El verano en Oxfour parecía nunca llegar, pocas veces el sol le sonreía a aquellas tierras, pero cuando lo hacía, los habitantes quedaban impresionados.
Ryuta se encontraba vigilando una de las entradas a la tribu, ya que era su trabajo destinado.
La razón por la cual vivían entre ese bosque tan amplio era porque tenía muchas comodidades, como el clima, los frutos de la vegetación autóctona y la manera en la que quedaban ocultos del mundo.
A todos los pertenecientes a la tribu Marbü, esto les parecía ideal. Vivían felices, muchas de las mujeres sabias decían que era una tierra fértil, llena de vida y mucho que ofrecer.
Se asentaron por lo menos una década allí, llevaban un buen tiempo, y ese era el caso del joven Ryuta. Desde que tenía memoria vivía en ese territorio.
Recordaba con claridad cómo su mamá le prometió una mejora en cuanto a calidad de vida al llegar a ese lugar. Ese era su primer recuerdo, y desde ese momento, todo pareció cobrar sentido.
No tenía idea alguna de cómo era el terreno donde solían vivir antes de que él naciera, pero su imaginación siempre lo remontaba a un bosque parecido al que pisaba en esos instantes.
Respiró con tranquilidad, tratando de divisar si había algún animal o intruso cerca.
Se encontraba sentado encima de un pedazo de tronco de árbol, tenía con él una flecha de punta llena de veneno y varias otras limpias por si le tocaba cazar algo o herir a alguien.
Se hallaba esperando a su compañero Terio, quien quedó de recolectar algunas frutas de las que pudiera para comerlas mientras esperaban el almuerzo que hacían las chicas de la tribu.
Era costumbre en ese lugar que la vestimenta no fuera algo que sobrara. Cuando máximo, usaban algunas telas para cubrir sus genitales y evitar infecciones, pero las chicas jóvenes solían andar con los pechos al aire en símbolo de sensualidad y belleza.
Más de uno se enamoraba por ese detalle, por la vista, sin embargo, a Ryuta le gustaba con fervor una de las ayudantes de la curandera. Ellas siempre iban con batas estampadas.
Los demás chicos no miraban siquiera hacia donde se encontrara ella, puesto que no dejaba ver su cuerpo como las otras chicas.
Solo pensar en ella hacía que su corazón se acelerara, tenía una sonrisa hermosa y podía desarrollar cualquier tema sin problemas.
Ryuta no creía tener oportunidad con ella, pues era alguien demasiado culta y fuera de su alcance, estaba hecha para algo más que solo quedarse allí, eso lo sabía a la perfección. De todos, ella era la que tenía más claro el camino, ya que servía de traductora entre la población común y su tribu, era inteligente y amaba estar en la civilización.
¿Qué podía hacer un simple centinela frente a eso?
Muchos hombres civilizados habían intentado tener alguna relación con ella, pero no aceptó a ninguno.
El chico de piel canela se preguntaba porqué podría ser aquello ¿Acaso era ciega? Ellos podían llevarla justo a donde quisiera y cuando quisiera, podría moverse por el mundo, hacer su vida y de paso tener una bonita familia.
Si bien, él deseaba ser el protagonista de todo aquello, también tenía en cuenta que pocas eran las posibilidades de que algo como eso sucediera.
Mientras esperaba, los rayos del sol caían sobre las hojas de los árboles, rebotando de un modo extraño hacia afuera, así el calor llegaba poco al suelo.
A pesar de que los árboles no estaban muy juntos, el sol no pegaba directo sobre el suelo, un fenómeno que nadie había visto en otros lugares.
De pronto, escuchó cómo desde los arbustos frente a él se movía algo, parecía ser pequeño, pero no podía decir con certeza lo que era sin acercarse antes.
Frunció el ceño, queriendo saber de qué se trataba. Se levantó y caminó algunos pasos hasta el lugar de procedencia.
Tenía el arco listo en sus manos, preparado para apuntar y disparar flechas en cuanto lo que estuviera allí saliera, pero pasados unos segundos, los ruidos sonaron detrás de él.
Volteó con rapidez, pero solo se encontró con vacío y más vacío. Un escalofrío le recorrió entero, una sensación extraña se apoderó de su cuerpo, como si su sangre pasara a ser fuego vivaz.
Sentía su interior arder, la garganta se le secó y comenzó a tener una sed inmensa, como si estuviera deshidratado del todo.
Se fue resbalando hasta dar con el suelo, como si una fuerza invisible le estuviera ahorcando sin descanso hasta dejarle asfixiado. Tocó su cuello sin descanso, en busca de alguna cosa que le estuviera causando tal daño, pero no halló nada. De repente pensó que podía tratarse de alguna intoxicación, solo que comenzó a ver pequeños puntos negros y de color frente a sí.
Antes de desmayarse por falta de aire, logró ver cómo una sombra enorme y negra con profundos ojos amarillos le sonreía de manera macabra frente a sí. Esta sombra se acercó cada vez más a sí, tanto que sintió cómo en sus pensamientos había otros, cómo su cuerpo parecía tener el doble de sensibilidad y cómo repetía una y otra vez "Ertiko, Ertiko, Ertiko"
El significado de aquello era tan claro como "demonio" en la lengua de los Marbü.
