Capítulo Veintiuno: Gélido.

1765 Words
El frío comenzaba a aparecer en forma de nieve que se acumulaba en las esquinas del recinto médico, haciendo temblar a todo aquel que estuviera dentro. Cuando el grupo G23 llegó allí, el clima parecía estar en otoño, cosa que contrastaba con el granizo y las nevadas que hacían fuera en ese instante. Nada allí tenía sentido. Por si fuera poco, ellos no tenían el suficiente equipamiento como para enfrentar esas bajas temperaturas. Solo tenían algunos impermeables y suéteres que no les ayudaban mucho. Las bestias, mientras tanto, yacían escondidas entre la oscuridad, como tanto disfrutaban estar. Observaban en grupo los lugares que pudieran ser invadidos. Mientras tanto, ellos tenían fuentes de calor hechas de combustible y chispas. Esto lo lograban por medio de las transformaciones a figuras humanas que podían hacer con facilidad. Cada vez que necesitaban de la habilidad de cualquier animal existente, aquellos seres podían convertirse en eso que tanto querían. Era un tanto extraño decir que las sombras podían convertirse en bestias o cualquier cosa que desearan, pero así era. Unos cuantos años atrás, ocurrió un evento desafortunado, pues resulta ser que un chico de unos catorce años, quien estaba internado en aquel centro, realizó una invocación a un demonio, encendiendo velas color n***o que fabricó él mismo, algunos escritos de sus libros de brujería favoritos, los que le permitían tener, ya que tenían diferentes tapas, mientras que por dentro eran otra cosa, tocaban otros temas. Uno en específico, rezaba incrustado en el cuero "La Santa Biblia" sin embargo, por dentro solo contenía hechizos, encantamientos e invocaciones a distintos demonios. A Rick, que era su nombre, le encantaba todo tipo de temas sobrenaturales, es por ello que había sido internado, ya que su familia no podría soportar tener a un ateo en casa. Ni siquiera estaba enfermo, pero los médicos decidieron aceptar la pensión de su grupo familiar a cargo de cuidar de él. Los tratos que le daban allí dentro no eran humanos, por lo que estaba harto. Uno de los días más oscuros, estando dentro de la habitación de aislamiento, se hallaba acostado en su cama, boca abajo, rezando en su mente las mismas palabras que estaban escritas en el libro, tratando de memorizarlas para que nada saliera mal, pero entonces, escuchó la puerta abrirse. Sabía lo que venía, y eso le repugnaba. Sintió segundos después cómo una voz le hablaba en el oído con suavidad y rozaba con los dedos sus codos con delicadeza, pasando hasta sus manos y de regreso. —Hola, pequeño, sé que debes echarme de menos ¿No es así?— dijo el hombre que se hacía pasar por médico tratante, pero que en realidad era un depravado. Tuvo que asentir, de lo contrario, le esperaba una golpiza inolvidable. —Qué bueno, porque papi necesita de nuevo tener ese asunto— comentó de nuevo con voz ronca el hombre. Este bajó los pantalones deportivos color blanco del muchacho, dejando a la vista un perfecto y redondo trasero, tierno y suave. La mano venosa del mayor recorrió los cachetes con suma dedicación, como si fuera la obra de arte más delicada que tocase y pudiera romperla. Para esto, Rick tenía lágrimas en sus ojos, pero no podían ser notadas por el hombre, ya que se hallaba de cara contra la almohada. —Ahora, bebé, quiero que muerdas esa almohada lo más fuerte que puedas, pero no grites ¿De acuerdo?— dijo, pero sonó a amenaza. Cuando su ropa quedó en el suelo, escuchó cómo el médico retiraba sus propios pantalones, haciendo sonar esa terrible hebilla de metal que le recordaba lo miserable que era su vida. Si tan solo pudiera hacer algo para detenerlo. Fue entonces cuando cerró sus ojos y recordó el ritual que había hecho una noche atrás, escondiendo toda la evidencia debajo de su cama. Comenzó a repetir en su mente aquella invocación, queriendo desaparecer, o que por el contrario, la justicia se hiciera presente de alguna manera. Creía ferviente en que las otras dimensiones eran verdaderas, y que como tal, podían saltar de la una a la otra sin notarlo. Cerró sus ojos con fuerza cuando la carne del hombre estaba tocando su entrada, con intenciones de abrirse paso de una manera bestial y sin piedad. Aunque no era la primera vez que sucedía, no podía acostumbrarse, él no era como decía ese hombre. Cada toque pervertido que infringía en sobre su piel le dejaba ardiendo, pero de ira, una ira que se hizo cada vez más grande. De momento, ya no se sentía él mismo. Con ayuda de una fuerza tremenda, se levantó de allí, comenzando a vestirse nuevamente. —¡Eh! ¿Qué crees que haces, pedazo de maricón?