Capítulo 3: Contrato de amor

1851 Words
Helena nunca había hecho negocios que no fueran más allá de la venta de un café o vender galletas que las hermanas del convento de vez en cuando horneaban para sacar ciertos gastos para el orfanato. Nunca se había considerado una buena negociante con su falta de experiencia. Lo cierto es que siempre hay una primera vez para tomar la tarea en serio. Se encontraba con los ojos desorbitados, viendo en todas direcciones los cuadros de la época del virreinato que adornaban las paredes grises, al mismo tiempo que sobaba la suave madera de la mesa donde estaba sentada con un café en mano, y ese aroma a desinfectante, que sueles usar en los bancos, invadía el aire de aquella habitación por completo. Se encontraba sentada en medio de una sala de juntas, donde ella era la única asistente a una importante reunión de negocios. Desconocía quiénes eran Gonzalo y Leonela, pero cuando le marcó a la mujer pegó un grito de alegría. Helena en cambio se encontraba agotada y con lodo en el cabello y la ropa. Había tratado de sacudirse el pantalón desgastado que traía puesto pero fue inútil, la tragedia se había adherido a su imagen y ánimos. Tenía la mirada perdida en el café que sus manos fatigadas sostenían con una ligera temblorina. Sus pensamientos se vieron interrumpidos al escuchar la puerta corrediza a su espalda abrirse. —Helena, qué bueno que has decidido llamarnos… —Gonzalo calló de inmediato al ver el estado en que la chica se encontraba— ¿estás bien pasa algo? —preguntó acercándose a ella de inmediato. —Niña ¿qué te ha pasado? —preguntó Leonela apartando un mechón tieso por el lodo de su cara. Helena permaneció un momento en silencio, tratando de encontrar el valor en su garganta y poder escupir las palabras que le darían solución al problema que los niños huérfanos del convento tenían en ese momento. —La tormenta de ayer fue tan fuerte que se derrumbó una parte de las instalaciones del convento. Los niños se han quedado sin dormitorios y las hermanas sin cocina —Helena quería ocultar el pesar de su corazón pero su voz quebrada la delataba— Estoy aquí para negociar lo del matrimonio a cambio de ayuda para mi casa. La pareja se quedó en silencio un momento. Se vieron a los ojos. La situación de Helena los había conmovido a tal grado que un sentimiento de culpa los invadió. Leonela se apresuró a llamar a su asistente personal dándole instrucciones de comprar ropa y algo de desayunar para la muchacha. —Qué te parece si primero comes un poco y te cambias de ropa. Tenemos regaderas en las instalaciones que puedes usar —dijo Leonela tratando de tranquilizar a la chica que estaba con lágrimas recorriendo sus mejillas. Helena asintió agradecida. Era un alivio que la pareja hubiera visto más su necesidad por sentirse bien y matar su hambre antes de hablar de “negocios románticos”. Pasada media hora la chica estaba sentada de nueva cuenta en la sala de juntas de la empresa. Aún no sabía bien de qué iba, pero le daba la sensación de ser una enorme constructora, por los cuadros que adornaban los pasillos, que la muchacha había observado de regreso de las regaderas. Tomó entre sus manos el sándwich de pollo. La desesperación por matar su hambre se vio en su forma de comer. Cada bocado que daba era un paso al cielo, al menos deshacerse de su hambre la hacía sentir un poco más llena de energía. —¿Estás mejor cariño? —le preguntó Leonela después de que Helena terminó de desayunar. Helena suspiró asintiendo aliviada. —Muchas gracias, ya estoy mejor —dijo Helena— estoy aquí porque quiero aceptar la oferta. Me casaré con su hijo, pero en vez de pagarme la universidad prefiero que le ayuden a mis hermanos a recuperar su hogar. —Helena, hija, vamos a ayudar a tus hermanos del orfanato y vamos a pagarte la universidad de todas maneras. Lo único que te pedimos es que tienes que cortejar a nuestro hijo —dijo Gonzalo. La muchacha parpadeó veinte veces antes de que Leonela continuara. —Verás, le hemos dicho a nuestro hijo que teníamos a alguien para que contrajera matrimonio, pero se rehusó. La única manera de llegar a él es conquistándolo —Leonela suspiró al pensar el enorme trabajo que tendría la muchacha a cambio de reparar el orfanato. Gonzalo y Leonela habían acordado que fuera cual fuera el resultado, reconstruirán el orfanato, pues no podían dejar a los niños desamparados aún más desamparados. Aunque habían también decidido omitir esa parte a Helena con la intención de que se sintiera “motivada” a conquistar a su hijo. —Verás, él es… especial, y sabemos que es probable que sea un tanto problemático, pero hacemos esto por él temor de que terminará solo por el resto de su vida —continuó Gonzalo.— Creemos que la mejor manera de acercarte a él es yendo a la universidad, hemos hablado con el director y puedes incorporarte en estos días con clases especiales. Helena sintió como el canto de los ángeles llegaban a sus oído al escuchar las palabras por las que tanto había trabajado por hacer realidad. La universidad. Estaba a punto de alcanzar su sueño a un precio mayor por el que ella había deseado pagar, pero valía la pena. Sus hermanos del orfanato tendrían de nuevo su hogar y ella podría hacer su sueño realidad. —¿La universidad? —preguntó Helena con los ojos como dos faros en la niebla, para reafirmar la propuesta. —Sí, la universidad. —respondió Gonzalo con una sonrisa plasmada con ternura al ver la reacción de la muchacha.