Pasaron tres días en los que Helena no hacía otra cosa más que pensar en cómo debía arreglar la desastrosa primera impresión. Estudiaba pensando en los posibles escenarios de reconciliación. Trabajaba haciendo café y limpiando el piso mientras pensaba que si comprarle flores a un chico sería buena idea. Dormía teniendo pesadillas donde el Max Bax malvado le decía que era la peor mujer del mundo.
Esos tres días sin dormir y solo pensar en él se reflejaban en esos surcos morados que tenía debajo de los ojos. Tenía que actuar y conquistar a ese hombre antes que otra chica se lo ganara. Sonaba como una loca obsesionada, pero sus razones iban más allá de un enamoramiento inexistente.
— Helena qué bueno que te veo —dijo Amanda, su compañera de piso, que estaba sentada en la barra de la cocina con un té en mano.
— Hola Amanda ¿pasa algo? —preguntó Helena cruzando para ir hacia la cocina.
— Sí, quería saber si estás disponible el sábado por la noche. Habrá una fiesta en casa de Rodrigo.
Helena nunca había ido a una fiesta, sentía curiosidad por estar en una. Los únicos festejos que había tenido en su vida eran los de navidad cuando las hermanas hacían todo lo posible por hacer ponche y pollo al horno, cuando las ventas del pan y el rompope eran altas.
— No creo ir. Nunca he ido a una fiesta —dijo Helena con cierta pena. Tomó una manzana antes de salir.
— No seas aburrida Helena, se pondrá bueno, por lo menos piénsalo.
— Lo pensaré. —sonrió antes de salir.
A la hora de la salida, se dispuso a buscar a Max Bax malvado por todo el edificio. Tal vez con una disculpa podría empezar con el desde cero. Las hermanas siempre le habían dicho que si tu enemigo te daba una bofetada tenías que poner la otra mejilla. El muchacho era un completo idiota pero necesitaba ese matrimonio a toda costa. Valía la pena el sacrificio por sus hermanos.
Pasó una hora entera subiendo y bajando escaleras, hasta que al final de cuentas lo encontró. Estaba recargado en la pared de un pasillo desolado del cuarto piso. Fumaba un cigarro aventando aros de humo sobre su cabeza. Helena pudo ver que tenía tatuajes en forma de calavera donde salía una serpiente por la boca en su brazo derecho. Con el corazón queriendo hacer un hoyo en su pecho y huir de ahí, se plantó frente a él.
El hombre siguió fumando con tranquilidad, ignorándola por completo. Helena suspiró al ver que tenía que ser ella la que tendría que borrar el silencio.
— Disculpa —dijo la muchacha sacando un sobre de su bolsa. Se lo extendió con las dos manos.
Max Bax malvado bajó la mirada al ver que Helena estaba frente a él con un sobre. Sonrió con malicia. Le arrebató el sobre con cierta brusquedad. Helena tenía esperanzas en que su plan funcionara, al ver cómo el hombre apagaba su cigarro aplastándolo con su pie contra el suelo. Sus esperanzas fueron esfumadas casi al instante al ver que su carta era reducida a pedacitos.
— No me interesa una declaración de amor o una disculpa si viene de una mujer tan patética como tú — dijo sin ningún tipo de medición en sus palabras.
Helena tragó saliva con dureza al ver que tenía un trabajo por delante y su congoja había crecido.
— Solo quería hacer las paces contigo, pero veo que eres tan patético como yo.
Se giró sobre sí misma y regresó sobre sus pasos antes de que no fuera capaz de poner la otra mejilla. Escuchó como a sus espaldas un grupo de amigos se le unían y le cuestionaban sobre su identidad. La muchacha iba respirando hondo tratando de controlar la ansiedad que le causaba el no poder acercarse a él como era debido.
Por un momento la imagen del orfanato hecho trizas y sus hermanos llorando por no tener un lugar donde dormir, la comenzaron a bombardear con imágenes desgarradoras. Se hacía cada vez más difícil respirar, al bajar las escaleras del segundo piso, tuvo que parar por miedo a caer. Se recargó en la pared cerrando los ojos.
