Capítulo Veinte: Jude.

1840 Words
La oscuridad del recinto se hacía presente, por mucho que fuera de este hospital estuviera amaneciendo. Era la mañana del veintinueve de octubre, justo cuando el poco sol daba sus ligeros rayos sobre la copa de los altos árboles allí dispuestos, se percibía un extraño olor en el ambiente, como si con tenerlo en las fosas nasales pudiera decirse lo que pasaría a continuación. Algunos pobladores dirían que ese olor era similar a la muerte, pues la anunciaba sin temor alguno. Ya habían pasado por circunstancias similares, dándose cuenta de cuándo el ambiente cambiaba. Por lo general, cada vez que comenzaba a tornarse nublado el cielo y las alcantarillas desplegaban un desagradable aroma, las defunciones no se hacían esperar. No podrían explicar con claridad a qué se debía aquello. El pueblo más cercano, el que habitaban las pocas personas que quedaban en ese infierno olvidado por Dios, tenía la facultad de ser también uno muy oculto, difícil de encontrar, aunque fuera por casualidad. Las personas que terminaban por esos rumbos casi siempre tenían un objetivo fijo, y ese era, casi siempre, visitar el edifico abandonado más cercano del lugar. Estando en medio de la nada, tras una larga y estrecha carretera rural, yacía la entrada que ponía en un cartel de letras oxidadas por la lluvia "Bienvenido al pueblo más seguro de todo Yamar. Disfrute de su estadía". A lo lejos podía observarse un molino que giraba en torno al viento, y por contraste tenía tanto casas enormes y viejas como pequeñas edificaciones de no más de cuatro pisos que hacían la vida de todos allí. Una iglesia, un colegio y un depósito de desechos hacían la estructura básica de tal lugar, faltando solo el hospital, pero la única atención médica que quedó allí fue la de los religiosos dentro de la única capilla disponible. Los habitantes estaban acostumbrados a lo monótono. Aunque habían campos alrededor del terreno, la vida era muy sedentaria, y lo único que deseaban era poder continuar con sus vidas en total tranquilidad. Pese a lo ocurrido, solo pocas personas decidieron quedarse allí por voluntad propia, esto debido a que muchos dejaron sus casas al saber que la institución de salud cerraría, en especial al enterarse de lo crueles que podían ser lo seres humanos para con los demás. Casi la mitad de la gente que habitaba el pueblo se fue de allí, gritando y quizá maldiciendo mentalmente a esas tierras por solo dejarles ruina y más ruina de por medio. Muchas de las siembras se perdieron, sin embargo, buena parte se salvó gracias a la ayuda brindada por parte de cada uno de los vecinos que quedaban. No todos tenían la oportunidad de irse cuando quisieran. Los que quedaron viviendo en el lugar, solían afirmar que desde el abandono del hospital, podían verse sombras merodeando por medio dela vegetación en las noches, y que mientras más se acercaran las personas a la construcción, más frío hacía. Pocas eran las familias que quedaban unidas, pero las únicas que tenían niños eran las de menores recursos, por ellos, casi no habían descendientes de buenas ligas, sino los niños libres y de la calle. Varios días antes de Halloween del año dos mil nueve, una tragedia tuvo lugar cerca a las casas de piedra de estilo europeo, pues resulta ser que en el callejón entre dos de ellas, una noche pudieron escucharse algunos gritos agudos provenientes de ese lugar oscuro y húmedo. Los más chicos solían jugar a esas horas todavía, ya que era un vecindario seguro y conocido por todos, por lo que ningún adulto se preocupó sino hasta pasada la medianoche, cuando Jude no volvió a casa, se trataba de una niña de adorables trenzas largas y rubias similares al trigo que danzaban y contrastaban con los vestidos a cuadros azules opacos que solía vestir. Su familia no era pudiente, pero adoraban a la pequeña a más no poder, esa noche había rogado a sus abuelos que por favor la dejaran salir a jugar con sus amigos, ya que también se le daban muy bien los deportes. Entonces, tras colocarle unos shorts de lana, la señora Lauren la dejó salir en compañía de Sara y Carmen, dos de sus amigas más queridas. Cabe destacar que ninguna superaba los siete años de edad, por ello era extraño que ella no volviese tras las campanadas de la capilla a las doce en punto. Esa era la hora que habían acordado. Los adultos mayores prefirieron no preocuparse demasiado y esperar máximo media hora antes de salir a buscarla, pero entonces, quince minutos después, unos toques en su puerta les hizo temblar. La mujer fue la primera en abrir, y vaya fue el susto cuando vio el rostro pálido de la madre de Sara. —Mi pequeña... ¡Oh, mi pequeña! ¡Cómo lo siento!— fue lo que dijo esta, teniendo los ojos llenos de lágrimas. —¿Qué tienes? ¿Qué ha pasado, Mara?— preguntó el esposo de Lauren, quien estaba tras ella, cansado de tanto misterio aquella noche. —Tienen que venir conmigo— fue lo que dijo en un hilo de voz, tomando el brazo de la que fuera su amiga de la infancia. Pasados varios minutos, llegaron hasta las afueras del pueblo, cerca de los suburbios, donde las casas de piedra eran más comunes y en hilera, dejando espacios entre ellas bastante tétricos. Un mal presentimiento se asentó en el corazón de Lauren, temiendo por lo que fuera por lo que se dirigían ahí. Mientras más pasos daban, más se sentía enferma, como si le cortaran la respiración de repente. Por fin llegaron hasta uno de los callejones, y lo extraño fue encontrarse allí a varios de sus vecinos cercanos. Los vellos del cuerpo entero se le erizaron al hombre que las acompañaba. —¿P-Por qué me traes aquí? ¿Qué es lo que pasa? ¿Dónde está Jude?