A la mañana siguiente Dante despertó con los nervios de punta. Una horrible pesadilla había ensombrecido sus sueños. Pero al ver a su dulce esposa acurrucada en sus brazos, durmiendo tan tranquila y relajada, no pudo evitar sentirse en paz. La observó por un rato, y cerró los ojos esperando volver a dormir. Se abrazó más a ella, intentando que la suavidad del cuerpo de Sabina espantara el recuerdo de la pesadilla, y del terror de que se hiciese realidad en algún momento. Pero la vida tenía otro camino para Dante, y él lo comprendió cuando Alfonso golpeó con insistencia la puerta. —Príncipe, por favor. Debe venir urgente. Dante se levantó con cuidado, arropó a Sabina con cariño y besó su frente. —Volveré pronto, lo prometo —susurró sobre los rubios cabellos de su esposa. Él salió con