.
Mientras bajaba las escaleras, no podía evitar preguntarse cómo sería la primera interacción entre Arthur y Juliette. Apostaba a que no sería nada tranquila.
…….
Minutos más tarde, Arthur, decidido a conocer a la nueva niñera y anticipando que sus hijos ya estaban conspirando para deshacerse de ella, caminó con firmeza hacia la puerta de la habitación donde Juliette descansaba.
Llamó varias veces, pero no hubo respuesta. Su paciencia se agotaba rápidamente, y conociendo las travesuras de Samantha y Asher, imaginó lo peor.
¿Acaso ya la habían espantado?
Rebuscó entre sus llaves, pero por alguna razón no tenía copia de esa habitación.
La preocupación lo invadió. Si los niños ya habían hecho de las suyas, todo su plan para recuperar un poco de paz se vendría abajo. Sin más opciones, decidió que lo más rápido sería entrar a investigar por el balcón.
Juliette, por su parte, dormía profundamente, agotada después de haber trabajado con el ganado desde el amanecer.
El sueño pesado la envolvía, y no escuchó cuando Arthur tocó la puerta con insistencia. Él, convencido de que algo malo había sucedido, encontró una escalera en el jardín y se dispuso a trepar hasta el balcón de la habitación.
Arthur murmuraba para sí —Es increíble… ¿Por qué no hay más copias de la llave de la maldita puerta?