Para Zaryn, haber escapado de casa cuando aún era un adolescente quizá no había sido la decisión más brillante que hubiera tenido, pero también supo que esto le cambió la vida por completo, pues de no ser así, se habría quedado sembrando y pastando para siempre, algo para lo que sabía que no estaba hecho.
Para cuando cumplió los diez años, supo que vivir ahí solo le traería días amargos. De todos los hijos, era el del medio, ni mayor ni menor, prácticamente invisible para los padres, estos solo le ordenaban qué hacer, como si fuera un trabajador más en vez de su hijo.
La mujer que fuera su madre estaba embarazada de nuevo, y ellos parecían no quejarse, como si los hijos pudieran servir de empleados en un futuro.
Ella solo le prestaba atención a los más pequeños mientras necesitaran de su cuidado, de resto podían apañárselas solo, como era su propio caso.
El hombre que les crió (aunque dudaba de si era su padre verdadero) se hacía cargo de los mayores, educándolos en cuanto al campo, mientras él solo se quedaba pastando o cuidando de los animales.
La atención que le brindaban era nula, siempre estaban haciendo ruido y poco les interesaban las personas más allá de ellos.
No comprendía cómo alguien podía ser tan egoísta como para solo pensar en sí mismo y dejar a los demás por su cuenta. Lo que creían los ciudadanos era una mentira, los campesinos no se ayudaban unos a otros, en realidad buscaban el beneficio propio y tener constante competencia, como si del pasado se tratara y no de una era moderna.
Estaba honestamente harto del trato recibido allí cuando cumplió la edad para dejar los pantalones cortos, razón por la cual decidió huir de allí. Tenía el plan ideal, el que no podía fallar para salir de esa vida tan deprimente.
Recordaba que ese día el amanecer fue uno muy rojo, que dejó a todos con el sentimiento de que algo cambiaría, pero no sabían el qué.
Zaryn comenzó su jornada laboral pastoreando como siempre. Alimentó a las gallinas y dejó los huevos en las cestas que su madre dejaba dispuestas para ello cerca de la ventana de la casa.
Comenzó a caminar en dirección al campo, como cuando cazaba iguanas, pero en vez de hacer esto, se recostó en el suelo, pegando el pecho a la tierra. Se arrastró por todo el campo hasta llegar a la zona más alejada, donde había arbustos que le cubrieran y un trigal bastante alto.
Corrió como nunca en su vida una vez llegó allí, sin importarle que alguien le llamara, pues la libertad esperaba por él.
Tenía en un pequeño saco las cosas necesarias para el viaje, algo de comida, algo de ropa y agua.
Una vez que pudo correr a todo dar, llegó a la carretera principal, en la cual pidió peaje a los pocos camiones que pasaban por el camino transportando mercancía del pueblo a la ciudad y viceversa.
Se colocó en dirección a la ciudad, y por suerte, media hora después, se hallaba en camino hacia el lugar mencionado.
Llegaría a la casa de una tía lejana, alguien que le ofrecía hospedaje desde que tuvo uso de razón, mas nunca le dejaron ir hasta allá sus padres, cosa por la que les tenía resentimiento.
Una vez llegado a la ciudad, tuvo miedo dentro de sí, todo lucía tan distinto a él.
Caminó sin rumbo un buen rato, pero preguntando logró llegar hasta la dirección que le habían dado pocos meses atrás en una visita que hiciera su tía a la granja.
No le quedó de otra que caminar, tras varias horas, por fin llegó frente a la casa de tres plantas de la familia Wright.
Sonrió amplio, uno de sus sueños estaba a punto de cumplirse.
Tocó un par de veces en la puerta principal, respirando nervioso.
Grande fue su sorpresa cuando le abrió un hombre alto de buen porte vestido de colores oscuros y con la mirada opaca.
Al explicarle la situación, este le miró con tristeza, haciéndole saber que su tía había muerto tres días antes de su llegada, y que aquella tarde era el velorio.
La sangre se heló dentro del cuerpo de Zaryn.