— ¿Estás bien? —preguntó una voz masculina.
Helena se sobresaltó abriendo los ojos de golpe. Se encontró con unos ojos grises que la escudriñaban con detenimiento.
— ¿Estás bien? —volvió a pregunta el muchacho, sacó de su mochila una botella con agua helada— toma, estás un poco pálida, ésto puede ayudarte.
— Gracias —dijo Helena en apenas un susurro audible.
— ¡Pato nos tenemos que ir! —le llamó una chica que estaba a mitad de las escaleras del primer piso.
— Estoy bien, muchas gracias por el agua.
El muchacho bajó las escaleras dejando a una Helena más tranquila. Tal vez era una señal del cielo de que todo iría bien. Eso quería creer ella y en eso confiaba.
***
Helena se encontraba en la cafetería trabajando. ¿Cómo demonios le haría para reivindicarse con un amenazador, violento e intimidador empedernido? Le había llamado psicópata reprimido y ahora patético. Suspiró. Con él no funcionaba dar la otra mejilla cuando asestaba golpes fuertes.
Leonora no le había dicho que su hijo era un golpeador de débiles en potencia. De tímido no tenía nada. Y Helena no sabía, mejor dicho, no quería ni acercarse a él, jamás se llevaría bien con un hombre así. ¿Dónde estaba la amabilidad que le había dicho qué tenía?.
Se encontraba trapeando cuando su jefa le llamó para atender una mesa que se encontraba en la parte de afuera. Tenían la cafetería al reventar y aún no conseguían a alguien para ocupar la nueva vacante.
Al llegar a la mesa se encontró con el rostro de Max Bax malvado en compañía de una chica y dos chicos más. Cuando el hombre vio que se trataba de Helena, no pudo hacer otra cosa que sonreír con malicia.
— Pero miren a quién tenemos aquí. Así que eres una mesera —dijo Max Bax malvado en todo burlón.
Helena sonrió incómoda por el mero deber de ser amable con la clientela. Sentía un nudo en la panza debido a la incomodidad que le causaba atenderlo.
— Buenas tardes ¿desean ordenar? —preguntó con una amabilidad forzada.
Helena no era consciente de los murmullos que estaban en el aire, pues era la hora en que estudiantes y profesores solían llegar para su café de la tarde.
— ¿Cómo es que una simple mesera puede pagar una universidad como la nuestra? —Max Bax malvado intentaba hacer contacto visual con la chica, pero esta solo volteaba a todos lados menos a él. Se recargó sobre el respaldo de la silla, con una sonrisa burlona— Ya veo, te da vergüenza que la gente se entere que eres una simple sirvienta.
Helena no podía tolerar el insulto, no estaba haciendo nada malo salvo trabajar y luchar por sus sueños. Había sido arrojada al mundo sin unos padres que la protegieran y vieran por ella. A comparación de él que nació teniéndolo absolutamente todo, ella nació teniendo absolutamente nada.
— No me avergüenzo Max Bax, tengo un trabajo decente…— comenzó a decir Helena.
— Mediocre —la corrigió el muchacho.
— Solo una fracasada podría tener un trabajo así —dijo uno de los amigos del hombre.
Helena contaba mentalmente y le rogaba al cielo que la paciencia nunca se le fuera. Los otros dos muchachos comenzaron a reír en ofensa a la muchacha.
— Llámalo mediocre, pero este trabajo y estas manos —mostró sus manos extendidas al aire— pueden hacer que tu café venga con cierto toque secreto desagradable ¿qué desean ordenar? —Helena sonrió complacida al ver la cara de asco de los tres hombres frente a ella.
Cuando Helena anotó la orden. Se dispuso a irse. La ansiedad por empezar a llevarse bien con él se intensificaba a cada paso que daba hacia la cafetera. Si no fuera porque tenía que casarse con él lo habría exorcizado y mandado al demonio. Aunque no estaba lejos de haberlo hecho ya, y eso aumentaba su angustia.
