Max Bax escudriñó con la mirada a Helena. No pudo evitar pensar que sus ojos azules eran preciosos. Las facciones de las chica la hacían lucir como una muñeca mal cuidada y maltratada por la vida. ¿De dónde había salido aquella mujer? Helena tragó saliva a causa del nerviosismo que sentía de oler el perfume que Max Bax tenía encima y sentir su aliento cerca de sus labios. Sintió un ligero cosquilleo entre las piernas, cosa que experimentaba muy de vez en cuando desde que era adolescente, pero nunca causada por la cercanía de un hombre. ¿Acaso eso era amor? ¿o solo atracción? Muchas veces maldecía la inocencia que las monjas se habían empeñado en conservar en ella. Aunque eso no evitaba que tuviera una fuerte necesidad de pasar con él la noche. — Eres realmente hermosa ¿sabes? —dijo Max