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Esposa engañada

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Blurb

Helena conoce muy bien la desolación y el mal de amores. Luego de la traición de su esposo, ambos deciden tomar caminos separados. Cuatro años después se ven obligados a reencontrarse.

Él con su máscara de hombre frío y conquistador, oculta su desolación por ella, pues nunca la ha olvidado.

Cuando sus miradas se cruzan los rencores del pasado salen a flote al igual que una pasión que nunca se ha apagado.

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Capítulo 1: Esposa engañada
Cuando Helena engañó a su esposo no lo hizo por elección, a ella la obligaron. Su mundo se derrumbó cuando al llegar a casa, se encontró con la imagen de su marido con otra mujer en su misma cama. Sí, él lo había hecho por elección propia, nada ni nadie lo había obligado a cometer tal atrocidad. ¿Cómo pasó todo? Helena había vuelto de la universidad. Eran épocas de exámenes, pero había resuelto todo para llegar ese día a la casa temprano, quería sorprender a su marido con una cena sorpresa por su primer año de casados, y de paso celebrar su mención honorífica en su tesis de titulación. Cuando llegó a casa, se alegró de haber llegado a tiempo a pesar de la tormenta que la había asaltado en el camino. Le había dado un vuelco el corazón al ver el auto de su amado estacionado. Entró a la casa sigilosa por verlo, lo había echado de menos durante el día y esa noche le apetecía cenar y pasar abrazada a él viendo una película. Escuchó unos ruidos raros procedentes de su habitación, tal vez había tomado un baño después de un día arduo en el trabajo, se apresuró a abrir la puerta para saludarlo. Helena sintió que abrió la puerta de la muerte al sentir cómo la vida se le iba agonizante. La imagen de su esposo teniendo sexo con otra mujer se clavó en sus ojos, aún cerrados, como la piel a la carne. Sintió como su alma moría lentamente a cada embestida que su esposo le daba a la extraña que manchaba las sábanas con el sudor de su excitación. Cada jadeo que daban, Helena sentía como le destrozaba el corazón. Mientras ellos se agitaban por la adrenalina del sexo, ella sentía como su pecho se conmocionaba en vida quemándose en furia, agonizando en dolor y no reaccionando por el shock que la golpeaba a una burda realidad. Soltó las bolsas que cargaba del supermercado con los ingredientes para la cena romántica que pretendía hacerle. Las lágrimas salieron a brotes de sus ojos, quemando las mejillas de la chica. Sentía como el llanto le cerraba la garganta. Sentía como el corazón le reclamaba con golpes en el pecho por lo estúpida que había sido. Salió de ahí huyendo, corriendo de su propia casa. Ya no era más su hogar. La lluvia caía torrencial esa noche. Trataba de consolarla, pero había sido inútil. No quería saber más del idiota que jugó con ella. No quería saber quién había robado las caricias que le correspondía a ella, al menos eso pensó. Había sido una estúpida por pensar en eso. —¡Dios, si existes arráncame todo éste amor que siento por él! —Gritó al cielo, que ensordecía sus oídos con la tormenta— ¡Si de verdad estás ahí, arráncamelo del corazón aunque te lleves mi vida entera! ¡Duele, duele mucho su traición! ¡¿Acaso ésto es un castigo?! ¡Hazme olvidar y llévame a un lugar donde no lo vea nunca más! Helena murió ese día. *** Volvamos tres años atrás, antes de “la trágica noche”, como Helena llamaba a ese suceso desgarrador en su vida amorosa. Helena se encontraba trabajando de mesera en una cafetería que se encontraba cerca de una universidad. Había elegido trabajar ahí con la esperanza de poder juntar el dinero suficiente y poder pagar la escuela a la que tanto deseaba entrar. Era su objetivo, tal vez la educación no lo era todo, pero estaba segura que dentro encontraría a las personas adecuadas para poder hacer su sueño realidad, convertirse en una mujer extraordinaria que todo el mundo respetara. Eran las seis de la tarde y muchos de los estudiantes y maestros pasaban a tomar un café y trabajar en los proyectos con sus computadoras, mientras la noche terminaba de llegar. El lugar por lo general siempre tenía el aire lleno de murmullos de personas hablando de proyectos o sobre lo patéticos que eran los maestros. Los viernes, como era costumbre, la cafetería, por lo general, estaba vacía al salir los estudiantes de fiesta. Era un viernes cuando Helena atendió a una cara nueva. Se trataba de un señor de poco más de cincuenta años. Sus ojos cafés mostraban cansancio, su cara estaba adornada con unas ojeras profundas y surcos a los costados. —Bienvenido señor mi nombre es Helena ¿le puedo ofrecer algo en especial? —preguntó la chica con una sonrisa amable invitando al extraño a relajarse un poco y soltar ese evidente cansancio. —Si, me gustaría un capuchino y un pan de nata —Helena anotó la orden. Se acercó un poco hacia el hombre y le susurró con cuidado de que la encargada no la