- Hemos decidido que irás a la universidad, todos los gastos corren por nuestra cuenta. Nuestro hijo está cursando el último semestre de arquitectura y me has dicho que también quieres ser arquitecta, así que estarás en la misma facultad que él. Te daremos todos los detalles. Leonora sonrió al ver que podía cambiar la vida de esa muchacha para bien. Tal vez era una huérfana con una vida dura, pero tenía aspiraciones, y eso era suficiente para querer ayudarla a llevar una vida más fácil. —Lo único que pediría es tiempo para ir a mi trabajo, será difícil trabajar y estudiar al mismo tiempo pero creo que puedo hacerlo —dijo Helena. —Oh cariño, no es necesario. Dijimos que nosotros correremos con todos los gastos —dijo Leonela. —No, de ninguna manera podría abusar tanto de ustedes —Helena movió las manos al aire— además me gusta sentir mi independencia, tal vez sea poco lo que gane y más ahora que lo haga de medio tiempo, pero es algo propio. Leonora sonrió. —Está bien, pero si sientes que la presión es demasiada puedes renunciar en el momento en que lo consideres necesario. De todas maneras se te abonará una cantidad de dinero al mes para tus gastos personales. En ese momento Gonzalo sacó una pluma que estaba dentro de la bolsa del saco de su elegante traje. Abrió una carpeta que contenía hojas en blanco, en las cuales comenzó a garabatear “Contrato de Amor”. —Bien, ahora que ya estamos hablando sobre el tema creo que podríamos hacer un acuerdo para estar todos en sintonía. —¡Gonzalo! ¿Es necesario hacer ésto? —preguntó un tanto molesta Leonela. Helena no entendía muy bien lo que estaba pasando con la pareja, pero decidió intervenir antes de presenciar una pelea marital, pues el rostro de Leonela comenzaba a ponerse rojo. —No me importa tener que hacer un acuerdo por escrito —dijo Helena. Sonrió con debilidad.— Podemos discutir los puntos y simplemente firmar, es como un recordatorio, supongo. —¿Ves? —dijo Gonzalo viendo temeroso a su esposa— no tiene nada de malo escribir los puntos. Leonela suspiró resignada. Asintió con la cabeza con desgana. —Esto será sencillo Helena. De nuestra parte, el punto uno es cortejar a nuestro hijo con la intención de enamorarlo y llevarlo al altar. —Dijo Gonzalo —¿Qué pasa si no logro enamorarlo? —preguntó Helena. —No necesitas enamorarlo, lo importante es que acceda al matrimonio. Si no logras ninguno de los dos objetivos, entonces tendrás que renunciar a la universidad o a la ayuda al orfanato. Helena tragó saliva, tal vez podría lidiar con la idea de truncar su sueño, pero no se perdonaría la falta de ayuda al orfanato. —Me parece justo —dijo Helena con una seguridad que hasta ella misma se quedó sorprendida, pues no sabía que la tenía. —Pero en el caso de que lo enamores, o lo principal, que llegues al matrimonio con él, no tan solo tendrás la universidad y el completo apoyo al orfanato, también te ayudaré a despegar tu carrera como arquitecta. Ese sería nuestro punto dos. Helena escuchaba atenta a las peticiones del señor Gonzalo con mucha atención sin perder ni un solo punto. —El tercer punto —continuó Gonzalo— mi hijo no se tiene que enterar bajo ninguna circunstancia de éste contrato, de lo contrario me tendrías que devolver cada centavo, incluyendo la ayuda al orfanato. Helena tragó saliva, pensaba que le estaba vendiendo su alma al diablo, pero era la única opción que tenía para crear un milagro —¿Y qué pasa si me caso con su hijo? —preguntó Helena con la boca seca y unas ganas de correr tremendas por salir de ahí. —Entonces nos olvidamos de los puntos anteriores. Si no eres feliz con mi hijo, lo único que te pedimos es que lo intentes durante cinco años. Si en ese tiempo no logras ser feliz con él, pasados los cinco años puedes divorciarte sin ninguna consecuencia. —¿Y qué pasa si me quiero separar antes? —preguntó Helena temerosa de la respuesta. —Entonces habrá consecuencias severas. Como asegurarme que no tendrás nunca oportunidad en ningún lugar de trabajar como arquitecta, y créeme que tengo los contactos necesarios para hacerlo. Gonzalo en el fondo sentía como la culpa le estaba quemando el estómago. No sería capaz de hacer cualquiera de esos puntos con la pobre muchacha, pero tenía que ser lo más temeroso y convincente posible para asegurarse que haría el mayor esfuerzo posible por llevar a cabo la ardua tarea de contraer matrimonio. —¿Algo que desees agregar? —preguntó Gonzalo a la pálida muchacha. Tenía la cabeza baja por el negocio “turbio” en el que se estaba metiendo. —Sí. Lo único que voy a pedirle es que ni la madre superiora, ni ninguna de las hermanas del convento se enteren de lo que estoy haciendo por conseguir ayuda. Mucho menos los niños. De lo contrario, le diré a su hijo cómo inició mi cacería con él y no habría boda. —Trato —dijo Gonzalo extendiendo la mano a la muchacha, quien dudosa, la aceptó.
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