Capítulo 4: Max Bax

2285 Words
— ¡Aaah! —gritó Helena al salir a la calle, corriendo despavorida lo más lejos posible del edificio. Los transeúntes la volteaban a ver como si fuera una persona a punto de ser exorcizada, al ver como su cabello, medio dorado y medio café, brillaba a la luz del sol desordenado por los constantes jaloneos que la chica se daba así misma, debido a una frustración que sólo ella entendía. — ¿Cómo le voy a hacer para conquistar a un hombre? —se decía así misma mientras caminaba hacia el parque que estaba frente al edificio del señor Gonzalo— el único romance que tuve fue a los cinco años con el niño que me quitó del columpio, y lo besé por accidente al golpearlo en el suelo. Se cubría medio rostro con una de sus manos en un intento por desaparecer sus penas. Había valido la pena que los niños del orfanato recibieran la ayuda, aunque el costo a pagar era alto. Nunca en su vida había tenido alguna experiencia romántica. Jamás se había parado a pensar en la posibilidad de tener novio cuando estaba tan ocupada tratando de luchar contra la vida que le había tocado. En el fondo Helena pensaba que un hombre podía entorpecer sus planes de ser arquitecta, y sin embargo; ahí estaba, llorando en mitad del parque, con las miradas sobre ella, porque le había vendido su alma al diablo y lo primero que debía hacer era seducir y conquistar a un hombre. La tranquilizó el hecho de saber que los padres de su futuro esposo le estaban pagando prácticamente porque el tipo no sabía como conseguir novia. Al menos estaba a la par en ese aspecto. Tal vez debería comenzar a leer revistas de farándula y moda, en vez de estar leyendo libros sobre finanzas e inteligencia emocional, aunque eran libros que le habían ayudado a sobrellevar la ausencia de padres, pero en esos momentos necesitaba que una persona, en específico, se convirtiera en su esposo. *** Llegó al convento por la tarde. Tuvo que caminar tres horas de regreso, ya que no tenía dinero para el autobús que la dejaba cerca del convento. Los niños estaban condicionando la parroquia como un dormitorio para todos. Por fortuna, los vecinos habían donado comida para todos los del orfanato al enterarse de la tragedia por la que estaban pasando. Helena se sintió aliviada por saber que por lo menos tendrían qué comer esa noche. — Helena ¿dónde has estado? —preguntó la hermana Sofía preocupada— No te pude cubrir muy bien con la madre superiora, está furiosa preguntando por ti. Helena tomó uno de los delantales para empezar a servir la cena a los niños entre ambas. — Fui a hacer el milagro y te puedo asegurar que mañana, cuando la madre superiora lo reciba, olvidará que no me ha visto en todo el día —dijo en voz bajita. — ¿Qué has hecho muchacha atolondrada? —la preocupación se escuchaba en la voz de la hermana Sofía. La chica se limitó a sonreír con debilidad. Helena sirvió galletas y fruta a los niños, mientras que Sofía les decía que tuvieran cuidado con la avena caliente. — Lo que se debía hacer si queremos volver a tener un techo sobre nuestras cabezas —dijo Helena con determinación. Se quedaron en silencio hasta terminar de servir la cena. Cuando terminaron, Helena jaló a la hermana Sofía a un rincón de la parroquia. Estaban cerca de un pequeño estanque de agua bendita, lejos de las demás hermanas. Se había acordado que en algunas de sus muchas pláticas, alguna vez le había platicado que había tenido un novio antes de convertirse en monja. Tal vez ella podría aconsejarla. — ¿Cómo seduces a un hombre? —preguntó Helena de forma directa. Tragó saliva. La cara de la hermana Sofía fue de sonrojarse hasta el punto que parecía emitir una luz cálida. — ¿Estás loca? ¿Qué has hecho para preguntarme semejante cosa? Ave María purísima —se persignó— diosito ayúdame a poner en su lugar a ésta alma descarriada. Tomó una cubeta y la llenó de agua que el padre había bendecido y estaba almacenada en uno de los tambos. —Hermana Sofía es sólo una pregunta —decía Helena tratando de defenderse inútilmente con las manos— juro que no he hecho nada malo. La muchacha corrió teniendo tras de ella a una monja enfurecida con una cubeta llena de agua bendita para purificar sus pensamientos. — Eso es algo que