Boda y traición
—¿Estás lista? —la voz del rey sonó inexpresiva.
El sonido de los cánticos ceremoniales anunciaban la proximidad de su entrada hacia el altar.
—Sí, padre —Sabina asintió con una sonrisa nerviosa.
Un nudo se apretaba en su garganta. El saber que se casaría con el hombre del que se enamoró, y que además cumpliría su deber como princesa de Chenery, la colmaba de alegría.
Todos los presentes se pusieron de pie al verla cruzar las puertas del Salón Real, e hicieron la correspondiente reverencia. Las flores adornaban los bancos y el camino hacia el altar, en donde Dante la esperaba con una sonrisa. Al verlo sintió que su corazón quería salirse del pecho.
Cada paso que daba le parecía demasiado lento, quería llegar a su lado y poder unir sus vidas en santo matrimonio. Ansiaba dar el sí, y más aún oírlo de sus labios.
El rey Ricardo V la entregó con una sonrisa llena de aprobación, dándoles un breve asentimiento a Dante y a ella, al mismo tiempo que el canto y los murmullos de los invitados cesaban.
—Queridos hermanos —la estridente voz del obispo hizo eco en todo el Salón Real—: Estamos aquí reunidos, para que Dios garantice con su gracia… —Ella dejó de oír lo que el obispo decía, la emoción era tal que el retumbe de su corazón la agobiaba.
Su vida estaba por cambiar en breves segundos, ¿sería eso lo que el destino tenía para ella?
Cuando llegó la parte en que debían unir sus manos para que el obispo las cubriera con un lazo de colores, ambos príncipes estaban entregados a sus destinos.
Nadie sospechaba que cambiarían tan drásticamente.
—Ahora, ante esta asamblea, les pregunto sobre su intención —Sabina no hoyó nada más, en su mente sólo ansiaba que Dante pronunciara aquellas dos palabras.
—Sí —su voz segura hizo eco en la mente y el cuerpo de Sabina, pero en sus ojos se notaba la incomodidad que él sentía: era forzado—, acepto.
Cuando el obispo comenzó a repetir la oración para ella, Sabina se quedó en blanco. El hombre al que tenía en frente no demostraba el cariño y la cercanía que habían tenido tiempo atrás, cuando se conocieron.
¿Qué pudo haber cambiado? ¿Acaso ella tenía algo mal?
‹‹Pero aceptó…››, pensó con angustia.
—Sí —su voz salió entrecortada. ¿Aun así, podrían vivir un amor como en los cuentos de hadas?—, acepto.
—El Señor confirme con su bondad este consentimiento suyo que han manifestado ente la Iglesia y les otorgue su bendición… —pero antes de que el obispo pudiera terminar de dar la última oración de bendición, el primer grito se hizo eco en el Salón.
Por el rabillo del ojo Sabina vio un brusco movimiento, y al voltear observó el horror.
Un guardia real de su padre tenía agarrado por la espalda al rey Fernando III, y le había cortado el cuello con una daga.
Los gritos eran cada vez más fuertes, y ella no salía de su conmoción, estando completamente paralizada al igual que Dante.
De un segundo a otro los guardias de su padre se levantaron al unísono, y como si fuera una pesadilla vio en cámara lenta cómo se abalanzaban sobre la Familia Real de Sendulla, y los nobles de su Corte.
—¡Viva el rey Ricardo V! ¡Viva Chenery! —los gritos de victoria no tardaron en alzarse, como si fuese un campo de guerra. Y lo parecía.
Los guardias, con las espadas en alto, arrastraban a los habitantes de Sendulla fuera del castillo. Los alaridos agonizantes y de furia eran cada vez más sofocados por los de victoria.
‹‹Esto no puede… No puede ser real››. Su mente estaba en shock, y se sintió morir cuando dos guardias arrastraron a la fuerza a Dante.
—¡¡No!! —Dante reaccionó y se abalanzó sobre el guardia que golpeó a su madre. Pudo arrebatarle la espada, pero cuando lanzó el primer ataque el guardia le asestó una patada en el estómago que lo derribó al suelo— ¡Padre! ¡Madre! —él intentó con todas sus fuerzas luchar y hacer justicia por su familia, tratando de protegerlos… pero los guardias lo golpearon y lo empujaron con demasiada fuerza.
La reina y la pequeña princesa también fueron arrastradas, e Isabel intentó aferrarse a su niña pero se la arrebataron a empujones y más golpes.
Los guardias de Chenery se convirtieron en las peores bestias que Sabina jamás había visto. Y lo único que pudo hacer es buscar con la vista a su padre... Hasta que lo encontró, levantándose tranquilamente de la silla, con una sonrisa satisfecha.
Y la miró. En sus ojos sólo detectó el orgullo de su propia victoria. Una victoria a costa de la traición. Unos ojos tan crueles y bestiales que ella se quedó helada, sin reconocer al hombre que tenía en frente. Un monstruo.
El miedo la hizo retroceder y se tropezó con un adorno, cayendo de bruces al suelo. Logró apoyar sus manos para no lastimarse, pero tocó la suave tela del lazo ceremonial con el que el obispo los casó hacía tan sólo unos breves minutos.
—Dante… —un nudo rompió su pecho, y el saber el peligro que él corría por su culpa la desesperó.
Salió del castillo corriendo con todas las fuerzas, y cuando llegó a las grandes puertas lo divisó a unos cuantos metros a lo lejos. Los guardias se lo estaban llevando arrastrado, su rostro estaba magullado por los golpes y su ropaje ensangrentado. El dolor y la desesperación que su rostro transmitía la paralizó.
El hombre al que amaba lo había perdido todo en tan sólo segundos, y todo por su culpa.
Llevó sus manos al rostro, y se quebró por completo en un llanto desesperado.
El sentimiento de agonía iba siendo lentamente reemplazado por el de rencor y odio hacia su propio padre. Sabina comprendió que debía vengarse, debía hacerlo por el amor que le tenía Dante, y por su deber como princesa de Chenery.
—Lo que Dios ha unido —susurró para sí, y para él a la distancia—, que no lo separe el hombre.