— empezó a preguntar un tanto histérica la mujer de edad. La amiga la tomó por los hombros, diciéndole que lo que estaba a punto de ver requería de mucha fuerza mental. Lauren, temblaba, pero aceptó, dijo que había pasado por tanto en su vida, que poco le importaban algunas cosas, pero nad ani nadie la habría preparado nunca para ver el cuerpecillo de su pequeña nieta ensangrentado en el suelo sucio y oscuro de aquel callejón. —No...— comenzó diciendo, caminando en reversa, mirando directo a la escena —No, no es cierto ¿Es una broma de Halloween, verdad? Yo sé... Sé que a ella le gustan mucho estas fechas y-...—. No pudo terminar de hablar, ya que su esposo la tomó en brazos, evolviéndola entre ellos. Ambos lloraron abrazados por las siguientes dos horas, hasta que las autoridades se hicieron presentes en la escena, dando por finalizada la vista al público. Las niñas que acompañaban a Jude también lloraban desconsoladas a un lado de la carretera de piedra, ya que ellas habían presenciado la escena. A pesar de que Lauren preguntó a la saciedad qué había pasado, ninguno de los chicos de la cuadra pudo decirle con exactitud lo que sucedió horas atrás. Todos estaban tensos a más no poder y llenos de nervios hasta decir basta. La mujer quiso acercarse al cuerpo de la niña, pero ninguno se lo permitió, esto debido a que podría mover o tocar alguna evidencia para el caso, y era importante verificar lo acontecido, para de ese modo poder encerrar al culpable, si había uno humano, ya que los animales del bosque también tenían libre acceso a las calles a esas horas, en especial porque esa calle no se encontraba iluminada por faroles, estos estaban quemados. Las lágrimas ya no salían siquiera de los ojos de la mujer, esta ya no quería enfrentarse a la vida, le disgustaba estar viva y saber que la pequeña que su hija dejó a su cargo había fallecido en tan extrañas circunstancias. La vida ya no parecía tener sentido para ella. Tragó saliva con fuerza, sosteniendo horas después un marco que contenía una foto de la pequeña, en esta se le podía apreciar con un vestido pomposo de alquiler rosa y blanco, como lo quiso para su cumpleaños número siete hacían dos meses. La mujer paseó los dedos por el cristal que dividía al papel de los agentes externos. Una lágrima cayó fuerte y pesada en este, comenzando a resbalarse hasta llegar a la unión entre el marco y el cristal, donde quedó atrapada para siempre. Su esposo le llevó un té de manzanilla, pero, a diferencia de otras veces, tomó una taza junto a ella, algo que había dejado de hacer desde al menos veinte años atrás, cuando aún trabajaba en la fábrica de zapatos. Cuando el imperio decidió cerrar, todas sus esperanzas se vinieron abajo como un castillo de naipes, pero su hija, que estaba embarazada, les propuso un trato. Mientras ella pudiera ir y trabajar en otro lugar cerca de la ciudad o en esta misma, les daría el sustento si ellos prometían cuidar de su bebé. Ellos aceptaron gustosos, ya que criar niños parecía ser su fuerte, aún cuando solo habían tenido un hijo y una hija, el mayor se alistó en las fuerzas armadas, yéndose de casa muy joven, luego se enamoró y se casó lejos de ellos, construyendo un hogar feliz. En cambio, a su hija le había tocado duro, pues quien la embarazó no quiso hacerse cargo, alegando que era aún muy joven como para traer vida al mundo. Ellos como padres, decidieron apoyarla, ya que era una situación delicada y difícil. Ya cuando nació Jude, la alegría que les brindó con sus sonrisas y su carita hermosa fue suficiente para apaciguar cualquier malentendido que pudieran haber tenido con su madre. Apenas pasó un mes de que la chica diera a luz, esta decidió marcharse de casa en busca de una vida mejor, prometiendo volver cuando su niña cumpliera diez años, mientras tanto, les enviaría dinero para el sustento. Así fue, apenas una semana luego de saber que Alicia estaba en la ciudad, llegó el primer paquete repleto de dinero en efectivo. Sus padres no podían estar más orgullosos, ella lo había logrado. Les contaba por medio de largas llamadas cómo era su vida allá. Resulta ser que conoció a un hombre que se enamoró perdidamente de lo que era ella y le pidió matrimonio de la manera más romántica, y ya para ese momento, se estaba pensando el llevarse a la niña, pero como los abuelos la querían tanto, para ellos no significaba problema alguno que se quedara mucho más tiempo a su lado. Se encontraban embelesados con la niña, cada cosa que hacía era digna de admirar, cada gesto cariñoso que tenía para con ellos les dejaba muy complacidos y felices de haberla tomado como su propia hija. Ahora, el horroroso rostro de la muerte era al que tenían que ver a la cara, aunque una cosa tenían clara. Lo que la atacó no parecía ser humano.
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