solo se lo debes dejar a dios —y sin más, la hermana Sofía le lanzó el agua bendita, empapando la única cambia de ropa que Helena tenía. Esa noche la muchacha entendió que no podía contar con ninguna de las hermanas. Tendría que arreglárselas ella misma. *** A la semana siguiente Helena se vio en la necesidad de buscar un lugar donde vivir, no quería que las hermanas, ni la madre superiora se enteraran de sus planes de conquista para obtener el matrimonio. De ese matrimonio dependían las reparaciones del orfanato. Aunque tenía serios problemas con el dinero, pues había avisado en su trabajo que solo estaría trabajando media jornada, se vio en la necesidad de partir de su hogar. Definitivamente extrañaría a su familia numerosa, pero todo era por su bien. Respiró aliviada cuando Leonora la visitó en la cafetería dándole una tarjeta de banco con una suma de dinero considerable, que se estaría renovando cada cierto tiempo, para cubrir sus necesidades. Lo aceptó apenada y prometió llevar las cuentas para pagarles algún día. — Tonterías —dijo Leonora llevándose su taza de café a los labios— te prometimos que nos haríamos cargo de tus necesidades, podrías renunciar ya mismo en tu trabajo —se inclinó hacia Helena que se encontraba sentada frente a ella— además, pronto serás de la familia —le guiñó un ojo. —Te agradezco el gesto Leonora —dijo Helena sonriendo con genuinidad— pero más vale ser precavidos. Por cierto ¿Cómo es tu hijo? Leonora se llevó las manos a los pómulos. La muchacha podía jurar cómo un aura rosa se formó alrededor de ella al hablar de su adorado hijo. — Oh mi Max Bax. Verás Helena, es el hombre más apuesto que vas a conocer —Helena podía notar que hablaba con el amor de madre en todo su esplendor, esperaba que no se equivocara al respecto y que su futuro marido por lo menos fuera apuesto. La muchacha se llevó una mano a la boca con una sorpresa mal disimulada, pues ¿Qué tal si es tan feo que sus padres tuvieron que intervenir porque no ha podido conseguir novia? esperaba que por lo menos fuera inteligente. — Lo vas a reconocer de inmediato, siempre sobresale con su cabello negr*. —Continuó Leonela— Es cálido, amable, bondadoso y algunas veces un poco tímido. Oh, te mostraría una foto de él pero las r************* no se me dan. Tal vez la parte de tímido se podría resumir en que el hombre era pésimo para conquistar mujeres. La chica suspiró y, ese día, fue lo único que Helena supo de su futuro esposo por parte de Leonora. Por otro lado, esa misma tarde, escuchó que una de las estudiantes, que había visitado la cafetería, estaba en busca de una roomie. Helena no dejó escapar la oportunidad de hacer trato con ella y mudarse esa misma semana. Le dolía en el alma separarse de su numerosa familia, pero sabía que esa distancia era por su bienestar. Se había llevado grabado en su mente las caritas de júbilo al saber que tendrían de nuevo su hogar, cuando la madre superiora se los notificó entre lágrimas. Lo habían llamado “el milagro de la tormenta”. *** Habían pasado dos semanas desde la firma del acuerdo con el señor Gonzalo y la señora Leonela. La pareja le había proveído de un nuevo guardarropa y todo lo necesario para asistir a las clases. Sentía una enorme emoción al saber que por fin entraría a la facultad de arquitectura. Estaba saboreando su sueño sin sentir remordimiento por las hermanas o el orfanato, pues el señor Gonzalo estaba cumpliendo con su parte del trato, aunque la parte de seducir era lo que le preocupaba en gran medida. Con la emoción transpirando a flor de piel, entró al edificio de la facultad de arquitectura. Era tan impresionante. No pudo evitar sonreír como una niña con su paleta. Estaba caminando en su sueño. Estaba en la universidad que ella quería. Tal parecía que era la única que disfrutaba estar en ese lugar, pues el resto la veían con rareza. No se culpaba pues, esa sensación en el pecho le incitaba a querer gritar de la emoción. Helena entró a un aula que se encontraba en el tercer piso del edificio de arquitectura, donde minutos más tarde un profesor se presentó para darle las clases particulares que tendría que tomar a pasos agigantados antes de pisar un aula con sus compañeros. Por suerte, había