Tomó inconsciente una taza y comenzó a hacer la orden. Le dolía el pecho cada vez que era consciente que debía aguantar a ese hombre por cinco años o un poco más. Siendo sincera con ella misma, ni siquiera tenía idea de poder acercarse a él cuando habían comenzado a odiarse tanto, y todo porque ella defendió a un pobre muchacho de ser machacado por sus puños. No pudo evitar sentir una punzada de arrepentimiento por aquel contrato de amor que había hecho. Sintió cómo se le hacía un nudo en el estómago.
Tomó la charola y se dirigió a la mesa de Max Bax idiota y compañía. Pudo notar como las risitas burlonas se dibujaban en sus rostros. Solo un momento más y no tendría que acercarse a la mesa. Tal vez si se mostraba más amable podría entablar una conversación con aquel rebelde futuro marido. Una vez más Helena vio truncadas sus intenciones.
No le dio tiempo de reaccionar, pues Max Bax le había metido el pie. Helena cayó estrepitosa con la orden cayendo encima de ella. Todos comenzaron a reír alrededor de ella. Parte del café caliente había caído en parte de su brazo, su piel se puso roja casi al instante.
Helena escuchaba la bulla a su alrededor. Era como una música que la aturdía y le afligía el pecho ¿tan malo era tener un trabajo común y aspiraciones al mismo tiempo? Comenzó a sentir ardor en su brazo, pero no le importó nada más que salir de ahí. De entre todo el desastre, un chico se acercó a ayudarla a levantarse.
— ¿Estás bien? —preguntó. Helena pudo reconocerlo de inmediato, se trataba del chico que le había dado la botella de agua fría.
Helena se mordió la lengua al no querer dejar escapar el llanto. Asintió con debilidad tomando su mano y agarrando la charola.
— ¿Puedo ayudarte en algo? —volvió a preguntar el chico. Helena recordó que la chica que lo acompañaba le llamaba Pato.
Helena era incapaz de hablar. Negó con la cabeza con debilidad. El muchacho pudo notar una fina capa de lágrimas que se estaba apoderando de sus ojos. Las risas se resonaban cada vez más en su cabeza. Se soltó del agarre de su salvador.
— Eres el ser más despreciable que he conocido. —le dijo Helena entre dientes a Max Bax idiota, con la furia en los dedos le lanzó la charola y echó a correr con las heridas de la humillación clavadas en sus entrañas.
No le importó abandonar su trabajo y correr hacia la calle, ni los gritos de su jefa podían detenerla. ¿Por qué era tan difícil ver por los suyos? Tal vez estaba pagando por sus actos al no hacer las cosas de la mejor manera, pero no podía dejar que los niños pasaran frío.
No pudo evitar llorar. Lloraba por la frustración de no poder cumplir con su parte del trato. Lloraba por la humillación de solo haber estado trabajando de manera honesta. Lloraba por el miedo de ser tratada así por el resto de su vida. ¿Cómo le haría para soportar las situaciones tan hirientes si había huido como una cobarde de tan solo haber vivido una?
El brazo le ardía y corría despavorida. La gente que se cruzaba con ella, veían a una mujer corriendo bañada en lágrimas y con un brazo enrojecido que le ardía. En la desesperación, tomó el primer camión que la llevó al convento. Estaba decidida a confesar con las hermanas e implorarles perdón a sus hermanos, pero no podía llevar esa carga. No tenía la fuerza suficiente para hacer que el milagro pasara.
Al llegar con los pasos dudando, pudo ver a lo lejos, en medio de las luces del alumbrado eléctrico, que los niños estaban entusiasmados en el patio, viendo cómo su hogar estaba siendo levantado de nuevo. No podía ser egoísta y destruir sus ilusiones. Se quedó en la calle contemplando como su milagro les devolvía las esperanzas de que no estaban solos en el mundo, de que había algo que los protegía.
Se quedó en la calle. Recargó su espalda sobre un poste de luz, desparramándose al suelo. Las piernas no podían aguantar su peso. Metió su rostro entre sus piernas y lloró desconsolada. Tenía que hacerlo por ellos.