El agente encontró el otro dinero y se lo entregó a Odella. Acto seguido, se inclinó para golpear la ventana, y un hombre que se hallaba en el exterior abrió la puerta. El francés descendió con rapidez y desapareció en la oscuridad. Odella supuso que se dirigía a donde otro carruaje lo esperaba. A continuación, ella también bajó del vehículo. En cuanto lo hizo, cerraron la puerta, el hombre saltó al pescante y tomó las riendas. Los caballos habían estado muy quietos. Sin embargo, cuando recibieron un golpe leve con el látigo, iniciaron una rápida marcha. Las ruedas levantaron polvo y grava. Todo sucedió tan deprisa que Odella quedó a un lado del camino, con el dinero que recibiera en las manos. ¡Todo había terminado! ¡Se habían ido! Sin pensarlo más, empezó a correr hacia los árboles d