resultado ser una excelente alumna con las matemáticas y la noción de artes que tenía. Gracias a los libros que había leído con anterioridad, le dieron esperanzas de alcanzar a sus compañeros en casi un parpadeo. Salió a dar una caminata por la facultad tratando de buscar entre las aulas a los chicos con una cabellera negr*. Repetía dentro de sí Tomando valor, hizo a un lado su timidez. Necesitaba casarse con ese hombre a como diera lugar. Vio a un grupo de tres chicas en la entrada de una de las aulas. Estaban tomando un descanso. Helena pensó por un momento que se encontraba en el área de diseño de modas, al ver a las mujeres tan combinadas con sus bolsas de mano Micheal Kors. — Disculpen —Preguntó con timidez— ¿Saben de algún hombre que se llame Max Bax? Las chicas la barrieron con la mirada. A comparación de ellas, Helena parecía una mujer apenas con una noción vaga de la moda. No era su culpa, toda su vida había dependido de las donaciones para poder vestir y calzar. Anteriormente no podía ponerse exigente con la combinación de las cosas. — ¿Bromeas? —contestó una chica de cabello rubio. Las tres sonrieron con sarcasmo. Decidió alejarse al sentirse intimidada. Estuvo preguntando por Max Bax, pero nadie le contestaba a una simple extraña, que parecía no encajar con la gente de aquella universidad de alto prestigio. Exhausta y con el tiempo encima para ir a trabajar, regresó sobre sus pasos. Se sentía derrotada. Parecía que Leonora y Gonzalo no sabían mucho sobre su hijo, lo que hacía la tarea más difícil. Estaba a ciegas. Se sentó a descansar en las escaleras de un tercer piso. Los pies le dolían y le esperaba una jornada de trabajo por delante, antes de regresar a su nuevo hogar. Se recargó sobre la pared cerrando los ojos un momento. Le pedía al cielo un milagro y que encontrara rápido a ese tal Max Bax. La preocupación porque sus hermanos tuvieran un techo dependía de su éxito en las artes del amor. Se levantó de inmediato al escuchar pasos corriendo hacia ella. El dueño de las pisadas apresuradas, era un muchacho delgado con unos lentes enormes y una mochila al hombro, que suplicaba a su agresor, que iba pisándole los talones, que no lo golpeara. Se pararon dos escalones antes de llegar a Helena, que los observaba aterrada. — …te prometo que tendré los planos listos para mañana mismo, pero por favor no digas nada —decía el muchacho de los lentes, su voz temblaba por el temor a ser demolido a golpes. La situación intimidante lo hacían lucir patético y su cabello n***o estaba alborotado, al igual que él. Helena pudo notar que el agresor era bastante guapo, a su parecer. Aunque la actitud ruda y amenazadora era sin duda deplorable. Vio que el chico de lentes temblaba con ligereza. El agresor lo tomó por el cuello de la camisa. — Para hoy en la noche, de lo contrario le diré a todo el mundo y no creo que quieras eso —alzó un puño con toda la intención de golpearlo. Helena se acercó a ellos de inmediato. — ¡Hey! —dijo la chica llamando la atención del agresor— ¿Qué te pasa? Pareces un adolescente reprimido amenazando a cualquiera ¿eres mayor de edad?. — Tú no te metas —contestó de inmediato el agresor— ésto es entre él y yo. — ¡Déjalo en paz! —se acercó a ellos tanto que se interpuso entre ambos tratando de proteger al flacucho, que también le parecía lindo. — No tengo tiempo para discutir con locas —dijo el agresor soltando con brusquedad al otro chico— para la noche o habrá consecuencias. Dijo el agresor como ultimatum. El chico de lentes asintió. Lo dejó con brusquedad, le lanzó una mirada de odio a Helena antes de irse. — ¿Loca? Eres tú el psicópata reprimido el que está amenzando a alguien con herirlo. —dijo Helena entre dientes. —No te metas en lo que no te importa, maldita chismosa —murmuró el agresor yéndose a grandes zancadas. Parecía desilusionado por no haber golpeado al flacucho. — ¿Estás bien? —preguntó Helena al chico de lentes. — Sí, gracias por intervenir, me habría llevado un buen golpe de no ser por ti —dijo el chico acomodando su mochila al hombro. — Podrías denunciarlo ante las autoridades, somos mayores de edad. — ¿Bromeas? Es Max Bax, me mataría.
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