En el cumpleaños número catorce de Nina Freedman, la chica de cabellos rubios y sonrisa deslumbrante, hija mimada de mamá y papá, recibió como regalo un pequeño hurón. Este tenía colores hermosos y una mirada que le hacía saber cuánto quería ser amado.
Su pelaje daba al tacto un placer inmediato, dejando a cualquiera anonadado, sin embargo, la chica temía en secreto de este animal. Su padre lo había obtenido para que ella pudiera superar su miedo, pero este era a tal nivel, que se quedó paralizada cuando le vio directo a los ojos, como si en vez de un alma, tuviera solo fuego y malas energías.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y acto seguido, se desmayó, todo frente a cientos de invitados de su fiesta. Todos los allí presentes comenzaron a cotillear acerca de cuán débil y delicada era ella, sobre cómo no merecía nada de lo que tenía, pues siempre lucía tan estirada y perfecta que parecía mentira.
Lo cierto, era que Nina se comportaba así de genuina, en realidad era feliz, y trataba siempre de agradar a los demás, fuera de la simple camaradería. Algo que los demás no siempre comprendían del todo.
Ninguno de los invitados, fuera de la familia cercana de la chica, la cual consistía en su padre, su madre y tres hermanas mayores, podían conocer de lleno a la adolescente, pero tampoco querían, y ese era un gran error.
De vuelta al momento en el cual dejó un tanto en vergüenza a su padre, este corrió hacia ella, intentando reanimarla de la mejor manera, pero la chica no parecía querer volver de su letargo, alterando a la familia más de lo usual.
Tuvieron que llamar a la ambulancia una vez que la rubia no despertó ni siquiera después de media hora, después de varios intentos desesperados en el baño principal de la casa por hacerla regresar, incluyendo hacerla inhalar alcohol y mojarle el rostro con agua fría, hablarle, zarandearle, nada funcionaba.
Fue un cumpleaños inolvidable, sin duda alguna, ya que la chica solo despertó al día siguiente en la camilla de la sala de emergencias del hospital más cercano. Los doctores incluso creyeron que había caído en alguna especie de coma, pero cuando logró despertar nuevamente, el miedo salió de los familiares que la acompañaron.
Sus hermanas lo que hicieron fuer reírse de ella, pero por dentro agradecían el hecho de que no le hubiera pasado nada grave, ya que de ser así, estarían devastadas.
Ellas le querían, a pesar de estar viviendo momentos diferentes de la vida, una de ellas estaba a punto de irse a la universidad, la otra estaba a un año de terminar la escuela y la restante estaba en un grado mayor que Nina.
Cara, la mayor, se acercó a la camilla, dejando un beso en la frente de la menor, dejándole saber que no tenía permitido volver a hacer algo parecido.
Las demás solo le hablaron desde su lugar, pues no eran demasiado de lenguaje físico, sin embargo, le hicieron saber que la apoyaban, que tomara fuerzas.
─Entonces ¿Qué haremos con el hurón?─ preguntó Stacy, quien miraba a su alrededor con algo de duda, sabiendo que las personas de la fiesta se habrían ido hacía poco, era probable que cuando volvieran a casa, esta estuviera hecha un desastre.
A pesar de tener servicio, la casa era en extremo amplia, y limpiarla siempre era un dolor de cabeza.
─No lo sé, cariño, pero por ahora, lo más importante es que Nina se recupere─ contestó Dylan, el padre, algo agobiado debido a la noche en vela que se había lanzado.
Solo él se quedó con la chica, se sentía culpable por no haber tomado en cuenta la posible reacción de Nina a una de sus mayores fobias.
La madre se quedó en casa, encargándose de dar por finalizada la fiesta y encargarse de que todo estuviera decente para cuando regresaran del hospital.
Solo al llegar el mediodía fue que les dieron el alta, y pudieron regresar a casa. A Nina le dolía mucho haberse perdido su propia fiesta debido a sus temores, pero era algo sobre lo que no tenía control, su cuerpo actuaba por sí solo, y era algo que la llenaba de vergüenza.
─Lo siento, papá, sé que tus intenciones eran buenas, pero no es mi culpa temerle a ciertos animales...─ le dijo ella, temerosa de siquiera hablar, sonando muy bajo su tono de voz.
─No te preocupes, pastelito, soy yo quien lo siente, debí haber pensado en ello antes de regalarte algo como eso─ le dijo, abrazando a su niña mientras caminaban por el jardín de la entrada de la casa.
Al pasar por el umbral de esta, la vista de siempre llegó a sus orbes, las escaleras alfombradas en beige opaco, la madera blanca que decoraba toda la casa, los colores crema que rellenaban las paredes, los detalles en dorado que resaltaban en algunos puntos, todo se hallaba en perfecto estado, como si ninguna fiesta hubiera tenido lugar horas antes en esa misma amplia sala de estar.
La chica suspiró, pues el no ver la decoración de su fiesta le causó algo de tristeza, no había podido disfrutar al cien de aquella.
El hurón, según le dijeron, aún yacía en una pequeña jaula, por temor a que escapara y llegara junto a Nina de nuevo, no tenían idea de qué hacer con él, pero la única opción que veían era darlo en adopción.
