Amor y odio

1025 Words
—¿Es por lo que mi padre le hizo al tuyo, o por Catalina? Aquella pregunta de Sabina salió con tal espontaneidad, que hasta ella se asombró. Dante quedó paralizado por un segundo en el que su rostro se descompuso. Y Sabina lo notó, él la amaba, y era su punto débil. ‹‹El amor nos hace débiles››, recordó la frase que su padre siempre le repetía de niña. Y se dio cuenta que tenía una gran verdad. Ella era débil con Dante, y él con Catalina. —No te atrevas a nombrarla —rugió en un grito que la aturdió. Él dio dos pasos acercándose a ella, y por el miedo Sabina se cubrió el rostro, esperando el golpe. Pero nunca llegó. Cuando abrió los ojos, lo vio observándola detenidamente. Su rostro se había suavizado, y distinguió un atisbo de aquel joven del que se enamoró. Dante soltó un bufido y se dejó caer sobre la cama, apoyando su cabeza entre sus manos. —¿Cómo es que hemos llegado a esto? La pregunta de Dante quedó flotando en el aire por unos minutos. El silencio los envolvió, y ella comenzó a sentirse más cómoda. La misma conexión cálida que sentía con él desde que lo conoció, volvió a hacerse presente. Y ella cerró los ojos para disfrutar de aquel momento de paz. —No somos responsables de las decisiones de los demás —susurró Sabina. —¿En serio te crees con el derecho a decir eso? —Dante la observó con espanto, viéndola como si estuviese loca— Después de lo que tu padre hizo, no sólo mató a mi padre, sino también a mi… No hizo falta que pronunciara la palabra, pero aun así Sabina quiso recordárselo en voz alta. —A Catalina. Tu novia, ¿no es así? —No era mi novia —esta vez él pareció vulnerable, estaba siendo honesto con ella—. Pero la amaba. —Lo sé, lo vi en tus ojos, y en los de ella. Sabina se removió un poco, intentando contener las lágrimas. La angustia ya estaba picando demasiado en su garganta, asfixiándola, pero necesitaba eso. Necesitaba hablar con él, y ser honestos. Saber qué era lo que pasaba por su mente y corazón. —¿Para qué me tienes encerrada? Dante demoró en responder, no sólo porque estaba buscando la respuesta correcta, sino que tampoco la conocía. Secuestrarla comenzó siendo un plan de venganza, o quizás de un futuro intercambio en caso de que algo saliera mal, pero también había otro motivo, uno que él no quería revelar. Uno que involucraba a su corazón, y estaba negado en abrir esa herida que Sabina le creó, o más bien, que la familia de Sabina le hizo. Aceptarlo significaba que debía perdonar, al menos perdonarla a ella, y él no estaba listo para eso. Y no quería estarlo tampoco. Con impaciencia y frustración se levantó de la cama y dio unas vueltas por el corto espacio entre la cama y la puerta, mientras Sabina lo observaba con detenimiento. —Porque eres mi esposa. Fue lo primero más coherente que se le vino a la mente, y aún así no le sonó real al decirlo en voz alta. Lo único que los unía como esposos era un papel dado por la Iglesia, en donde sus firmas aseguraban el matrimonio… Pero era sólo un papel. —No lo soy, no si amabas a otra al momento de casarnos —a Sabina le tembló la voz, pero intentó parecer firme, aunque clavara las uñas en sus palmas para reprimir el llanto—. No significa nada. —Claro que no. Te odio y eso no va a cambiar. Pero aún así, para los ojos de todos eres mi esposa, y debes permanecer cerca de mí. Sabina se levantó, ya cansada de todo aquello. No quería alejarse de él, pero sabía que si él se iba, luego de llorar y desahogarse, estaría mejor. ‹‹Y yo te amo, y eso no va a cambiar››, pensó mirándolo a los ojos, pero no podía decirlo en voz alta. Asique se acercó otro paso más, y parándose derecha intentó parecer decidida. —¿Y si no quiero permanecer a tu lado? Al lado de alguien que me trata como una traidora, como un perro al que le das pan y agua todos los días, para mantenerlo vivo. Sabina juró que en los ojos de Dante vio un brillo de culpa, vio reflejada la misma angustia y dolor que ella estaba sintiendo. —Te trato como lo que eres, la hija de un cobarde. La traición corre por tus venas quieras o no, y de eso nadie escapa. ¿Crees que puedo dejar que mis hijos tengan la sangre de una cobarde? ¿O que mi pueblo tenga como reina a una mujer traicionera? —a cada oración él se acercaba cada vez más a Sabina, acorralándola contra la pared— ¿Crees que puedo amarte, cuando fue tu padre quien asesinó al mío? Sabina sintió la boca seca, y con los dedos rozó la fría pared. No sabía qué hacer o qué decir, pero su corazón la delataba. Dante no sólo la angustiaba, también la hacía sentir viva. Él le trasmitía paz a pesar de estar diciéndole todo aquello. En su tono de voz ella interpretaba otro significado, algo más profundo y complicado como los sentimientos que tenían hacia el otro. ¿Acaso el amor era tan complicado? Y si no era amor, ¿qué era? ¿Apego? —¿Y crees que puedo amarte, cuando sé que a pesar de todo, no me amarás con la misma intensidad? —la voz de la princesa salió en un susurro, y una ligera sonrisa apareció en los labios de Dante. Él la tomó de la cintura y unió por primera vez sus labios con los de su esposa, en un beso cargado con los sentimientos que no podían aceptar ni confesar. ‹‹Es por eso por lo que estoy destinada a odiarte, Dante. Aunque sé que nunca podré››.
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