Capítulo Diez: Oscuridad.

1854 Words
Para Saebin, estar vivo era lo máximo, amaba la vida, sobre todo después de descubrir de lo que era capaz de lograr por sí mismo. Eso se repetía a sí mismo como un mantra para no recaer en su tristeza de siempre. Recordaba con claridad la primera vez que ganó una medalla de honor a modo de reconocimiento por sus altas notas, siempre estando impecable y quieto, como debía de ser, el perfecto ejemplo de cómo debían comportarse los estudiantes y los hijos. Ese día en el colegio ninguno de sus padres había estado presente, pero eso no era algo extraño, en realidad era muy normal, su vida se resumía a ese tipo de eventos. La profesora Lee le hizo entrega del reconocimiento frente a todos sus compañeros, al estar en la formación antes de continuar a sus clases, en la entrada. Los chicos le miraban con desprecio, mientras que algunas chicas murmuraban sobre él, pero nada de eso le importaba lo suficiente como para seguir prestando atención a los demás. Podía decirse que las únicas personas que estaban verdaderamente orgullosas de sus logros eran sus profesores, pero sabía que donde quiera que se hallaran sus padres, estos le aplaudirían como lo hacían cuando estaba más pequeño. Ellos pensaban que si estuvieron en los primeros años de vida, entonces no harían tanta falta en la adolescencia, una creencia muy obsoleta para cualquiera. No podía existir una mentira más grande, y es que a pesar de crecer con todos los lujos que una persona pudiera desear, con un techo, comida, estudios, sin que nadie le prohibiera nada, no era feliz realmente, aunque así lo pretendiera, siempre tenía una falsa sonrisa de comercial que le dejaba las mejillas doliendo. Él solo quería un poco de amor paternal, algo que parecía que no había sido hecho para alguien con su descripción. Tenerlo todo no era algo que se pudiera hacer en este plano, incluso si se intentara. La suerte solo viene por temporadas a la vida de las personas, pero dependía de ellas verse o no felices luego, cuando venía la contraparte, es decir, los malos ratos. La mayoría de las personas elegía el camino difícil, pasar los malos ratos sintiéndose mal también, no pudiendo hacerle mayor peso a la felicidad, de modo que el equilibrio era poco probable de salir a flote. El mismo día en que le otorgaron la medalla por ganar las olimpiadas de matemáticas, fue también un día sorpresivo. Cuando la jornada de clases se dio por terminada, el chico de cabellos oscuros y perfectamente lisos y en un peinado con gomina, salió del recinto tomando las tiras del bolso entre sus manos para dejar de sentirse tan ansioso, por fin iba a regresar a casa, pues detestaba que lo observaran por tanto tiempo. Iba directo hacia el auto con el chófer que solía llevarle y traerle a la institución, pero no lo divisó. Frunció el ceño por un segundo, sin embargo, pronto se dio cuenta de que quien sí se encontraba cerca era su padre. Sus ojos se abrieron a tope, viéndose gracioso por un momento. ─Bien hecho, Saebin─ le dijo este, tomando su hombro para darle unas palmadas algo incómodas, pues ninguno era de lenguaje corporal. Este asintió simplemente, pero por dentro estaba muy feliz, significaba mucho que al menos él se hubiera acercado. ─¿Dónde está mamá?─ quiso saber. El hombre frente a sí solo pudo negar con su cabeza, a modo de que comprendiera que no iba a llegar. Se ilusionó demasiado rápido, pero se conformaba con que alguno de los dos pudiera estar pendiente de su vida. Ambos subieron al auto de su padre, que era de un modelo distinto al del chófer, menos discreto. El hombre le llevó a comer pizza en modo de celebración, pero Saebin no era de las personas que disfrutara de tal comida, prefería el pollo frito al estilo oriental, sin embargo, su padre no lo conocía tan bien, y prefirió no protestar. Incluso a pesar de sentirse un poco mal luego de comer aquello, solo quiso compartir tiempo de calidad con su progenitor. ─¿Cómo te va en la escuela? ¿Tienes amigos? Apuesto a que todos quieren tenerte cerca─ dijo él, como si estuviera orgulloso de tener un niño genio por hijo. ─Sí, es... Interesante convivir con los demás...─ comentó él, pero sabía que era una mentira, pasaba solo sus días, tanto en casa como en el colegio. El hombre asintió con una sonrisa que le recorrió casi de oreja a oreja. ─¿Sabes, hijo? Yo también era así a tu edad, muy reservado, de pocas palabras, pero tenía muchos amigos, así que vas por el buen camino, lo presiento─ le dijo, y finalmente terminaron la comida. Creyó que le llevaría a casa y compartirían algo más de tiempo, pero no pudo ser así, ya que una llamada del trabajo entró justo en ese momento, haciéndole saber que debía dirigirse a la oficina de inmediato. Terminó dejándolo con el chófer el resto del camino a casa. Saebin ni siquiera podía llorar, ya no le salían lágrimas, pero observaba fuera del auto cómo la vida de los demás pasaba en simultáneo mientras él sufría. Al llegar a casa solo le esperaba la servidumbre, y estas eran estrictas, no le hablaban siquiera, entonces se sentía más como un objeto, un trofeo que solo muestras en contadas ocasiones y de resto está llevando polvo en una repisa. Sus días no eran muy interesantes, pero entonces encontró la manera de drenar sus problemas, comenzó a leer sobre historia, encontrándose un sinfín de casos