Cuando Ryuta despertó en su cama, sudando como loco en medio de altas horas de la madrugada, cayó en cuenta de que había sido un sueño, pero las marcas en su cuerpo decían lo contrario. El cuello parecía haber sido estrangulado y los brazos llenos de arañazos como sintió también en el supuesto sueño.
Se quedó despierto desde esa hora, la cual estaba cercana al amanecer, lo sabía porque siempre solía despertar a esa hora para pensar en su amor imposible y quizá darse un poco de placer con ella en mente.
Su reloj biológico le despertaba para ello, si no lo hacía, estaba condenado a andar frente a todos con una incómoda erección, ya que si no las atendía, no se iban. Ver a la chica de frente tampoco le ayudaría con eso, así que quedó en un trato mental consigo mismo, el cual se basaba despertar más temprano que todos para librarse de incomodidades. Ya le había pasado varias veces que sus compañeros se burlaban de él por el simple hecho de estar duro.
Aún así, ni siquiera tocarse fue importante en ese momento, pues había perdido todo tipo de ánimo, de seguro estaba pálido.
Tragó saliva con fuerza, totalmente asustado de lo que soñó. Bajó de la hamaca que se movía de un lado al otro con calma.
Trató de no hacer ruido, pero se le hizo casi imposible, pues sus oídos estaban agudizados por algún motivo. Al mirar sus manos, estas tenían largas garras, pero con unos cuantos parpadeos, volvieron a la normalidad.
Se hallaba paranoico. Caminó hasta la hamaca donde dormía Terio, pero al llegar a esta, él no estaba.
Se preocupó por el hecho de no verlo allí, así que corrió fuera de las construcciones de bahareque, buscando algo fuera de lugar, ya que en el sueño también estaba esperando por él, pero nunca llegó.
Al ir tras algunas casas más, escuchó gritos ahogados, por lo que su corazón comenzó a latir lleno de miedo, pero al dar la vuelta por completo, halló lo que varios de sus compañeros llamaban vida.
Había un pequeño grupo de hombres y mujeres, todos desnudos, tocándose entre sí.
Terio se encontraba con la cara entre los muslos de la chica de sus sueños, quien tenía unos grandes y jugosos pechos con pequeños botones oscuros que los adornaban, estos rebotaban casi en cámara lenta debido a las acciones del chico entre su parte íntima.
Ryuta decidió que no vería nada más, estaba harto de que siempre que pensaba que alguien estaba en peligro, el destino le saliera con ese tipo de cosas tan inmorales. Si bien, él disfrutaba de autocomplacerse, no querría entregarse a nadie más que a su amor platónico.
Sus compañeros se burlaban de que nunca había tocado a una mujer en su vida, pero la única a la que quería tocar parecía no saber de su existencia. No era para nada fácil. El susto se le pasó en un santiamén.
Cuando quiso volver a la choza donde dormía, volvió a escuchar algunos ruidos tras los arbustos del bosque, pero no quiso tomarlos en cuenta, de seguro sería otra pareja copulando.
Continuó entonces con su camino, intentando nivelar su frecuencia cardíaca, ya que el susto que había pasado hacía un momento no era cosa de juego.
Miró hacia el cielo, este comenzaba a aclarar en tonos rosados y morados.
Cuando se hallaba en esa posición, sintió de nuevo la presión en su cuello, como si lo del sueño fuera real. Quiso tocar con sus manos lo que fuera que le estuviera quitando la respiración, pero cuando se dio cuenta, estaba tocando lo que parecían ser garras.
Intentó mantener a la criatura fuera de su anatomía, pero esta era fuerte y muy grande. No quería dejarse vencer, pero no creía poder soportar mucho más con tanta fuerza queriendo acabar con él.
Se agachó ágilmente y pudo comenzar a arrastrarse por el suelo lejos de la criatura peluda y de color azabache. Gritó pidiendo ayuda, por lo que logró ver a varios de los que se hallaban detrás de las chozas salir de allí con cara de susto.
Cuando estos llegaron en ayuda hacia él, solo le informaron que no vieron nada, pero las marcas en el cuerpo eran aún más profundas.
Durante los siguientes meses, Ryuta se encontró muy grave, entre la vida y la muerte, recostado en cama, con visiones que lo hacían despertar de noche viendo demonios.
La cosa empeoró cuando la crisis nerviosa parecía ser contagiosa, pues tres chicas más que le atendían cayeron en el mismo letargo, y fue entonces cuando la tribu decidió hacer algo para evitar que siguieran ocurriendo tragedias.
La decisión que tomaron precipitados fue irse de ese lugar, el cual parecía encantado, y no de buena manera. Recogieron todas sus cosas tras empacar lo necesario, ya que la tranquilidad no era algo negociable, así como tampoco lo era la vida de los menores.
Zahir, la chica de la que estaba enamorado Ryuta, fue la encargada de su cuidado luego, ya que ella estaba protegida contra todo mal desde que sabía los secretos más profundos de los antepasados, transmitidos por su abuela.
En ese respecto, el chico fue el más feliz mientras se recuperaba. Solo se sabe que al llegar a otras tierras, tanto él ya sano de nuevo como la chica, conformaron una familia, dejando a todos sorprendidos.
Tenían razón, el daño estaba en el lugar, y las personas que lo pisaran no debían correr ninguna suerte.