El primer día de la niñera y el jefe ya la quiere despedir.

1010 Words
Se trepó por el barandal se acercó a la ventana con cuidado y, para su sorpresa estaba abierta y desde donde estaba, no vio a nadie en la cama. Su corazón dio un vuelco. ¿Y si ya se había marchado sin avisar? ¿O los chicos habían sido más rápidos de lo que pensaba? Mientras se asomaba para buscar señales de vida, Juliette que se había despertado al oír el crujido del barandal. Todavía aturdida, lo primero que vio fue la figura de un hombre con un rostro extraño con quemaduras entrando en su habitación. Sin pensarlo dos veces, agarró el jarrón más cercano y, antes de que Arthur pudiera reaccionar, se lo estrelló en la cabeza con todas sus fuerzas. Arthur cayó al suelo como un tronco, inconsciente. Juliette, todavía respirando agitada, corrió hacia la puerta y la abrió de golpe. Juliette de inmediato empezó a gritar, —¡Ayuda! ¡Un loco acaba de entrar a mi habitación! Saúl, que estaba descansando en la sala, subió corriendo las escaleras al escuchar los gritos. Cuando empujó la puerta, se quedó boquiabierto al ver a su jefe tendido en el suelo, con los restos del jarrón esparcidos por todas partes. Saúl ahora miraba a Juliette con incredulidad —¿Qué rayos hiciste? Juliette señalaba al cuerpo inmóvil y explicó, —¡Se metió a hurtadillas por la ventana! ¿Qué esperabas que hiciera? —¡Ese es Arthur Thorner! ¡El dueño de la mansión! ¡Mi jefe! —gritó Saúl desesperado. Juliette se quedó congelada por un momento, mirando al hombre inconsciente en el suelo. Entonces, como si todo el peso de la situación cayera sobre ella, estalló en carcajadas al notar las cejas y pestañas chamuscadas que le daban a Arthur un aspecto terrible. —¡Dios mío! ¿Ese es mi jefe? ¡Parece protagonista de una pesadilla de terror! —Juliette se reía en medio de sus nervios. Saúl, sin embargo, no estaba para bromas. Se arrodilló junto a Arthur, preocupado por la falta de respuesta. Juliette dejó de reír poco a poco al notar que Arthur seguía sin reaccionar. —Espera… ¿Y si lo maté? —dijo Juliette mordiéndose los labios. Saúl pasó las manos por su cabeza, abrumado por la situación. Juliette se agachó y tocó la frente de Arthur, empezando a preocuparse de verdad. —Oye… despierta. No quise golpearte tan fuerte. —Esto no puede estar pasando… ¡Juliette, busca algo para reanimarlo! —Saúl resopló con desespero. Juliette, corrió al baño y volvió con un vaso de agua fría, que le arrojó a Arthur en la cara sin la menor delicadeza. Arthur parpadeó lentamente, aturdido y con una expresión de profundo desconcierto. —¿Qué… demonios… pasó? —gritó con voz ronca. Juliette se encogió de hombros y explicó, —Técnicamente… te rompí un jarrón en la cabeza. Arthur la miró, con los ojos entrecerrados, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar. Luego, soltó un gruñido bajo mientras se incorporaba con la ayuda de Saúl. —Perfecto… ni siquiera ha pasado un día, y ya quiero despedirte —dijo intentando secarse la cara. Juliette, con una sonrisa descarada, se cruzó de brazos, —Tienes suerte de que no renunciara primero, jefe. Saúl ayudó a Arthur a apoyarse con el brazo sobre su hombro y, lo llevó tambaleante hacia el área de limpieza donde guardaban el botiquín de primeros auxilios. Arthur estaba molesto, pero el dolor punzante en su cabeza no le permitía expresar más que gruñidos de frustración. Saúl lo hizo sentarse en un banco e inspeccionó la herida con cuidado. —Tienes una herida abierta, Arthur… Esto necesita puntos. Deberíamos ir a la clínica —sugirió en voz baja. Antes de que Arthur pudiera protestar, Juliette apareció detrás de ellos, cruzando los brazos con total calma. —No hace falta ir a ninguna clínica. Esa herida es pequeña, puedo suturarla aquí mismo. Arthur alzó una ceja, incrédulo. La audacia de esa mujer lo dejó momentáneamente sin palabras. ¿Suturarle la cabeza? ¿Acaso esa chica sabía lo que hacía? Arthur solo pudo protestar con sarcasmo —¿Ahora también eres cirujana, niñera? —No aún, pero sé lo suficiente. Lo he hecho antes con animales… y tú no eres tan diferente. Arthur estaba tan atónito que no logró formular una réplica mordaz. Saúl, entre risas contenidas, dejó el botiquín en la mesa. —Bueno, Arthur… podrías darle una oportunidad. Juliette se acercó sin pedir permiso, sacando hilo quirúrgico y una aguja esterilizada. Arthur la miraba fijamente, sorprendido por la calma con la que actuaba. Esa chica era todo menos una niñera común. Juliette se inclinó hacia él, y Arthur, aunque furioso, no se movió. Si ella tenía el valor de intentarlo, él quería ver hasta dónde llegaba. —Tranquilo, jefe. No dolerá… demasiado. Con precisión sorprendente, Juliette limpió la herida, ensartó la aguja y comenzó a suturar. Arthur se quedó en silencio, observándola con atención mientras ella trabajaba con manos firmes y cuidadosas. En menos de diez minutos, terminó el procedimiento. Le ofreció un analgésico y guardó el material médico en el botiquín como si nada hubiera pasado. —Perdón por lo del jarrón. No suelo atacar a desconocidos… a menos que entren por mi ventana. —Eso es un consuelo —dijo Arthur con frialdad. Juliette esbozó una pequeña sonrisa, intuyendo el enojo que bullía en el corazón de Arthur. —Prometo que no volverá a pasar —dijo Juliette. Arthur no respondió. Su mirada, oscura y fría, dejaba claro que estaba furioso. Cada fibra de su ser exigía despedirla en ese mismo instante, pero algo en la descarada confianza de Juliette lo descolocaba. Saúl, percibiendo la tensión en el ambiente, se aclaró la garganta. —Bueno, al menos ahora sabes que puedes sobrevivir a sus ataques, ¿no? —dijo Saúl intentando calmar el ambiente con sarcasmo. Arthur le lanzó una mirada asesina a Saúl, pero no dijo nada. Solo quería alejarse de esa mujer antes de que su paciencia se agotara por completo.

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