escuchara— el pan de nata es horrible, pero el de plátano es buenísimo. El señor la vio con cierta curiosidad. —¿Y eso le dices a todos los clientes? —Solo a los que se le notan un extremo cansancio y en este momento lo que necesita es algo extremadamente rico —le guiñó un ojo. —Traeme entonces el pan de plátano. Desde ese día, el señor extraño iba todos los viernes a las seis de la tarde a tomar un café capuchino y comer un pan de plátano. El señor había tomado cierto interés en la muchacha, por raro que parecía llegaron a entablar una amistad. Helena deseaba que los viernes llegaran para ver a su amigo. Era la única persona que, por extraño que pareciera, había tomado interés en su vida dramática. La hacía sentir bien y acompañada por primera vez en su existencia. Al décimo viernes, el señor Gonzalo, así se llamaba, llegó acompañado de una mujer de aproximadamente la misma edad. Su corta melena rizada le hacían lucir con una elegancia que Helena jamás en su vida había visto en su vida. La muchacha le sonrió al señor Gonzalo y de inmediato fue a saludarlo. Estaba curiosa por saber quien era su compañía. —Señor Gonzalo, me alegra verlo de nuevo por aquí —saludó Helena. —Helena ¿cómo ha ido tu semana? —La semana ha ido tranquila señor. He leído los libros que me ha recomendado, me he hecho muy amiga de la bibliotecaria de la universidad, y debo decir que son geniales, me encantaron. —Me alegra escucharte, tengo algunas otras recomendaciones que sin duda te encantarán. Por ahora quiero presentarte a mi esposa. Leonela ella es Helena, la chica de la que tanto te he hablado. Helena se quedó por un momento quieta, ante la mirada paralizante de Leonela, quien la recorría con su mirada azul sin mostrar ningún tipo de gesto. La chica se sintió como una rata de laboratorio frente a un científico loco que analizaba todas sus características. O eso fue lo que creyó la muchacha durante unos segundo que le parecieron un día entero en algún juicio en su contra, cuando la señora le sonrió con sus labios tenues y una mirada amable. —Es perfecta —dijo Leonora con sus ojos brillantes, se paró de su asiento y la abrazó sin previo aviso— bienvenida a la familia. Helena se quedó fría al no saber cómo reaccionar. Era una situación tan extraña que no había lógica en lo que Leonora decía. Respondió a su abrazo titubeante y pudo ver cómo el señor Gonzalo se había puesto tan pálido y sudoroso de la frente, como una cebolla recién salida del refrigerador. La chica le lanzó una sonrisita tímida a la señora. —Me halaga mucho señora Leonora, pero no entiendo a qué se deba que me esté dando la bienvenida a su familia —repuso la muchacha recuperando el habla y viéndola con cierta timidez, pues el señor Gonzalo había sido buena con ella y no quería herir las susceptibilidades de su esposa. Leonora se volteó a ver a su esposo con los ojos hechos furia. Gonzalo solo encogió sus hombros con el claro arrepentimiento de no haber explicado nada antes a Helena. La chica se sentía más perdida que una persona usando google maps sin internet. —Oh cariño, siento mucho haberte adelantado las cosas. Ve por un té para los nervios para ti, lo vas a necesitar y lo de siempre para Gonzalo y para mí —dijo Leonora. —Tendré problemas con la encargada si me siento a platicar con ustedes —dijo Helena apenada. —No hay nada que no se pueda arreglar. Dile a la encargada que deseo hablar con ella —dijo Leonora— cariño dame tu billetera. Helena se dio media vuelta y entró al establecimiento. Le dijo a su jefa que fuera a su mesa, mientras ella preparaba la orden. Por la forma de actuar de Leonora, la muchacha había decidido prepararse un té muy. cargado de tila y pasiflora. Cuando la orden estaba casi lista, la encargada había regresado con una enorme sonrisa en el rostro. —Puedes quedarte a platicar todo el tiempo que quieras con ellos —le dijo dedicándole una enorme sonrisa mientras veía cómo contaba un puño de billetes. Helena tragó saliva, sintiendo un poco de dolor por nerviosismo en la garganta. Se sentó con la pareja una vez que sirvió la orden. Le dio un trago a su té, antes de escucharlos hablar. Sentía las miradas inquietantes sobre ella como un calor abrumador que le dificultaba respirar. —Helena, la razón por la que mi esposa y yo estamos aquí es porque queremos ofrecerte un trato que no vas a rechazar comenzó a decir Gonzalo. Helena al escuchar hablar a Gonzalo, comenzó a mover sus piernas llenas de tensión. No podía controlar su nerviosismo, pero hacía su mejor esfuerzo. —Lo que estamos a punto de ofrecerte es algo que va a cambiar por completo tu vida. No habíamos encontrado a la mujer indicada para ésto, pero tú, sencillamente eres única. El silencio llenó los oídos de los tres. Helena esperaba impaciente la propuesta que tenían para ella, intuía que no era nada bueno, o por lo menos el nerviosismo le hacía sentir así. —Cásate con nuestro hijo —dijeron los dos al unísono.

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