— dijo este hombre, tomándolo de los cabellos, obligándolo a volver a la cama individual. Entonces, los brazos de Rick detuvieron aquello, empujando con tanta fuerza al hombre contra una de las paredes, que su columna tronó de manera anormal. El hombre comenzó a quejarse de dolor, pero trató de levantarse. Se veía patético. Con el pene erecto hacia el frente y la cara consternada, como si aún así, el que le tratara mal le excitara. Todo un depravado. Cómo lo odiaba. Había arruinado su vida, sus pensamientos y hasta tomó su virginidad como si no fuera nada. La mirada que le dirigió hizo al hombre mearse encima, y no de manera figurada. Sintió cómo crecía, cómo se convertía en un ser poderoso, entonces supo que era el demonio al que había estado esperando, su compañero de vida, su verdadero amante. Una especie de euforia le recorrió, comenzando a torturar a aquel médico como pudo, pero lo principal fue sentarle en la silla que tenía al centro esa habitación. Luego le ahorcó hasta asfixiarlo, y al saberlo muerto, comenzó su diversión. Lo mutiló al gusto, escribiendo con restos de su sangre la escoria que era, en especial dejando ver sus partes íntimas al abrirle las piernas. Quería que todos se enteraran de la desgracia de persona que era, un completo inadaptado social, un monstruo total. Estaba harto de tener que aguantar tantas cosas, harto de ser humillado, pero ya nada de eso tendría lugar en su vida, puesto que su salvación había llegado. La manera en la que pensó que llegaría sería otra, pero di aquel demonio había decidido instalarse en su cuerpo, entonces había valido la pena. Sonrió para sí mismo cuando supo que se había librado de todo su karma, que podría hacer que cualquier persona cayera a sus pies, tenía el poder. Minutos después, la puerta fue abierta de nuevo, entonces él se hizo el dormido. Para cuando sonaron los gritos de horror, tomó a los dos chicos de rehenes. También los torturó por haberle maltratado durante dos años y medio. Los humilló de las mejores maneras que conocía. Fue tanto que cuando dieron sus últimos respiros, esto pareció alentarlo a continuar con una lluvia de sangre. Quería sangre, por eso se hubo alimentado de ella, pero también hizo arte en las paredes y en los cuerpos de las supuestas víctimas pero en realidad, él había sido el paciente cero, el paciente de prueba, el paciente para divertirse. Cuando salió de la habitación, quiso actuar como si todo estuviera normal, pero entonces, una extraña necesidad se apoderó de él, quería correr a cuatro patas, destrozar carne con sus dientes. Fue entonces cuando se dio cuenta de la sombra que le rodeaba el aura, y esta se volvió maleable, comenzando a tornar su figura en otra forma, tan oscura, peluda y gigante, que supo que tenía el poder y que nadie le descubriría jamás. Estaba más que feliz de poder continuar con su ataque. Caminó por el pasillo, sin la necesidad de ningún tipo de gafas para ver en la oscuridad que había en algunas esquinas abandonadas por Dios. Todo era oscuridad, pero amaba que así fuera. Mientras más se adentraba en todo aquello, más sangre consumía y por ende más poder tenía, era una criatura sedienta y llena de violencia, había sido invocada, y ahora nadie podía sacarle de allí con facilidad. En algunas de las mordidas dejó su veneno, por ello, supo que serían los elegidos para acompañarle en la larga travesía que consistía en ser una bestia demoníaca. Estaba orgulloso de lo que logró con tan solo unos cuantos encantamientos. Entonces se internó en la esquina más profunda del sótano del hospital. A los pocos días, las personas que quedaban en la institución se enteraron de lo que ocurrió, por eso, decidieron que lo mejor sería solo tomar caminos separados y no volver a hablar del tema en lo que restaba de vida. Los actos atroces dejaron a cada quien estupefacto. La manera tan brutal en la que acabaron con uno de los médicos más famosos de allí quedaba en primer plano, ya que no salía de la mente de ninguno de los trabajadores. En las paredes habían serias acusaciones sobre que esos hombres eran unos abusadores y pervertidos. A más de uno dejó trastornado ese evento. La policía se hizo presente poco después, pero el equipo también fue atacado, dejando solo a dos funcionarios con severos problemas de comunicación y traumas fuertes. Ninguna otra persona se atrevió a volver por esos rumbos, de modo que desde ese momento nadie volvió a pisar esas tierras llamadas malditas por más de uno, e incluso antes, la tribu de los Marbü sabían ya a lo que se enfrentaba ese lugar. Poco a poco, las bestias fueron surgiendo, convirtiéndose por medio del veneno del que sería el alfa, el jefe de todos ellos, el primer híbrido. El primer Ertiko. Durante bastante tiempo, ellos reinaron allí dentro, sin que nadie supiera sobre su existencia, solo habían leyendas urbanas que rezaban que habían grandes criaturas dispuestas a rebanar los cuellos de los niños que fueran desobedientes. Por supuesto, las criaturas vivían con miedo, pero pocos eran lo casos que como el de Jude se llevaron a cabo y solo fue porque otro demonio se enamoró de ella, queriendo conservar su alma. Entre Ertikos no podían detenerse cuando se trataba de guerra o amor, era una de sus reglas principales. Durante mucho tiempo no sucedió demasiado, por eso la gente se olvidó de ellos, hasta aquel día en el cual un grupo de investigadores se infiltró dentro de las instalaciones. Quizá había sido desdicha, quizá un poco de destino, pero el hecho de que no hayan podido visitar el pueblo antes de visitar la posada o el hospital había significado para ellos la ruina, y para muchos, ma muerte misma.

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