A la rubia le daba sentimiento tener que donar a la mascota que sería para ella, no por ser egoísta, sino que no sabía si en otro lugar tratarían mejor al pequeño ser peludo como lo harían allí.
Al paso de unas horas, por fin se decidió a visitar la habitación en donde se encontraba el animal, ella tenía que ser fuerte y enfrentar sus temores, era algo que había aprendido de sus héroes más grandes, los investigadores policiales y de lo paranormal, si ella quería ser parte de un equipo que resolviera casos de enjundia, entonces tenía que estar preparada para cualquier situación que pudiera presentarse, tanto en la vida diaria como lo que parecía ciencia ficción.
Esa situación le enseñó que podía ser tan fuerte como se lo propusiera, y allí estaba, en compañía de Zaryn, un chico fuerte y lleno de energía, siempre dispuesto a ayudar, no se enfrentaba sola a la maldad, y desde que lo conoció, podía sentirse segura, como si de los dos, él fuera el mayor, cuando no era así.
Pasaron en el techo del invernadero un buen tiempo, solo esperando que los lobos, o lo que fueran esas criaturas se decidieran a abandonar el sitio. El frío les congelaba todo por dentro, y en vez de sangre, parecía que tuvieran hielo, sin embargo, esto les ayudó a salvarse el pelleho, ya que no tenían idea de lo que esas bestias pudieran querer con ellos.
Después de ver cómo arrastraban el cuerpo de Finneas quién sabe a dónde, ya no podían confiar en que las criaturas fueran pacíficas, o inteligentes, como pensaron.
Bajaron con cuidado, siendo difícil hacerlo al tener el cuerpo entumecido y lleno de calambres, pero lo lograron.
En un momento, la chica empezó a caminar fuera de aquel invernadero, que contenía plantas en un lado y lo que parecía un almacén del otro.
Dentro de las cajas interminables del lugar, había comida instantánea, y de no haber sido por la fecha de caducidad, habrían pensado que alguien habitaba allí todavía. A pesar de estar lleno de humedad, tenían una magia que hacía que el tiempo se reflejara en las latas y en las mismas cajas, las etiquetas que tenían colocadas, incluso, habían sufrido transformaciones, pero seguían siendo entendibles.
La pregunta que se hicieron era por qué toda esa comida estaría concentrada allí, en un lugar que no tenía nada que ver con un benefactorio ni mucho menos un comedor popular. Tenían entendido que era una institución subsidiada por las autoridades de aquel tiempo, pero la alimentación, entre otras cosas, era exclusiva, selecta, según lo que habían leído ¿Era posible que les estuvieran mintiendo en la cara?
Ver todo aquello solo hizo que los estómagos de ambos rugieran, razón por la cual tuvieron que destapar otra de las latas que llevaban consigo, cosa que ahora notaban había sido una gran idea, ya que de haber sido comida normal preparada, ya estarían sufriendo.
Era el final del segundo día de incursión, pero parecía que si el tiempo allí pasaba con mucha más lentitud de la usual, pues sentían que al menos cinco días habían pasado, cuando no era así.
─¿Cómo podemos buscar a los demás? Tenemos que empezar por Finneas, no sabemos si pueda estar en peligro mayor o necesitar nuestra ayuda─ comentó la chica al finalizar su lata de atún.
─Calma, fiera, buscaremos, pero por ahora, nuestra misión es sobrevivir, no hemos dormido nada siquiera, y sin energías, dudo mucho que podamos salir de aquí─.
La rubia le dio la razón al más alto, de verdad podía sentir su cabeza doler de cansancio, y no quería significar un problema en vez de una solución para el pobre Finneas. No quería pensar en cómo se sentiría sabiendo a lo que se enfrentaba ¿Acaso pensaría que ellos siempre vivían la vida así, al borde?
Dentro de sí, rezó para que Finneas no quisiera irse y abandonarlos al final como lo hizo Jason, quien no soportó ver que una mujer diera su versión de una violación cuando era menor de edad, fue algo tan fuerte que lo hizo llorar y salir corriendo de la sala, no pudo terminar de grabar la cinta que ya tenían comprometida.
A pesar de que a todos les afectaban ese tipo de situaciones, ya que eran temas delicados, quizá el chico no estaba realmente capacitado para enfrentarse a la cruda realidad, quizá era muy joven para comprender el verdadero sufrimiento de las personas.
Fuera como fuese, lo único que les quedaba, como siempre era la compañía del otro, como si se tratara de una familia, si ellos no se apoyaban entre sí, entonces nadie más lo haría.
Entonces, tanto Zaryn como Nina, se recostaron en el frío y duro suelo de concreto, tras haberse asegurado de que no había nadie a su alrededor. Se escondieron detrás de unas cajas, haciéndolas un fuerte que les protegiera del mundo exterior, y en caso de escuchar ruido, lo único que debían hacer era permanecer quietos.
La otra opción era defenderse, pero no querían usar la violencia como método de defensa, pues ellos eran los intrusos allí, no esos seres.
Esperaban que las pocas horas que pudieran descansar les sirviera de algo para continuar con los planes de hallar a sus amigos lo más pronto posible. Vivir así era un completo caos, una constante preocupación y una incertidumbre gigante, pero ellos decidieron ser parte de un equipo investigativo, y si había alguien a quien culpar, eran ellos mismos.