resueltos y sin resolver, la mayoría develados por periodistas, quienes siempre se hallaban a la vanguardia de los acontecimientos. Surgió en él la necesidad de convertirse en uno, de ser relevante a su manera. Quería con todo su ser formar parte de algo más grande, y no de la empresa que manejaban sus padres, quería más que eso, quería sentirse pleno cuando llegara a casa, quería que si llegaba a tener una familia, esta se sintiera querida e importante. Quería tener tiempo, y aunque el periodismo fuera un trabajo agotador, podía ejercerlo cuando quisiera, sin tener un horario fijo en una oficina o tener que rendirle cuentas a nadie. Trabajar por su cuenta había sido un sueño magnífico, y cuando en la universidad conoció a Raechel, la vida pareció sonreírle de muchas maneras, esa chica se volvió su sol. Más allá de lo romántico, ella le demostró que estaría para él aunque el mundo se cayera a pedazos. Incluso podría ser verdad que tuviera intensiones de cumplirlo, algo que le emocionaba, tener que obligar a alguien a ser tu amigo no debía ser grato en lo absoluto. No iba a caer tan bajo como para tener que hacer algo parecido, y no tuvo porqué hacerlo. Se hallaba sumamente orgulloso de lo que había logrado, de las amistades que había logrado obtener, esto sobre todo porque aunque fueran pocas, eran valiosas. No todos podían decir lo mismo, puesto que en un lugar tan abierto como lo era la universidad, cada quien tenía sus propias opiniones, y por supuesto, habían demasiadas personas, demasiadas experiencias para llevar a cabo, mucho por descubrir, y no siempre las situaciones eran gratas, tampoco las personas. Ahora, todo eso parecía no importar, ya que el mismo chico se hallaba hincado en el suelo, mirando hacia ningún punto en especial, como si algo se estuviera apoderando de él lentamente. Sentía cómo algo extraño recorría su cuerpo entero, cómo observaba cosas distintas a las que antes tenía acceso. Seguía teniendo un tipo de sed incontrolable, sin saber de qué exactamente, pero no era agua lo que le hacía salivar, era un olor distinto, caliente, húmedo y a gotas, pesado. Creía estar perdiendo la cabeza, por lo que quiso levantarse, pero su cuerpo no se lo permitió, no podía erguirse como era debido, su espalda estaba encorvándose, sus ojos podían ver en la oscuridad, su cuerpo comenzaba a llenarse de gruesos vellos, sus uñas comenzaba a tener un grosor poco común y su corazón latía rápidamente sin descanso. Su cabeza dolía, la ropa le incomodaba, de modo que halló la manera de quitarla de sí. Dejó sus pertenencias en algún lugar del camino que había recorrido hasta allí. Pronto sintió una especie de transformación que le dejó caminando a cuatro patas, y algo de lo que se dio cuenta fue de que, en efecto, eran patas, ya no eran sus extremidades de siempre. Pensó que estaba perdiendo la cordura, que era un sueño o podía estar drogado, pero sus patas le llevaron a donde se escuchaban claros aullidos en sus tímpanos. Se trataba de un grupo de lobos como él, quienes lo recibieron de manera agradable, le compartieron de su comida, unas cuantas ratas. Sin saber porqué, consumió de estas sin siquiera protestar, estaba hambriento. Lo que le provocaba no era agua, claro que no, ahora lo sabía. Se trataba de la sangre. Tenía algo que la hacía lucir y saber apetecible, parecía ser un néctar delicioso, dulce, caliente, una mezcla perfecta para alimentarse el resto de la vida, nunca había probado algo parecido. Sus papilas gustativas pasaron a ser distintas, siendo que ni siquiera la comida enlatada que había llevado consigo le llamaba la atención. Cuando pudo probar las gotas tibias del pequeño cuerpo de la rata, algo dentro de sí se sintió tan bien que no pudo refrenar su energía, su deseo intenso de consumir más, pero los lobos le hicieron comprender que no tenían nada más, debían ir de caza. Entonces, pasó un grupo de ellos con el que parecía ser el líder a la cabeza, llevaba una criatura pálida y pelirroja en su lomo, algo extraño, pero también estaba tibio, se veía jugoso. Podía sentir cómo los demás babeaban por este, pero, tenía un subtono ácido. Pronto comprendería que esa sangre le hacía mal, era un veneno, de modo que los encerraban para que nadie los comiera y muriera. De pronto, él también divisó un par de esos seres escondidos detrás de las escaleras por donde pasaban, sin embargo, a pesar de estar frente a ellos, no reconoció de qué se trataba, olfateó un poco para saber si eran peligrosos o no, pero no parecían una amenaza, así que tras un momento, solo se marchó de nuevo, ese no era su problema, solo quería ir de caza, estaba emocionado por algo como eso. Su nueva cola se movió de un lado al otro, dejándole saber a sus nuevos compañeros que estaba feliz de encontrarse con ellos. Los demás hicieron lo propio en gesto de simpatía y bienvenida, algo que hizo a su corazón latir con mucha más fuerza y a su lengua salir de su cavidad bucal, cada vez más, los rasgos humanos que pudiera haber tenido se dejaban atrás. La vida parecía tener algo de color finalmente, no podía dejar de existir en esos momentos, quería vivir la experiencia de pertenecer a una manada, una familia como la de aquellos seres afines, la única cosa en la que podía pensar era "Ertiko, Ertiko, Ertiko".  
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